Reconozco que estaba un poco nervioso. Desde luego, no querĂ­a romperle el corazĂ³n… pero tampoco deseaba que otra persona volviera a hacerl...

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Reconozco que estaba un poco nervioso. Desde luego, no querĂ­a romperle el corazĂ³n… pero tampoco deseaba que otra persona volviera a hacerle lo propio, antes que lo lastimase otra mujer, preferĂ­a lastimarlo yo, pero deseaba sinceramente que no fuera asĂ­. Mi primo Beto me habĂ­a pedido quedar a pasar un par de dĂ­as con nosotros para presentarnos a su novia, una mujer llamada Dulce a quien yo, no conocĂ­a de nada. Soy Oli, bibliotecario de profesiĂ³n, casado con la mejor chica del mundo, Irina, y en plena… "celebraciĂ³n" de NocheBuena, mi primo me mandĂ³ un mensaje con la noticia. Reconozco que no me alegrĂ© todo lo que me hubiera gustado, antes bien me sorprendĂ­. Yo sabĂ­a que, a pesar de todo, Beto seguĂ­a queriendo a Cristina.

Mi primo siempre ha sido muy bueno. Demasiado bueno tal vez, porque muchas veces la gente se ha aprovechado de Ă©l por eso. DecĂ­an en el colegio que era retrasado, y yo sabĂ­a que no era cierto. Puede que no tenga muchas luces, vale, pero no es retrasado, es muy listo cuando uno sabe llevarlo, tiene paciencia con Ă©l y le trata bien. Es cinco años mayor que yo, pero siempre nos llevamos de maravilla, desde niños. Yo, como siempre he sido lector empedernido, solĂ­a saber cosas que Ă©l no entendĂ­a, o cuando menos, podĂ­a averiguar cĂ³mo se hacĂ­an para explicĂ¡rselas despuĂ©s. Me tocĂ³ aprender a hacer raĂ­ces cuadradas en tercero de bĂ¡sica, sĂ³lo para decirle cĂ³mo se hacĂ­an, porque yo me apañaba con lo que decĂ­a el libro de texto, pero Ă©l no era capaz, la maestra no se esforzaba con Ă©l, y su padre casi ni le hablaba. Eso le dolĂ­a mucho. Su padre es mi tĂ­o y yo le respeto, pero no me resulta fĂ¡cil quererle habiendo tenido que ver cĂ³mo lo despreciaba constantemente.

Beto, mi hermana mayor y yo pasĂ¡bamos juntos las vacaciones de verano, en el pueblo de los abuelos. Beto y yo dormĂ­amos en el mismo cuarto, y mi hermana Alba en otro. Alba es apenas un mes mayor que mi primo, y siendo yo muy pequeño (puede que tuviese cuatro años, me acuerdo a retazos), se pasaron un verano "jugando a los novios". Esto es, que Alba se pasaba el dĂ­a mandĂ¡ndole cosas al bueno de Beto, usĂ¡ndole de guardaespaldas (es mĂ¡s alto que yo, y hay que reconocerlo, mucho mĂ¡s fuerte. Los matones hasta tres años mayores que Ă©l le tenĂ­an miedo, no sĂ³lo por su fuerza, sino porque no veĂ­a el peligro, se lanzaba contra cinco sin calibrar consecuencias… y a lo mejor no les podĂ­a, pero se marchaban bien servidos), de niño de los recados, divirtiĂ©ndose con Ă©l, cargĂ¡ndole la culpa de todo cuanto ella hacĂ­a, y de vez en cuando, le recompensaba con un beso cerca de los labios.

Al verano siguiente, Beto estaba ansioso por continuar el juego, pero a Alba le faltaban ya pocos meses para cumplir los once años y querĂ­a interesarse por chicos y jugar con las otras niñas que leĂ­an revistas de mĂºsica y chicos, y entre las que habĂ­a alguna que ya usaba sostĂ©n o se pintaba los labios alguna que otra vez, y no quedarse con "su primo el tonto". El bueno de Beto se llevĂ³ una decepciĂ³n enorme, y yo, que ya tenĂ­a mis cinco años y podĂ­a salir por ahĂ­ de aventuras (hasta entonces, entre mi corta edad y ser el hijo menor, mi abuela siempre me habĂ­a considerado demasiado pequeño para abandonar el jardĂ­n), me convertĂ­ en su mejor amigo. Desde entonces, nos hicimos poco menos que inseparables, siempre jugĂ¡bamos e Ă­bamos juntos a todas partes. Nos inventamos un cĂ³digo secreto por señas y un alfabeto por signos, y me sorprendiĂ³ lo rapidĂ­simo que se lo aprendiĂ³, cuando yo estaba harto de oĂ­r decir a todo el mundo lo tonto que era Beto, y a su propio padre diciĂ©ndole subnormal e insinuando que en realidad no era hijo suyo.

Cuando conociĂ³ a Cristina, estaba en la universidad, llevaba allĂ­ dos años, estudiando Historia del Arte. SegĂºn decĂ­a, no era difĂ­cil, porque sĂ³lo era cuestiĂ³n de memorizar, lo Ăºnico que le hacĂ­a falta eran libros y un grabador (y menos mal, porque me habĂ­a pasado sus años de bachillerato corrigiĂ©ndole los apuntes… tenĂ­a el vicio de tomarlos al pie de la letra, con lo que los datos de la vida de Mozart se mezclaban con amenazas de quitar puntos de examen o peticiones de silencio). Cristina, al parecer, venĂ­a de una familia de moral muy estricta, y no es que tuviese a Beto en gran estima, pero con eso de que era un almacĂ©n de datos con gafas, era Ăºtil tenerle de amigo. Y en una ocasiĂ³n, segĂºn parece, metiĂ³ a un chico en casa de sus padres y la pescaron. El chico logrĂ³ escaparse nadie sabe cĂ³mo, pero sus padres le dijeron que estaba deshonrada y que o se casaba o la repudiaban y echaban de casa. Cristina sabĂ­a que el tipo con el que se habĂ­a divertido no iba a casarse con ella ni loco, y probablemente ella no quisiera tampoco… asĂ­ que dijo que habĂ­a sido Beto.

HablĂ³ con Ă©l, le pidiĂ³ que la ayudara y a cambio ella le querrĂ­a mucho. Cristina habĂ­a llegado a conocer bien a mi primo, sabĂ­a que estaba loquito por conocer el amor, el tan cacareado sexo del que todo el mundo hablaba. No se lo reprocho, yo tenĂ­a casi veintiĂºn años entonces, no me atrevĂ­a ni a hablar con las chicas y mi mayor fantasĂ­a era recibir un beso, un simple beso… la diferencia es que yo podĂ­a pensar con cierta claridad, y Beto no. PensĂ³ que Cristina le pedĂ­a aquello no porque estuviera en una situaciĂ³n desesperada, sino porque tenĂ­a interĂ©s en Ă©l. Pudiendo haber elegido a cualquiera de la universidad para pedirle aquello, se lo habĂ­a pedido a Ă©l… intentĂ© advertirle, pero no quiso escucharme y se casĂ³ con ella. TenĂ­a veintisĂ©is años, se habĂ­a pasado cuatro trabajando como un burro y ahorrando para pagarse la carrera, y se gastĂ³ ese dinero en la fianza para un piso de alquiler y en pagarse unas oposiciones para el ministerio de Hacienda. No le gustaba, pero sabĂ­a que precisaba un trabajo fijo para poder ofrecer estabilidad a su mujer. Cristina no trabajĂ³ nunca. Apenas nos vimos durante los casi diez años que durĂ³ su matrimonio, venĂ­a a verme a escondidas a la universidad, donde yo estudiaba mi FilosofĂ­a y trabajaba, entonces como ayudante del antiguo bibliotecario. Ella no le dejaba hablar conmigo, porque sabĂ­a que yo le decĂ­a la verdad… pero no servĂ­a de nada, pues Beto era el primero que no querĂ­a escucharla.

Cuando ella le dejĂ³ por otro, no me extraĂ±Ă³, lo que me extraĂ±Ă³ fue que hubiera durado tanto, pero cuando mi primo vino a llorar en mi hombro y me contĂ³ ciertos extremos referidos a la vida sexual de su matrimonio (ella jamĂ¡s se movĂ­a, se limitaba a tenderse debajo, ni tan siquiera le dejaba eyacular, dormĂ­an en camas separadas y sĂ³lo ella decidĂ­a cuĂ¡ndo se hacĂ­a…), le pedĂ­ que si acaso algĂºn dĂ­a volvĂ­a a enamorarse de otra mujer, antes de atarse a ella, me la presentase a mĂ­ y se fiase de mi criterio para decirle si se lanzaba o no. Bien sabĂ­a yo que, a Ăºltima hora, mi primo harĂ­a lo que quisiera, y no serĂ­a yo quien le viniese con un "no serĂ¡ que no te lo dije", pero si al menos, podĂ­a prevenirle… si podĂ­a intentar impedirle un nuevo dolor… QuizĂ¡ por eso, sentĂ­a que iba al restaurante donde habĂ­amos quedado con algo de animadversiĂ³n inconsciente hacia la nueva novia de mi primo.

-Oli, cielo… no estĂ©s tan tenso. Por lo que me has contado, es fĂ¡cil que tu primo haya aprendido la lecciĂ³n, y su novia no sea como la otra. – A Irina no le pasĂ³ desapercibido mi estado. – Para empezar, Ă©sta no parece que se interese por Ă©l sĂ³lo por salvar su cuello.

-Lo sé… - admitĂ­ – Es sĂ³lo que… bueno, Beto es a veces tan inocentĂ³n, que… no deberĂ­a, pero a veces me siento un poco su padre.

Irina estuvo a punto de decirme una frase de Ă¡nimo, pero ya no pudo. Por la puerta del restaurante, vi entrar a mi primo, y me levantĂ© como un resorte, sonriĂ©ndole. Beto me vio enseguida y me saludĂ³ con la mano izquierda, porque la derecha la tenĂ­a entre las de la chica que le acompañaba. ParecĂ­a rondar los treinta, el pelo color caoba, por los hombros, graciosamente metido hacia dentro, y unos ojos de color mĂ¡s amarillo que verde, que no me acabaron de gustar… parecĂ­an ojos de halcĂ³n, de felino… de un ser demasiado listo. Era bastante guapa, hay que reconocerlo, y llevaba un escote que me pareciĂ³ un poco fuera de lugar… De todos modos, mi Irina y yo les saludamos con dos besos y nos sentamos a cenar, y a charlar.

-Y… ¿cĂ³mo fue que os conocisteis? – preguntĂ© casi enseguida.

-En el trabajo. – contestĂ³ ella – Nos pusieron a trabajar juntos, en el ministerio.

-En realidad, todo fue porque yo le miraba los pechos y ella se enfadĂ³ conmigo por hacerlo… - Beto soltĂ³ su risita de tontorrĂ³n, y su novia, Dulce se llamaba, se riĂ³ con Ă©l y le dio un suave cabeceo.

-Si os soy sincera, al principio no le soportaba… pensaba que sĂ³lo querĂ­a liarse conmigo, que sĂ³lo me veĂ­a como a un objeto…

-SĂ­, esa es la paradoja: las mujeres se arreglan para que las mires, pero luego se enfadan cuando lo haces. – Ese fui yo, y a pesar de que tenĂ­a la cabeza medio inclinada sobre la copa de vino, notĂ© cuatro ojos taladrĂ¡ndome. Los amarillos ojos de la novia de Beto me miraban con un punto de frustraciĂ³n, como si no entendiera por quĂ© salĂ­a yo con aquello, pero sinceramente, me daban igual, y levantĂ© la cara para enfrentarme a ellos – A lo mejor, es porque no las miran los tĂ­os que ellas quieren. – Los que intentaba evitar, eran los azules de Irina, en los que se gestaba una tempestad.

-A lo mejor, porque no es lo mismo mirar, que desnudar con la mirada. – me contestĂ³, perfectamente tranquila, sin dejar de sonreĂ­r. Beto la tomĂ³ de la mano y me mirĂ³ casi suplicante.

-En determinados casos, eso es simplemente accidental, dado que la protagonista se ha tomado la molestia de ir ya medio desnuda. – Era un ataque claro a su pronunciado escote, y ahĂ­ tuve que apretar los dientes para no soltar un quejido, Irina me acababa de sacudir un puntapiĂ© por debajo de la mesa. Dulce pareciĂ³ a punto de contestar, pero Beto le apretĂ³ la mano e Irina intervino:

-Y… ¿quĂ© os parece si pedimos? AquĂ­ hacen un confit de pato verdaderamente delicioso… ¿alguien quiere?

Pedimos y trajeron la cena, Beto parecĂ­a aliviado por que la comida hubiera desplazado la conversaciĂ³n, su novia comĂ­a con gesto de fastidio. Me hubiese gustado poder decir que eso significaba que la habĂ­a calado, que no era mĂ¡s que otra que buscaba sacar algo de mi primo… pero lo cierto es que cada vez que su mirada se cruzaba con la de Beto, en su rostro habĂ­a una expresiĂ³n que no querĂ­a descifrar. IntentĂ© mirar a Irina para intercambiar impresiones con ella, pero sĂ³lo me devolviĂ³ una mirada indignada. Mi primo parecĂ­a descorazonado conmigo, todo el mundo parecĂ­a enfadado conmigo. Cuando terminĂ³ la cena y llegĂ³ la hora de ir a casa, Beto me llevĂ³ a un aparte y me pidiĂ³ si querĂ­a que esa noche, durmiese Ă©l conmigo….

-Tenemos el cuarto pequeñito, donde puedes dormir sĂ³lo si es que no quieres dormir con ella… - insinuĂ©.

-SĂ­ quiero hacerlo, Oli… pero no quiero que tĂº te enfades mĂ¡s. Si lo prefieres, dormirĂ© contigo, Dulce e Irina pueden dormir juntas.

No me hacĂ­a gracia la idea de dormir sin Irina, pero asĂ­ desde luego podrĂ­a hablar con Beto con libertad. Cuando se lo dije a ella, en el coche, tampoco le hizo mucha ilusiĂ³n.

-¿Por quĂ© has tenido que cargar contra esa chica, Oliver? Ni siquiera la conoces. – Puede que fuese la primera vez desde que nos conocemos, que mi esposa me llama "Oliver" y no simplemente "Oli". Y me doliĂ³.

-Porque… porque no me gusta para Ă©l. No sĂ©, la veo demasiado guapa, demasiado sofisticada… y demasiado provocona. Temo que se estĂ© aprovechando de Ă©l, que lo estĂ© usando para divertirse… no me parece buena para Ă©l, la verdad, ¡no me lo parece! A Beto le vendrĂ­a bien otro tipo de chica… alguien… mĂ¡s discretito, mĂ¡s como Ă©l…

-Es muy curioso que digas eso, porque es EXACTAMENTE lo mismo que dice tu padre acerca de mĂ­.

-¡Irina, no me vas a comparar a esa tĂ­a contigo…!

-¿Por quĂ© no? La noche en que nos conocimos, yo llevaba un vestido mucho mĂ¡s provocativo que el suyo… casi no te conocĂ­a y me ponĂ­a unas minifaldas prĂ¡cticamente de enseñar el culo, sĂ³lo para ver si te ponĂ­a burro y te lanzabas, y a la tercera vez te hice subir a mi casa, y poco menos que te seduje… y antes de contigo, he perdido la cuenta de con cuĂ¡ntos tĂ­os estuve, ¿te parece que no hay punto de comparaciĂ³n?

-…¡No, no lo hay! Una cosa es ser una mujer liberada que disfruta de su cuerpo, eso eras tĂº. Y otra, ser una fresca cazamaridos que va detrĂ¡s de pescar a uno que la mantenga y que puede hacerle capricornio cuando le apetezca, ¡eso es ella!

-Oli, ¿por quĂ© la prejuzgas con tanta dureza? ¡TĂº, no eres asĂ­! – BusquĂ© una respuesta lo bastante contundente, un insulto para la novia de Beto que mi Irina no pudiese rebatir… pero no logrĂ© encontrarlo.

-No quiero que le vuelvan a hacer daño… no quiero que…

-¿Sabes? Creo que debes recordarte lo que tĂº mismo dices siempre sobre tu primo: "es mucho mĂ¡s listo de lo que parece". Yo no creo que se vaya a dejar engañar, no una segunda vez. Oli, he visto cĂ³mo le miraba esa chica despuĂ©s de tu rapapolvo… si hubiera dependido sĂ³lo de ella, te hubiera soltado una groserĂ­a y se hubiera levantado de la mesa. Pero sabĂ­a que eso, harĂ­a infeliz a Beto, y se quedĂ³ por Ă©l. Si tu primo le importase un pimiento, si sĂ³lo quisiese sacar partido de Ă©l, ¿no te parece que se hubiera aprovechado precisamente de tu salida de tono para malmeteros el uno contra el otro? ¿No crees que se hubiera levantado y se hubiera llevado a Beto de allí…?

AquĂ©l era un argumento de peso, y por un momento me sentĂ­ culpable. MĂ¡s de una vez hubiera querido decirle cuatro cosas a Cristina… pero tenĂ­a que hacerme a la idea de que la nueva novia de Beto, no era Cristina. Es cierto que seguĂ­a sin caerme bien, pero al menos, tenĂ­a que procurar no andar con ella con la escopeta cargada. Aunque sĂ³lo fuese por cariño hacia mi primo.

Llegamos a casa y preparamos el sofĂ¡ cama del salĂ³n, a la novia de Beto tampoco parecĂ­a hacerle gracia dormir separada de Ă©l, pero no dijo nada, aunque tuve la impresiĂ³n de que ella pensaba que era culpa mĂ­a. Me miraba con agresiva suficiencia, como si deseara decirme que ella iba a hacer lo que quisiera con mi primo y que yo no podrĂ­a impedĂ­rselo, que por cosas peores que por mĂ­ habĂ­a pasado… pero pensase lo que pensase, se lo callĂ³ todo, y las chicas fueron a dormir a su cuarto, y nosotros nos acostamos en el salĂ³n. No me resulta incĂ³modo dormir en la misma cama que Beto, cuando Ă©ramos niños y nos veĂ­amos durante las vacaciones, solĂ­amos hacerlo a menudo. Nos quedĂ¡bamos de chĂ¡chara y jugando durante horas, para los dos era algo genial… pero esa noche, mi primo parecĂ­a pensar que iba a pasar un examen, y ciertamente asĂ­ era.

-Beto… ¿cĂ³mo es ella contigo? ¿CĂ³mo te trata? – le preguntĂ©, ya acostados y a oscuras.

-Es muy buena. – dijo, con una voz casi soñadora – Le gusta mucho el helado, como a mĂ­. Cuando nos duchamos juntos, me frota la espalda… Se apuntĂ³ al equipo de fĂºtbol del ministerio para estar conmigo… a veces, cuando no salimos a la misma hora, cuando llego a casa, estĂ¡ allĂ­, esperĂ¡ndome… - soltĂ³ una risita de timidez, y entendĂ­ muy fĂ¡cilmente cĂ³mo le esperaba ella… - luego, hacemos la cena… y muchas veces, me lleva y me trae del trabajo, ella tiene coche…

-¿No es eso… no es eso mucho control, asĂ­ de golpe? ¿CuĂ¡nto hace que os conocĂ©is?

-Conocernos, desde principios de verano… juntos, llevamos juntos desde Septiembre.

-Beto, por favor… llevĂ¡is saliendo menos de medio año y ya es casi como si vivierais juntos….

-Vamos a vivir juntos. Ella me lo propuso, y le dije que sĂ­, por eso la he traĂ­do.

-Eeeh… se suponĂ­a que, segĂºn lo que te pedĂ­, la traerĂ­as para que yo la conociera ANTES de que le dijeses que sí… - Beto intentĂ³ objetar algo, pero neguĂ© con la cabeza. – No sĂ©, no sé… me parece muy precipitado, me parece que esa chica quiere ir muy deprisa contigo.

-Bueno, sĂ³lo nos diferencia un mes…

-¿Un mes? ¿QuĂ© mes?

-Contigo y con Irina… la conociste en Enero, precisamente me acuerdo que me dijiste que fue el dĂ­a de tu cumpleaños, el veintinueve de Enero. Y te casaste con ella en Junio, eso hacen seis meses. De vosotros, sĂ³lo nos diferencia un mes.

"Maldita sea su memoria" pensĂ©. Beto tiene una memoria de elefante, y por regla general, se le da de maravilla recordar lo que uno quisiera que olvidase. Y lo peor, no era eso, lo peor es que Ă©l no se daba cuenta porque se le daba muy mal calcular, pero si tenemos en cuenta que la fecha que le di (yo la conocĂ­ el nueve de Enero, pero le dije el 29, porque ademĂ¡s de mi cumpleaños, ahĂ­ fue cuando… bueno, cuando me hizo hombre), fue a finales de Enero, y nos casamos a principios de Junio… hacĂ­a mĂ¡s bien cinco meses que seis, o sea, los mismos que Ă©l llevaba con su Caramelo. Ah, no, Dulce, ese era el nombre. Pero una vez mĂ¡s, me parecĂ­a que yo era mĂ¡s "adulto" que Ă©l, mĂ¡s responsable. Y sobre todo, que Irina se habĂ­a interesado por mĂ­ sĂ³lo porque yo le gustaba, no por razones ocultas. De hecho, no querĂ­a pensar que Beto, veĂ­a a su novia todos los dĂ­as, en cambio yo empecĂ© viendo a Irina sĂ³lo una vez por semana, y de golpe, despuĂ©s de nuestro primer encuentro Ă­ntimo, empezamos a vivir el uno en casa del otro. No querĂ­a pensar que yo quedĂ© tan hechizado por ella que si me hubiera pedido la luna, a esas alturas ya tendrĂ­a listo un cohete. No querĂ­a pensar que, con eso de que nuestra primera vez cayĂ³ accidentalmente en mi cumpleaños, lleguĂ© a pensar si Irina no serĂ­a un regalo de algĂºn conocido de la universidad, simplemente para que yo "me estrenase"…. Aquello todavĂ­a me avergonzaba, jamĂ¡s se lo habĂ­a confesado a Irina porque temĂ­a que se ofendiera, pero fue un miedo que tuve durante aquĂ©lla noche, y no fui capaz de enfrentarme a Ă©l y preguntĂ¡rselo. Me limitĂ© a pensar que, para una vez, una vez que me ocurrĂ­a algo tan bueno, si luego resultaba ser un montaje al menos, por un ratito, habrĂ­a sido muy feliz. Verdaderamente eso, por mi parte, no demostraba una gran madurez…

*******
-SĂ© que le caigo mal, pero, ¿porquĂ©? ¿QuĂ© le he hecho yo? – preguntaba Dulce a Irina justo en ese momento.

-Por favor, no pienses mal de él, te aseguro que es un hombre estupendo, y muy cariñoso. Pero cuando se trata de su familia, sobre todo de Beto, al que quiere tanto… se puede poner un poco picajoso. Él mismo me lo ha dicho, "a veces me siento como si fuese su padre". Le asusta la idea de que le vuelvan a hacer daño.

-Lo comprendo y hasta cierto punto, es de agradecer que se preocupe tanto por Ă©l… pero Beto no es ningĂºn niño, sabe defenderse solito. Y yo, desde luego, no le voy a hacer el menor daño. – se notaba una sonrisa cariñosa en su voz– Me conquistĂ³. Me conquistĂ³ con su bondad, con su ternura, con su inocencia… no podrĂ­a vivir sin Ă©l. ¿Sabes? Yo soy una persona muy mirada con el buen gusto, con los detalles, la limpieza, con lo que es o no agradable. Antes, me hubiera sido imposible dormir con calcetines, ni en lo mĂ¡s frĂ­o del invierno, y me parecĂ­a una terrible muestra de pĂ©simo gusto que un tĂ­o se metiera con los calcetines, sucios y sudados de todo el dĂ­a, en la cama… Bueno, pues ahora me parece un detalle de confianza de pareja, de lo tranquilo y a gusto que estĂ¡ conmigo, sĂ³lo porque lo hace Ă©l.

Irina sonriĂ³. Su Oli sĂ­ habĂ­a tenido el buen gusto de quitarse los calcetines, y aĂºn de dejarlos pulcramente doblados dentro de los zapatos, en su primera vez, pero en cambio…

-Te comprendo. Eeh… esto, no te lo he dicho, ¿vale?, pero, ¿sabes esa figurita de Darth Vader que hay en el salĂ³n, en la mesilla del telĂ©fono…? – Dulce asintiĂ³ – Pues… cuando Oli y yo estamos juntos (ya me entiendes) en el salĂ³n, antes de hacer nada, Ă©l TIENE que darle la vuelta a la figura. Dice que hay cosas que no puede compartir ni con Lord Vader, y que no podrĂ­a concentrarse si siente que le estĂ¡ mirando, que le darĂ­a vergĂ¼enza.

-¿En serio…? – Dulce trataba de no reĂ­rse.

-Totalmente en serio. Antes de conocerle, me encuentro a un tĂ­o que me dice algo semejante, y le pondrĂ­a de infantiloide y de inmaduro que no habrĂ­a por dĂ³nde cogerle. Y ahora en cambio, para mĂ­ es un toque adorable de ternura, por lo mismo, sĂ³lo porque lo hace Ă©l.

Dulce intentĂ³ que se le pasase el enfado que sentĂ­a hacia el primo de su corazoncito. A fin de cuentas, ella con quien iba a vivir, era con Beto, no con el estirado de su pariente. tal vez, con el tiempo, cuando la fuese conociendo mejor, la tratase de otro modo…. Eso esperaba.


*******


DebĂ­an ser como las tres de la mañana cuando mi vejiga me despertĂ³, y aunque me resulte molesto levantarme a media noche para orinar, para mi desgracia sĂ© perfectamente que la alternativa es mucho mĂ¡s desagradable, de modo que me levantĂ© lo mĂ¡s silenciosamente que pude para no despertar a Beto, que roncaba suavemente a mi lado. AĂºn asĂ­, cuando salĂ­ de la cama, le oĂ­ musitar "Dulcita…". Me daba mucha ternura su modo de portarse con ella, por lo que habĂ­a visto, estaba literalmente colgarrĂ³n por esa chica y, no querĂ­a admitirlo, pero parecĂ­a que ella le correspondĂ­a. Pero eso no querĂ­a decir nada, Cristina al principio, tambiĂ©n sabĂ­a ser maja. No era tan cariñosa como la nueva, que habĂ­a dado como treinta y cinco besitos de buenas noches a mi primo antes de ir a dormir, pero bien podĂ­a ser una comedia, pensĂ© mientras caminaba por el pasillo, hacia el cuarto de baño. GirĂ© el picaporte y maquinalmente, di un paso al frente, pero la puerta no se abriĂ³ y me peguĂ© de narices contra ella.

-¿QuĂ©? – y entonces me di cuenta que bajo la puerta, salĂ­a un hilito de luz. HabĂ­a alguien en el baño, y dado que Beto seguĂ­a dormido, eso sĂ³lo dejaba una posibilidad. El golpe me habĂ­a puesto de muy mal humor, pero el hecho en sĂ­ de trancar la puerta, lo hizo mĂ¡s aĂºn. Me enfurruñé cruzando los brazos y me apoyĂ© en la pared, esperando que la novia de Beto saliera, pero apenas llevaba diez segundos esperando, mi estado de Ă¡nimo venciĂ³ a mi educaciĂ³n y empecĂ© a hablar en susurros a travĂ©s de la puerta cerrada - ¡EstĂ¡ claro que no lo sabes, pero en esta casa, no tenemos la fea costumbre de echar cerrojos! Si… si se me ha olvidado llamar, te bastaba con decir un "ocupado". ¿TambiĂ©n vas a ponerle cerrojos a Beto en su casa, para que no corras peligro de que pueda mirarte por accidente? ¿SepararĂ¡s las camas como hizo la otra? – La puerta del baño se abriĂ³ y me preparĂ© para soltar otra retahĂ­la, pero la voz se me muriĂ³ en la garganta y quise que se me tragase la tierra cuando vi que era Irina la que me miraba desde el vano.

-Oli…. – sin duda el ver la cara de tremendo apuro que tenĂ­a, le habĂ­a hecho no ensañarse mĂ¡s y no llamarme de nuevo "Oliver" – Sinceramente, ¿no te parece que ya estĂ¡ bien de arremeter contra Dulce? He echado el cerrojo para poder estar tranquila por si querĂ­an entrar ella o tu primo, pero no pensaba que tuviera que pedirte permiso primero a ti.

IntentĂ© poner alguna excusa, pero sabĂ­a que era inĂºtil y suspirĂ©.

-Me estoy poniendo paranoico, ¿verdad?

-MĂ¡s bien sĂ­ – sonriĂ³ Irina. – pasa, y hablaremos. – EntrĂ© y cerrĂ³ la puerta de nuevo. – Cielo, dime la verdad, ¿quĂ© te molesta mĂ¡s, la posibilidad de que ella pueda ser mala con Beto… o la posibilidad de que sea tan buena, que Ă©l pueda olvidarse de ti?

Me sonrojĂ© tan violentamente que me doliĂ³ la cara. Yo mismo no habĂ­a querido admitĂ­rmelo, ni pensarlo siquiera, pero Irina a veces parece que lea lo que yo pienso. TenĂ­a razĂ³n. Yo mismo sabĂ­a que, despuĂ©s de casarme con ella, bueno, habĂ­a seguido llamando a Beto y hablando con Ă©l… pero ya no era lo mismo que cuando los dos estĂ¡bamos solteros. Le habĂ­a perdido cuando estuvo con Cristina, sĂ³lo podĂ­a verme a escondidas de vez en cuando, para que ella no sospechase que se veĂ­a conmigo… Cuando le dejĂ³, nos veĂ­amos mucho mĂ¡s a menudo, todas las semanas. Es mi mejor amigo, y yo sabĂ­a que lo era tambiĂ©n para Ă©l. Me molestaba perder ese puesto en su corazĂ³n por una desconocida. Irina se abrazĂ³ a mĂ­.

-¿Acaso tĂº has dejado de querer a Beto por quererme a mĂ­? – me susurrĂ³ – Puede que no os veĂ¡is tanto como antes, pero le llamas casi a diario, y sĂ© que no quieres verle con tanta frecuencia porque temes que coja celos al verme contigo. – sonreĂ­ y me apretĂ© contra ella. Irina se da cuenta de todo – Pero ahora eso, ya no tiene porquĂ© pasar, porque Ă©l tambiĂ©n tendrĂ¡ una persona. Oli, Dulce quiere muchĂ­simo a Beto, lo sé… no hay mĂ¡s que ver de quĂ© modo le mira, con quĂ© arrobamiento habla de Ă©l. Te aseguro que no debes temer que le trate mal, y si tĂº eres un poquito mĂ¡s amable, tampoco deberĂ¡s temer que lo separe de ti. Es una chica de carĂ¡cter, sĂ­, pero es muy simpĂ¡tica, estĂ¡ deseando que tĂº la aceptes, porque sabe en cuĂ¡nta estima te tiene Ă©l.

Admito que me sentĂ­ un imbĂ©cil. RecordĂ© lo borde que habĂ­a sido durante la cena, lo distante que habĂ­a estado sĂ³lo por… por celos, ahora me daba cuenta, y me sentĂ­ estĂºpido, y asĂ­ se lo dije a mi Irina.

-El que te des cuenta de ello, ya es muy bueno. Mañana sin falta, le pedirĂ¡s perdĂ³n a Dulce por todo, y empezaremos de nuevo, y... tienes que tener siempre presente, que, pase lo que pase, NUNCA te quedarĂ¡s sin el cariño de tu mujercita - sonriĂ³ con picardĂ­a. Y estuve a punto de separarme de su abrazo y darle las buenas noches y volverme al sofĂ¡ cama, pero en primera ya era tarde, y en segunda, yo mismo tenĂ­a ganas. Irina empezĂ³ a desabrocharse la chaquetilla del pijama y yo ya tenĂ­a las manos metidas en ella, acariciĂ¡ndole la cintura, subiendo ligeramente y apretĂ¡ndola contra mĂ­ mientras suspiraba. De verdad lo necesitaba, me hacĂ­a falta que me hicieran sentir querido. DespuĂ©s de haberme portado como un cretino, necesitaba ese "estĂ¡s perdonado", querĂ­a mimitos.

EmitĂ­ un suspiro interminable cuando sentĂ­ las manos de mi Irina acariciar mi piel debajo de la camiseta gris que usaba para dormir, y yo mismo me la saquĂ© por la cabeza, dejĂ¡ndome besar el pecho y los hombros. Cada roce de sus labios era un escalofrĂ­o delicioso, y mi mujer, que siempre es muy dada a los besos y a los cariñitos, esa noche era aĂºn mĂ¡s generosa con ellos, al intuir, o saber directamente cuĂ¡nta falta me hacĂ­an. Sin apenas darme cuenta, me sentĂ³ sobre la taza del baño y se montĂ³ sobre mĂ­, aĂºn los dos con el pantalĂ³n puesto, y empezĂ³ a frotarse suavemente. Su delicioso calor sobre mi miembro, ya erecto, me hacĂ­a sentir un placer inmenso, pero sus manos acariciando mi cuello, mi cara, y su boca entreabierta besĂ¡ndome una y otra vez, me hacĂ­an sentir increĂ­blemente bien. Me apretĂ³ la cabeza contra sus pechos desnudos, tan cĂ¡lidos y acogedores, acariciĂ¡ndome la espalda y la mejilla, besĂ¡ndome la frente, y sonreĂ­, en parte de placer, en parte de alivio y ternura… Irina tenĂ­a razĂ³n: pasase lo que pasase, su cariño no lo perderĂ­a nunca.


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Sin duda por estar en una casa y una cama que no conocĂ­a, el sueño de Dulce era mĂ¡s ligero de lo normal, y al darse la vuelta sobre la cama y no encontrar a Beto junto a ella, se despertĂ³ sobresaltada. Hubiera jurado que habĂ­a oĂ­do algo, un gemido quizĂ¡s, pero no estaba segura. "QuĂ© tonta soy, estoy en casa del primo de Beto", se dijo al recordar. Estuvo a punto de recostarse de nuevo sobre la almohada y recuperar su sueño, pero entonces oyĂ³ de nuevo el gemido y vio que estaba sola en la cama. Del pasillo, llegaba un diminuto rayo de luz que provenĂ­a del baño. "No… no puede ser", se dijo Dulce, y pensĂ³ que debĂ­a volver a acostarse, pero la curiosidad fue mĂ¡s fuerte, y saliĂ³ de la cama.

"Es imposible, no me creo que se hayan metido en el baño para…" pensaba, pero no podĂ­a dejar de sonreĂ­r, caminando de puntillas sobre el parquet. Sigilosamente, llegĂ³ a la puerta del baño y escuchĂ³. No cabĂ­a duda, eran gemidos ahogados y risitas sofocadas. Desde luego, no estaban jugando al parchĂ­s. "¿Es que mi sino es encontrarme a todo el mundo en la misma situaciĂ³n…? Y menos mal que esta vez, al menos, estoy fuera". Es cierto que la idea de que sus anfitriones estuvieran pasando un rato agradable en el cuarto de baño despuĂ©s que les habĂ­an hecho dormir separados era bastante injusta… pero tambiĂ©n le daba la oportunidad de aprovechar la ocasiĂ³n. ¿Ellos lo estaban haciendo, no…? De modo que se alejĂ³ de la puerta del baño, entrĂ³ en el salĂ³n, cerrĂ³ la puerta y mirĂ³ a su Beto, que dormĂ­a panza arriba, con una sonrisa en los labios… y una erecciĂ³n bajo las sĂ¡banas.

"Me parece que estĂ¡ teniendo unos sueños muy lindos" se dijo Dulce mientras se colaba lentamente entre las sĂ¡banas, a su lado. SabĂ­a que Beto solĂ­a tener varias erecciones durante el sueño, pero era la primera vez que ella le pescaba una. SerĂ­a una lĂ¡stima no aprovecharla. Con toda suavidad, se arrimĂ³ bien a su corazoncito y metiĂ³ la mano muy despacio bajo los calzoncillos, acariciando con ternura. Beto se estremeciĂ³ y su sonrisa se hizo mĂ¡s pronunciada. Dulce le besĂ³ la nariz, las mejillas, y su novio contrajo la cara y finalmente parpadeĂ³. FrunciĂ³ el ceño intentando enfocar la imagen, y cuando vio a Dulce, pegĂ³ un brinco del susto e intentĂ³ esconderla bajo las sĂ¡banas.

-¿QuĂ© haces? – susurrĂ³ ella, divertida.

-Eso te digo yo, ¿quĂ© haces tĂº aquĂ­? ¡Oli no debe verte! Eeh… espera, ¿dĂ³nde estĂ¡ Oli?

-Beto, corazoncito… tu primo, estĂ¡ con Irina, haciendo mĂ¡s o menos lo mismo que tĂº y yo, asĂ­ que puedes relajarte - Dulce acariciĂ³ mĂ¡s intensamente la tita de su novio, y Ă©ste dejĂ³ escapar un gemido de gusto. La verdad es que le daba mucho corte, en casa de otra persona, ponerse a hacer cositas… pero Dulce siempre tenĂ­a esa manera tan especial de ser convincente, de modo que se dejĂ³ hacer, disfrutando de las tiernas caricias que le ponĂ­an la piel de gallina, mientras Ă©l mismo metĂ­a las manos bajo el pantalĂ³n de su novia y empezaba a hacer cosquillas en su rajita…


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"Delicioso… es… simplemente delicioso" pensaba, con las piernas temblĂ¡ndome, y ayudando a Irina a botar sobre mĂ­. En lugar de montarme como solĂ­a, con las piernas separadas, ella se habĂ­a bajado el pantalĂ³n del pijama sĂ³lo hasta la mitad del muslo y se habĂ­a sentado de lado sobre mĂ­. Se habĂ­a dejado caer muy despacio, haciĂ©ndome sufrir tan maravillosamente que sĂ³lo a duras penas habĂ­a sido capaz de contener los gemidos, y aĂºn mi Irina habĂ­a tenido que taparme la boca para ahogarlos. Era realmente de lo mejor que habĂ­a sentido, la inusual postura, el hecho de estar en el baño en lugar de en otro sitio mĂ¡s cĂ³modo, la idea de que no estĂ¡bamos desvestidos del todo, me resultaba increĂ­blemente excitante. Y sobre todo, la estrechez, la dulce estrechez. Al tener ella las piernas juntas, el calor y la presiĂ³n eran mucho mĂ¡s intensos, y por si fuera poco, ella no dejaba de tensar sus muslos a cada bajada, y cada vez que lo hacĂ­a, a mĂ­ se me iba el alma.

-Oli… - susurrĂ³ mi Irina, apenas audiblemente – Eres adorable… - me acariciaba la cara y el cabello con mucha suavidad, con la punta de los dedos, con la boca muy cerca de mi piel, dĂ¡ndome besitos ligeramente hĂºmedos, jugueteando con mis labios cuando pasaba cerca de mi boca. Yo ni siquiera podĂ­a contestar. Si abrĂ­a la boca, iba a ser para gritar el placer y lo feliz que me sentĂ­a. Mi mujer me apretaba entre sus piernas y me daba la impresiĂ³n de que iba a reventar como una uva, y por otro lado, me habĂ­a sacado un tremendo peso de encima al descubrirme. El tener como pareja a alguien que te conoce tan, tan bien, puede a veces resultar incĂ³modo porque no hay manera de decir una mentirijilla, pero las ventajas eran mucho mayores.

"No pares" articulĂ© sĂ³lo moviendo los labios, y aĂºn asĂ­ el aire saliĂ³ casi en gemido de mis labios. Irina me sonriĂ³ y acelerĂ³, cerrando los ojos de placer, porque ella tambiĂ©n estaba llegando. Los apretones de sus muslos se comunicaban a su clĂ­toris, y yo, que hasta entonces habĂ­a usado las manos sĂ³lo para acariciarle la cintura y las nalgas mientras la ayudaba a moverse, bajĂ© una a su apretada entrepierna y deslicĂ© mi dedo Ă­ndice entre ellas, para tocar su botoncito. Irina tiritĂ³ ferozmente y se llevĂ³ una mano a la boca, cerrando los ojos, para intentar no gritar. Se rio muy bajito, mirĂ¡ndome con un poco de tĂ­mida sorpresa, porque no estĂ¡ acostumbrada a que yo haga cositas asĂ­, suele ser ella quien me lleva la mano, pero hoy, despuĂ©s de cĂ³mo me habĂ­a puesto al descubierto, no tenĂ­a mĂ¡s razones para ser tĂ­mido, al menos, por un ratito. A pesar del nulo espacio, mi dedo resbalaba en sus abundantes flujos. A pesar de la estrechez, podĂ­a sentir perfectamente su perlita, erecta, resbalando sobre mi dedo mientras la acariciaba sin cesar.

Irina puso los ojos en blanco y le besĂ© los hombros desnudos, tenĂ­a la chaquetilla por los codos, y sus pechos se balanceaban suavemente a cada movimiento. Hubiera apostado que hoy el primero en acabar serĂ­a yo, dado mi estado de Ă¡nimo, pero las caricias que le prodigaba en su botoncito eran demasiado para ella, y mirĂ¡ndome con una sonrisa de arrobo, vi que se tensaba mĂ¡s aĂºn, sus piernas se doblaron y los dedos de sus pies descalzos se encogieron, intentĂ³ retener los gemidos y se puso muy colorada, y entonces, sentĂ­ las maravillosas contracciones en torno a mi miembro, convulsas, elĂ©ctricas, mientras ella se estremecĂ­a, y me dejĂ© ir, disfrutando de mirar cĂ³mo mi mujer gozaba conmigo. Las oleadas de placer que me laceraban, se expandieron por todo mi bajo vientre, y sentĂ­ que me estremecĂ­a, indefenso ante el inmenso gozo, me abracĂ© a ella con fuerza mientras mis caderas se movĂ­an solas, con mi pene maravillado del intenso calor hĂºmedo, deliciosamente exprimido… y fue como si mi virilidad explotase, en un placer dulcĂ­simo que lentamente se expandiĂ³ por todo mi cuerpo, llenando mi piel de sudor y haciĂ©ndome jadear quedamente, buscando aire por el esfuerzo, mientras sentĂ­a mi semen brotar y ser aspirado dentro de ella, que me apretaba entre sus brazos. Di un par de tiritonas de gusto, pegado a su pecho, encogido de placer, mientras ella me acariciaba la espalda y los hombros… y al fin los dos nos relajamos.

Mi Irina me miraba con los ojos casi hĂºmedos, dedicĂ¡ndome infinidad de caricias, y la apretĂ© con todas mis fuerzas mientras la besaba, mi lengua jugando con la suya. SentĂ­ su risa dentro de mi boca, y, no supe porquĂ©, pero me vino una especie de absurdo pensamiento de que esa noche, ese mismo instante, acababa de empezar algo nuevo.


**********


Beto y Dulce se movĂ­an al unĂ­sono, los dos tendidos de lado en el sofĂ¡ cama que chirriaba suavemente. Ella abrazaba a su novio con una pierna y sus caderas se separaban y encontraban. El funcionario se mordĂ­a los labios y temblaba de gustito, aquĂ©lla postura le encantaba porque era muy cĂ³moda al estar tumbado del todo y le permitĂ­a tocar a Dulce y mirar todas las sonrisas de placer que se le escapaban. Cada embestida les hacĂ­a estremecer, el interior de Dulce ardĂ­a y resbalaba tan bien que Beto sĂ³lo sentĂ­a deseos de acelerar, bombear hasta caer rendido. La tita de su novio era tan caliente y le frotaba en los puntos sensibles de su vagina con una intensidad tan deliciosa, que Dulce sĂ³lo ansiaba terminar, ninguno de los dos apenas aguantaba mĂ¡s, era tan bueno… Intentaban hacer el menor ruido posible, cuando se oyĂ³ la puerta del baño. Dulce girĂ³ la cabeza, asustada por si venĂ­an, y Beto intentĂ³ pararse, pero sin duda porque el placer habĂ­a pasado ya el punto de la sensatez, sus caderas en lugar de frenarse, aceleraron.

Dulce ahogĂ³ un grito de placer, quiso frenar a Beto, detenerse ella misma, pero ya no fue posible, y en su lugar se apretĂ³ contra su novio y tambiĂ©n ella aumentĂ³ su velocidad, combinando sus movimientos a los de Beto… ya estaba, ya casi… ya casi…. ¡mmmmmmmmmmmmmh….! El estallido de placer fue tan rico y potente que ambos casi saltaron sobre el colchĂ³n en sus convulsiones, haciendo protestar a los muelles. Beto besĂ³ a Dulce intentando ahogar los gemidos de ambos mientras sus ojos se ponĂ­an en blanco y le parecĂ­a que perdĂ­a la vida por entre las piernas, y Dulce temblaba, sintiendo que el orgasmo la recorrĂ­a hasta la punta de los cabellos, y su sexo daba apretones a la tita de su novio… apenas podĂ­a respirar, ¡quĂ© bien se sentĂ­a!

Jadeaban, abrazados el uno al otro, pero nadie entrĂ³ en el salĂ³n. Oli e Irina se habĂ­an marchado a su cuarto sin duda al ver que Dulce no estaba en la cama. El funcionario y su novia se miraron a los ojos y no pudieron evitar soltar la carcajada, ¡el susto habĂ­a sido muy excitante!


******


A la mañana siguiente, me levantĂ© para hacer el desayuno para todos. BesĂ© a Irina, que aĂºn seguĂ­a dormida, y con paso vacilante, crucĂ© el pasillo, pero unos ruiditos en el salĂ³n me hicieron detenerme en seco. Eran risitas, y como si alguien hablase en voz baja. Mi primo se reĂ­a sin parar, y por un momento dudĂ© si entrar o no, porque bien podĂ­a ser que estuvieran… y por la puerta translĂºcida del salĂ³n, no se distinguĂ­a nada. No tenĂ­a modo de saberlo con seguridad, asĂ­ que me agachĂ© para que no vieran mi silueta, no querĂ­a que pensaran que estaba espiando… y efectivamente espiĂ©, pegando la oreja, a ver si me enteraba de si podĂ­a entrar o no. Unos segundos mĂ¡s tarde sonreĂ­, aliviado, y abrĂ­ la puerta.

-…Y Ă©ste pĂ­caro gordito, ¡se lo comiĂ³, se lo comiĂ³, se lo comiĂ³! – decĂ­a Dulce, entre sonrisas.

-¡Jijijijijiji, basta, por favor, no puedo mĂ¡s! – mi primo, aĂºn sin gafas, lloraba de risa. Su novia le tenĂ­a cogido de los pies y le hacĂ­a cosquillas y le besaba los dedos. Al verme, Dulce parĂ³ de inmediato y pareciĂ³ casi avergonzada. Admito que me sentĂ­ culpable, no tenĂ­a derecho a portarme como me habĂ­a portado anoche… Desde luego, una chica que no sintiese amor por Beto, no se habrĂ­a escapado de la cama para ir a un sofĂ¡ cama no muy cĂ³modo sĂ³lo para estar con Ă©l. No le hubiera hecho el amor (hay cosas que no quiero imaginarme de mi primo por mucho que le quiera, pero los sonidos que anoche salĂ­an del salĂ³n, no era preciso detenerse a escucharlos para identificarlos…), y desde luego, no estarĂ­a tampoco jugando de esa manera con Ă©l, yo sĂ© que a mi primo le encantan las cosquillas, y tiene muy sensibles los pies… y entonces me di cuenta, ¡sus pies!

-¡Beto! – sonreĂ­ - ¡Te has hecho quitar los tatuajes! – Por una broma pesada, a mi primo, en la universidad, le habĂ­an hecho unos horribles tatuajes de cerdos apareĂ¡ndose, en los pies. Cuando se animĂ³ a decĂ­rmelo, le dije que se los quitara, pero se negĂ³. Se negĂ³â€¦ porque Cristina le dijo que no lo hiciera, que asĂ­ tendrĂ­a presente para siempre lo cerdo que era, y si querĂ­a corregirse, no debĂ­a olvidarlo. Ella supo convencerle de modo que el bueno de Beto pensase que lo hacĂ­a por su bien, para que Ă©l mejorara, pero yo sabĂ­a que no era mĂ¡s que otra muestra de su crueldad con mi primo, y punto. Era extraño que se hubiera animado a hacer algo asĂ­.

-Sí… - asintiĂ³, incorporĂ¡ndose en el colchĂ³n. – Dulce me dijo que me los podĂ­a quitar si querĂ­a… Al principio de estar con ella, nunca me quitaba los calcetines. – se sonrojĂ³ ligeramente y Dulce le acariciĂ³ la cara con el dorso de los dedos. – Pero un dĂ­a, logrĂ³ que me animase a quitĂ¡rmelos. Y le contĂ© lo que habĂ­a pasado, y dijo que no tenĂ­a importancia. Y dijo que yo tenĂ­a unos pies muy bonitos.

Mi primo parecĂ­a triunfal, como si me estuviera diciendo "chĂºpate esa". Me lo merecĂ­a, y sonreĂ­.

-Y cuando acabam… eeh, bueno… mĂ¡s tarde, me dijo que si querĂ­a, esos tatuajes se podĂ­an quitar. – A Beto le temblaba un poquito la voz. Para Ă©l, era algo muy emotivo, yo lo sabĂ­a bien. AquĂ©lla chica quizĂ¡ no lo supiera, pero con su gesto de decirle que no tenĂ­a importancia, que sus pies eran bonitos pese a los horribles tatuajes y que podĂ­a quitarse estos si lo deseaba, le habĂ­a quitado tambiĂ©n de encima muchos años de culpa. Mi primo seguĂ­a hablando, pero yo apenas le oĂ­a – Mira, casi ni ha quedado señal… y me dijeron que dentro de unos meses, cuando la piel se regenere, se notarĂ¡ mucho menos.

-Me alegro mucho. – contestĂ© maquinalmente, y enseguida añadĂ­ – Bueno, ¡es hora de preparar el desayuno! ¿QuiĂ©n nos va a hacer su mezcla secreta de tostadas francesas? – Beto sonriĂ³ y besĂ³ la mejilla de Dulce antes de levantarse e ir a la cocina a batir huevos y leche para las tostadas. Me quedĂ© a solas con su novia, que era lo que deseaba. Ella se dispuso a seguirle, pero la retuve. Siempre es cuesta arriba pedir disculpas, sobre todo a alguien casi desconocido, pero si tenĂ­a en algĂºn afecto a Beto, tenĂ­a que hacerlo – QuerĂ­a decirte que siento haberte tratado ayer con tanta groserĂ­a. – Dulce pareciĂ³ muy sorprendida por mi reacciĂ³n – Estuve todo el tiempo pensando en lo mal que se portĂ³ su ex mujer con Ă©l, y no quise darme cuenta que tĂº no eres como ella. Beto es muy sensible, enseguida coge cariño a las personas, sĂ© que Ă©l te adora… ¿tĂº le quieres de verdad?

-MĂ¡s que a nadie en el mundo. – admitiĂ³, y supe que decĂ­a la verdad. – Entiendo que te preocupes por Ă©l, y me alegra que Beto te haya tenido durante todos estos años. Él dice maravillas de ti, te quiere con locura y te admira muchĂ­simo… la verdad es que anoche, no supe quĂ© veĂ­a en ti, pero hoy empiezo a darme cuenta. – SonreĂ­, un poco avergonzado, como siempre que alguien me halaga. Dulce sonriĂ³ a su vez, y entonces puso cara de apuro – Ah, por cierto, eeemh… espero que no os enfadĂ©is, tĂº e Irina, pero… cre-creo que el somier de Ă©ste colchĂ³n… bueno, tal vez haya que cambiarlo.

SonreĂ­. A juzgar por lo que se oĂ­a anoche, lo que me extrañaba es que el sofĂ¡ cama todavĂ­a siguiese en pie, y de todos modos, ya estaba viejo.

-No importa. – sentencié.

-¿De verdad no te enfadas? Podemos pagĂ¡roslo nosotros, al fin y al cabo...

-Dulce, no me voy a enfadar porque en mi casa… ¡bueno, hagĂ¡is cositas! - Ella se me quedĂ³ mirando como si hubiese visto un fantasma y de pronto soltĂ³ la risa - ¿Qué…? ¿QuĂ© he dicho?

-¡Nada! –contestĂ³, pero se seguĂ­a riendo - ¿Sabes… sabes que, viĂ©ndole a Ă©l sin gafas, tĂº y Beto os parecĂ©is pero un montĂ³n?

Se marchĂ³, o casi dirĂ­a que escapĂ³ hacia la cocina, y yo me quedĂ© pensativo. SĂ­ es cierto que aunque Ă©l sea un poquito mĂ¡s alto y todavĂ­a mĂ¡s ancho de espaldas que yo, fĂ­sicamente nos parecemos mucho, pero, ¿quĂ© tendrĂ­a eso que ver con su ataque de risa…? De todos modos, en ese momento, Irina se me acercĂ³ por detrĂ¡s y me besĂ³ en la oreja, y aparquĂ© mi curiosidad para otro dĂ­a.






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