Júpiter casi brincaba, sentado en la amplia cama de matrimonio y no podía dejar de sonreír; llevaban todo un día sin noticias de P...

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     Júpiter casi brincaba, sentado en la amplia cama de matrimonio y no podía dejar de sonreír; llevaban todo un día sin noticias de Peter, y eso era muy buena señal. Apenas el día anterior, los parientes de su amigo se habían presentado, él le había confesado a Tupami que su legítimo no era él mismo, sino Peter, y ella, a pesar de que ya lo sabía puesto que el tío del susodicho se lo había contado, le había dejado hablar, y al ver que le salió de dentro sincerarse, no se enfadó demasiado. Claro que también pesaba en su decisión el que, aunque se tratase de una identidad falsa, el cariño del forzudo sí fuese verdadero, al igual que el que ella misma sentía por él. Por más que se hubiese tratado de un matrimonio concertado, Jupi y Tupami habían congeniado, y en buena parte, gracias a la pequeña hija de ella, PumpkinPie. La niña había adoptado a “su amigo el grandote”, como ella llamaba a Jupi, casi nada más verle, y aunque Tupami se había mostrado bastante más recelosa, con el paso de los días tuvo que convencerse de que su nuevo esposo era un hombre con un corazón directamente proporcional al de su tamaño corporal, es decir: enorme. 

     Tupami salió del baño y apagó la luz. Tapado hasta la cintura, Jupi palmoteó la cama y le dirigió una mirada muy explícita; salvado el cambio de identidad, los dos habían aceptado mutuamente lo que sentían por el otro, así que no había razón para ocultar los deseos. La mujer sonrió, y jugueteó con el encaje blanco de la bata corta que llevaba, color que resaltaba el verde rosado de su piel de híbrida y que, en opinión de Jupi, era un tono realmente bonito. 

     -Jupi… ahora que hemos intimado y que me lo has contado todo, he de confesarte una pequeña manía, que no sé si te va a molestar. – Tupami se sentó en el borde de la cama, frente a él – Mientras sólo compartíamos cama, no lo hacía, pero ahora me gustaría volver a hacerlo, si no te importa. 

     -¿Qué es? – preguntó el forzudo, acariciándole suavemente la mano que ella tenía sobre la colcha. Tupami sonrió y se fue a su lado de la cama. 

    -Pues verás… en realidad, es una tontería de nada. – se sentó en la cama que Jupi había abierto para ella y de un veloz movimiento, soltó el cierre de la bata, la dejó caer y se metió en la cama. Fue tan rápido, que Jupi no vio nada, pero lo adivinó todo. – Me gusta dormir desnuda. Te parecerá una bobada, pero la verdad es que duermo mucho más calentita sin nada. ¿No te importa, verdad? 

    Si Jupi hubiera sonreído más, sus orejas hubieran tenido que hacerse a un lado; de inmediato bajó la luz y la abrazó bajo la colcha térmica.

    -…No. No me importa, claro que no, mujer, qué va a importarme… a lo mejor, hasta te copio la idea. – Tupami sonrió y devolvió el abrazo, notando las manazas anchas y grandes de Jupi recorrer su espalda en caricias. Un beso ligero, juguetón, juntó sus labios y fue seguido por otro también corto. El tercero les hizo apretarse mutuamente, y cuando la lengua de Júpiter empezaba a acariciar los labios de la mujer…

     -¡Mamá! ¡Mamáááááá! – sonó el comunicador infantil que Pie tenía en su cuarto y que le permitía ser escuchada por su madre, pero no funcionaba a la inversa. Y así fue como Pie no escuchó una palabra que hubiera podido meterla en problemas si la hubiera repetido. 

   -No tardo nada – resopló Tupami, besándole nuevamente. Se echó encima la batita, y apenas se acercó a la puerta, ésta se abrió automáticamente para dejarla salir y se cerró tras ella; a través del comunicador, Jupi pudo oírlas. 

     -¿Qué pasa, cariño? – dijo Tupami. - ¿Una pesadilla? 

     La pequeña tardó en contestar.

     -No. Tengo sed.

    -Pero si tienes aquí la jarrita del agua, cielo, ¿por qué no la coges tú? – resopló la mujer.

    -Es que siempre me dices que no juegue con ella, que se puede romper…

    -Pie, una cosa es que la cojas para jugar, y otra que si tienes sed, no la uses… anda, toma. – Oyó el chasquido de un besito. – Y ahora, mi flor, a dormir, ¿vale? Muy bien. 

    El breve zumbido de la puerta fue lo último que oyó Júpiter, y segundos más tarde, Tupami estaba de vuelta. Parecía preocupada.

    -¿Todo bien?

    -Sí, creo que sí. Dice que no ha tenido pesadillas, y no tiene fiebre, pero… no sé, la noto rara. – Jupi sonrió. 

    -Lo más seguro es que le pesen las trufas que cree que no sabemos que cogió a escondidas. 

    La mujer devolvió la sonrisa y mientras se acercaba a la cama, tiró del cierre de su bata. La prenda se deslizó por su cuerpo, dejando al descubierto sus preciosos pechos de pezones dorados, la generosa curva de sus caderas y el pubis, cubierto por una fina capa de suave vello de color verde claro. Júpiter no lograba mirarla a los ojos. La mujer gateó por la cama y gimió suavemente cuando la mano de su compañero la recorrió en una caricia desde el hombro hasta las nalgas. Se besaron y el forzudo la atrajo hacia él, su lengua acarició los labios de la mujer, y justo cuando iba a tocar la lengua de ella…

     -¡Mamáááááááá! ¡Mamáááááá, ven…! – Tupami bufó y Jupi apretó el puño con cara de intenso fastidio. La mujer recogió su bata del suelo y salió de la habitación a grandes zancadas. 

     -¿Qué pasa ahora, cariño? – oyó Júpiter por el comunicador. La voz de Pami, aunque amable, ya no era tan cariñosa como antes. 

    -No puedo dormir. – susurró la niña. 

    -PumpkinPie, ya es muy tarde. Ya has tenido tu cuento, tu besito, y antes, hasta un vaso de agua. Es hora de dormir y no hay más. Si no tienes sueño, cuenta corderitos. – Jupi oyó un sollozo – No. Pie, no me vengas con lloreras; irse a dormir no es ningún drama. 

   -¡Pero mamá, es que me aburro, y está muy oscuro! ¿No puedo dormir con vosotros…?

  -Cielito… Jupi y mamá están muy cansados, y ellos sí tienen sueño y sí quieren dormir. – Oyó un frufrú que indicaba que Tupami sin duda se habría sentado en la cama de la pequeña y la arropaba. – Escucha, si hubiese tormenta, o hiciese mucho frío, o pasase un tifón, sabes que dormirías con mamá, como otras veces. Pero hoy, todo está tranquilo, ni siquiera llueve. Así que no me hagas más el drama; vuélvete de lado, cierra los ojitos y antes de que te des cuenta, estarás dormida. – sonó un beso – Y teniendo sueños preciosos, rosas y verdes.  – A Jupi le estaban dando ganas de ser él el que se hiciera un ovillo y quedarse dormidito; Tupami se las daba de severa, decía que no quería mimar a su hija, pero era una madraza. Al fin apareció de nuevo por la puerta, dando un suspiro. 

    -Parece que por fin… ¿Sigues teniendo el fuego encendido? 

   -Ven y lo verás. – sonrió Júpiter, pero la mujer no tenía dudas: sólo la mirada torva del forzudo decía a las claras de qué tenía ganas. Por tercera vez, Tupami dejó caer su bata, pero esta vez, directamente se tiró a la cama; Jupi la abrazó, dejándola bajo él y de inmediato se lanzó a por su boca, pero a menos de un centímetro de sus labios…

    -Mamá… - en su cuarto, Pie sollozaba audiblemente – Mamá, ven, por favor… mamá… - Tupami hizo ademán de volver a levantarse, pero Jupi la frenó.

   -No. Esta vez, voy yo. – Tupami negó con la cabeza y quiso intervenir, pero él insistió. – No voy a regañarla ni nada así, pero tiene que enterarse de que es hora de dormir. Esto es una fase, la de “dar por culo a la hora de acostarse”, y la pasan todos los niños, y si no nos plantamos ahora, nos repetirá éste numerito noche a noche. Vuelvo enseguida. – Besó la frente de la mujer, que no le miraba demasiado convencida, pero asintió. Era indudable que Pie notaba que ahora ya no tenía a mamá para ella sola, y buscaba llamar la atención como podía. 

   Jupi entró en el cuarto de la niña y la vio sentada en la cama, frotándose los ojos con los diminutos puños. Se acercó a ella con expresión fastidiada, y se agachó junto a la cama. 

     -¿Qué? – preguntó, abriendo las manos.

    -¿Dónde está mamá? – quiso saber Pie, entre sollozos. 

    -Dormida. Que es como deberías estar tú. – dijo, señalando la nariz de la niña. Pie no sonrió, ni dejó de llorar, sólo repitió que quería a mamá. – Bueno, pues mamá está dormida, y no se va a levantar, y yo también me voy a ir a dormir y no me levantaré hasta mañana, así que dime ahora qué pasa. ¿Has tenido una pesadilla? – la niña negó con la cabeza - ¿Te duele algo? – Negó de nuevo - ¿Te asusta la oscuridad? – tercera negación - ¿Entonces, en el bendito nombre de Lemmy, qué pasa para que no dejes a nadie dormir? 

    -…Tengo miedo. – musitó por fin. Jupi se rascó el bigote rubio.

    -¿Miedo de qué? Si Mamá y yo estamos aquí, y tu cuarto está cerrado, y tienes la lucecita de noche para encenderla si quieres…

    -Miedo de Morday.

   -¿Qué es Morday? – quiso saber el forzudo. 

    -Un chico que me pega. – la expresión de Júpiter cambió radicalmente. 

   -¿Que te hace qué…? 

   -Antes, sólo me insultaba, y yo me iba y ya está, pero hoy me vio en el antigravedad que me hiciste, y dijo que se lo había robado. Que la carrocería, es la barbacoa que era suya antes, así que era suyo y se lo había robado, y me empujó y me tiró, y dijo que esta noche vendría a llevárselo porque era suyo, y yo no quiero que me lo quite…  Mira. – la pequeña salió de la cama y se levantó la chaqueta del pijama. En el costado, tenía un moratón. – Me lo hice cuando me tiró del antiG.

    -Peque, ¡¿por qué no has dicho esto antes?!

    -¡Me dijo que si me chivaba, me pegaría más…! – sollozó Pie, y en ese momento, entró Tupami en la habitación. Y casi a la vez, Júpiter salió de ella. 




     -En serio, Morday, es un antiG de niña, tú ni cabes ahí, ¿para qué lo quieres? – preguntó uno de los chicos, que tendría unos doce años.

    -No quiero el estúpido cochecito, quiero el motor, es bueno. Lo pondré en el mío y tirará mejor, ¿para qué quiere un antiG una cría como ella? No es más que una cometierra, pues que se vuelva a Mirtórea, donde debe estar. – Contestó el tal Morday, que tendría más o menos la misma edad. Los tres chicos se alumbraban con un medallón digital que brillaba como una pequeña estrella. Mientras dos de ellos miraban a ambos lados de la calle, Morday se agachó para trastear con el candado que cerraba el garaje-taller en el que habitualmente trabajaba Júpiter y donde guardaba el antiG que le había construido a la niña con piezas de otros electrodomésticos desechados. El cierre era de tres dígitos, sin huella; no sería difícil sacarlo. Acercó su medallón digital, y éste contactó con la memoria del candado y empezó a hacer combinaciones. 

    -Date prisa, tío. Quiero irme cuanto antes – dijo el otro chico, que no había hablado aún. 

    -¿Qué te pasa, López, te da miedo la oscuridad? – preguntó Morday. – Porque no te habrás tragado ese cuento del gigante que pretendió colocarnos esa enana yerbajo. 

   -Mi hermano dice que es verdad, que él ha visto que tiene un amigo que es un gigante. – Intervino el primer chico.

   -Tobie, no te ofendas, pero tu hermano tiene seis años. Si la yerbajo le dice que tiene un unicornio con alas que caga arcoíris, seguro que también se lo cree… ¡ya está! – El cerrojo saltó, y Morday hizo ademán de tirar del cierre para levantar la puerta, pero ésta salió disparada hacia arriba como impulsada por un resorte. El chico respingó, pero cuando vio la sombra que había frente a él, se arrastró rápidamente hacia atrás ahogando un grito. Si eso no era un gigante, se quedaba realmente cerca de serlo. Una calva cabezota rodeada de largos cabellos rubios, mentón encuadrado por gruesos bigotes, brazos como cachiporras, piernas como jamones, y unos ojos azules que despedían ira, clavados en él. Una manaza del tamaño de una pala se cerró en su camiseta y le levantó sin aparente esfuerzo. Morday empezó a temblar al darse cuenta de que apenas le llegaba a la cintura. López parecía clavado al suelo. Tobie había echado a correr y ni una sola vez miró para atrás; no se detuvo hasta llegar a su casa. 

    -Eres Morday. – dijo el gigante. – Eres muy valiente con una niña de cuatro años. ¿Qué te parece si te metes con alguien de tu tamaño? – El chiquillo no contestó. Cuando Pie le dijo que ella tenía un amigo gigante y que ya vería, él no la había creído, pero aún de haberla creído, no hubiera podido pensar que existiese nadie de esas dimensiones. Con la mano libre, Jupi agarró una barra de duracero que había tirada allí. La sujetó entre los dientes, y con la mano, la dobló hacia abajo. Después, hacia arriba, la cruzó, enseguida hizo un par de círculos y apretó. Morday estaba pálido. El gigante había hecho un nudo con doble lacito. – Voy a decirte algo. A mí me cargan los abusones. Si se te ocurre volver a ponerle la mano encima a mi niña, esto – le puso la barra doblada bajo la nariz – será lo que haré con tus huesos. 

    Le soltó. Al chico le temblaron las piernas, pero encontró el ánimo suficiente para salir corriendo mientras gritaba “¡Se lo diré a mi padre!”. López seguía agarrado al vano de la puerta, mirándole con unos ojos redondos abiertísimos. Jupi sonrió. 

    -Hijo, deberías aprender a escoger mejor a tus amigos. Créeme, andar con ese cobardica no te hará ningún bien. Seguro que tu madre también te lo dice, ¿verdad? – López atinó a asentir con la cabeza. - ¿Ves? Lo sabía. Anda, márchate a casa, chico. ¿Quieres que te acerque en un momento?

    -¡No! – logró decir, y salió corriendo. Júpiter bajó de nuevo la puerta del garaje; más valía que mañana a primera hora, cambiase la contraseña del cerrojo… notó una presencia a su espalda y se volvió. Era Tupami, que le observaba con los brazos cruzados sobre el pecho. Negaba con la cabeza, y sonreía. 

     -Lo sé. – dijo Jupi – “No deberías hacer eso, son unos críos, hay otras maneras…”, lo sé. Pero nunca he podido con los bravucones que andan pegando a los más pequeños. 

    La mujer se le acercó y le tomó de la mano. Suavemente, le besó los dedos que tenía enrojecidos e irritados por el numerito de la barra. Le acarició el brazo hasta el hombro y se puso de puntillas, Jupi se agachó un poquito y pudo ella besarle la mandíbula, dolorida también, y le abrazó. “Vámonos a la cama, Capitán América”, susurró en su oído, y el forzudo sonrió.



     Cuando la puerta del dormitorio zumbó y sonó el clic de su cierre, Júpiter y Tupami suspiraron tranquilos al fin, y él no esperó a estar en la cama, tomó de las mejillas a la mujer y rápidamente la besó, metiéndole la lengua en la boca de inmediato. Tupami gimió una sonrisa y acarició con la suya la lengua de Jupi, abrazándole por la cintura. El forzudo le tomó una mano y se la llevó a las nalgas, y ella las acarició y apretó, metiéndose enseguida bajo el holgado pantalón de dormir, mientras se apretaban el uno contra el otro… “nos joroban una cuarta vez el beso, y creo que reviento”, pensó Jupi, tomó en brazos a Tupami, se colocó de espaldas a la cama y pegó un salto hacia ella.

    -¡No! - ¡BOUM! La mujer intentó advertir al forzudo, pero fue tarde. Jupi puso una cara de “ay madre, la que he organizao”, tan cómica, que Tupami no pudo evitar reírse, a pesar de que el soporte de aire que sostenía la cama, había reventado por efecto de su peso. – Esta cama puede… podía aguantar que yo me tirase a ella, pero no tú, cariño. 

    -Supongo que a veces se me olvida lo grande que soy… - musitó, y la mujer le besó. – La arreglaré, mañana mismo la tendrás arreglada. – Pero era indudable que Tupami quería otro tipo de arreglos más urgentes, porque le acalló con un beso lento, profundo, mientras se quitaba la bata una vez más,  y Jupi dejó de preocuparse por haber dejado el colchón hecho un pingajo, la apretó contra él y la acomodó sobre su cuerpo, acariciándole la espalda. La mujer empezó a besarle los bigotes y a bajar por su mandíbula y su cuello. Había algo que quería hacer desde la primera vez que se acostaron, y en esta ocasión, no la iba a convencer de no hacerlo. O eso creía. – Pami… - sonrió el forzudo. – Sé a dónde vas con esos besitos, y te prevengo: si tú me lo haces a mí, yo te lo hago a ti. 

    Tupami negó con la cabeza y se acordó de sonreír.

    -No… yo sólo lo hago para que tú goces, no porque quiera que lo hagas tú. E-en realidad, es una caricia que no me da ni frío ni calor… - se excusó, pero Jupi ya sabía que ella había estado antes con otros hombres que no habían sido precisamente generosos en ningún aspecto. Él sencillamente, no era así. 

    -Si dices eso, créeme: nunca te lo han hecho bien. – El rostro de la mujer tenía un intenso brillo purpúreo; Jupi se deshizo del pantalón y le acarició los brazos, juntando su frente con la de ella - ¿qué?

   -No es exactamente “nunca me lo han hecho bien”. Es “nunca me lo han hecho”, punto. – Jupi abrió del todo sus ojos azules y la cogió de las mejillas. 

    -¿Me estás diciendo que regentas un Hotel del amor que se llama “Leche y Miel”,… y nunca NUNCA, has hecho un leche y miel? – Tupami asintió. 

    -Todos decían que les daba asco. Mi sexo no es del todo humano…
          
Jupi negó con la cabeza, sonriendo. Cuánto imbécil suelto por el mundo… Se tumbó boca arriba y señaló su boca. 

    -Ponte aquí. – Júpiter no lo sabía, pero la mujer tenía un mariposeo agradabilísimo en el estómago, y la idea de que le besasen la vulva le resultaba muy morbosa. Gateó hacia él y le rodeó la cara con las piernas, para de inmediato tumbarse y empezar a hacerle cariñitos a la erección de Jupi. El forzudo sintió un calorcito delicioso y un cosquilleo muy picante apenas ella le acarició los muslos y el bajo vientre, para abrazarle enseguida la polla con las manos y darle besitos suaves y húmedos en el glande. Mientras, él devoraba la visión del sexo de su compañera. Estaba cerrado sobre sí mismo, sólo la puntita del clítoris sobresalía ligeramente de entre los labios cerrados, y el forzudo empezó a acariciar la cara interior de los muslos, las nalgas, hasta llegar al sexo. Tupami respiraba lentamente y dejaba escapar algún “mmmmmh…” suelto. Júpiter hizo cosquillas en su sexo, y la mujer emitió una risita; los gruesos dedos del forzudo cosquillearon su piel para pasar a acariciar, y enseguida alzó la cara para cubrir de besos su vulva.
 
    “Me gusta…” pensó Tupami, sintiendo que su deseo aumentaba, y por lo tanto, su sexo se iba a abrir. Le daba vergüenza y a la vez la excitaba. Empezó a dar suaves lamidas por todo el pene de Jupi, y sintió una agradable sensación de bienestar que la hizo gemir; Júpiter le estaba lamiendo directamente la vulva… aah… se abría, no podía evitarlo, se abría…

     “Hubiera debido grabarlo” pensó confusamente Júpiter. El sexo de su compañera se abría en pétalos, exactamente igual que una flor. Jamás lo había visto, era preciso estar ahí debajo para poderlo apreciar. El interior estaba húmedo y el tierno agujero interior se abría en círculos, despidiendo un olor suave y delicado, dulce y como a flores. “Podría volverme adicto a esto” pensó, y pegó su cara a él. Tupami emitió un grito de placer al sentir la lengua de Jupi entrar en su cuerpo y acariciar su interior, y el forzudo notó, como otras veces lo había sentido en su sexo, los pequeños tentáculos que ella tenía en la vagina, acariciando su lengua. Era como un extraño beso múltiple, donde varias lenguas frotaban la tuya, con toda suavidad, tan dulcemente… La lengua de Jupi devolvía las caricias, se entrelazaba con ellas, salía y entraba y tocaba puntos que hacían que Pami gimiera y se le escaparan las sonrisas. Ella quería chuparle y devolverle el placer, lo quería de veras, pero no era capaz, se sentía casi en trance, ¡nunca le habían lamido los tentáculos, era delicioso! Muy despacio, Jupi retiró su lengua y tomó aire, apenas había podido respirar. Su miembro estaba pegado a su vientre de excitación, y Tupami aprovechó el descanso momentáneo y se lo metió de golpe en la boca. 

   Júpiter se dejó llevar al Cielo. La boca de Pami era cálida, muy cálida, era un paraíso de suavidad y calor, de humedad dulce y acariciadora. Los labios de la mujer le abrazaban el miembro y aspiraban mientras su lengua le acariciaba y le movía dentro de la boca, llevándole a los mofletes. Sintió una caricia más… la mano de la mujer. A través del carrillo, la sentía, acariciando allí… haaaaaah… y le lamía tan despacito, con tanta calma… ¡Mmmmmmmmh, sí, las pelotas…! Empezó a acariciarle también los testículos, muy suavecito, haciendo cosquillas con las puntas de los dedos, y segundos después a acariciarlos. Sintió su polla apresada en la boca de Tupami, entrando más y más hondo… oooooooooh… Las manos de Jupi acariciaban las nalgas redondas y cálidas de la mujer, sus dedos se acercaban más y más a su coño abierto y deseoso, y mientras veía el interior húmedo llamarle tiernamente, sentía su miembro aspirado por completo por la boca de la mujer. Qué ganas tenía de embestir y saciarse, pero sabía que ella lo estaba haciendo con mucho cuidado; si lo hacía, lo estropearíaaah… Sintió la punta de la nariz de Tupami en sus pelotas. Estaba toda dentroooo… La mujer subió con rapidez y tomó aire trabajosamente, pero enseguida empezó a subir y bajar a buen ritmo. Júpiter gimió y supo que tenía que contraatacar si no quería perder el control por completo. 

     Con dificultad, llevó los dedos al agujero de su compañera, y metió el índice de la derecha. Tupami gimió, pero tuvo por fuerza que soltarle el miembro cuando notó una lengua ardiente frotando su clítoris. 

     -¡Haaaaaaaaaaaah… Jupi… tu… tu lengua es muy suaaaave….! – gimió, y el forzudo la acarició más intensamente. El clítoris de la mujer era algo mayor que lo normal, era gordito casi como la punta de un dedo, y muy sensible. La lengua de Jupi lo acariciaba y cosquilleaba, y Pami empezó a dar respingos de gustito mientras él sentía su dedo acariciado por los tentáculos del interior de la vagina de la mujer. El forzudo sabía que eran sensibles como el clítoris, que la penetración los excitaba, así que ¿por qué no darle más penetración? Metió el dedo índice de la otra mano, y empezó a meterlos y sacarlos alternativamente. - ¡Aaaaaaaaaaaaah, no… sí! Mmmmmmh… ¡SÍ! – Tupami sintió un placer picante que la arrollaba, ¡era un gusto tan inmenso que le cortaba la respiración, todos sus puntos sensibles acariciados a la vez y sin descanso! 

    Jupi pegó la boca al clítoris y lo besó. Lo lamió y succionó, mientras sus dedos entraban y salían del cuerpo de su compañera, y podía notar los tentáculos moverse a espasmos, y eso significaba una cosa: que le estaba encantando, le gustaba tanto que no era capaz de moverlos a su antojo, sino sólo a golpes, igual que sus piernas daban calambres. “Córrete en mi boca” pensó Júpiter, y aceleró. La piel de su compañera empezó a cambiar de color rápidamente, volviéndose de un intenso color verde esmeralda, con brillos azulados.

     Tupami tenía los ojos en blanco, ¡qué placer! Un picor intensísimo se cebaba en todo su bajo vientre; su vagina y su clítoris le enviaban descargas eléctricas que bordoneaban en los tentáculos y los ponían tensos, la lengua de Jupi no cesaba de acariciar su clítoris, y sus dedos entraban y salían más deprisa… el placer se acumulaba, crecía… 

    -No… No aguanto más… - musitó la mujer, en voz aguda, y gritó el nombre de Jupi. Una feroz ola de placer la hizo tiritar entre los labios de su compañero, dulces olas la hicieron temblar de gusto, de alegría… Júpiter sintió cómo el sexo de Pami le apretaba los dedos en espasmos rítmicos, y cómo el clítoris se contraía, intentando escaparse de su boca, pero él no se lo permitió; bajó el ritmo de las caricias y gozó de cómo ella meneaba las caderas contra sus labios, gimiendo... El sexo de Tupami se aflojó y le permitió sacar los dedos, y Jupi notó que estaba a oscuras. Sonrió; no, no estaba a oscuras, era el cabello de Tupami. Cuando la mujer alcanzaba el orgasmo, su cabello crecía muchísimo de golpe, y las flores que crecían en él se multiplicaban y expulsaban una nube de polen. Con esfuerzo, empezó a retirar el cabello… caray, si había relación entre la longitud del cabello y la intensidad del orgasmo, no le cabía duda: Tupami se lo había pasado en grande: cubría todo el suelo del cuarto, nunca le había crecido tanto. 

    -Hah… haah… hah… - La mujer aún jadeaba y se dejó caer de lado, exhausta. Su larguísimo cabello la cubrió como una manta, y Júpiter se fijó que tardaba más en perder el color esmeralda. De vez en cuando, un brillito azul aparecía en su piel, una nueva flor brotaba en su cabello y con un pequeño “puf”, soltaba un poco más de polen. “¿Será eso multiorgasmia herbos…?” Se preguntó Jupi, acariciando las piernas de Pami. Ella le miró y le dedicó una sonrisa embelesada; Júpiter estuvo a punto de ir a abrazarla, pero la mujer le colocó un pie en el pecho y negó con el dedo índice. Se retiró el cabello como pudo, se colocó de nuevo encima de él, y se metió su polla en la boca. 

      Júpiter gimió. Tenía frente a él el sexo entreabierto de su compañera, lo veía replegarse y cerrarse muy despacio mientras la boca de Tupami le recorría de arriba abajo, sin descanso, y sus manos se paseaban a su capricho por sus muslos y sus testículos… qué bueno. Qué calentito era, qué dulce… y cuando menos lo esperaba, notó el frescor. Crecía. Frío, picaba… se le escapó la risa, ¡era muy bueno, pero ¿qué era?! ¿Qué le estaba haciendo que… que le volvía loco? Tupami notó cómo se estremecía y se rio.

     -¿Te gusta lo que puedo hacer con mi cabello…? – preguntó, volviendo la cara para mirarle. La sonrisa de placer de Júpiter y sus manos crispadas en la colcha, eran respuesta suficiente. El cabello de Pami era fresco y húmedo como la menta, hacía cosquillas húmedas y frías. Tupami le envolvió el miembro con un mechón y se lo metió en la boca, ¡quemaba! Jupi llamó a gritos a los dioses; le parecía sentir cada cabello cosquilleando su glande, era como un caramelo de menta muy fuerte, pero ¡ahí! Y a la vez, la lengua de Pami tan caliente, tan suave… ¡más! La sensación de frío y calor era enloquecedora, no podía parar quieto, sus caderas se movían a espasmos y no dejaba de gemir y reír. Sentía el placer ir cambiando lentamente a picor, ese picor dulce, tan rico, que anunciaba que pronto llegaría el momento cumbre, y en ese momento, sintió que ella le acariciaba con el cabello también más abajo. Entre las piernas, pasados los huevos… fue fulminante. Un placer increíble le sorprendió, le zumbó justo detrás de los testículos y subió hacia su glande como un rayo, y el picor se expandió… se expandió en una saciedad deliciosa que salió a presión por su miembro y que Tupami bebió. Una dulzura que le inundó el cuerpo hasta hacerle encoger los dedos de los pies y le zumbó durante segundos y segundos, privándole de la respiración y el habla, pero llenándole de un placer como no podía sentir hombre alguno. Y era cierto, porque sólo las herbos o las mestizas como Tupami, podían alargar el orgasmo de un hombre para que durase tanto como el de una mujer. 

    Entre pequeños escalofríos de gozo que le dejaban cada vez más relajado y a gusto, Jupi miraba la nueva nube de polen que las flores de Tupami habían soltado en su placer. Dorado, fino, diminuto, caía por el piso y sobre él. El cabello de la mujer ya volvía a su longitud original y ella se tumbó junto a él y le abrazó. Jupi devolvió el abrazo y en medio de una sonrisa, se dirigió a besarla.

    -¡Mamá! – pero se quedó con las ganas - ¡Abre, mamáááá! – Pie estaba fuera del cuarto, sollozando y golpeando la puerta. Tupami le lanzó los pantalones y se puso la bata al vuelo mientras se dirigió a abrir; el cabello le llegaba casi a los pies. Cuando abrió la puerta, una PumpkinPie toda congestionada y con la cara llena de lágrimas, se le abrazó a las rodillas - ¡Hubo un incendio y estabais los dos muertos…! – lloró - ¡Y luego, me queríais llevar a míííííí…! 

    -Anda, cielo…. Sólo ha sido una pesadilla, cariño, ya está. - Tupami tomó en brazos a la niña y la abrazó contra ella, poniéndola de espaldas a Jupi para que pudiera ponerse los pantalones, mientras le miraba con cara de circunstancias. Éste sonrió y señaló la cama. – Bueno. Mira, sólo por ésta noche, pero te puedes quedar con Jupi y mamá, ¿quieres?

    Pie asintió, haciendo pucheros, pero además exigió ponerse en medio de ambos y cogió la mano de cada uno. Jupi y Tupami la miraron cómo se quedaba lentamente dormida, agarrada a sus manos… “Qué dulzura”, pensó antes de dormirse él también.

     Aún no había amanecido cuando le pareció que alguien le aplastaba la cara y sentía como una opresión en la tripa… ¿qué…? Perezosamente abrió los ojos. Tenía un pie pequeñito pegado a su cara, y el otro en el cuello; Pie estaba dormida panza arriba, toda estirada, apañándose para ocupar casi toda la colcha, mientras que a él le había empujado prácticamente hasta el borde; de no ser porque la cama estaba rota, lo más fácil es que hubiera acabado la noche en el suelo. Tupami, también relegada a un lado de la cama, tenía la cabeza apoyada sobre su vientre, y un brazo por encima de él, con el que le agarraba la mano. Muy despacio, Júpiter intentó quitar el pie de la niña que le chafaba la cara, pero la niña protestó en sueños y le plantó el pie en la boca. Tupami también gimió y le agarró más fuerte. “Sencillamente genial” pensó el forzudo. “Y ahora, ¡¿cómo me levanto yo a hacer pis?!”




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