-Maise for yuti, tĂº eres anclas, por eso yuti maise for yu au-aĂº-la sinagoga, domĂ©stica la chacha, por eso yuti maise for yu a...

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     -Maise for yuti, tĂº eres anclas, por eso yuti maise for yu au-aĂº-la sinagoga, domĂ©stica la chacha, por eso yuti maise for yu au-aĂº… - las niñas repetĂ­an la canciĂ³n mientras saltaban a la goma dando vueltas, enredĂ¡ndosela en un pie, pisĂ¡ndola y saltando. Tony, de nueve años de edad, las miraba mientras fingĂ­a jugar a las tabas sentado cerca de ellas. En realidad, sĂ³lo querĂ­a estar sentado ahĂ­ porque cuando las niñas saltaban, con frecuencia les veĂ­a un poco las bragas, pero tenĂ­a que andarse listo: si las niñas se daban cuenta de que las miraba, o se largarĂ­an, o le largarĂ­an a Ă©l, pero lo que le largarĂ­an serĂ­a una buena guantada. El niño lanzaba distraĂ­damente la pelota para barrer las tabas y luego lanzaba los huesos al aire, uno a uno, dando una palmada en el suelo antes de recogerlos al vuelo; tenĂ­a tanta prĂ¡ctica que podĂ­a hacerlo sin mirar, pero en una de las veces, la pelota de goma rebotĂ³ contra una de las tabas y saliĂ³ disparada hacia donde las niñas jugaban a la goma. InĂ©s, la niña que saltaba en aquĂ©l momento, no reconociĂ³ que se trataba de una pelota, vaya uno a saber quĂ© se pensĂ³ que era, y pegĂ³ un brinco de cine para intentar esquivarla; el vuelo de su falda de tablas se levantĂ³ por completo y a Tony se le escapĂ³ una sonrisa excesivamente evidente para ser provocada sĂ³lo por su habilidad en las tabas. Inesita se puso a llorar, pero Eva directamente agarrĂ³ la goma y corriĂ³ hacia Tony mientras la tensaba, Ă©ste intentĂ³ pegar un salto y escapar, pero ella logrĂ³ alcanzarle y le sacudiĂ³ un zurriagazo con la banda elĂ¡stica en plena nuca.

    -¡AY! – se quejĂ³ el niño - ¡Que ha sido sin querer!

    -¡Todos los chicos sois unos guarros y vas a ir al VinagrĂ³n! – amenazĂ³ la niña. 

    -¡Ă‘aña, y todas las niñas sois tontas, y el VinagrĂ³n no me da ningĂºn miedo! – Tony le sacĂ³ la lengua a Eva, pero estuvo a punto de mordĂ©rsela cuando notĂ³ a quiĂ©n tenĂ­a tras Ă©l. SĂ³lo le veĂ­a la sombra, pero era mĂ¡s que suficiente: era una sombra de un hombre grande, con los brazos en jarras, y que golpeaba lentamente el suelo con el pie. La sombra del brazo derecho se moviĂ³ hacia Ă©l, y sintiĂ³ su mano, ancha y pesada, en su hombro de niño. Tony se volviĂ³. 

    -MĂ­reme a los ojos – exigiĂ³ el vigilante. Se llamaba Valmayor, pero todos los niños le llamaban el VinagrĂ³n, por su carĂ¡cter siempre avinagrado. - ¿le parece bonita su estĂºpida treta para poner en ridĂ­culo a una compañera, sĂ³lo porque es una niña?

    -Pero si yo no… - intentĂ³ excusarse Tony – No ha sido aposta…

    -¡Mentira, sĂ­ lo ha hecho aposta! – terciĂ³ Inesita, toda roja y llena de lĂ¡grimas. 

    -¡Chivata de mierda! – gritĂ³ el niño. 

    -¡A callar! ¡Usted venga conmigo, señorito; para usted se ha terminado el recreo para todo el dĂ­a! ¡El recreo de la tarde, tambiĂ©n lo pasarĂ¡ castigado, y conjugando el verbo: “Yo no debo hacer cochinadas en el recreo, ni humillar a mis compañeras como un maleducado”, en todos los tiempos del indicativo! – El VinagrĂ³n agarrĂ³ a Tony por una oreja y le llevĂ³ hasta la pared para dejarle allĂ­ castigado de pie. El niño casi se alegrĂ³ de estar cara a la pared; era preferible mirar el estucado lleno de bultitos antes que ver a todos sus compañeros jugando mientras Ă©l estaba castigado, y sobre todo que se burlaran de Ă©l las niñas idiotas. Siempre tenĂ­an que favorecerlas a ellas… A pesar de lo que le escocĂ­an la nuca, la oreja y los ojos, se esforzĂ³ por mirar a su alrededor. HabĂ­a dientes de leĂ³n a su alcance, y cogiĂ³ unos cuantos. Apenas vio aparecer a la maestra, dña. Lourdes, se los ofreciĂ³. 

     -¡Tony! Pero… ¿cĂ³mo estĂ¡s castigado otra vez? – Doña Lourdes era su maestra de canto y expresiĂ³n oral, y el niño sabĂ­a que era, con diferencia, su favorito. La mujer no entendĂ­a que un chiquillo que en su clase era tan obediente y dĂ³cil, tan aplicado… pudiera ser tan travieso en el recreo, que estaba castigado cada dos dĂ­as y el de en medio. 

    -El vigilante, que me tiene manĂ­a. – dijo el niño con carita de pena. – Dice que tampoco podrĂ© salir al otro recreo. 

    Doña Lourdes cogiĂ³ las pequeñas florecitas amarillas y mirĂ³ al niño, guapo, moreno, con esa cara de pillo simpĂ¡tico que tenĂ­a y esos ojos oscuros tan grandes y avispados, y sonriĂ³. 

    -MĂ©tete para clase y escribe la plana que te haya puesto, y al otro recreo, sales. Si te dice algo Valmayor, dile que me has ayudado a cargar libros y que por eso te he levantado el castigo. 

    -¡Gracias, doña Lourdes, usted sĂ­ que es buena! – Tony se metiĂ³ disparado para el aula. Es cierto que tendrĂ­a que conjugar la dichosa frase, pero el segundo recreo ya no se lo quitaba nadie. “AlgĂºn dĂ­a me las pagarĂ¡s todas, VinagrĂ³n”, pensaba el niño, sentado ya en su pupitre, escribiendo a toda velocidad, “Cuando sea mayor, me comprarĂ© todo el colegio y harĂ© que los niños te castiguen a ti. Te harĂ© copiar frases y conjugar verbos, y entonces dirĂ¡s “¡ay, si hubiera sido un poco mĂ¡s amable con Tony, que sĂ³lo jugaba tranquilo…!”, ¡pero ya serĂ¡ tarde para los arrepentimientos! Ya verĂ¡s, me las pagarĂ¡s todas, ya verĂ¡s como sĂ­…”



Siete años después.

     -Sigue, mĂ¡s…. Mmmh…. MĂ¡s cosquillas, aaah… hazme mĂ¡s cosquillaaaas… - Dolita gemĂ­a y se retorcĂ­a de placer mientras Valmayor, a quien los niños llamaban VinagrĂ³n y ella podĂ­a llamarle Boni (se llamaba Bonifacio. SĂ­) le acariciaba el clĂ­toris con cierta velocidad, mojĂ¡ndose de vez en cuando los dedos en la humedad que desprendĂ­a el cuerpo de la mujer. El vigilante le besaba la cara sudorosa mientras tambiĂ©n el gemĂ­a, excitado al ver el placer que le daba. 

     -¿AsĂ­ lo hago bien, cariño? ¿Te da gusto, eh? ¿Te doy gustito…?

     -SĂ­, ¡SĂ­iiiiiiiiii….! – Dolita gemĂ­a, agarrada a las mantas. Su Boni se metiĂ³ bajo ellas y en la completa oscuridad del interior de la cama, acariciĂ³ con las dos manos, una en la resbaladiza perla, y otra coqueteando en la entrada, mientras lamĂ­a el pubis, la zona donde el muslo y el vientre se encontraban y donde ella tenĂ­a tantas cosquillas, que se comunicaban a las zonas aĂºn mĂ¡s sensibles. -¡MĂ¡s… mĂ¡s! – pidiĂ³ ella, mientras empezaba a temblar. Valmayor podĂ­a notar cĂ³mo el cuerpo de su compañera se estremecĂ­a y tiritaba y al fin sus caderas dieron un golpe. En ese preciso momento, Boni le metiĂ³ el dedo corazĂ³n hasta el fondo. -¡Aaaaaaaaaaah….! – Dolita meneĂ³ las caderas en cĂ­rculos, notando el placer colmarla y desbordarse, dejarla satisfecha y acariciarla en olas cĂ¡lidas de una gratitud indescriptible. CogiĂ³ aire en jadeos y notĂ³ sobre ella a su compañero, ansioso una vez mĂ¡s. Ni se le ocurriĂ³ frenarle, antes bien se abriĂ³ para Ă©l dedicĂ¡ndole una gran sonrisa y acariciĂ¡ndole la nuca y el cabello hasta la mitad de la cabeza, dado que no tenĂ­a mĂ¡s cabellera que acariciar. – Mi Boni, quĂ©… ¡quĂ© bueno estĂ¡s, fĂ³llame!

    El vigilante suspirĂ³, rendido, y obedeciĂ³, empujĂ³ con prisa, sin prestar atenciĂ³n a la mentirijilla cariñosa. Él sabĂ­a que distaba mucho de “estar bueno”; era llenito, pasaba de los cuarenta, medio calvo y con bigotĂ³n, ojos oscuros y con mĂ¡s pelo en pecho, brazos y piernas que en la cabeza… pero para Dolita, no habĂ­a hombre mĂ¡s guapo que Ă©l, y eso bastaba. Si para ella era verdad, Ă©l podĂ­a creerse que era verdad, y esa creencia le ponĂ­a aĂºn mĂ¡s sensible. Entre eso y lo mucho que le excitaba el ver cĂ³mo ella gozaba con sus caricias, apenas un par de minutos de bombeo le pusieron como un flan y se encontrĂ³ casi gritando de placer. No importaba, ya no quedaba nadie en el Colegio que pudiera oĂ­rles, y se soltĂ³. 

     -¡Me encanta… me fundooo… me ENCANTAAAAAaaaahh….! – Boni soltĂ³ aire en resoplidos, los ojos en blanco y los mechones que usaba para camuflarse la calva, sueltos y sudorosos. Dolita riĂ³, todo cariño, mientras le abrazaba con las piernas. Su risa hacĂ­a que su vagina se contrajera y le daba un delicioso masaje en el miembro que se vaciaba dentro de ella, por segunda vez aquĂ©lla tarde. Valmayor, apoyado en las palmas de las manos con los brazos estirados, se movĂ­a dentro de ella, ahora mucho mĂ¡s lentamente, disfrutando de la sensaciĂ³n de estar saciado y unido a su querida. SonriĂ³, y cuando Dolita le acariciĂ³ la cara, Ă¡spera por la barba de todo el dĂ­a, le besĂ³ los dedos. Eso de pensar en ella como “su amante, su querida”, le hacĂ­a sentir tan joven como hacĂ­a mucho que no era y tan rebelde como ciertamente nunca fue. Se dejĂ³ caer lentamente sobre el pecho de Dolita y ella le abrazĂ³. Lentamente, se deslizĂ³ hasta apoyar su cabeza entre las tetas de su compañera, y la mujer casi le acunĂ³ entre ellas. TenĂ­a los pechos grandecitos, con pezones rosados, que ahora estaban casi rojizos debido a los apretones que les habĂ­a dado toda la tarde. Casi sin querer, abrazĂ³ uno de los pechos con su mano y se metiĂ³ en la boca el pezĂ³n, suavemente.

     “Huy, huy, me estoy volviendo a poner muy tontito…” pensĂ³ Valmayor, mientras oĂ­a que DolĂ­a reĂ­a, ¿le sucedĂ­a lo mismo? La joven le hacĂ­a mimos en las orejas y el cuello, y no le pedĂ­a que parase. Si por Ă©l fuese, no querrĂ­a que le hiciese parar nunca, pero entonces el reloj del salĂ³n empezĂ³ a dar suaves campanadas y ella ahogĂ³ un grito.

    -¡Las siete! – dijo. - ¡Me tengo que ir, me tengo que ir pero ya! – El vigilante emitiĂ³ un gruñido enfurruñado y se levantĂ³ para que ella pudiese salir de la cama. Dolita saltĂ³ de ella y empezĂ³ a vestirse. 

   -Dolita… ¿por quĂ© no llamas a tu hijo y le dices, no sĂ©, que estĂ¡s en el cine, o con las compañeras y que cenas con ellas? AsĂ­ puedes quedarte un rato mĂ¡s, cenas conmigo, y luego te acerco a casa, ¿no quieres? 

    -No puedo, Boni. En primera, Tony sabe que no salgo nunca, y si lo hago, es algo que planeo y de lo que le prevengo mil veces. Y en segunda, tengo que estar en casa con Ă©l, tengo que vigilar que estudie y cene. Si llega y no me encuentra en casa, con las mismas, se las pira y no vuelve hasta medianoche. 

    -Joder. – Valmayor saliĂ³ de la cama y tambiĂ©n Ă©l se puso los calzoncillos.

   -Boni… Cariño, no te me enfades. – musitĂ³ ella, pero no fue a abrazarle, tenĂ­a que terminar de vestirse y peinarse un poco, que vaya pelos de loca llevaba. 

    -No es que me enfade. – asegurĂ³ el bedel – Es sĂ³lo que me fastidia que siempre que estamos justo en lo mejor, siempre que nos estamos dando un poquito de cariño, zas, la hora y para casa. 

    -Se llama “ser amantes”, corazĂ³n – ironizĂ³ ella, ya atusĂ¡ndose el cabello. Dolita se habĂ­a quedado embarazada con sĂ³lo catorce años, y ella sola habĂ­a sacado a Tony adelante. HabĂ­a tenido que dejar los estudios y ponerse a trabajar siendo apenas una niña, porque el “padre” (llamarle asĂ­ era, a juicio de ella, hacerle demasiado honor) se habĂ­a desentendido de ambos. Buscando trabajo como limpiadora, habĂ­a acabado en el colegio elemental en el que, años atrĂ¡s, habĂ­a estudiado su propio hijo, y habĂ­a conocido a Valmayor. Éste no sĂ³lo no la habĂ­a prejuzgado por haber tenido un hijo tan joven, sino que le habĂ­a confesado la admiraciĂ³n que sentĂ­a por la valentĂ­a que habĂ­a demostrado siguiendo adelante con su embarazo siendo tan joven, pese a saber que se estaba partiendo la vida. Dolita, sedienta de afecto despuĂ©s de quince años sola, ansiosa de hablar con alguien que no la tratase con superioridad o conmiseraciĂ³n, y seducida por la amabilidad que por primera vez demostrĂ³ con ella (o con nadie) el habitualmente malcarado bedel, se lanzĂ³ a sus brazos. Valmayor por su parte, habĂ­a recibido tantas patadas en el corazĂ³n que no le merecĂ­a la pena ni contarlas. En principio, Ă©l no habĂ­a tenido intenciĂ³n de acercarse amorosamente a Dolita, pero apenas ella se le arrimĂ³, se encontrĂ³ comiendo de su mano y lo que habĂ­a empezado como dos seres solitarios dĂ¡ndose consuelo mutuamente, habĂ­a pasado a aventura divertida muy poco despuĂ©s, y estaba alcanzando sentimientos mĂ¡s hondos a pasos agigantados. Vistas asĂ­ las cosas, Dolita querĂ­a pasar a una relaciĂ³n normal, pero Valmayor aĂºn tenĂ­a algunas dudas. 

     -Lo sĂ©, sĂ© que la culpa es mĂ­a, como siempre.

    -No te hagas la victimita, Valmayor, que no te va. No es culpa tuya ni de nadie, es sĂ³lo la relaciĂ³n que llevamos. – Dolita tomĂ³ su sencillo abrigo marrĂ³n – Sabes que tengo un hijo, sabes que es adolescente, una edad difĂ­cil… y sabes que estudiĂ³ aquĂ­ mismo, le conoces. Y yo conocĂ­ a su padre. Lo Ăºltimo que quiero, es que acabe como Ă©l, y si no me tiene en casa para ocuparme de que estudie, lo acabarĂ¡ siendo. Y mientras yo lo pueda evitar, no serĂ¡ un pinta ni un vago. Y yo sĂ© que a ti no te gusta la idea de comprometerte, de conocerle, de que todo el mundo se entere que nos entendemos… lo sĂ© y lo sabĂ­a en el momento en que nos acostamos por primera vez. Todo tiene sus ventajas y sus inconvenientes, eso es todo. 

    Fuera de la cama y en calzoncillos, Valmayor tenĂ­a frĂ­o. Ahora mismo darĂ­a algo porque ella le diese un buen abrazo y le apretase contra su pecho, seguro que entonces, pese a ser Diciembre, se le irĂ­a todo el frĂ­o. En lugar de eso, ella suspirĂ³ y sonriĂ³. Si habĂ­a esperado una respuesta del bedel, Ă©sta no se produjo, pero ella no pareciĂ³ enfadarse ni molestarse por ello. 

    -Mañana es viernes y Tony tiene que ir a ConfirmaciĂ³n; hasta las nueve no estarĂ¡ en casa y podrĂ© quedarme un poco mĂ¡s, ¿tendrĂ¡s ganas?

    -Sabes que sĂ­. – sonriĂ³ Ă©l, una pequeña sonrisa triste y se arrimĂ³ a ella para besarla una vez mĂ¡s. Un besito suave, de ojos entornados, pero apenas ella iba a retirarse, Valmayor la tomĂ³ suavemente de las mejillas y la besĂ³ larga, profundamente. Apenas la soltĂ³, la pregunta le saliĂ³ sola - ¿quĂ© vas a hacer en NocheBuena?

     -Cenar en casa, harĂ©… - pero entonces ella se dio cuenta de cĂ³mo Ă©l la miraba, de cĂ³mo se le abrĂ­a una sonrisa de circunstancias en la cara, y comprendiĂ³. - ¿Me estĂ¡s diciendo que…?

     -PodrĂ­a cenar aquĂ­, muy solito, pero una noche como esa, preferirĂ­a pasarla contigo. No te digo que le digamos ese mismo dĂ­a a tu hijo que… pero podrĂ­amos irle preparando, si quieres…

    Dolita le abrazĂ³, fuerte, muy fuerte. Boni devolviĂ³ el abrazo, y tenĂ­a razĂ³n: ya no tenĂ­a frĂ­o. 


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        “Señores clientes, les recordamos que en AlimentaciĂ³n-planta baja tienen todo un delicioso surtido de dulces navideños; turrones, polvorones, guirlache, fruta escarchada y mucho mĂ¡s, ¡saborea la Navidad con nosotros! Din-don-dĂ¡n…. “Porque yo quiero que se rompa el tiempo, se partan las agujas del maldito reloooj…”” La megafonĂ­a del centro comercial se mezclaba con canciones del Fary o villancicos, y Tony no sabĂ­a quĂ© le resultaba peor. Su madre le habĂ­a cogido por banda para hacer las compras navideñas, y eso ya le ponĂ­a de mal humor; para empezar, no acababa de entender quĂ© cuernos celebraban. Se suponĂ­a que las navidades eran para festejar el afecto familiar, y ellos no tenĂ­an mĂ¡s familia que ellos mismos. Los abuelos jamĂ¡s le quisieron ni quisieron a su madre (bueno, a lo mejor sĂ­ la habĂ­an querido antes de nacer Ă©l… despuĂ©s de que Ă©l llegase a Ă©ste perro mundo, el cariño desapareciĂ³), nunca les habĂ­an ido a visitar, y cuando ellos dos iban a casa de los abuelos, Ă©stos se encargaban de hacerles saber que estaban de prestado y no eran bien recibidos, de modo que no permanecĂ­an en la casa mĂ¡s de un cuarto de hora, tiempo que a Tony siempre se le hacĂ­a horriblemente largo… El chiquillo lo habĂ­a sentido por la tristeza de su madre, pero la muerte de los abuelos hacĂ­a un par de años o tres, para Ă©l habĂ­a sido tan indiferente como la muerte de un desconocido a mil kilĂ³metros de Ă©l. No lo habĂ­a sido tanto el que una de las vecinas se encarase con su madre y le dijese que el disgusto que ella les dio les habĂ­a matado a los dos, y su madre tuvo que sacarlo a tirones del piso, porque estaba dispuesto a sacudir a la grulla esa. 

     Tony no tenĂ­a un gran afecto a las navidades. Para Ă©l, eran la constataciĂ³n de que ellos parecĂ­an los Ăºnicos sinfamilia, sinfuturo y sinunduro de cuantos conocĂ­a. La gente le seguĂ­a mirando mal cuando se enteraban de que no tenĂ­a padre y que teniendo quince años, su madre apenas tenĂ­a treinta; su madre seguĂ­a sola como el uno y deslomĂ¡ndose como limpiadora por un sueldo de miseria, y ellos seguĂ­an viviendo en un piso interior de una sola habitaciĂ³n que su madre insistĂ­a en que ocupase Ă©l, porque necesitaba un sitio para estudiar, mientras ella dormĂ­a en el sofĂ¡-cama del salĂ³n. Y los Ăºnicos regalos que podĂ­a esperar, eran ropa o material escolar. No, realmente no veĂ­a motivos para celebrarla, y le parecĂ­a que la Navidad era una fiesta un tanto hipĂ³crita, pero su madre adoraba las navidades y las preparaba con tanta ilusiĂ³n que le parecĂ­a feo decepcionarla, de modo que intentaba no poner excesiva mala cara, pero cuando la vio agarrar la tercera pastilla de turrĂ³n, le frenĂ³ la mano.
    -MamĂ¡, los fabricantes de dulces ya son bastante ricos, no hace falta que les des limosna.

    -Ya, claro, y luego se nos termina el turrĂ³n y quĂ©, ¡suelta la mano!

    -¡Pero mamĂ¡, si luego estamos comiendo turrĂ³n y roscĂ³n de Reyes hasta Mayo…!

    -No es exagerado mi niño, es que no lo es para nada, vamos. Coge una de surtido de polvorones. – AhĂ­ Tony ya sospechĂ³. Es cierto que su madre era golosa, que con frecuencia guisaba para varios dĂ­as… pero tres pastillas de turrĂ³n y un señor surtido de polvorones, cuando normalmente cogĂ­a los de a granel y sĂ³lo unos cuantos, no era corriente. 

    -MamĂ¡, o te han dado una paga extra, o aquĂ­ sucede algo raro. – Dolita sonriĂ³. Bueno, no tenĂ­a sentido ocultĂ¡rselo al chico, NocheBuena era pasado mañana, no se lo iba a decir cuando Valmayor llamase al timbre.

    -Vamos a tener un invitado a cenar Ă©sta navidad. 

    -No jorobes. – la cara del chico, no era precisamente de felicidad. “Esto no empieza bien” se dijo ella.
    -SĂ­. Y te tengo que pedir que por favor, seas amable. No te voy a pedir que te vistas bien, ni que te caiga simpĂ¡tico, pero sĂ­ que seas cordial con Ă©l y que te guardes las ironĂ­as. Se trata de Valmayor.

    -¿¡QuĂ©?!

    -¡Ya lo has oĂ­do!

   -¡¿Has invitado a cenar al puto VinagrĂ³n!? – Dolita le soltĂ³ una buena colleja.

   -¡Que no digas tacos, coño! Y sĂ­, le he invitado a cenar. – La mujer mintiĂ³ deprisa – EstĂ¡bamos hablando de quĂ© harĂ­amos en las fiestas, y Ă©l estĂ¡ solo, no tiene familia cerca ni muchos amigos tampoco – “No me extraña” pensĂ³ Tony, pero se lo guardĂ³ – Nosotros tambiĂ©n estamos solos, pensĂ© que serĂ­a algo bonito en estas fechas. Hijo, sĂ© que no te merece buena opiniĂ³n…

    -No es que “no me merezca buena opiniĂ³n”, mamĂ¡, es que es un p… es un maldito salvaje que sĂ³lo sabe pegar a los niños, un amargado de la vida, y encima va a venir de gorrĂ³n a nuestra casa. No me hace ninguna gracia que te pongas a cocinar para Ă©l. 

    -No va a venir de gorrĂ³n, ¡he tenido que insistirle para que no pagase Ă©l toda la cena! Y sĂ© que fue severo contigo y con todos, pero es porque quiere lo mejor para los chicos. Y acuĂ©rdate el dĂ­a que un imbĂ©cil tres años mayor que tĂº te quitĂ³ el bocadillo… ese dĂ­a te protegiĂ³ y al abusĂ³n no le quedaron ganas de quitarte el bocadillo a ti, ni a nadie, ¡bien que ese dĂ­a Valmayor era el mĂ¡s justo, el mĂ¡s listo y el mĂ¡s bueno! ¿O no?

     Tony refunfuĂ±Ă³. Aquello era cierto, “al CĂ©sar lo que es del CĂ©sar”, que decĂ­an. Pero una Ăºnica vez que le habĂ­a ido bien con Ă©l, no era suficiente para que le cayese bien, ni para que tuviese ganas de ver su fea cara en su casa y en su mesa. Terminaron la compra, y Tony notĂ³ que su madre no dejaba de hacer bromas e intentar sacar conversaciĂ³n de cualquier cosa. “Generalmente eso lo hago yo” se dijo el chico “EstĂ¡ siempre cansada y no le apetece hablar, y yo intento que se rĂ­a y hable conmigo para que no piense… bueno, y tambiĂ©n para que no me haga preguntas acerca de cĂ³mo me va el instituto y si me han dado ya la nota de tal o cual”. Tony se quedĂ³ pensativo. 

     “Ay, Dios mĂ­o, no le gusta la idea, no le gusta nada… Nunca estĂ¡ tan callado, algo estĂ¡ rumiando Ă©ste” se decĂ­a Dolita sin dejar de parlotear. “SabĂ­a que no le iba a hacer gracia, pero no supuse que se iba a poner a pensar, supuse que se enfadarĂ­a sin mĂ¡s, pero que enseguida empezarĂ­a otra vez a hacer el tonto, como siempre… Por favor, que no se le ocurra la verdad, que no se le ocurra…”.



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     OscurecĂ­a muy temprano en invierno, demasiado temprano para su gusto, pensĂ³ Valmayor; no le gustaba nada salir de casa cuando estaba tan oscuro, pero no se podĂ­a hacer nada. Eran apenas las seis y ya parecĂ­a noche cerrada. TeĂ³ricamente, habĂ­an quedado para las siete, “pero no pasa nada si llegas antes”, le habĂ­a dicho Dolita, asĂ­ que acababan de dar las seis y Ă©l estaba ya frente al portal, pero aĂºn dentro del coche, y mirando la cabina que habĂ­a al fondo de la calle. “Si llamo y digo que me he puesto malo, que no puedo ir… podrĂ­a escabullirme. Malo serĂ­a que ella o su hijo fuesen a salir de casa justo ahora y me viesen aquĂ­. Dolita no se enfadarĂ­a; es mĂ¡s, seguro que mañana vendrĂ­a a verme para ver cĂ³mo me encuentro… La verdad es que bueno-bueno, tampoco estoy, asĂ­ que no serĂ­a mentira del todo”. Se decĂ­a, tamborileando con los dedos en el volante. Estaba tan nervioso que tenĂ­a las tripas a punto de soltĂ¡rsele, tenĂ­a verdadero miedo de soltar un pedo horrible en casa de Dolita, menudo papelĂ³n. Ay… mirĂ³ que no viniese nadie por la calle, se inclinĂ³ un poco hacia un lado y aliviĂ³ el gas. Luego se sintiĂ³ mejor, pero los nervios seguĂ­an allĂ­. “Ya que he llegado… ¡Esto, tiene que pasar tarde o temprano! Lo quiera o no, tendrĂ© que conocer alguna vez al chico, y caray, Ă©l tendrĂ¡ que irse haciendo a la idea que su madre es joven y… SĂ­, vale, le podrĂ­a haber tocado en suerte otro tĂ­o a lo mejor mĂ¡s guapo, o mĂ¡s divertido, o… ¡Ay, mi tripa!”



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     -¡Os-tris, mamĂ¡! – sonriĂ³ Tony, y no era para menos. Su madre habĂ­a sacado el vestido bueno, Ă©se que no se ponĂ­a desde el funeral de los abuelos, se habĂ­a maquillado y se habĂ­a hecho un peinado muy elaborado que olĂ­a a laca; se habĂ­a puesto los pendientes de la abuela, los zapatos de tacĂ³n y colonia de esa que tenĂ­a de los botecitos de muestra que a veces daban en las revistas o que le pasaba una de sus compañeras que era socia de Avon. HacĂ­a mucho tiempo que no la veĂ­a tan guapa. Bueno, tan arreglada, mejor dicho, porque su madre siempre estaba guapa. - ¿Y esto?

     -¿QuĂ© te parece? – sonriĂ³ su madre, y con los labios pintados, hacĂ­a muy bonito. 

    -Pareces la tĂ­a esa que anuncia los Ferrero-rochĂ©, pero en guapa. ¿QuĂ© le has hecho al vestido? 

   -¡Ah… bueno… es que, ya sabes, era el vestido del entierro, y me parecĂ­a que era muy fĂºnebre, asĂ­ que lo acortĂ© un poquito! 

    El “poquito” hacĂ­a que el vestido dejase al aire las rodillas y una pizca de muslo. No era nada realmente provocativo, sobre todo mientras ella estuviese de pie, y cuando se sentase, el mantel de la mesa la taparĂ­a. 

    -No estĂ¡ mal, pero… - Dolita casi palideciĂ³ - ¿No crees que hubieras debido vestirte asĂ­ cuando yo aĂºn estudiaba en el colegio? A lo mejor me hubieras amansado al VinagrĂ³n entonces.

    -¡Niño! – la joven levantĂ³ la mano - ¿¡Quieres que te dĂ© un cachete!?

   -¡Ah-ah, brutalidad policial no, pacifismo! – bromeĂ³ el chico, levantando dos dedos para hacer el sĂ­mbolo de paz, y entonces llamaron a la puerta. – Ya estĂ¡ aquĂ­iiiiii… - dijo Tony, imitando a la niña de Poltergueist. 

   -Abre tĂº mientras me termino, anda… Tony, te prevengo: sĂ© bien educado. No me va a dar vergĂ¼enza sacudirte una colleja delante de Ă©l.

  -JolĂ­n, mamĂ¡, que yo sĂ© estar en el mundo… - asegurĂ³ el chico y corriĂ³ a abrir la puerta. El VinagrĂ³n estaba en el descansillo, con un paquete entre sus anchas manos y una expresiĂ³n de apuro como si en lugar de para una cena, viniese preparado para unas oposiciones. – Buenas noches, sr. Valmayor, ¿cĂ³mo estĂ¡? 

   -¡Muy bien, gracias, Tony! – El niño le tendiĂ³ la mano y Valmayor la estrechĂ³, y la retirĂ³ al instante, presa de una sacudida elĂ©ctrica. Tony se tronchĂ³ de la risa y le enseĂ±Ă³ la palma; llevaba un vibrador elĂ©ctrico de broma. – QuĂ© gracioso… - se forzĂ³ a sonreĂ­r el vigilante – Siempre ha sido un niño tan gracioso… 

   El VinagrĂ³n acercĂ³ dos dedos en forma de pinza a la cara de Tony, y Ă©ste levantĂ³ las manos hacia sus orejas para protegĂ©rselas, pero en ese momento entrĂ³ Dolita y a Valmayor le faltĂ³ un pelo para que se le cayera el paquete de las manos. 

    -Buenas noches, sr. Valmayor. – sonriĂ³. Y mirĂ³ la escena. -¿Todo bien? – añadiĂ³, mirando a su hijo. 

   -¡SĂ­, sĂ­, todo estupendo, su hijo acaba de darme la bienvenida! Un chico estupendo… - Valmayor corrigiĂ³ la direcciĂ³n de su mano, y en lugar de la oreja le pellizcĂ³ la mejilla y le dio un cachetito. Un poco mĂ¡s fuerte de lo que serĂ­a cordial, pero Tony se limitĂ³ a sonreĂ­r, y el vigilante mirĂ³ a su madre – EstĂ¡ muy elegante. – los dos adultos permanecieron mirĂ¡ndose unos segundos, hasta que Valmayor cayĂ³ en la cuenta de su propio regalo - ¡Oh, he traĂ­do esto!

   -Por favor, ¿por quĂ© se ha molestado? – SonriĂ³ Dolita, al tiempo que tomaba el paquete que Ă©l le ofrecĂ­a. ContenĂ­a dos botellas de vino bueno y un precioso pastel con una casita de chocolate y un papĂ¡ Noel de azĂºcar. – Gracias. Lo Ăºnico… como no solemos usar vino, no sĂ© si tendrĂ© abrebotellas…

    -Claro, es que aquĂ­ el vino, suele venir envasado en brick. – terciĂ³ el chico.

   -¡Tony! – su madre sonriĂ³ exageradamente – Mira, ¿por quĂ© no te llegas a la tienda de la esquina, a ver si te venden un abrebotellas? Y quiero la vuelta, ¿eh?

    Tony refunfuĂ±Ă³, pero cogiĂ³ el monedero de su madre, se puso la cazadora y saliĂ³. Dolita y Boni esperaron unos segundos, hasta que oyeron los pasos alejarse por el pasillo. Y entonces, se lanzaron el uno en brazos del otro, en medio de un gemido impaciente. Dolita sintiĂ³ la lengua de su amante dentro de su boca casi antes de terminar de abrazarse, y ella devolviĂ³ la atenciĂ³n al tiempo que le acariciaba la espalda. Las manos de Boni reptaron, rĂ¡pidas y nerviosas, por el cuerpo de la mujer, apretaron las nalgas y empezaron a subir el vestido, ¡Dios mĂ­o, quĂ© guapĂ­sima estaba! ¡JamĂ¡s la habĂ­a visto tan guapa… bueno, tan arreglada, porque ella siempre estaba guapa! ¡Estaba buenĂ­sima! Cuando Dolita notĂ³ el apretĂ³n en sus nalgas, separĂ³ su boca e intentĂ³ frenarle.

    -¡Quieto, loco! – sonriĂ³ – No podemos… volverĂ¡ enseguida, no podemos… bastaaa… 

    -Dolita, estĂ¡s como un tren. – mascullĂ³ el vigilante, cubriĂ©ndole el cuello de besos. Llevaban casi una semana sin verse, desde que dieron las vacaciones de Navidad, y la verdad que los dos tenĂ­an unas ganas tremendas, pero la mujer sabĂ­a que su hijo no tardarĂ­a ni dos minutos en estar allĂ­ de nuevo; le cogiĂ³ las manos y se las retirĂ³. 

     -Venga, sĂ© formal, cariño. – Le besĂ³ una vez mĂ¡s, y se le escapĂ³ la risa - ¡Anda, lĂ­mpiate la cara! ¡Que te he dejado que pareces un apache!

    Valmayor se rio y se mirĂ³ en el espejito del recibidor. TenĂ­a la cara llena de carmĂ­n, y corriĂ³ al baño a limpiarse mientras ella se pintaba los labios de nuevo. AĂºn dentro del baño, ya oyĂ³ que se abrĂ­a la puerta de entrada. 


****************


     “Vamos a ver quĂ© pasa cuando el sr. Valmayor pruebe esta cosita con el cafĂ©…” se dijo Tony. “Ese tonel de mala baba se piensa que soy idiota y que no me doy cuenta que va detrĂ¡s de mi madre, y mamĂ¡, la pobre, con eso que estĂ¡ mĂ¡s sola que el uno, se debe pensar que Ă©ste cabestro es el Ăºnico hombre que va a mirarla a la cara… Veremos quĂ© opina cuando el señor vigilante Don Severo, coja una tajada del tamaño de un piano.”. La cena transcurriĂ³ con bastante tranquilidad, y Tony fue el niño perfecto, para gran alegrĂ­a de su madre. No intentĂ³ hacer bromitas ni ironizĂ³ con nada, no fue sarcĂ¡stico y se callĂ³ todas las impertinencias que se le iban ocurriendo y no fueron precisamente pocas. ParticipĂ³ en la conversaciĂ³n con el juicio y la cortesĂ­a que sabĂ­a sacar cuando le apetecĂ­a y que dejaban boquiabiertos a mĂ¡s de cuatro, porque parecĂ­a tener mucha mĂ¡s edad de la que le pertenecĂ­a; ayudĂ³ a servir y se ofreciĂ³ a ir Ă©l a la cocina ante cualquier cosa que faltase, y cuando llegĂ³ la hora de recoger, se levantĂ³ antes que pudiese hacerlo su madre. 

    -¿Eres mi hijo de verdad? – le preguntĂ³ a escondidas su madre, en la cocina, cuando se levantĂ³ para ayudarle a llevar platos (Valmayor quiso levantarse tambiĂ©n, pero Dolita no se lo permitiĂ³).

    -Es Navidad… - sonriĂ³ Tony. – Y tĂº parecĂ­as tan interesada en que saliese bien todo en la cena, que he pensado que podĂ­a arrimar un poco el hombro. 

    -Hijo mĂ­o – Dolita sonriĂ³ extasiada - ¡QuĂ© sol eres! Siempre eres bueno, pero cuando quieres ser un caballero, no te ganarĂ­a un rey. 

   -Anda, ¿por quĂ© no vas a sentarte? Yo pongo el cafĂ©, ¿vale? ¿Saco el coñac? – Dolita tenĂ­a una botella de coñac que le habĂ­an regalado en un trabajo anterior, hacĂ­a ya tres o cuatro años. Como ni ella ni mucho menos Tony bebĂ­an coñac, lo usaba de vez en cuando para cocinar, pero hoy bien podĂ­an ofrecĂ©rselo a Valmayor.

   -¡Ay, mira, sĂ­! ¡Gracias, tesoro, estĂ¡s en todo! – Dolita saliĂ³ de la cocina y fue a sentarse en la mesa, ya recogida. ParecĂ­a tan feliz que Tony casi sintiĂ³ un poco de remordimiento por lo que iba a hacer, pero enseguida cambiĂ³ de idea. Si el VinagrĂ³n se habĂ­a pensado que podĂ­a encandilar a su madre asĂ­ como asĂ­, estaba pero que muy equivocado. Puso a hacer el cafĂ©, sacĂ³ las tazas buenas y mientras el cafĂ© hervĂ­a, sacĂ³ del bolsillo un sobrecito de papel, y dejĂ³ caer parte del polvo que contenĂ­a en una de las tazas. 

    “No hagas ninguna burrada, que es peligroso”, le habĂ­a dicho Bruno, su amigo que estudiaba para policĂ­a. Al parecer, les habĂ­an explicado en una de las clases, que una nueva forma de contrabando de alcohol, consistĂ­a en pasar Ă©ste deshidratado, en polvo como el caldo, de manera que en pocos sobres, podĂ­as pasar una buena cantidad de litros de licor. Naturalmente, se trataba de un alcohol de muy escasa calidad, pero que pegaba un pelotazo etĂ­lico importante, y en algunos locales nacionales estaba empezando a ser utilizado como nuevo garrafĂ³n. Cuando Tony se enterĂ³ de aquello le pidiĂ³ por favor un poco, dispuesto asĂ­ a dejar k.o. al VinagrĂ³n, y en un principio Bruno se negĂ³, ni hablar del peluquĂ­n, era peligroso, podĂ­an echarle… Pero cuando Tony le dijo que estaba en  juego el honor de su madre, Bruno se ablandĂ³. HabĂ­a cosas que sĂ³lo podĂ­an hacerse por una madre, dijo, y aunque Tony le preguntĂ³, el joven aspirante a policĂ­a, no contestĂ³. 

    “Cuando tome esta salvajada, se pondrĂ¡ como un cohete”, se dijo Tony. “Le dirĂ© que le echo un poquito de coñac al cafĂ©, accederĂ¡ y parecerĂ¡ que se ha emborrachado. MamĂ¡ lo echarĂ¡ a patadas y bye-bye, VinagrĂ³n. Ya sabĂ­a yo que un dĂ­a me las pagarĂ­as todas juntas”. Dolita no hablaba demasiado de su primer novio, el padre biolĂ³gico de Tony, pero por lo poco que sabĂ­a, le gustaba el bebercio como a los tontos las tizas, y cuando bebĂ­a, se ponĂ­a hasta violento, y si bien no habĂ­a llegado a pegarla nunca (“quĂ© maricĂ³n… como un dĂ­a me lo encuentre de cara…”), sĂ­ que la habĂ­a asustado; su madre no soportaba a los borrachos, apenas VinagrĂ³n se pusiese alegre… 


    -No me hagas mucho caso, pero creo que tu hijo… se huele algo. – dijo Boni, y sonriĂ³. Dolita asintiĂ³, tĂ­mida.

    -Yo tambiĂ©n lo creo. Y no sĂ©, pero me parece que no le estĂ¡ sentando tan mal como yo suponĂ­a que iba a sentarle. – Aprovechando que la mesa les tapaba, el vigilante aprovechĂ³ para coger las manos de la mujer, y ella se las apretĂ³. Los dos se reĂ­an como dos colegiales reciĂ©n enamorados, y Boni se arrimĂ³ mĂ¡s a ella, casi se tocaban. 

    -Hay que entender que te ha tenido para Ă©l solo toda su vida. A un padre lo conoces, te viene “de serie”, pero a un novio de tu madre… es mĂ¡s Ă¡rido, y yo tambiĂ©n pensaba que se lo iba a tomar fatal, y mĂ¡s teniendo en cuenta que no me tiene una gran simpatĂ­a, pero sĂ­ que tambiĂ©n me parece que… no sĂ©, es como si quisiera decirnos que lo ve bien, que lo aprueba… 

    Dolita le dedicĂ³ la sonrisa de la mujer mĂ¡s feliz de la tierra, y lo era. Que sus dos hombres se aceptasen mutuamente, era el mejor regalo de Navidad que podĂ­a soñar. De repente, su sonrisa estaba muy cerca de la de Valmayor, y no dejaban de acercarse. PodĂ­a sentir el cosquilleo que hacĂ­a su respiraciĂ³n, muy cerca de sus labios, y los pelos de su espeso bigotĂ³n casi rozaban su labio superior… y entonces, se abriĂ³ la puerta de la cocina, y los dos giraron la cabeza de golpe. A Tony le vacilĂ³ la sonrisa en la cara y casi se le cae de las manos la bandeja del cafĂ©, pero fingiĂ³ no haber visto nada.

     “SerĂ¡s cerdo” pensĂ³ el chico, poniendo delante del VinagrĂ³n la taza envenenada “Aprovecharte asĂ­ de una pobre mujer que estĂ¡ sola, ¡y delante de mis narices! Si no fuera por esto, ahora mismo te reventaba la cara a guantadas, puerco mamĂ³n. Cuando mi madre te eche de casa, la Ăºltima patada en el culo, te la darĂ© yo”. 

   -Ahora traigo la tarta, la corto y la traigo. – Tony usĂ³ su voz mĂ¡s agradable y su mejor sonrisa. Apenas volviĂ³ a la cocina, Dolita y Boni soltaron la risa de apuro y se dieron un rĂ¡pido beso antes de tomar cada uno su taza de cafĂ©.

    -¿Quieres una gotita de coñac en el cafĂ©? – le ofreciĂ³ ella.

   -No, muchas gracias, me gusta mucho, pero me da un ardor de estĂ³mago tremendo. 

   -¿Sabes quĂ© dicen del cafĂ©? – dijo Dolita, un poco coqueta.

   -¿QuĂ© dicen?

    -Que si bebes de la taza de otra persona, conocerĂ¡s sus secretos. Por eso dicen que si una persona no te ofrece su cafĂ©, es que te miente o que te es infiel – La mujer dejĂ³ su taza frente a Boni y Ă©ste le ofreciĂ³ la suya propia enseguida. Bebieron. 


     “Se necesita descaro, sabiendo que estoy yo aquĂ­, ponerse a intentar meterla mano, ¡vaya respeto! Me parece muy bien que mamĂ¡ se quiera echar un novio, pero vamos… ¿El VinagrĂ³n? Se merece algo pero bastante mejor” pensaba Tony mientras sacaba la tarta, los platitos, buscaba un buen cuchillo y partĂ­a los tres trozos. En eso estaba cuando oyĂ³ la voz:

    -¡Tony! – era el VinagrĂ³n, y el chico no se moviĂ³, ¿quĂ© se pensaba, que iba a ir como un criadito? ¡Que le llamase su madre, no Ă©l! La puerta de la cocina se abriĂ³, y un muy apurado VinagrĂ³n apareciĂ³ en ella. – Tony… tu madre. 

    -¿QuĂ© pasa?

    -Ven aquĂ­. – En el salĂ³n se oyĂ³ un ruido de platos rotos, y el chico acudiĂ³.

    -¡MamĂ¡! – gritĂ³. Su madre se reĂ­a a carcajadas mientras hacĂ­a rodar los platos de las tazas de cafĂ© por la mesa.

    -¡Tony, mi niño! – dijo con una voz pastosa - ¡QuĂ© bueno hash shido hoy con tu nuevo papĂ¡! ¡Te comprarĂ­a aquĂ©lla bicicleta, pero, ¿sabesh quĂ©?! Que shi te la compro, tendremos que comer pan con aceite todo… todo el mesh… ¡Lo shiento, hijo, lo shientooo…! – y se echĂ³ a llorar. El VinagrĂ³n estaba ya junto a ella, intentando a la vez consolarla y que no se cayera de la silla.

    -MamĂ¡… mamĂ¡, ¿quĂ© te pasa? 

    -CuĂ¡nto osh quiero… osh quiero a los dosh, de verdazz… - Dolita besĂ³ la mejilla de Tony y se lanzĂ³ a la boca de Valmayor, quien intentĂ³ separarse con toda la educaciĂ³n que pudo. - ¡Vamosh a cantar! ¡Ande, ande, ande, la marimorenaaaa…! – Valmayor la cogiĂ³ en brazos y ella dejĂ³ caer la cabeza, riĂ©ndose como una loca porque lo veĂ­a todo al revĂ©s. 

    -¿DĂ³nde duerme habitualmente?

    -AquĂ­, en el sofĂ¡. – contestĂ³ Tony y extendiĂ³ rĂ¡pidamente el sofĂ¡-cama para que pudiera tumbarla. Dolita no dejaba de reĂ­r y llorar alternativamente e intentar besar a Valmayor.

    -Anda, Dolita, descansa, tienes que dormir… Tony, trae agua, ¿quieres? – pidiĂ³ el vigilante, y el chico obedeciĂ³ al momento. – Bebe, te sentarĂ¡ bien. Bebe y luego te duermes.

    -Pero… ¿pero tĂº no te vash a ir ya, verdaz…? No shĂ© quĂ© ha pasado… ¿Ya no me quieresh…? 

    -Pues claro que te quiero. – sonriĂ³ Valmayor y le besĂ³ la frente – Anda, duĂ©rmete, mañana estarĂ¡s mejor. – El vigilante la arropĂ³ bien mientras Tony le quitaba los zapatos. Valmayor, de rodillas junto al sofĂ¡ cama, abrazĂ³ a Dolita y la consolĂ³, le asegurĂ³ que la querĂ­a muchĂ­simo y prĂ¡cticamente la arrullĂ³ hasta que se quedĂ³ dormida y empezĂ³ a roncar suavemente. Cuando levantĂ³ la vista, Tony era la viva imagen de la angustia y las lĂ¡grimas le caĂ­an por la cara. – Y ahora… ahora tienes que contarme quĂ© has hecho. 

    -¿QuĂ© quiere decir? – preguntĂ³ el chico, limpiĂ¡ndose la cara al momento. 

    -Mira… - Valmayor se puso en pie. Estaba perfectamente calmado, y Tony no sabĂ­a cĂ³mo le daba mĂ¡s miedo, si asĂ­ o con el tono enfadado y autoritario que Ă©l recordaba. – Tu madre y yo nos cambiamos el cafĂ©, y de pronto se puso asĂ­. 

    -No sĂ©… no sĂ© quĂ© quiere decir. 

   -Hijo, esto no es para castigarte. Yo no le voy a contar a ella nada, palabra. Pero necesito saber quĂ© has usado, porque me hace falta para saber exactamente quĂ© le ocurre. ¿No querrĂ¡s que mañana, tu madre estĂ© peor, verdad? – Tony se derrotĂ³. EchĂ³ mano al bolsillo y sacĂ³ el sobrecito con polvos.

    -Esto. Es alcohol deshidratado. – Valmayor le mirĂ³ severamente.

    -¿CĂ³mo quĂ© cantidad le has echado?

    -No era para ella, era para usted… - No querĂ­a, pero se le ahogaba la voz. No querĂ­a pensar que era culpa suya el que su madre estuviese en ese estado, borracha perdida, convertida en lo que precisamente mĂ¡s asco le daba. 

    -Ya sĂ© que era para mĂ­, tĂº no podĂ­as saber que cambiarĂ­amos las tazas, sĂ³lo dime por favor quĂ© cantidad se ha tomado. Lo tenemos que saber. 

    -No mucho. – sorbiĂ³ por la nariz. – Menos de un cuarto de litro… echĂ© muy poco.

    -Un cuarto de litro, en una mujer de su peso… 

    -¿Hay que llevarla al hospital? 

   -Tanto como eso, no, pero ven, ayĂºdame. ¿TenĂ©is pajitas en casa? – Tony asintiĂ³. Valmayor puso el cafĂ© en una jarrita alta y le colocĂ³ dos pajitas. Se acercĂ³ al sofĂ¡ cama y acariciĂ³ la cabeza y la cara de Dolita hasta que se medio despertĂ³; le llevĂ³ las pajitas a los labios y con toda su santa paciencia logrĂ³ que se tomase la mayor parte del cafĂ© solo. Luego hizo que Tony le trajese agua e hizo lo mismo. – Trae un cubo, una palangana o algo… por si quiere vomitar, que lo tenga cerca. – DespuĂ©s que le hizo beber toda el agua que pudo, se levantĂ³. Y le pareciĂ³ que el chico, le miraba de otra forma. – Si no te importa, me quedarĂ© aquĂ­ Ă©sta noche, por lo que pueda suceder. Mañana tendremos que prepararle un desayuno potente; huevos fritos, tostadas, zumo de naranja y algo dulce… la tarta servirĂ¡. Con eso y un analgĂ©sico, se pondrĂ¡ como nueva, ya verĂ¡s. 

     -Señor… Lo siento. Lo siento de verdad. 

    El vigilante se sentĂ³ a la mesa del saloncito y señalĂ³ otra silla frente a Ă©l. Tony supuso que era su hora del rapapolvo, y no sĂ³lo no remoloneĂ³, sino que fue como un rayo. 

    -Lo sientes, porque le ha tocado a tu madre y no a mĂ­, pero, ¿no has pensado que si yo me hubiera puesto en Ă©se estado, tu madre lo mismo te hubiera dado la bofetada que te mereces y que yo no te doy? – Tony estuvo a punto de decir que su madre no le pegarĂ­a, que ella jamĂ¡s le pegaba y que Ă©l no sabĂ­a nada de cĂ³mo le educaba… pero se callĂ³. Ya habĂ­a hecho bastante el tonto por una noche. - ¿QuĂ© pensabas cuĂ¡ndo se te ocurriĂ³ hacer Ă©sta gamberrada? Porque esto no es una travesura, es una gamberrada.

    -Yo… no lo sĂ©. Supongo que querĂ­a librarme de usted, eso es todo. 

    -¿Y eso, por quĂ©?

    -Porque… ¡no me gusta la idea de que usted y mi madre… eso!

    -Tony… a ver cĂ³mo te lo explico. – Valmayor se pasĂ³ la mano por la calva y se rascĂ³ el pelo del cogote, pensativo. – Para eso, no te hacĂ­a falta envenenarme. Bastaba con que le dijeras a tu madre “No me gusta ese hombre”. Ella habrĂ­a hecho lo que tĂº quisieras. Pero yo, sinceramente, querrĂ­a que te lo repensaras. Me da igual si saber esto te escuece: tu madre y yo, hace ya varios meses que estamos juntos, y no me refiero estar en plan amigos, no sĂ© si me entiendes. – Tony palideciĂ³, pero no dijo nada. – Ya veo que sĂ­. Lo que quiero decir es que tu madre puede seguir viĂ©ndome a escondidas, podemos seguir quedando a hurtadillas como si hiciĂ©semos algo malo, y mientras tĂº la puedes tener para ti solo, cerrar los ojos a todo como si fueras un niño al que hay que tener engañado porque la verdad puede dolerle, y privar a tu madre de una relaciĂ³n sana y normal… o puedes hacerte a la idea que ella y yo nos queremos. SĂ© que no soy ningĂºn prĂ­ncipe azul, pero quiero a tu madre. Lo pasamos bien juntos, congeniamos… me gustarĂ­a estar con ella de un  modo formal, no habrĂ­a venido aquĂ­ a cenar y a conocerte si no quisiera eso. Ahora mismo, podrĂ­a haber aprovechado la situaciĂ³n para dejarte a ti aquĂ­ con el marrĂ³n y yo largarme, pero no lo he hecho. 

    -Lo sĂ©. Y ni siquiera le he dado las gracias aĂºn por quedarse. 

    -Ni tienes por quĂ©. Lo hago por que quiero. Porque la quiero. Y me gustarĂ­a quererte a ti tambiĂ©n. No voy a pedirte que me llames “papĂ¡”, a tu edad me parece tan inĂºtil como darte la bofetada, no estĂ¡s ya en edad de ello… pero, coño, al menos podemos llevarnos bien. Por ella. ¿No te parece?

     Tony le mirĂ³ y asintiĂ³. “No me caes bien, y probablemente nunca lo hagas. Eres un gilipollas. No me gustarĂ¡ verte en casa, ni verte acompañar a mi madre, ni hacer nada con ella. Ella no te necesita, y se merece a alguien mejor. Pero la has ayudado. Puedo fingir que te soporto por respeto a ella, hasta que consiga hacerla entrar en razĂ³n.”, pensĂ³ Tony. Una parte de sĂ­ mismo se sentĂ­a un poco mal por pensar asĂ­ de alguien que acababa de remendar tan eficazmente el desaguisado que Ă©l mismo habĂ­a liado, pero su orgullo adolescente le pesaba mĂ¡s. Entre los dos terminaron de recoger, y Valmayor intentĂ³ conversar con el chico, pero Ă©ste alegĂ³ que estaba muy cansado y triste por lo sucedido, y apenas terminaron se fue a su cuarto a dormir. 

    “Es buen actor, desde luego” pensĂ³ Boni “Le caigo como una patada y sigue pensando que su madre y yo, vamos a durar seis meses, pero lo disimula bien. La lĂ¡stima para ti, niñato, es que yo llevo un poco mĂ¡s de tiempo en el mundo que tĂº, y no se me pasan por alto cosas como muebles golpeados, el uso de fuerza al fregar cacharros o puños apretados… SĂ­, una carita de Ă¡ngel y una sonrisa de niño contrito y arrepentido perfectas. Una voz de lamentaciĂ³n adorable. Pero los detalles te delatan”. Bonifacio se sentĂ³ en el sillĂ³n contiguo al de Dolita, se tapĂ³ con su propio abrigo y se adormeciĂ³. AĂºn estaba medio despierto cuando notĂ³ que alguien le tomaba de la mano y se quedĂ³ dormido con la sonrisa en los labios.





     El sol entraba por el ventanuco  interior que daba alguna luz al pequeño cuartito del Tony, y el chico abriĂ³ los ojos y se estirĂ³, bostezando ruidosamente. Como la mayorĂ­a de las mañanas, le invadiĂ³ una vaga insatisfacciĂ³n al contemplar su cuarto, en el que sĂ³lo habĂ­a una mesa camilla, una balda para sus libros escolares y un armario pequeño. Su cama se empotraba en la pared cuando Ă©l no la usaba, porque estando extendida, no se podĂ­a abrir del todo la puerta; asĂ­ de pequeña era la habitaciĂ³n. Y hablando de puerta, a travĂ©s de la misma, entreabierta, el chico podĂ­a oĂ­r voces, la de su madre y la del VinagrĂ³n, que hablaban bajito. No parecĂ­an de buen humor y eso le alegrĂ³. Hasta que captĂ³ las palabras. 

     -Dolita, no ha sido mĂ¡s que una broma estĂºpida, nada mĂ¡s. 

     -¿Broma estĂºpida? No.

     -Mujer, Ă©l no…

     -Boni, no quieras disculparle encima. ¡Si se le llega a ir la mano, me podrĂ­a hasta haber matado!

    -Por favor, no dramatices tanto… - Tony gateĂ³ por la cama y se acercĂ³ al borde de la puerta para atisbar por ella. El VinagrĂ³n sonreĂ­a y tomaba de las manos a su madre, que estaba sentada junto a Ă©l en el sofĂ¡, ¡menos mal que dijo que no se lo iba a contar, vaya un chota! ¡Tiempo le habĂ­a faltado para delatarle! ¡Claro, asĂ­ ganaba puntos! – No fue mĂ¡s que una broma, tonta, pero una broma; nadie se muere por un bromazo. Y ademĂ¡s, el blanco debĂ­a haber sido yo, Ă©l no podĂ­a saber que nos cambiarĂ­amos las tazas.

     -Valmayor, ¿te importa, por un momento, ponerte de mi lado, y no del suyo? 

    -Mujer, es que no quiero que saques de quicio algo tan…

    -Gordo. – Tony vio la cara del VinagrĂ³n hacer un gesto de abatimiento. – SĂ­, es algo gordo que mi propio hijo pretenda envenenar a un hombre sĂ³lo porque me gusta. Pero es mĂ¡s gordo aĂºn que tĂº le encubras y me digas “no, no, te sentĂ³ mal la cena”, sabiendo que me voy a dar perfecta cuenta de que cogĂ­ la cogorza de mi vida, cuando no bebĂ­ una gota de alcohol. Me fastidia muchĂ­simo que pretendas taparle, cuando yo sĂ© que se merece una reprimenda. – Tony contuvo la respiraciĂ³n. Espera… ¿el VinagrĂ³n, al final, no le habĂ­a delatado? – Y se la voy a echar ahora mismo, levantĂ¡ndole a patadas de la cama.

    -¡PromĂ©teme que no! – El VinagrĂ³n impidiĂ³ que Dolita se levantara y apretĂ³ contra su amplio y grueso pecho las manos de la mujer, y ella se detuvo. Una de las anchas manos de Valmayor acariciĂ³ la mejilla de Dolita - ¿No ves lo que le pasa? Tiene celos, eso es todo. Y quince años. Es un niño… un niño que te ha tenido para Ă©l toda la vida, y a quien no le caigo bien. Si le regañas por culpa mĂ­a, me va a coger aĂºn mĂ¡s ojeriza, te darĂ¡ la lata todo el dĂ­a con lo malo que soy para ti, y tĂº le regañarĂ¡s mĂ¡s, me tomarĂ¡ mĂ¡s manĂ­a… y tu casa se convertirĂ¡ en una batalla campal diaria, y al final, ¿sabes quĂ© pasarĂ¡? Que te darĂ¡s cuenta que vivĂ­as mucho mĂ¡s tranquila sola, y me acabarĂ¡s dejando para no tener mĂ¡s peloteras con tu hijo. 

    En su cuarto, Tony quiso cerrar la puerta del todo, meterse otra vez bajo las mantas y hacer como que no habĂ­a oĂ­do nada. Le reventaban las maneras razonables y comprensivas del VinagrĂ³n, pero lo que le hizo polvo, fue el escuchar el sollozo. Su madre sorbĂ­a por la nariz y el VinagrĂ³n sonriĂ³ y la apretĂ³ contra Ă©l, besĂ¡ndole la frente.

     -CrĂ©eme, pĂ¡salo por alto. TĂ³malo como una broma, no le des importancia. Si ve que ninguno le damos importancia, se acabarĂ¡ cansando. 

     -Me gustaba tanto pensar… - musitĂ³ Dolita, abrazando a Valmayor. -  pensar que le caĂ­as bien. Que lo aceptaba. ¿Hacemos algo tan malo, Boni? Es decir… ¿es un crimen? Joder, es la misma sensaciĂ³n, el mismo malestar, ¿es que siempre me tengo que sentir asĂ­ cada vez que me arrimo a un hombre? – El VinagrĂ³n la miraba inquisitivo, y Tony, desde su cuarto, ignorando la bola que tenĂ­a en la garganta, estaba igual; no entendĂ­a quĂ© querĂ­a decir su madre. – Es igual que entonces, cuando era una crĂ­a y me gustaba el Antonio, y mi padre… Mi padre no dejaba de regañarme, castigarme y echarme sermones, y decirme lo mucho que le disgustaba cada vez que me veĂ­a cerca de su caseta, o que le contaban que me habĂ­an visto con Ă©l. Entonces yo les querĂ­a a los dos. ElegĂ­ mal y me quedĂ© sin ninguno, pero tuve a Tony, que es lo que mĂ¡s quiero. Y ahora me siento igual, pensando que haga lo que haga, me voy a equivocar, y que cada vez que quiero a un hombre, lo pierdo todo. ¿Y si ahora pasa igual, y si por elegir mal pierdo a mi…?

     -No, no pienses eso, Dolita. No va a pasar. Antes que eso pudiera suceder, me aguanto y me esfumo, pero yo no te voy a poner en esa decisiĂ³n; no va a pasar nunca, Doli… - Valmayor acariciaba el cabello de su madre, y Tony no aguanto mĂ¡s. 

     -Tiene razĂ³n, mamĂ¡. No va a pasar nunca. – Dijo desde la cama. RĂ¡pidamente se levantĂ³, plegĂ³ la cama como pudo y saliĂ³ de su cuarto tal como estaba, llevando el viejo chĂ¡ndal que le llegaba por media pantorrilla que le servĂ­a de pijama. 

    -¡Tony! ¿¡No me digas que estabas escuchando?! – Se escandalizĂ³ su madre.

    -SĂ­, y me alegro de haberlo hecho. MamĂ¡, no tienes que elegir. Yo… Valmayor tiene razĂ³n, fue una broma estĂºpida, y me arrepiento de haberla hecho. QuerĂ­a dejarle en ridĂ­culo delante de ti, pero no tenĂ­a ninguna razĂ³n para ello… MamĂ¡, puedes salir con quien quieras, es tu vida, pero… si sigues saliendo con el señor Valmayor, yo no sĂ³lo me darĂ© un punto en la boca, sino que me alegrarĂ© de ello. 

    Tony sabĂ­a que no era cierto, que no se alegraba lo mĂ¡s mĂ­nimo y que el VinagrĂ³n le seguĂ­a cayendo como una patada. Pero aquĂ©l hombre querĂ­a a su madre, y lo que era mĂ¡s importante aĂºn: su madre le querĂ­a tambiĂ©n. QuĂ© hubiera podido ver en aquĂ©lla especie de berenjena bigotuda, calva y tripona, era algo que Tony no entendĂ­a, y no estaba seguro de querer entender nunca, pero sĂ­ sabĂ­a que Ă©l habĂ­a tenido verdadero miedo de niño a los padres de su madre por el modo en que la trataban, y conforme fue creciendo, ese miedo se hizo odio. Eran los “viejos malos” que sĂ³lo tenĂ­an malas caras y reproches, que jamĂ¡s fueron a verles ni se preocuparon por ellos, que a veces fingĂ­an no estar en casa cuando iban a verles, y que directamente no abrĂ­an si tenĂ­an visitas… Lo Ăºltimo que podĂ­a querer Tony, era parecerse a ellos, obligando a su madre a elegir entre el VinagrĂ³n y Ă©l. SabĂ­a que eso significaba tener que permitir a ese hombre entrar en su vida y soportarle, pero cuando su madre le dejĂ³ las mejillas dormidas a besos y le mirĂ³ con ojos brillantes, pensĂ³ que podĂ­a pasarlo. “Te mereces a alguien mejor, mamĂ¡, mucho mejor… pero si esto lo que tĂº quieres, supongo que tienes derecho a tenerlo”, pensĂ³ Tony, de nuevo en su cuarto, mientras se vestĂ­a. En el saloncito, su madre y Valmayor sonreĂ­an y chocaron el puño. No sĂ³lo los niños atisban por una puerta entreabierta para ver si llega un profesor… tambiĂ©n los adultos lo hacen para ver si estĂ¡s despierto, cuando les interesa que oigas lo que tienen que decir.



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