Estaba de muy buen humor, hasta silbaba. Le gustaba tener su pequeña casita limpia, y disfrutaba cocinando, dentro de sus posibilidades, ...

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Estaba de muy buen humor, hasta silbaba. Le gustaba tener su pequeña casita limpia, y disfrutaba cocinando, dentro de sus posibilidades, limpiando y sacando brillo hasta que hubiera podido verse reflejado en las superficies, si aĂºn conservase esa posibilidad. Desgraciadamente, hacĂ­a ya muchos años que Alfonso Vladimiro, el conserje de noche del instituto, a quien los estudiantes llamaban "Vladi dos veces" porque solĂ­a repetirlo todo, no podĂ­a ver su imagen reflejada en ningĂºn sitio normal, como espejos, superficies pulidas o agua, y tenĂ­a que servirse de otros objetos para comprobar si los que limpiaba, estaban tan brillantes como Ă©l querĂ­a que estuvieran. Vladi, era un vampiro. Ya no recordaba exactamente la edad que tenĂ­a, ni le importaba demasiado. Cuando fue atacado, porque no provenĂ­a de familia de vampiros, ya le dijeron que eso acabarĂ­a sucediendo, y entonces no se lo creyĂ³, pero se habĂ­a dado cuenta que no le mentĂ­an: pasado un tiempo, perdĂ­as la cuenta, nada mĂ¡s. 

Vladi pertenecĂ­a a la casta mĂ¡s baja de los vampiros, los Chupacabras, y como tal, era despreciado por todo el mundo vampĂ­rico, como cualquier miembro de esa casta… y lo cierto, es que tampoco le importaba gran cosa. SabĂ­a que cualquier vampiro que se cruzase en su camino, le matarĂ­a sin mĂ¡s, con la misma indiferencia que los humanos aplastan cucarachas, pero, ¿quĂ© vampiro iba a acercarse por un instituto lleno de humanos? NingĂºn vampiro que se preciase de serlo, se acercarĂ­a tanto a los humanos, salvo para alimentarse de ellos, sĂ³lo un Chupacabras se rebajarĂ­a a tener un oficio remunerado a cambio de serles de alguna utilidad. Entre los vampiros, alguien como Vladi serĂ­a una deshonra, una vergĂ¼enza… pero el anciano conserje vivĂ­a tranquilo y razonablemente satisfecho. Le gustaba su trabajo, y lo hacĂ­a bien. Los jĂ³venes le divertĂ­an, aunque no los veĂ­a mucho. Nunca veĂ­a mucho a nadie, era otra ventaja de trabajar de noche, uno pasaba el tiempo muy tranquilo. Es cierto que casi no hablaba con nadie y se sentĂ­a un poco solo, pero siempre habĂ­a sido bastante solitario. 

Hasta no hacĂ­a mucho, Vladi habĂ­a vivido con su hijo, Bartolomeo, a quien llamaba Tolo. No era su hijo legĂ­timo, y tampoco Ă©l era un vampiro de familia, sino un niño cuya madre habĂ­a sido infectada por otro vampiro y Ă©sta y su amante se alimentaron de Ă©l y lo abandonaron en casa de Vladimiro despuĂ©s. Ellos, tambiĂ©n eran Chupacabras. Tolo habĂ­a crecido lentamente, eligiendo cada puñado de años si querĂ­a cumplir uno mĂ¡s, y hacĂ­a cosa como de siete u ocho, se habĂ­a ido de casa a "buscar su propia independencia". Vladi sabĂ­a quĂ© querĂ­a decir… que querĂ­a tener un sitio privado para llevarse a las chicas sin que Ă©stas tuvieran que oĂ­r los ronquidos de su padre en el cuarto de al lado, y lo comprendĂ­a. Cuando se cansara, ya regresarĂ­a. Tolo no era como sus padres, Ă©l deseaba una familia, aunque no lo supiera aĂºn, y volverĂ­a cuando se hubiera cansado de follar a lo loco, que, como lo de no recordar la propia edad, es algo que ocurre tarde o temprano. 

Vladimiro tenĂ­a la apariencia de un hombre normal de unos sesenta años. Bastante alto, de espaldas anchas y en buena forma, pero ya con sus añitos. TenĂ­a el abundante cabello todo blanco ya, pero sus ojos verdeazulados seguĂ­an brillando en su rostro amable. En general, tenĂ­a pinta de bueno, y entre eso y su manĂ­a de andar repitiĂ©ndolo siempre todo, muchos estudiantes decĂ­an que estaba gagĂ¡ y le tomaban un poco por el pito del sereno… a Vladi no le importaba tampoco eso. Pero sĂ­ le importaba mantener un poco el orden, al menos, dentro de los lĂ­mites del instituto.

-Venga, tonta… 

-Jijiji… basta… para, no…

-Anda… si te va a gustar… 

Vladi estaba sacando brillo al sable. A un viejo sable que tenĂ­a desde hacĂ­a años, que habĂ­a comprado en el mercadillo del Instituto y le habĂ­an dicho que perteneciĂ³ a un pirata, cuando oyĂ³ aquello en el jardĂ­n, y se asomĂ³ a la ventana. AllĂ­ estaba otra vez, la chica de los ojos verdes y otro chico, a Ă©ste no lo conocĂ­a. La joven siempre se traĂ­a a sus novios a la zona de Ă¡rboles que habĂ­a cerca de la vivienda del conserje, porque quedaba oscuro, pero estaba razonablemente cerca de zonas de luz y gente, no como el bosquecito que habĂ­a en la zona de la Universidad, separando las residencias masculina y femenina. Daba la intimidad necesaria para un encuentro, pero la seguridad precisa si se hacĂ­a necesario pegar un grito o salir corriendo. Vladimiro lo sabĂ­a, pero eso no hacĂ­a que le molestara menos, ¿quĂ© clase de autoestima tenĂ­a esa chica para andar haciendo cosas asĂ­, cada dos dĂ­as con uno distinto? Y siempre montĂ¡ndoles el mismo numerito de buena chica tĂ­mida "sĂ­, pero no". ¿Y quĂ© clase de respeto le tenĂ­an los chicos, la misma tarde que se conocĂ­an, para meterla mano en un sitio oscuro? Siempre que los veĂ­a, solĂ­a darles una voz para que se largaran, pero ya estaba harto, hoy los iba a escarmentar. 

-¡Ah… mmmh… por ahĂ­, no… no, no toques ahí….! – gemĂ­a la joven, la espalda apoyada contra el Ă¡rbol, mientras su compañero, con un tremendo bulto en los pantalones, habĂ­a pasado de acariciarle las nalgas a pasar a la zona delantera de la falda, intentando traspasar la barrera de la fina ropa interior. 

-Venga, si te gusta… no digas que no… 

-Por favor… saca la mano… - susurraba ella, pero no le impedĂ­a seguir avanzando y movĂ­a las caderas para frotarse contra sus dedos. 

-Ahh… quĂ© caliente me pones…. ¡HEY! – el chico dio un brinco y gritĂ³, asustado, cuando el chorretĂ³n del agua frĂ­a le pegĂ³ directamente en los riñones, y se volviĂ³, intentando cubrirse con las manos, empapado de la cabeza a los pies, mientras no dejaba de gritar, y su compañera, riendo, se ocultĂ³ rĂ¡pidamente tras el Ă¡rbol, arreglĂ¡ndose la ropa. 

-Cuando los perros estĂ¡n muy arrebatados, se hace esto para calmarlos. – dijo Vladi desde la ventana de su cobertizo, cerrando la manguera. 

-¡¿Usted es gilipollas o quĂ©?! 

-QuĂ©. 
-¿QuĂ©?

-Soy "quĂ©". Si he de elegir entre ser gilipollas o quĂ©, entonces soy "quĂ©". Este es un truco que me enseĂ±Ă³ mi padre, cuando los perros se quedaban trabados o cuando se desmandaban, se les echaba agua frĂ­a y se calmaban. AsĂ­. – Y accionĂ³ de nuevo la manguera, poniendo perdido al joven. 

-¡Bastaaarrglrgrl….! – gritĂ³. Vladi parĂ³ la manguera.

-Y ahora, largo de aquĂ­. Y que no te vea yo volver a ponerle la mano encima a la chica, que te estabas propasando. 

-Pero, señor, si he sido yo quien le dijo de venir aquí… - admitiĂ³ la joven, asomĂ¡ndose tras el Ă¡rbol, apenas un poco salpicada de agua. 

-Y si Ă©l hubiera sido un caballero, se habrĂ­a negado. – rebatiĂ³ el conserje. – Pero en lugar de eso, se estaba pasando de la raya, y eso no lo consiento en mi casa. Venga. 

El joven, chorreando agua del pelo y con rostro iracundo, echĂ³ a andar. La chica de los ojos verdes intentĂ³ darle la mano, pero Ă©l apartĂ³ la suya con un gesto hosco, caminando muy deprisa en un intento de dejarla atrĂ¡s. La joven pareciĂ³ entristecida un instante, luego mirĂ³ hacia la ventana donde estaba Vladi viĂ©ndolos marchar, y le sonriĂ³ imperceptiblemente, echando a andar de inmediato. El conserje se la quedĂ³ mirando un buen rato, y la vio echar la vista atrĂ¡s dos o tres veces, hasta que, sin duda por no mirar el camino, se pegĂ³ un encontronazo contra un Ă¡rbol, pero no se hizo nada. El joven ni cuenta se dio, y la chica se riĂ³ de su propia torpeza y echĂ³ a correr para alejarse.

Vladi sabĂ­a que volverĂ­a. Que mañana mismo, o dentro de un par de dĂ­as, estarĂ­a allĂ­ otra vez, y con otro chico diferente. "Esa chica busca cariño, y sĂ³lo encuentra sexo", se dijo el conserje enrollando la manguera y pasando a su casa otra vez, para disponerse a cenar. 

A la noche siguiente, Vladimiro se levantĂ³ temprano, como solĂ­a. No le gustaba haraganear en la cama, y apenas eran las cinco y media de la tarde cuando saliĂ³ de la misma. Estaba oscureciendo, pero aĂºn habĂ­a claridad, y cuando saliĂ³ de su casita, ya vestido, para ir al Instituto, donde tendrĂ­a que limpiar y recoger las aulas, se la encontrĂ³ fuera, esperando, sentada en la barandilla del porche. La chica de los ojos verdes le mirĂ³ y le sonriĂ³ tĂ­midamente. 

-Hola. ¿QuĂ© haces aquĂ­? – le preguntĂ³ Vladi. 

-Espero. A mi novio, el de ayer. 

-¿Va a volver por aquĂ­? No creo que vaya a hacerlo despuĂ©s de lo que pasĂ³, ¿va a volver por aquĂ­?

-Eso me ha dicho. Me dijo que si querĂ­a que volviese, le podĂ­a esperar aquĂ­ sentada, y es lo que hago. ¿No molesto, verdad?

Vladi negĂ³ con la cabeza, un poco extrañado. TenĂ­a la sensaciĂ³n de que lo que le habĂ­an dado a la chica, no era exactamente una cita, pero, ¿quiĂ©n era Ă©l para juzgar? Se marchĂ³ a su trabajo y cuando regresĂ³, cerca ya de medianoche, la chica seguĂ­a allĂ­. No habĂ­a cambiado ni de postura. El conserje le dio las buenas noches y ella contestĂ³, con la mirada fija en el camino, esperando ver llegar al chico. Un rato despuĂ©s empezĂ³ a llover, y la chica se refugiĂ³ bajo el porche, pero no se marchĂ³, siguiĂ³ esperando. Era casi la una de la mañana, cuando Vladi saliĂ³ con un paraguas y se lo ofreciĂ³. 

-Ya es muy tarde. – dijo. - ¿PorquĂ© no te marchas a casa? Es muy tarde para que una chica se quede aquĂ­ bajo la lluvia. – La joven le mirĂ³. TenĂ­a la piel pĂ¡lida, muy blanca, y le destacaban mucho los ojos tan verdes y grandes, y tan tristes. 

-No puedo volver a mi casa… Yo no… no tengo casa. 

-¿Te has fugado de casa, hija? ¿Te has escapado?

-Algo asĂ­. Usted no lo entenderĂ­a. – las tripas le rugieron en ese preciso momento, y el conserje sonriĂ³.

-Lo que yo entiendo, es que tienes hambre. Pasa, y cena algo conmigo, estĂ¡s hambrienta. – la joven pareciĂ³ dudar. Luego mirĂ³ la amistosa sonrisa de Vladimiro, y se la devolviĂ³. AgachĂ³ la cabeza con humildad y musitĂ³ un "gracias" casi inaudible mientras entraba en la casa. 

La casita del conserje no era muy grande, pero era cĂ¡lida y acogedora, y estaba muy limpia, fruto de las interminables horas que Vladimiro, sin nada mejor que hacer, pasaba limpiando y frotando. TenĂ­a un saloncito con un pequeño televisor que casi siempre estaba apagado, una chimenea pequeñita y una gran librerĂ­a. Una cocina, un cuarto de baño completo, dos habitaciones, y una buhardilla, que era donde Vladi solĂ­a reparar relojes, algo que le gustaba mucho. El conserje preparĂ³ enseguida otro cubierto para ella, y le sirviĂ³ leche y queso, lo mismo que iba a tomar Ă©l. Los vampiros Chupacabras, no sĂ³lo se alimentan de sangre de animal, algo que ya es bastante malo a los ojos de las otras castas, que se alimentan tan solo de sangre humana o vĂ­sceras, sino que tambiĂ©n pueden tomar miel, huevos, o lĂ¡cteos. La joven sonriĂ³, pero negĂ³ con la cabeza.

-Es usted muy amable, pero… soy alĂ©rgica a la lactosa. No puedo tomar leche. – Vladi se dio cuenta un poco tarde que, en realidad, Ă©l no tenĂ­a gran cosa en la nevera, salvo leche, huevos y vĂ­sceras, pero nada para cocinarlo. Todo lo tomaba casi siempre crudo, quizĂ¡ un poco condimentado, un poco presentado, pero nada mĂ¡s. Ni siquiera tenĂ­a pan, ¿quĂ© podĂ­a darle de cenar? 

-Tengo… ¿te gusta el corazĂ³n de vaca? – sabĂ­a que era una pregunta tonta, a la mayor parte de los humanos no les gustaban las vĂ­sceras, las detestaban, pero la joven sonriĂ³ y asintiĂ³. – Puedo hacerte un filete en un momentito.

-No…. No se moleste. VerĂ¡, soy crudĂ­vora, partidaria de los alimentos no cocinados. Con el fuego, pierden la mayor parte de las vitaminas. A lo mejor le parece asqueroso, pero prefiero comĂ©rmelo crudo, si no le molesta. – El conserje sonriĂ³, ¿por quĂ© iba a molestarle? Tanto mejor para Ă©l. CortĂ³ una porciĂ³n de corazĂ³n en cubitos, la sangre formaba charquitos en el plato y el conserje pensĂ³ que la chica tenĂ­a un estĂ³mago bien extraño, cualquier humano hubiera considerado aquello algo asqueroso, pero apenas le vio llegar con el plato lleno de trozos de corazĂ³n sanguinolentos, la chica se relamiĂ³. Cuando atacĂ³ los pedazos, dejĂ³ escapar un gemido de satisfacciĂ³n, cerrando los ojos con deleite. – EstĂ¡ muy bueno… muy fresco. Se lo agradezco de veras, estaba hambrienta. 

-¿QuĂ© es eso de que no puedes volver a casa? CuĂ©ntame eso de que no tienes casa. – preguntĂ³ Vladi, y la joven suspirĂ³. 

-Es una historia vulgar, y sabida. Típica… "chica conoce chico, padres de chica no lo aceptan, chica se escapa con chico… Chico miente a chica, chico abandona a chica, chica asesina a chico y huye…"

-¿Has matado a un chico…? – preguntĂ³ el conserje.

-OjalĂ¡ lo hubiera hecho, pero ya era tarde. 

-Entiendo… ya lo querĂ­as demasiado, y hubiera hecho lo que hubiera hecho, no eras capaz de hacerle daño, ¿verdad?

-¿Eh? Ah, sĂ­, sĂ­, eso es… eso querĂ­a decir.

-No obstante… - continuĂ³ el conserje, bebiendo un trago de leche. – Si ya no estĂ¡s con ese chico, ¿por quĂ© no vuelves con tus padres? Ellos te acogerĂ¡n.

-Los mĂ­os, no. Ya… ya lo intentĂ©. Cuando me vieron volver, me echaron de casa. Me dijeron que ya era mayor de edad, y que si habĂ­a querido obrar a mi antojo, que me las apañara sola. De eso hace ya dos años. He intentado volver, o hablar con ellos, pero no quieren nada conmigo. Dicen que no tienen hija. 

-¿DĂ³nde estĂ¡s viviendo?

-En el campanario.

-¿Y de quĂ© vives…? ¿QuĂ© comes? ¿Trabajas en algo…? 

-Como de los chicos que traigo aquĂ­. Yo me dejo besar, y ellos me dan comida.

El conserje suspirĂ³. 

-¿CĂ³mo te llamas?

-Tatiana.

-Tatiana, ¿y eso, te parece que es forma de vivir? – la joven pareciĂ³ un poco sorprendida.

-Mi familia, ha vivido asĂ­ siempre… Mi madre solĂ­a atraer a los hombres cerca de donde estaba mi padre, y Ă©l… la protegĂ­a mientras ella lo hacĂ­a. De hecho, ahora que me ha dado de cenar, yo… bueno, estoy moralmente obligada a… 

-¡No! – dijo de inmediato Vladi, dejando en la mesa el vaso de leche. TenĂ­a un grueso bigote blanco sobre el labio superior. Tatiana pareciĂ³ triste.

-¿Le parezco fea? ¿No le gusto…?

-Claro… claro que me gustas, esa no es la razĂ³n… Es… no es bonito, Tatiana, yo te he dado de cenar por amabilidad, no por que quisiera acostarme contigo. 

-¿No te gustarĂ­a tener placer conmigo? – musitĂ³ sensualmente la joven, pasando a tutearle.

-SĂ­. ¡No! – se corrigiĂ³ en el acto – a ver… eres guapa, hija, pero yo soy un viejo, y mucho mĂ¡s de lo que aparento. 

-Yo tampoco soy tan joven como aparento. Ni tan desvalida. SĂ© bien lo que hago. Vladimiro… ¿te llamas asĂ­, verdad? – Ă©ste asintiĂ³ – Quiero agradecerte lo que has hecho por mĂ­, y el mejor modo que conozco de dar las gracias, es dando placer, ¿quĂ© hay de malo en ello? – Tatiana tomĂ³ la mano que el conserje tenĂ­a sobre la mesa y la llevĂ³ a su boca, metiĂ©ndose la punta del dedo Ă­ndice entre los labios, sedosos y cĂ¡lidos y lamiĂ©ndolo muy suavemente, mirĂ¡ndole con los ojos entornados.

-Pues que… que… - intentĂ³ decir el conserje, pero no se le ocurrĂ­a una razĂ³n de peso. PodĂ­a decir que era inmoral, pero, ¿quĂ© moralidad tenĂ­a un vampiro? – No, no estĂ¡ bien… para… - Con evidente esfuerzo, sacĂ³ su dedo de entre los labios de Tatiana y negĂ³ con la cabeza. – QuĂ©date a dormir aquĂ­ esta noche, el cuarto de mi hijo estĂ¡ libre. Pero cuando digo a dormir, es a dormir. Y a dormir tĂº sola. 

Tatiana se le quedĂ³ mirando con sus enormes ojos verdes. Y de pronto, esos ojos temblaron, hĂºmedos, y dos gruesas lĂ¡grimas se deslizaron de ellos. La joven ocultĂ³ el rostro y sus frĂ¡giles hombros dieron convulsiones cuando se echĂ³ a llorar sin consuelo. 

-¿Qué…? – dijo Vladimiro - ¿QuĂ© he dicho? – El anciano se agachĂ³ junto a la joven y la tomĂ³ de los hombros. 

-Haces que me sienta como una inĂºtil… una gorrona que se aprovecha de ti. Me das de comer, y no dejas que te lo agradezca de ninguna manera, como si yo no valiese nada… como si me despreciaras… 

-No llores por eso… - una parte de sĂ­ mismo querĂ­a simplemente abrirse el pantalĂ³n y decir "si esto te va a hacer feliz, adelante", pero otra parte sabĂ­a que no estaba bien, que aceptar sexo de una chiquilla a cambio de un poco de comida, era una canallada. – No llores, punto. ¿Si… si te dejo que me agradezcas la comida de algĂºn modo, se te pasarĂ¡? ¿Eh, se te pasarĂ¡ el disgusto? – Tatiana le mirĂ³, con la cara llena de lĂ¡grimas, y asintiĂ³ – Entonces, ayĂºdame a recoger la mesa y fregar cacharros. Eso, me hace mĂ¡s ilusiĂ³n que me des placer, prefiero que me ayudes a recoger y fregar.

-¿De veras…? – la joven puso gesto de incredulidad. 

-Claro. El orgasmo sĂ³lo dura unos segundos, el recoger esto, nos llevarĂ¡ al menos un cuarto de hora. 

Tatiana sonriĂ³ ante la simpleza de su anfitriĂ³n y se puso a recoger con Ă©l, charlando de trivialidades. Cuando terminaron, entre una cosa y otra, eran ya casi las tres de la mañana. 

-Debes estar muy cansada – dijo Vladi. – Yo me acuesto cuando se acaba mi turno, al amanecer, pero tĂº, ¿por quĂ© no te vas ya a acostar? Debes estar muy cansada.

-Yo tambiĂ©n duermo sĂ³lo de dĂ­a. Soy fotofĂ³bica, no me gusta la luz solar, por eso duermo durante el dĂ­a. – contestĂ³ la joven, sonriendo. Vladi se quedĂ³ pensativo. "No toma leche…. Come corazĂ³n crudo… Su moralidad sexual es casi inexistente… y ahora resulta que duerme de dĂ­a. O realmente, es la chica mĂ¡s rara que he visto nunca, o… o no es una chica como tal". Desde luego, si era lo que Vladi se imaginaba, no pertenecĂ­a a su casta, dado que no podĂ­a tomar leche, pero si pertenecĂ­a a otra casta, ¿quĂ© hacĂ­a sola… y viva? Un vampiro solo, dado de lado por su propia casta, era un ser condenado, alguien que no durarĂ­a ni dos noches, su propia casta querrĂ­a matarlo, y los vampiros de castas rivales (o sea, todas), se apuntarĂ­an a ello, sĂ³lo para conseguir mĂ©ritos o simplemente para divertirse. El conserje se puso en guardia, ¿y si esa niña bonita no era mĂ¡s que un cebo para Ă©l? Una carnada para engatusarlo y hacerle tener sexo, y cuando se quedase dormido, que otros vampiros entrasen a matarlo. No era descabellado. Es cierto que Ă©l era un Chupacabras, su muerte no importaba un comino a nadie, pero todas las castas consideraban que era muy divertido matar a los de su casta, porque no eran considerados como autĂ©nticos vampiros… la casta dominante, los Dementia, creĂ­a que era poco menos que un deber moral acabar con los Chupacabras, para conservar la pureza de la raza vampĂ­rica. TenĂ­a que saber si Tatiana era realmente un vampiro o no, porque podĂ­a ser peligrosa…. Y habĂ­a un medio muy sencillo para averiguarlo.

-¡Ay! ¡QuĂ© torpe soy, serĂ© torpe! – dijo Vladi, sujetĂ¡ndose la mano que se habĂ­a herido. Aposta, habĂ­a golpeado las tijeras que habĂ­a sobre la mesa y simulando cogerlas, se habĂ­a pinchado en la mano para conseguir sangrar. Tatiana le mirĂ³ al oĂ­r su grito, y al ver la sangre, su rostro cambiĂ³ a una expresiĂ³n hambrienta sin que ella misma se diera cuenta. Su boca se abriĂ³, y sus finos colmillos se alargaron visiblemente, ¡ahĂ­ estaba! La joven fue a tomarle de la mano, pero el conserje se la sujetĂ³. – Te pillĂ©. 

¡QuĂ© estĂºpido habĂ­a sido! Él pensando que se trataba de una pobre chica necesitada de afecto, ¡y se estaba alimentando de los chicos del instituto que creĂ­an aprovecharse de ella! Sin duda, todavĂ­a era virgen, lo Ăºnico que hacĂ­a era ponerlos burros y llevarlos a sitios oscuros, y cuando estaban demasiado cachondos para darse cuenta de nada, los atacaba. QuizĂ¡ ni siquiera estuviese sola, sino que fuese el cebo de otro vampiro, y les pareciese divertido alimentarse del conserje. Tatiana se dio cuenta que se habĂ­a delatado y su expresiĂ³n cambiĂ³, mientras se tapaba la boca con la mano libre. 

-Me has reconocido… - se extraĂ±Ă³. Ella misma sabĂ­a que los humanos no creĂ­an en vampiros, no aceptarĂ­an su presencia aunque tuviesen uno delante, no lo creerĂ­an hasta que ya fuese demasiado tarde… Si el conserje la habĂ­a reconocido, es porque entonces, Ă©l… tambiĂ©n era otro vampiro. Y puesto que tomaba leche, sĂ³lo podĂ­a ser de una casta en concreto.

-Habla, guapa. ¿Sois una pareja, o perteneces a una casta? Si tu macho estĂ¡ ahĂ­ fuera, que entre a dar la cara, yo no tengo veinte añitos para perder la cabeza por una chiquilla, como los chicos del instituto.

-¡Vladi…! – se indignĂ³ la joven. – No tengo ningĂºn macho, y ya te dije antes que mi familia me ha echado. 

-¿Pretendes que me crea que una vampiresa tan joven, estĂ¡ sola y nadie ha venido a matarla aĂºn? ¿Quieres que me crea eso?

-Es la verdad, Vladi, debes creerme, pero por favor, no intentes atacarme, no quiero hacerte daño… has sido amable conmigo, no te quiero lastimar… Si este es tu territorio de caza, me marcharĂ©, me irĂ© de aquĂ­, no volverĂ¡s a verme, pero por favor, no me ataques… - El conserje se extraĂ±Ă³. SoltĂ³ la mano de la joven y ella sonriĂ³ nuevamente. – SĂ­ que han venido a matarme. De mi propia casta, y de otras, pero no lo han conseguido, y dudo que lo consigan jamĂ¡s. Hace ya casi un año que no viene a por mĂ­ nadie. Mira… - La joven buscĂ³ con la vista por la habitaciĂ³n, y se fijĂ³ en la librerĂ­a. Estaba tan repleta de libros que algunos estantes se combaban por el peso. Se dirigiĂ³ a ella y metiĂ³ la mano en uno de los estantes, y, sin aparente esfuerzo, levantĂ³ la librerĂ­a hasta el techo. Vladimiro no supo ni quĂ© cara poner. Tatiana, con todo cuidado, para no tirar ningĂºn libro, la dejĂ³ de nuevo en el suelo. – Desde niña he tenido esta fuerza. Nadie sabe de dĂ³nde me viene, pero hasta mi padre me tenĂ­a miedo. Creo que fue un alivio para ellos que me escapara de casa. Cuando el chico con el que me fugué… bueno… Ă©l no era…

-¿Era humano? ¿Te fugaste con un chico humano? – preguntĂ³ el conserje, y Tatiana se sonrojĂ³ violentamente y asintiĂ³. Él, como Chupacabras, no veĂ­a tan importante aquello, pero entre vampiros, liarse con un humano es algo impensable, no digamos enamorarse de Ă©l. Tener sexo ocasional con algunos, es tolerado, pero una relaciĂ³n seria… no.

-Él pensaba que tendrĂ­a mi misma fuerza, yo pensaba tambiĂ©n que se la pasarĂ­a, pero… no fue asĂ­. Y el ver que yo podĂ­a levantarle con una mano, le hacĂ­a sentir inferior. No pudo soportarlo, y me abandonĂ³. Mi familia ya no me dejĂ³ volver, y desde entonces, vivo sola. Como puedo…. MĂ¡s o menos, como tĂº. – La joven le mirĂ³ con curiosidad – Nunca habĂ­a visto a un Chupacabras. Siempre me habĂ­an dicho que erais bestias asquerosas, que muchos ni sabĂ­ais hablar… 

Tatiana, con una tĂ­mida sonrisa en los labios, recorriĂ³ el cuerpo del conserje con la mirada, y Vladi no pudo evitar sentirse halagado por la mirada que veĂ­a en los ojos de ella. Entre vampiros ocurre una cosa muy extraña, y es que todas las castas, por definiciĂ³n, son rivales y se aborrecen entre sĂ­. Hasta los Chupacabras, tan indiferentes a la mayor parte de las cuestiones vampĂ­ricas, coinciden en esto. Cada casta se considera mejor que las demĂ¡s, y dentro de la rĂ­gida escala que las esquematiza, todas piensan que deberĂ­an estar un escalĂ³n mĂ¡s arriba, o que las otras deberĂ­an estar mĂ¡s abajo. Cuando dos vampiros de castas distintas se encuentran, lo mĂ¡s fĂ¡cil es que luchen entre sĂ­, o, si se encuentran lo bastante atractivos mutuamente, que mantengan sexo y despuĂ©s de Ă©ste, intenten matarse o aprovecharse del otro. En el mejor de los casos, cada cual seguirĂ¡ su camino… pero cuando un vampiro errante, o solitario, o desterrado, se encuentra a otro vampiro, sea de la casta que sea, por una extraña afinidad de gĂ©nero, por haber estado durante mucho tiempo sin contacto con ningĂºn semejante, pero se verĂ¡n atraĂ­dos de manera inexorable.

Esto Vladi, lo sabĂ­a. HacĂ­a mĂ¡s de sesenta años que Ă©l no veĂ­a a una vampiresa, y, trabajando en el turno que estaba, tampoco tenĂ­a contacto con mujeres humanas, simplemente se aliviaba a solas cuando tenĂ­a necesidad de ello, y como no estaba expuesto a grandes tentaciones tampoco, no lo hacĂ­a con demasiada frecuencia. Ahora, por primera vez en mucho tiempo, tenĂ­a ganas. Tatiana lo sabĂ­a tambiĂ©n. Llevaba mĂ¡s de tres años sin encontrarse con un vampiro, salvo con los asesinos que le mandaba su propio padre y otras castas, los chicos humanos eran sosos y estĂºpidos, sĂ³lo pensaban con el pene, eran incapaces de un poco de sensibilidad, o de pensar en el placer de ella. Vladi tenĂ­a el aspecto de ser tan amable… antes de poder darse cuenta, le habĂ­a tendido los brazos y el conserje le ofreciĂ³ los suyos, entrelazando los dedos de las manos, hasta abrazarse. Vladimiro le mirĂ³ a los ojos, y vio su propia imagen en el Ăºnico sitio donde aĂºn podĂ­a reflejarse: en los ojos de otro vampiro. 

La besĂ³, y sintiĂ³ que su cordura se perdĂ­a al notar la lengua cĂ¡lida y la saliva espesa de la joven, derramarse en su boca, mientras ella, tĂ­midamente, le acariciaba los hombros y los brazos, tanteando en los enganches que cerraban el peto vaquero que vestĂ­a. El conserje le acariciaba la cintura de su sencillo vestido negro, tan fino que podĂ­a notar el tacto de la piel que habĂ­a debajo; Ă©l sabĂ­a que al anochecer, cuando despertara, ella no seguirĂ­a allĂ­, se habrĂ­a marchado, y Ă©l se consumirĂ­a de celos cuando la viese volver con otro chico a darse el lote a cambio de sangre… pero no podĂ­a evitarlo. Su miembro pedĂ­a sitio en el pantalĂ³n vaquero, exigĂ­a ser liberado, no podĂ­a detenerse. Tatiana jugaba con su lengua, acariciĂ¡ndola a golpecitos o frotĂ¡ndola con energĂ­a, haciĂ©ndole cosquillas en el paladar, tanteando sus mejillas… y dejĂ¡ndole a Ă©l hacer lo propio. Vladi no recordaba la Ăºltima vez que habĂ­a tenido su lengua en la boca de una mujer… (no es que la metiese en la boca de los hombres). Y era maravilloso. 

Las manos de Tatiana recorrĂ­an la espalda desnuda, sĂ³lo cruzada por los tirantes del peto, de Vladi, provocando escalofrĂ­os deliciosos a cada roce, haciendo cosquillas perversas en la raya de la columna, que le subĂ­an hasta la garganta, y todo ello sin apartar su boca de la de Ă©l, respirando a gemidos apresurados, hasta que la joven ya no fue capaz de aguantar mĂ¡s y bajĂ³ sus manos a las nalgas de su compañero, apretĂ¡ndolas, y con su increĂ­ble fuerza, le aupĂ³ de las mismas. En un movimiento reflejo, Vladi la abrazĂ³ con las piernas, cruzĂ¡ndolas a su espalda, y se dio cuenta que ella le tenĂ­a completamente en los brazos… y le gustĂ³. 

"No le da vergĂ¼enza… no le humilla que yo, sea mĂ¡s fuerte que Ă©l…" pensĂ³ confusamente la joven, llevĂ¡ndole al dormitorio y tirĂ¡ndose ambos en la cama, cuyos muelles protestaron. Tatiana, sobre Ă©l, le desabrochĂ³ nerviosamente los enganches metĂ¡licos del peto, mientras Ă©l tironeaba de su vestido para sacĂ¡rselo por la cabeza. Debajo, sĂ³lo llevaba las bragas. Él, nada. Una vez llegaba a casa, no solĂ­a usar ropa interior. Tatiana, de rodillas sobre la cama, a horcajadas sobre Ă©l, miraba su cuerpo. Sus brazos moldeados y fuertes, a pesar de la edad. Su piel rosada, suave… su tripita, sus redondeces conforme bajaba la vista, y finalmente, su erecciĂ³n. La joven no era virgen, como habĂ­a pensado Vladi, mĂ¡s de un miembro habĂ­a visto ya, pero Ă©ste le parecĂ­a el mĂ¡s hermoso de todos. Quiso tocarlo, pero el conserje la abrazĂ³ de los hombros y la tumbĂ³ sobre la cama, junto a Ă©l, para acariciarla de inmediato, bajando decididamente a la zona aĂºn cubierta por sus bragas. 

Tatiana gimiĂ³ cuando Ă©l la tocĂ³, por encima de la suave tela, rozĂ¡ndole la perlita. Ella misma le tomĂ³ de la mano para guiarle a su interior, despojĂ¡ndose de la prenda hĂºmeda, y Ă©l acariciĂ³ los labios, tanteando entre ellos, coqueteando con la humedad de la joven, jugueteando a acariciar muy ligeramente, metiĂ©ndose por dentro casi sin querer… Tatiana se estremecĂ­a entre sus brazos, moviendo las caderas, buscĂ¡ndole, gimiendo, pidiendo mĂ¡s con todo su cuerpo. 

-Vladi… Vladiii… - gimiĂ³, muy bajito – por favor… penĂ©trame… - Vladi sonriĂ³. Lo querĂ­a, lo querĂ­a de veras, pero llevaba mucho tiempo sin hacer el amor, temĂ­a que nada mĂ¡s entrar, su cuerpo no fuese capaz de resistir el placer y eyaculara sin remedio, por eso querĂ­a retrasarlo, excitarla lo mĂ¡s posible, dejarla a las mismas puertas del placer, para estar seguro de que no se quedarĂ­a a medias, y besĂ¡ndola, siguiĂ³ acariciando. 

A Tatiana se le escapaban las sonrisas de gusto, ¡era tan maravilloso! Nadie la habĂ­a hecho sentir asĂ­, ni siquiera su novio, aquĂ©l por el que habĂ­a abandonado la casa paterna. Cada caricia de los sabios dedos de Vladi le erizaba toda la piel, notaba su intimidad hĂºmeda y temblorosa, ansiosa de ser atravesada. Le miraba con ojos suplicantes, mordiĂ©ndose los labios de deseo, con los muslos dando calambres, loca por saber exactamente quĂ© se sentĂ­a cuando aquĂ©l ariete cĂ¡lido se introdujese en su cuerpo… deseosa de que Vladi se rindiera, tanteĂ³ torpemente para acariciarle el miembro. Cuando lo tocĂ³, su compañero se estremeciĂ³ de gozo, ¡quĂ© placer…! ¡QuĂ© manos tan cĂ¡lidas y suaves! Tatiana sonriĂ³, feliz por darle placer, y empezĂ³ a hacer caricias interminables por todo el tronco, deteniĂ©ndose en la punta hĂºmeda para mojarse las manos y que las pasadas fueran suaves y dulces… ahora era Vladi el que ponĂ­a los ojos en blanco y sonreĂ­a. Las caderas de ambos se movĂ­an, intentando encontrarse. Una dulzura infinita se expandĂ­a por el interior del sexo de Tatiana, que parecĂ­a suplicar por ser penetrado… finalmente, no pudieron mĂ¡s, y Vladi se colocĂ³ sobre ella, que asentĂ­a con la cabeza. 

El conserje se frotĂ³ contra su sexo hĂºmedo, toda la entrepierna de Tatiana estaba empapada de jugos, era muy suave… la joven le abrazĂ³ por la nuca y le acariciĂ³ las piernas con las suyas, abriĂ©ndose para Ă©l. Vladi se dejĂ³ caer y empujĂ³ suavemente, y su pecho se vaciĂ³ de aire cuando sintiĂ³ su glande franquear la abertura y quedar atrapado en la suavidad mĂ¡s ardiente y acogedora que podĂ­a imaginarse. Tatiana se estremeciĂ³, abriendo mucho los ojos, y moviĂ³ ligeramente sus caderas, para ayudarle a introducirse en ella. QuerĂ­a reĂ­r, querĂ­a llorar, ¡se sentĂ­a borracha de placer! Vladi se dejĂ³ caer por completo, sintiendo la intimidad de su compañera dar temblores y titilar, como si las paredes vaginales besasen su miembro y tirasen de Ă©l, como si pretendieran inocentemente quedĂ¡rselo…. Tatiana gimiĂ³ quedamente, muy bajito, pero como Vladi estaba sobre ella, gimiĂ³ directamente en sus oĂ­dos. El vaho cĂ¡lido del sonido de su placer pareciĂ³ derretir el cerebro del conserje, maldito fuese DrĂ¡cula por siempre… ¿QuĂ© habĂ­a hecho tan malo Ă©l para que le fuese concedido semejante premio?

Sus caderas se movĂ­an sin que Ă©l fuera consciente de ello, notando la deliciosa humedad recorrerle de arriba abajo, las dulces sensaciones copar su espina dorsal y tirar de sus nalgas… el placer era excesivo, era demasiado bueno, no iba a poder aguantar mucho mĂ¡s… pero Tatiana estaba en el mismo punto, roja como una cereza, mirĂ¡ndole con expresiĂ³n de desamparo, con una carita en la que se mezclaban las sonrisas y el terror. 
 
Tatiana estaba en el SĂ©ptimo Cielo, pero un SĂ©ptimo Cielo aterrador, ¿quĂ© sucedĂ­a? No controlaba su cuerpo, Ă©ste daba convulsiones, sus piernas se movĂ­an solas, sus muslos ardĂ­an, todo su sexo cantaba de gozo, pero Ă©ste no se detenĂ­a como otras veces, sino que… crecĂ­a. CrecĂ­a y crecĂ­a, sin parar, cada vez era mejor, cada vez era mĂ¡s salvaje, mĂ¡s devastador, la joven empezĂ³ a creer que iba a estallar, que iba a morirse, que su cuerpo iba a explotar sin remedio, ¡pero no podĂ­a parar! El calor en su sexo aumentaba, sus manos se apretaron en los hombros de Vladi, su propia respiraciĂ³n agitada la ahogaba, y el placer no dejaba de aumentar, en oleadas que la recorrĂ­an de los pies a la nuca, a cada embestida del cuerpo de su compañero, y finalmente, el placer fue demasiado fuerte, y pareciĂ³ hacer explosiĂ³n en la pared interior de su sexo. 

Tatiana ahogĂ³ un grito hasta quedarse sin aire, y Vladimiro sonriĂ³ y siguiĂ³ empujando, dispuesto a que a ella saborease el orgasmo. La vio boquear, estremecerse, temblar, con los ojos en blanco y una adorable expresiĂ³n de confusiĂ³n en su carita de niña.

-¿¡QuĂ© me pasa…. QuĂ© me pasa?! – gimiĂ³, apenas audiblemente, mientras el estallido delicioso de gusto se expandĂ­a por su cuerpo, hasta los dedos encogidos de sus pies, sus manos crispadas en los hombros de Vladi, y el delicioso calor recorrĂ­a su cuerpo en estallidos, como fuegos artificiales concĂ©ntricos, uno tras otro, hasta que la tormenta se fue calmando, y el calor y el gusto la recorrieron suavemente, dejĂ¡ndola calmada, satisfecha… y anonadada. 

Embriagado por el espectĂ¡culo de verla gozar, tampoco Vladi habĂ­a resistido, y habĂ­a empezado su orgasmo con apenas un segundo de diferencia, notando sus nalgas contraerse y su miembro dar una violenta convulsiĂ³n para soltar la descarga, que inundĂ³ el vientre de Tatiana, mientras Ă©l sentĂ­a que se le escapaba el alma, si aĂºn la tuviera… su piel quedĂ³ empapada en sudor en un instante, mientras sus caderas daban golpes para soltarlo todo y el sexo de su compañera parecĂ­a absorberle, ansiosa… Vladimiro se dejĂ³ deslizar al pecho de Tatiana, abrazĂ¡ndola, y ella le apretĂ³ contra sĂ­, aĂºn confundida.

-¿Qué… quĂ© me has hecho? – preguntĂ³ muy bajito, casi con miedo. 

-El amor. – contestĂ³ sencillamente. 

-Nunca… yo nunca me habĂ­a sentido como hoy… Vladi, yo… - El conserje, tumbado sobre ella, con la cara vuelta hacia el otro lado, de modo que ella no podĂ­a verle la cara, escuchaba. Bajo la voz de la joven, se adivinaba una sonrisa - …Yo pensaba que los orgasmos, era… eran lo que pasaba cuando el hombre terminaba, nada mĂ¡s. Yo… cuando he tenido sexo, yo lo pasaba bien, gozaba, sĂ­, pero… pero esto es distinto… es muy distinto. – lo apretĂ³ mĂ¡s contra ella. El conserje sonriĂ³, y cualquiera que hubiera podido ver su sonrisa, hubiera sabido que Ă©l, sabĂ­a mĂ¡s que ella misma de lo que acababa de sucederle, pero como era un hombre inteligente, se lo callĂ³. Se callĂ³ que Ă©l sabĂ­a que los vampiros fuertes, al igual que presentar otras cualidades, como una sensibilidad psĂ­quica muy poco usual, son tambiĂ©n muy sensibles fĂ­sicamente y pueden experimentar orgasmos muy potentes, pero es preciso saber excitarlos antes, y esos mismos orgasmos, los harĂ¡n atarse sentimentalmente a la persona que se los ha ofrecido por primera vez, convencidos de que sĂ³lo podrĂ¡n gozar asĂ­ con esa persona en concreto. AsĂ­, Tatiana, sin duda se habrĂ­a besado o toqueteado con aquĂ©l chico humano, y sorprendida por la intensidad de lo que sintiĂ³, fue capaz de abandonarlo todo por Ă©l, pero el estĂºpido joven no habĂ­a sido por fin capaz de satisfacerla, y ella, convencida por su naturaleza de que los humanos eran los Ăºnicos que podĂ­an darle el mismo placer que Ă©l, habĂ­a buscado entre ellos su satisfacciĂ³n, hasta que accidentalmente, habĂ­a caĂ­do en brazos de Vladi…. De donde ni ella iba a querer despegarse, ni Ă©l la iba a dejar escapar. 

"Lo siento, chicos. He cambiado de opiniĂ³n". PensĂ³ Tatiana, acariciando la espalda del anciano vampiro y besando muy suavecito sus hombros, mientras su cerebro luchaba por no llamarle cosas como "mi cuchirritĂ­n, bocadito de sangre de lactante, viborita mĂ­a…". "No puedo traicionarle…". El chico vĂ­ctima del manguerazo y sus amigos, le habĂ­an prometido a Tatiana una buena cantidad de dinero a cambio de seducir al conserje y abandonarle despuĂ©s, sĂ³lo para reĂ­rse de Ă©l, y en principio, aquĂ©lla habĂ­a sido la idea de la joven, pero al descubrir que se trataba de un igual, ya habĂ­a desterrado la idea, y despuĂ©s de aquĂ©l maravilloso placer que la habĂ­a hecho descubrir… es posible incluso que los chicos pagasen caro su intento de querer reĂ­rse de un vampiro tan bueno como Ă©l. 




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2 comentarios:

  1. Preciosa historia. Bonita precuela de Mordiscos.

    Veo que la pobre Iana no heredĂ³ la fuerza de su madre. Lo lamento.

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  2. ¡Gracias por leer y comentar!

    No, ella no la heredĂ³. En realidad se sabe muy poco de los vampiros fuertes, la propia Tatiana no sabe de quiĂ©n le viene, y es tan probable que los hijos de Iana hereden la fuerza, como que el rasgo desaparezca hasta dentro de un milenio o dos...

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