-¿Que quieres QUÉ? - Por favor, Irina, trata de entender que me hace mucha ilusiĂ³n… apenas serĂ¡n tres meses… por favor… No podĂ­a c...

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-¿Que quieres QUÉ?

- Por favor, Irina, trata de entender que me hace mucha ilusiĂ³n… apenas serĂ¡n tres meses… por favor…

No podĂ­a creer lo que me estaba pidiendo… Oli y yo por fin Ă­bamos a casarnos, llevĂ¡bamos algo mĂ¡s de medio año viviendo juntos, tenĂ­amos fecha para casi cuatro meses mĂ¡s tarde, y ahora me salĂ­a con que, desde ahora hasta la boda, no deseaba que siguiĂ©ramos viviendo juntos ni teniendo sexo…

- Pero… pero, ¿porquĂ©? No lo comprendo… vamos a casarnos, ¿y no quieres vivir conmigo…? Oli, ¿no estĂ¡s seguro de lo que sientes por mĂ­…?

Oli me sonriĂ³ con esa sonrisa suya tan tierna y me cogiĂ³ la mano sobre la mesa del restaurante en el que cenĂ¡bamos.

-Claro que estoy seguro. Te adoro. Pero… Irina, tĂº has sido la primera y la Ăºnica mujer en mi vida, tĂº me has hecho un hombre… pero no he tenido tiempo de enamorarme, de desearte… sĂ³lo nos vimos tres veces y me hiciste el amor, y fue maravilloso… pero ahora vamos a casarnos, y quiero que nuestra noche de bodas sea algo muy especial… quiero que los dos lo deseemos, que sea algo mĂ¡gico, algo muy-muy ansiado… me gustarĂ­a que fuera una "segunda primera vez"… algo que recordemos siempre. Si estamos acostumbrados a dormir juntos y hacer el amor todas las noches, ¿quĂ© tendrĂ¡ de especial nuestra noche de bodas…? Por favor…

Cuando ponĂ­a esa vocecita tan dulce y esos ojitos de cordero degollado, era imposible negarle nada… pero iba a sufrir tanto sin Ă©l durante todo ese tiempo…

-Y voy a tener que verte cada vez que vaya a la biblioteca de la Universidad, y seguiremos quedando…

-Claro que sĂ­ – me apretĂ³ las manos – quedaremos todos los dĂ­as, vendrĂ¡s a mi casa, o yo irĂ© a la tuya, o quedaremos en el pub donde nos conocimos… nos veremos todos los dĂ­as.

-A eso me refiero… voy a tener que verte sabiendo que eres intocable… va a ser muy duro…

-Lo sĂ©… tambiĂ©n va a serlo para mĂ­, pero te garantizo que valdrĂ¡ la pena… yo te esperĂ© a ti treinta y tres años, y ha valido la pena. Ahora quiero darle… un poco de expectaciĂ³n a un momento especial. LlĂ¡malo… una pequeña fantasĂ­a masculina.

La cena terminĂ³, y esa misma noche me dejĂ³ en mi casa... y Ă©l se fue a la suya. Hasta entonces, habĂ­amos vivido por temporadas en la suya y la mĂ­a, y tenĂ­amos un montĂ³n de ropa y cosas propias en la casa del otro. QuĂ© nostalgia sentĂ­ al ver en la cesta de la ropa sucia prendas suyas, sus zapatillas junto al sofĂ¡, su camiseta con la que dormĂ­a detrĂ¡s de la puerta de mi alcoba, su crema de afeitar en el baño… "Dios mĂ­o, ¿es esto lo que se siente cuando alguien te deja,… o alguien se muere?". Nunca en mi vida me habĂ­a dejado de nadie, porque no habĂ­a tenido relaciones sentimentales dignas de tal nombre, sĂ³lo diversiones, aventuras y me habĂ­a sentido a gusto asĂ­… pero recordaba bien cuĂ¡ndo me padre habĂ­a fallecido siendo yo adolescente, y la tristeza no habĂ­a sido tanto en el velatorio o en el funeral, como al regresar a casa y ver sus cosas en ella, el olor que todavĂ­a se notaba, y saber que nunca mĂ¡s… Mis ojos estaban empañados y me acostĂ© llorando. SĂ³lo esperaba que aquello realmente valiera la pena para Oli, porque yo me sentĂ­a destrozada. Era la primera vez que me enamoraba seriamente y dolĂ­a mucho mĂ¡s de lo que jamĂ¡s hubiera podido imaginar.

A la mañana siguiente, mi cama estaba frĂ­a y vacĂ­a. Me faltaba mi Oli despertĂ¡ndose con su erecciĂ³n matutina y su sentirse violento porque esto le sucediera, su tiempo ocupando el cuarto de baño para ducharse, afeitarse, retocarse, higienizarse y empaparse en colonia hasta la exageraciĂ³n, sus intentos de tomar la temperatura de las tostadas del desayuno, cuando no el llevar la cuenta exacta de las galletas que se echaba en la leche, o medir en el vaso milimetrado la cantidad de cereales, sus infinitas manĂ­as,… pero sobre todo, me faltaba su calor, su cariño, su ternura… "¿y me esperan casi cuatro meses asĂ­…? No podrĂ© aguantarlo" PensĂ© mientras salĂ­a en mi coche camino al Instituto donde impartĂ­a mis clases de Lengua y Literatura. Afortunadamente, soy bastante rĂ­gida como profesora, y no me permito distracciones en mi trabajo, pero cuando a mediodĂ­a caĂ­ en que tenĂ­a que devolver un libro a la biblioteca de la Universidad, mi corazĂ³n botĂ³ en mi pecho, ¡iba a verle!

Caminando hacia la biblioteca, entendĂ­ por primera vez quĂ© querĂ­a decir Oli con "algo muy deseado por los dos… algo muy-muy ansiado…" Se referĂ­a a esto precisamente, a que los dos sintiĂ©ramos nostalgia el uno del otro por estar separados y mariposas en el estĂ³mago ante la idea de vernos, aunque fuese por un momento… es cierto que el dolor era inmenso… ¡pero la alegrĂ­a y la emociĂ³n, tambiĂ©n lo eran! EntrĂ© en la biblioteca de la Universidad, que estĂ¡ casi al lado de mi Instituto, y allĂ­, tras el mostrador, colocando manualmente fichas de libros, absorto en sus tareas administrativas, estaba mi Oli… el bibliotecario jefe. Me acerquĂ© silenciosamente, pero apenas habĂ­a dado un paso, cuando Ă©l ya habĂ­a levantado la cara y me sonreĂ­a abiertamente… era indudable que Ă©l tambiĂ©n me echaba mucho de menos, porque siempre habĂ­a sido muy discreto en lo que se refiere a exteriorizar nuestra relaciĂ³n en el trabajo; le daba muchĂ­sima vergĂ¼enza que nadie se enterase, y temĂ­a que hubiera murmullos o que Ă©l mismo pudiera distraerse, sin embargo, esa sonrisa era una declaraciĂ³n por megĂ¡fono de lo que sentĂ­a por mĂ­. Silenciosamente, dejĂ© el libro en el mostrador. La biblioteca estaba desierta, y por un perverso instante, admito que imaginĂ© a Oli encajonĂ¡ndome contra una de las estanterĂ­as y poseyĂ©ndome salvajemente contra ella, ahogando los gritos de pasiĂ³n, Ă©l tan sĂ³lo con el pantalĂ³n abierto, yo con las bragas en un tobillo y la blusa desabrochada, mis pechos botando a cada embestida… tuve que ponerme freno, estaba empezando a mojarme y mi respiraciĂ³n se aceleraba.

-Me alegro mucho de verte… - susurrĂ³, nervioso - ¿cĂ³mo lo estĂ¡s llevando?

-Fatal… - admitĂ­, tambiĂ©n en un susurro - … pero tenĂ­as razĂ³n en que desde luego, vamos a desearlo muchĂ­simo…

Oli sonriĂ³ con un poco de picardĂ­a y mis piernas temblaron al verle esa expresiĂ³n… actualizĂ³ el programa de devoluciones con la que acababa de hacer, para que el libro volviera al estado de "disponible" y lo dejĂ³ a un lado para seguir hablando conmigo.

- He de irme ya, tengo clase en un cuarto de hora… ¿puedo besarte? – musitĂ©, casi suplicando.

Oli sonriĂ³ y mirĂ³ a un lado y a otro y luego consultĂ³ su reloj… no habĂ­a nadie en la biblioteca, su ayudante habĂ­a salido a comer y no volverĂ­a al menos, hasta dentro de cincuenta minutos, era mediodĂ­a y todos los estudiantes estaban o bien en clase o bien camino de las cafeterĂ­as, sino estaban ya en ellas, y tampoco era Ă©poca de exĂ¡menes… no habĂ­a peligro de que apareciese nadie por la puerta…

-Uno cortito – consintiĂ³, y se acercĂ³ a mĂ­, cerrando los ojos. Sintiendo que me derretĂ­a de impaciencia, acerquĂ© mis manos a su cuello, le abracĂ© y lentamente, sin acabar de cerrar los ojos, posĂ© mis labios sobre los suyos… su boca cĂ¡lida me supo a gloria… muy lentamente cabeceĂ©, y mi lengua acariciĂ³ sus labios, Oli abriĂ³ desmesuradamente los ojos al sentir que aquello, distaba mucho de un "beso cortito", pero su boca le traicionĂ³, y sus labios se entreabieron un milĂ­metro… y mi lengua rebasĂ³ esa frontera, introduciĂ©ndose lentamente en su boca, acariciando dulcemente sus dientes, y al tocar su lengua, un gemido se escapĂ³ del pecho de ambos… las manos de Oli me apresaron por la espalda, para apretarme mĂ¡s contra Ă©l, y su lengua me devolviĂ³ las caricias… mis manos acariciaban su nuca, su cuello, sabĂ­a que eso le encantaba… Oli intentĂ³ emitir un gemido de protesta, pero Ă©ste se convirtiĂ³ en un gemido de derrota cuando mi lengua hizo cosquillas en su paladar y una de mis manos acariciĂ³ su cara y sus pĂ¡rpados… la lengua de Oli lamĂ­a la mĂ­a, mi sexo era una cascada, sus manos estaban iniciando una tĂ­mida bajada hacia mi trasero… y entonces el chasquido de la puerta nos hizo saltar a ambos y nos retiramos apresuradamente el uno del otro, con el corazĂ³n desbocado.

-Buenos dĂ­as, señor Oliverio – Era uno de los profesores de la Universidad, uno de los mĂ¡s antiguos, sĂ³lo ellos le llaman por el nombre completo, en lugar de decirle "Oliver" – VenĂ­a a dejar Ă©ste libro.

El catedrĂ¡tico me saludĂ³ gravemente con un gesto de cabeza, afortunadamente no parecĂ­a haberse dado cuenta de nada… musitĂ© un "hasta luego" y empecĂ© a irme, cuando…

-Señor Oliverio… ¿usa usted brillo de labios…? – un mazazo que me hubieran dado en la cabeza, no me hubiera aturdido tanto. Se hizo un silencio de piedra durante un par de tensos segundos…

-Se me cortan…. Muy a menudo – logrĂ³ decir Oli, manteniendo rostro inexpresivo y sin eludir la mirada – Y… duele. Sobre todo cuando me rĂ­o.

-Vaya, y nadie dirĂ­a que usted sea una persona que se rĂ­e mucho… - bromeĂ³ el catedrĂ¡tico, porque Oli suele ser bastante poco expresivo, por su timidez, pero de todos modos, encantado con su propia broma, dejĂ³ el libro y se marchĂ³. Oli me dedicĂ³ una mirada casi asesina, pero yo no pude evitar sonreĂ­r… el evitar que nos descubrieran, no sĂ³lo tenĂ­a su morbo, sino que tambiĂ©n era parte de vivir separados y aguantar sin sexo…

Los dĂ­as fueron pasando, y los primeros fueron los peores, los mĂ¡s duros… pasadas un par de semanas, me fui acostumbrando a dormir sola. No era agradable, desde luego, pero al menos, no era tan horrible como la primera noche. Me fui acostumbrando por igual a vernos sĂ³lo en el trabajo y cuando quedĂ¡bamos; hablĂ¡bamos por telĂ©fono todos los dĂ­as, con frecuencia durante varias horas… no pocas veces le propuse tener sexo telefĂ³nico, pero se negĂ³ tajantemente, tenĂ­amos que aguantar. Me parecĂ­a que el tiempo no pasaba nunca… lleguĂ© a detestar los fines de semana, porque aunque le veĂ­a mĂ¡s, no tenĂ­a nada que me distrajera cuando Ă©l no estaba, en cambio que entre semana tenĂ­a que preparar mis clases, corregir ejercicios, poner exĂ¡menes y evaluarlos, preparar actividades, leer, repasar… Los sĂ¡bados por la noche eran criminales, cuando me dejaba en casa, me parecĂ­a que se me caĂ­a encima el mundo… ¡y lo peor, es que Oli parecĂ­a tan fresco, como si aquello no le afectase lo mĂ¡s mĂ­nimo! ¿Acaso no me querĂ­a, acaso le daba igual todo…?

-¡Desde luego que no me da igual y claro que te quiero…! – me contestĂ³, casi dolido, cuando se lo preguntĂ© – Lo Ăºnico que pasa es que yo tengo mĂ¡s experiencia que tĂº en estar solo, pero eso no implica que no lo pase mal o que no te eche de menos…

Era un alivio saberlo, aunque pareciese llevarlo mucho mejor que yo… yo estaba francamente desesperada, le deseaba con toda mi alma… Eso sĂ­, habĂ­amos redescubierto los besos. Puesto que era lo Ăºnico que Oli se permitĂ­a que hiciĂ©ramos, con mucha frecuencia pasĂ¡bamos la tarde entera besĂ¡ndonos. Por regla general, esto lo hacĂ­amos en cafeterĂ­as o pubs, donde por mucho que quisiĂ©ramos, no podĂ­amos desbocarnos… cuando lo hacĂ­amos en su casa o la mĂ­a, Oli se parapetaba detrĂ¡s de un cojĂ­n en su entrepierna y una gruesa colcha, que agarraba como un ahogado un salvavidas, para que no pudiĂ©ramos tocarnos el cuerpo, sĂ³lo abrazarnos… sĂ³lo por fastidiarle un poco, me gustaba jugar a meter los brazos bajo la colcha, o colar mis manos por el cuello de su camisa… o llevar las suyas a mis pechos o mis nalgas. Aquello lo enloquecĂ­a, pero debo decir que tenĂ­a una voluntad de hierro, nunca conseguĂ­ descontrolarle. SĂ³lo en alguna ocasiĂ³n empezĂ³ a animarse demasiado, pero lo arreglĂ³ huyendo a la cocina y pasĂ¡ndose hielo por la nuca, la zona que es su punto dĂ©bil y que yo no cesaba de tentar, pero Ă©l aguantaba como un verdadero hĂ©roe… llevĂ¡bamos mĂ¡s de dos meses de abstinencia cuando su necesidad de hielo empezĂ³ a hacerse tan frecuente, que cuando quedĂ¡bamos en casa de alguno de los dos, ya tenĂ­amos preparado un cuenco con ellos, para ganar tiempo.

Yo no lo sabĂ­a, pero Oli tampoco lo llevaba tan bien como aparentaba… empecĂ© a notar que me desaparecĂ­a ropa, sobre todo jerseys y los picardĂ­as que usaba para dormir, y cuando los encontrĂ© en su casa, tuvo que admitir que efectivamente Ă©l los habĂ­a cogido.

-TambiĂ©n te voy devolviendo los que tenĂ­as aquĂ­… - dijo cĂ³mo disculpa – No los he usado para… bueno, para hacer cochinadas, sĂ³lo los querĂ­a para dormir con ellos… huelen tanto a ti, que asĂ­ era un poco como tenerte conmigo, y no te echo tanto de menos por las noches… cuando se les gastaba el olor, te los volvĂ­a a llevar, y cogĂ­a el que estuvieras usando en ese momento para volver a tener tu olor cuando duermo…

No estaba enfadada porque me cogiese ropa, pero aĂºn en caso de haberlo estado, hubiera sido imposible seguirlo estando tras oĂ­rle decir aquello… ¿cĂ³mo podĂ­a nadie ser tan adorable….? Me lancĂ© a su cuello y le cubrĂ­ de besos… y de nuevo, necesitĂ³ hielo. IntentĂ© convencerle de que aquello era una tonterĂ­a, ya habĂ­amos aguantado casi tres meses, ¿porquĂ© esperar dos semanas mĂ¡s? Ya habĂ­amos sufrido suficiente… pero de nuevo se negĂ³. Precisamente porque habĂ­amos llegado hasta aquĂ­, tenĂ­amos que aguantar hasta el final… hasta nuestra Noche de Bodas.

-VerĂ¡s cuando lleguemos al hotel, y te pase en brazos por la puerta, y la cerremos, y estemos aislados del mundo… Un maravilloso fin de semana para nosotros solos, sin trabajo, sin telĂ©fono… solos tĂº y yo… y una suite nupcial… si tuvieras que llegar a un banquete maravilloso, ¿preferirĂ­as llegar con hambre, o con la tripa llena…?

Se le iluminaban los ojos pensando en aquello… pero lo cierto es que yo no veĂ­a la hora de tenerle entre mis piernas… cada dĂ­a le deseaba mĂ¡s. Los sueños erĂ³ticos, cada vez mĂ¡s explĂ­citos, eran una constante, y las fantasĂ­as que inundaban mi mente eran cada vez mĂ¡s salvajes… yo misma estaba empezando a asustarme cuando imaginaba que lo ataba a la cama con cinturones y lo amordazaba con bolas porosas y lo torturaba sexualmente… a veces, imaginaba depilarle con cera, otras, hacerle cosquillas con plumas (tiene la piel muy sensible) y verle retorcerse… oh, sĂ­, aquello de tenerle a mi merced, la idea de hacerle sufrir un poco, me encantaba, me excitaba muchĂ­simo… con frecuencia me masturbaba pensando en aquello, pensando en cĂ³mo me suplicarĂ­a que parase, en cĂ³mo me implorarĂ­a piedad… haah… sĂ­, querĂ­a que lo hiciera, querĂ­a que me suplicara… Oli tambiĂ©n empezĂ³ a notar Ă©se cambio; yo ya no me lanzaba a besarle los labios, sino que atacaba directamente su cuello, mĂ¡s sensible en el aspecto sexual y que lo traicionaba siempre, produciĂ©ndole una erecciĂ³n casi instantĂ¡nea. En un intento de defenderse, empezĂ³ a utilizar jerseys de cuello alto, a pesar de que estĂ¡bamos en Abril y los dĂ­as eran cada vez mĂ¡s cĂ¡lidos.

Conforme se acercaba la fecha, creĂ­a mi exacerbaciĂ³n, estaba convencida de que no aguantarĂ­a la semana escasa que quedaba, estaba dispuesta a violar a Oli si hacĂ­a falta… empecĂ© a fantasear con echarle Viagra, o algĂºn estimulante poderoso en el Nesquick, y si no me hubiera dado tanto miedo la posibilidad de matarle de un infarto, lo hubiera hecho… cada vez que venĂ­a a comer a mi casa, sazonaba todo con pimienta, canela, clavo y todos los supuestos afrodisĂ­acos naturales que habĂ­a leĂ­do… y debiĂ³ dar resultado, Oli me miraba con ansia, decĂ­a tener un calor espantoso a pesar de que la temperatura en mi casa era agradable, tenĂ­a la camisa desabrochada tres botones (algo totalmente inusual en Ă©l, que sĂ³lo porque le era incĂ³modo llevar las camisas abrochadas hasta arriba dejaba sĂ³lo suelto el primer botĂ³n y se pasaba todo el dĂ­a cerrando la abertura con los dedo), de modo que yo podĂ­a ver su pecho velludo, y sudoroso… aquĂ©lla tarde, los besos fueron mĂ¡s intensos, las manos de Oli se dirigieron a mis nalgas sin tener yo que guiarlas, me apretaron contra Ă©l… pero cuando intentĂ© desabrocharle la camisa por completo, se la agarrĂ³, negando con la cabeza, con expresiĂ³n tĂ­mida y asustada… no quise dejar de jugar y yo desabrochĂ© la mĂ­a, dejĂ¡ndole ver mi sostĂ©n rojo (le gusta mucho ese color; le recuerda a nuestra primera noche). DevorĂ³ la visiĂ³n por un segundo, y luego desviĂ³ la cara, cerrando los ojos y mordiĂ©ndose los labios… a pesar de estar cubierto con la colcha, a pesar de llevar los pantalones, el cojĂ­n que se ponĂ­a en la entrepierna se habĂ­a deslizado y su erecciĂ³n era apreciable aĂºn asĂ­… y potente. DebĂ­a incluso dolerle… me recostĂ© sobre Ă©l, presionando mis pechos cĂ¡lidos contra el suyo… aĂºn a travĂ©s de la camisa, podĂ­a notar su calor, su sudor que le quemaba la piel… estaba ardiendo como una plancha metĂ¡lica recalentada y se ahogaba en su propia respiraciĂ³n jadeante…

-Oli… - gemĂ­, frotĂ¡ndome contra Ă©l, buscando su cuello con mi boca – hazme el amor… no resistas mĂ¡s… te necesito…

QuerĂ­a ceder, lo querĂ­a de veras, y estuvo a punto de hacerlo… volviĂ³ la cara para besarme, con expresiĂ³n de estar pasando el peor apuro de su vida, y vi una lagrimita de impotencia y desesperaciĂ³n deslizarse por su cara.

-Piedad… - musitĂ³ con su vocecita nasal – ten piedad de mĂ­… por favor… - quise gritar de rabia… ¡estaba irresistible suplicando asĂ­…pero no iba a poder aprovecharme de Ă©l, no si lo pedĂ­a con esa carita! – T-tres dĂ­as… sĂ³lo… sĂ³lo faltan tres dĂ­as, Irina… - sus caderas daban convulsiones, buscando inconscientemente mi calor, mientras Ă©l trataba de frenarlas – ten… ten compasiĂ³n de mĂ­… - Oli crispĂ³ los puños sobre la colcha y la mordiĂ³ a dentelladas, dando rugidos – ten piedad… de Ă©ste pobre bibliotecario, ¡que darĂ­a hasta su alma por llenarte la cara de esperma!

Se puso colorado como un tomate y supe que debĂ­a estar tan excitado como yo misma, si no mĂ¡s, porque Oli nunca dice cosas de semejante calibre… Casi me dio pena haberle puesto de aquĂ©lla manera, y por mĂ¡s que me fastidiase su fortaleza de carĂ¡cter, no puedo negar que me hizo sentir admirada su decisiĂ³n y su voluntad… si bien cuando se marchĂ³, me masturbĂ© ferozmente en el mismo sofĂ¡ donde habĂ­amos estado besĂ¡ndonos, recordando su carita de desamparo, sus ojitos suplicantes, su vocecita de ruego tan dulce…. "¡Mira lo que hago!" pensaba, mientras me metĂ­a dos dedos hasta los nudillos y me apretaba los pechos con la mano libre "¡MĂ­rame, Oli… haaaaaaah… mira cĂ³mo me doy placer pensando en ti….!"

Nunca dos dĂ­as se me hicieron tan terriblemente largos. Al dĂ­a siguiente, cuando fui a verle a la biblioteca, Oli no sabĂ­a ni dĂ³nde meterse. Aunque hubiera logrado ser fuerte, habĂ­a estado a puntito de ceder, y lo que para Ă©l era indefiniblemente peor, habĂ­a dicho algo que Ă©l consideraba una groserĂ­a. A pesar de que no tenĂ­amos mucho tiempo y que en la biblioteca habĂ­a varias personas, le dije que no se preocupara por aquello… y que a mĂ­ incluso me gustarĂ­a si lo hiciera. Oli riĂ³ nerviosamente y con timidez, y a pesar de la gente, aceptĂ³ darme un besito para despedirnos…. Esta vez, sĂ­ fue cortito, aunque al separarnos nos miramos a los ojos y no pudimos resistir besarnos una segunda vez, y Oli aguantĂ³ a pie firme las risitas y murmullos entre los estudiantes presentes; a fin de cuentas, pasado mañana era el gran dĂ­a… Y hasta los bibliotecarios y los profesores son humanos y se enamoran.

El dĂ­a anterior a la boda, decidimos sĂ³lo hablar por telĂ©fono, no vernos… Oli tenĂ­a demasiado miedo de caer, a sĂ³lo unas horas de haberlo logrado. HabĂ­a estado demasiado cerca la Ăºltima vez que cenamos juntos, el dĂ­a anterior no habĂ­a sido capaz de resistir el darme un Ăºnico beso… y no querĂ­a arriesgarse. Eso efectivamente, le salvĂ³,… pero no le salvarĂ­a de lo que iba a suceder mañana.



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