-Ten, muchas graaacias por… hah… tu compra. – La joven tenĂ­a los ojos brillantes, las mejillas muy coloradas y una sonrisa m...

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  -Ten, muchas graaacias por… hah… tu compra. – La joven tenĂ­a los ojos brillantes, las mejillas muy coloradas y una sonrisa muy dulce. Le miraba fijamente, y el comprador se la quedĂ³ mirando unos segundos, hasta que “aterrizĂ³”.

     -¡Ah, sĂ­… gracias a ti! – logrĂ³ decir, y la joven sonriĂ³ mĂ¡s y un temblorcito sacudiĂ³ sus hombros. El comprador se marchĂ³ con sus revistas y ligeramente excitado, por no por su compra precisamente. Si no fuera porque sabĂ­a que era imposible, hubiera podido pensar que la chica estaba poco menos que teniendo un orgasmo.
   

72 horas antes.

 -Recuerda que iremos a buscarte temprano – recalcĂ³ Raji –  A eso de las cinco de la mañana, estaremos allĂ­; si nos damos prisa, no cogeremos trĂ¡fico, y estaremos en la aeropista antes de las seis, ¿podrĂ¡s conducir?

     -¿Tu cacharro? Con la punta del nabo. – le contestĂ³ VĂ­ctor. Raji se volviĂ³, para comprobar que su mujer y su cuñada no le escuchaban, y contestĂ³.

     -Yo no me pondrĂ­a tan pavo, ¡es para lo Ăºnico que te sirve! – se rio, y VĂ­ctor, mal que le pesase, devolviĂ³ la risa. Se despidieron y cortĂ³ la comunicaciĂ³n. A oscuras en su modesta vivienda de protecciĂ³n del ejĂ©rcito, el veterano pensĂ³ que el maldito ratĂ³n tenĂ­a demasiada razĂ³n. A su alrededor, estanterĂ­as repletas de revistas y viejas pelĂ­culas le rodeaban; algunas tenĂ­an mĂ¡s de doscientos años y aĂºn se seguĂ­an viendo, unas estaban impecables, otras tenĂ­an zonas rayadas hasta que la vieja cinta magnĂ©tica casi se habĂ­a quemado. En lo que a revistas se refiere, algunas estaban aĂºn metidas en su bolsa plĂ¡stica original, otras tenĂ­an las pĂ¡ginas acartonadas y hasta pegadas… TambiĂ©n tenĂ­a muchos discos y hasta los primeros programas de sueño erĂ³tico, de los sellos productores independientes como Secretos o Braguitas HĂºmedas, de antes de que las comprase todas DreamScience Erotica. TenĂ­a cintas en formato ocho milĂ­metros y Superocho, de 36 milĂ­mitros, de vhs, beta, betamax y VĂ­deo2000. De formatos como SuperVideo, .avi, .mpeg, y hasta .gif. TenĂ­a cĂ³mics, desde los hentai con su dibujo cuidado hasta el detalle, hasta el underground mĂ¡s desagradable y el diseño minimalista, pasando por los autores norteamericanos que dibujaron para la Playboy… tenĂ­a juguetes sexuales de todo tipo, la mayorĂ­a embalados y sin estrenar, desde dildos a muñecas hinchables, pasando por todo tipo de parafernalia sado, ropa interior y disfraces. Ya no recordaba cuĂ¡ndo habĂ­a comenzado a coleccionar cosas asĂ­, pero sĂ­ recordaba cuĂ¡ndo se dio cuenta que podĂ­a sacar provecho de ello, pero sin duda era algo que Raji recordaba mejor que Ă©l.

       -¿Viene entonces, verdad? – preguntĂ³ Tasha,la chica de Raji.

       -SĂ­, nenita. – Raji se volviĂ³, y en la cara redonda y gordita de su compañera, vio una expresiĂ³n de disconformidad – Ya sĂ© que no te cae simpĂ¡tico, pero es buen tĂ­o en el fondo. 

      -No es que no me caiga simpĂ¡tico. Ya sabes que apenas le hablo mĂ¡s que lo imprescindible… lo que me preocupa es mi hermana. No puede viajar con nosotros en la cabina, tendrĂ¡ que ir detrĂ¡s con Ă©l, ¡y no me fio un pelo de ese tĂ­o! Yo creo que es un enfermo. 

      -Bueno, muy normal, muy normal, no es… aunque yo siempre digo que cada uno, es como es. Tampoco hace daño a nadie coleccionando retroporno. 

      -No hace daño a nadie, pero a mĂ­ no me hace ninguna gracia que se quede solo con mi hermana durante todas las horas que dura el viaje. Es un tĂ­o muy raro… Casi nunca dice nada, se queda ahĂ­, mirando las esas viejas revistas horas y horas hasta que se le acerca algĂºn otro tĂ­o raro como Ă©l y se ponen a rajar durante horas. 

      -Bah, eso es porque no quiere incomodarte, conmigo sĂ­ habla. Y tu hermana estĂ¡ completamente a salvo… VĂ­ctor tiene tantos complejos encima,  que no quiere acercarse a una mujer ni pagando. – Tasha resoplĂ³ - ¡En serio! Precisamente empezĂ³ a coleccionar porno por eso, ¡tiene un miedo espantoso a que le vean quitarse o ponerse los refuerzos! Lo mĂ¡s fĂ¡cil es que la Ăºnica vez que se dirija a tu hermana, sea para saludarla, y basta. No se acercarĂ¡ a ella ni para pedirle la hora. Puedes estar tranquila.

      Natasha convino. A decir verdad, Raji tenĂ­a razĂ³n; VĂ­ctor podĂ­a parecer un tĂ­o raro con su obsesiĂ³n por coleccionar porno de Tierra Antigua, su introversiĂ³n y su mutismo continuo salvo cuando se encontraba junto a otro coleccionista, pero la verdad es que, por raro que le pareciera, no podĂ­a imaginarle no ya molestando a su hermana, sino ni siquiera dirigiĂ©ndole la palabra. 


    
      Faltaba casi media hora para la cita convenida, y VĂ­ctor ya estaba preparado y sentado en los escalones de su vivienda, junto a las cuatro grandes cajas de material diversos que llevaba para vender y que flotaban blandamente cerca de Ă©l, a poca distancia del suelo. HacĂ­a mucho frĂ­o y estaba bien abrigado, era fĂ¡cil que nevase. Cuando parasen en algĂºn motel, mucho se temĂ­a que no hallarĂ­an mejor tiempo; por mĂ¡s que el viaje fuese de casi dos dĂ­as y medio, no atravesarĂ­an zonas de cambio de estaciĂ³n, e irĂ­an casi todo el tiempo hacia el noroeste, de modo que se llevaba ropa tĂ©rmica para protegerse; el frĂ­o no le sentaba nada bien a las piernas. 

     VĂ­ctor llevaba retirado casi diez años. Desde lo de las playas de XaĂº-Biget, cuando le volaron las dos piernas y le colocaron las malditas prĂ³tesis. El trasplante de miembros biĂ³nicos era completamente seguro, le dijeron. Se trataba de piernas que parecĂ­an completamente reales e idĂ©nticas a las que habĂ­a perdido, le dijeron. En cuestiĂ³n de pocos dĂ­as, estarĂ­a de nuevo corriendo, le dijeron. Pero nadie le dijo que habĂ­a una posibilidad, remotĂ­sima, pero posibilidad al fin y al cabo; una entre doce millones, pero ahĂ­ estaba la maldita una, de que su cuerpo rechazase el trasplante. Y le tocĂ³ la una. El rechazo le ocasionĂ³ una infecciĂ³n que estuvo a punto de conseguir lo que no habĂ­an logrado un tirador y una trampa mina, de milagro sobreviviĂ³. Pero las maravillosas piernas biĂ³nicas quedaron dañadas, y ni los mĂ©dicos ni Ă©l quisieron saber nada de un nuevo intento de trasplante. AsĂ­ que Victor se quedĂ³ con unas piernas en apariencia, normales, pero en realidad, demasiado dĂ©biles para sostenerle, y que siempre se quedaban torcidas hacia fuera, como un puto parĂ©ntesis. Para poder caminar y mantener una postura algo mĂ¡s digna, usaba lo que llamaban un “esqueleto externo”. 

     Se trataba de un dispositivo de material plĂ¡stico que se mimetizaba de tal modo con el ambiente que no se veĂ­a a no ser que uno se fijase mucho o supiese que estaba allĂ­. El esqueleto le abrazaba las piernas y estaba sujeto a la cadera, de modo que le permitĂ­a estar de pie y caminar, y aĂºn correr un poco si fuera preciso… pero los mĂ©dicos le dejaron claro que aquello, no eran piernas funcionales que pudieran permitirle entrenar, o correr durante largo tiempo, ni siquiera hacer largas marchas caminando durante muchos dĂ­as seguidos: ni el esqueleto interno ni el externo podrĂ­an soportar un abuso de esfuerzo. De modo que el continuar sirviendo en el ejĂ©rcito se terminĂ³ para Ă©l y, dada su hoja de servicios, le licenciaron con honores. Le concedieron una pensiĂ³n, no excesiva, pero sĂ­ digna, y el rango honorario de capitĂ¡n. 

     VĂ­ctor comprĂ³ una casita no muy grande, con desvĂ¡n y garaje, y un pequeño terreno trasero en el que plantar un jardĂ­n. Pronto descubriĂ³ que cultivar florecitas era entretenido, pero no le ocupaba todas las horas libres de sus dĂ­as interminables, pero eso no fue lo peor. Mientras estuvo en el ejĂ©rcito, siempre rodeado de compañeros de ambos sexos, de amigos y camaradas, nunca lo habĂ­a notado, pero al retirarse, tuvo que darse de narices contra lo solo que estaba. Y no le gustĂ³, pero hacer amigos fuera del ambiente militar en el que llevaba viviendo desde su adolescencia, no era tan fĂ¡cil como pudiera parecer. Frecuentaba bares, sitios pĂºblicos, salĂ­a… pero descubriĂ³ que no tenĂ­a nada en comĂºn con nadie, y que las mujeres le hacĂ­an sentir incĂ³modo. Apenas notaban su esqueleto, la que no le miraba con asco, le miraba con lĂ¡stima. SabĂ­a que eran reacciones normales en un mundo que no estaba acostumbrado a las heridas ni a las imperfecciones, pero no por eso dejaba de molestarle. SentĂ­a que le miraban como a una rareza. Harto de buscar lo que sabĂ­a que no iba a encontrar, empezĂ³ a comprar programas de DreamScience Erotica, pero tambiĂ©n esto le aburriĂ³ al poco tiempo. Era todo… perfecto, demasiado ideal. Hasta allĂ­ le recordaban que era un fenĂ³meno y se sentĂ­a fuera de lugar, de modo que empezĂ³ a buscar otro tipo de erotismo, y un dĂ­a cayĂ³ en sus manos una viejĂ­sima cinta X, y de pronto, todo cambiĂ³. 

     Se trataba de una pelĂ­cula de Tierra Antigua, de finales del siglo XX. VĂ­ctor nunca hubiera podido pensar que en una pelĂ­cula porno saliesen hombres o mujeres sin tono muscular, sin depilar, ¡los hombres hasta tenĂ­an vello en las axilas y el pecho! ¡Y las mujeres tenĂ­an pechos caĂ­dos, y celulitis! Eran… eran… como Ă©l. Casi sintiĂ³ ganas de llorar de emociĂ³n, y aquĂ©lla noche perdiĂ³ la cuenta de las veces que se acariciĂ³ hasta el Ă©xtasis; cada vez que lo alcanzaba y creĂ­a quedarse a gusto, veĂ­a a una nueva mujer de pubis lleno de vello, caderas anchas y trasero generoso, gozando con un hombre peludo, bigotudo y con tripa, y su cuerpo pedĂ­a guerra de nuevo, no se saciaba. Fue estupendo. Y entonces, empezĂ³ a interesarse por aquĂ©l tipo de porno, y empezĂ³ a coleccionarlo. Desde eso hacĂ­a mĂ¡s de nueve años y un montĂ³n de dinero, pero desde hacĂ­a relativamente poco tiempo, algunos sectores estaban interesĂ¡ndose tambiĂ©n en lo que se habĂ­a dado en llamar “retroporno”, y VĂ­ctor habĂ­a empezado a hacer dinero donde antes lo habĂ­a gastado. Los nĂºmeros repetidos de revistas, o aquĂ©llas que ya habĂ­a visto demasiadas veces, o las pelĂ­culas mĂ¡s cotizadas, eran el gĂ©nero que vendĂ­a, y con lo que sacaba, iba ahorrando, aumentaba su pensiĂ³n, e incluso – por quĂ© no – compraba mĂ¡s porno. 

     Con un bocinazo, el viejo cacharro de Raji hizo su apariciĂ³n por el final de la calle, y el chatarrero-perista-comerciante de todo, se asomĂ³ por la ventanilla para saludarle, haciendo que la cola de la espesa bufanda que llevaba, se balancease por el viento. VĂ­ctor se puso en pie y devolviĂ³ el saludo sonriendo, pensando en lo hortera que podĂ­a ser aquĂ©lla bufanda amarilla, rosa y azul, pero tambiĂ©n sintiendo un poco de envidia: sabĂ­a que Tasha la habĂ­a tejido para Ă©l. El otrora soldado sabĂ­a que le caĂ­a a Tasha como una patada en el culo, pero Ă©l no estaba a la recĂ­proca; la mujer era gordita, muy guapa y trabajadora, tenĂ­a una personalidad fuerte y decidida, y adoraba a Raji… Cuando Ă©ste se la presentĂ³ y se conocieron, VĂ­ctor tuvo que hacer un esfuerzo para felicitar a su amigo. Hubiera dado cualquier cosa por haberla conocido antes Ă©l, y aunque sabĂ­a que era imposible, la pequeña parte de su corazĂ³n que aĂºn no habĂ­a muerto del todo, murmurĂ³: “tengo que buscarme una chica como Ă©sta”.
     Conforme la furgoneta se acercaba, Victor distinguiĂ³ a tres personas en lugar de a dos, y cuando frenaron junto a Ă©l, mirĂ³ con algo de sorpresa a la tercera persona; se trataba de una mujer, y era muy parecida a Tasha, apenas algo mĂ¡s delgada, pero tambiĂ©n llenita, de grandes ojos verdeazulados como los de Tasha y cabello espeso y claro, cortado a pico casi a la mitad de la espalda. Raji le estrechĂ³ la mano con las dos y se la presentĂ³.

     -Esta es Sonya, la hermana de Tasha. Nos ayudarĂ¡ con la cocina. – VĂ­ctor sonriĂ³ e intercambiĂ³ dos besos con la joven, que le miraba con curiosidad. Él dio una orden a las cajas, y Ă©stas flotaron solas hacia el interior de la camioneta, y todos procedieron a montar; la cabina era demasiado pequeña para que viajaran los cuatro, y aunque VĂ­ctor declarĂ³ que no tenĂ­a ningĂºn inconveniente en viajar solo, Sonya insistiĂ³ en viajar con Ă©l en el remolque. Es cierto que era pequeño y no excesivamente cĂ³modo, pero la joven dijo que ya se turnarĂ­an. Dentro del remolque, ya con la carga bien sujeta y ambos sentados, Sonya le señalĂ³ las piernas y sonriĂ³:

     -Por mĂ­ no te cortes; para estar sentado tanto rato, quĂ­tatelo si estĂ¡s mĂ¡s cĂ³modo. Yo sĂ© bien lo molesto que es llevar ese trasto todo el dĂ­a. - Victor se asombrĂ³, ¿cĂ³mo se habĂ­a dado cuenta del esqueleto externo? ¡No se veĂ­a! La Ăºnica manera de verlo sin saber que estaba ahĂ­, era que lloviese o soplase viento con polvo que pudiera hacerlo visible – Tuve que llevar uno de niña. Al levantarse, una persona sin prĂ³tesis, suele echar hacia delante el tronco y tirar de las piernas. TĂº has echado hacia delante la cadera y has tirado de la espalda. Yo lo hacĂ­a igual. Tuve que llevarlo porque nacĂ­ deforme de una pierna. Intentaron operarme para corregirlo, pero resultĂ© ser alĂ©rgica a la anestesia, asĂ­ que me pusieron esqueleto externo para forzar a mi pierna a recolocarse. 

    A VĂ­ctor le asombrĂ³ con quĂ© naturalidad hablaba de ello, y le asombrĂ³ mĂ¡s aĂºn cĂ³mo Ă©l mismo se puso tambiĂ©n a hablar de ello, del ejĂ©rcito, de su fallido trasplante… 

     -Gracias a esto puedo caminar, pero te reconozco que lo odio. A veces pienso si no hubiera sido mejor morirme en medio de la batalla.

      -No hubiera sido buena idea. – La joven sonriĂ³, y le alcanzĂ³ una cerveza – No hubieras sabido quiĂ©n ganĂ³. – VĂ­ctor sonriĂ³ y bebiĂ³ – Yo tambiĂ©n odiaba el mĂ­o. Los niños en el colegio me llamaban robot, monstruo y todo el mundo se reĂ­a de mĂ­. En los crĂ­os me molestaba, pero me defendĂ­a, y Natasha siempre estaba conmigo; nadie se reĂ­a de mĂ­ si iba con Tasha, ella es un año mayor, y bueno… ¡que nadie se metiera con su hermanita! No, en los crĂ­os, no me molestaba mucho. Lo peor, eran las miraditas de lĂ¡stima de los adultos. De las maestras… “no, no, cariño, tĂº no juegues a eso, que te puedes lastimar. No, cielo, no te levantes. No, mi vida, no hagas tal cosa, ni tal otra, ni respires fuerte siquiera, tĂº quĂ©date ahĂ­ sentadita, sin moverte, sin parpadear y sin hacer nada, no sea que te caigas y te rompas, porque eres de cristal”. Mierda de compasiĂ³n. 

     Sonya bebiĂ³ un trago largo de su cerveza, y VĂ­ctor se la quedĂ³ mirando, y por primera vez desde que perdiĂ³ las piernas, sintiĂ³ algo que, precisamente por llevar tanto tiempo sin sentir, le costĂ³ un poco identificarlo. Y era la sensaciĂ³n de considerarse afortunado. SĂ­, Ă©l se habĂ­a quedado sin piernas, sin carrera y tenĂ­a que llevar una prĂ³tesis para hacer algo tan simple como poder orinar de pie… pero le habĂ­a pasado siendo adulto, a fin de cuentas. La maldita lastimita que tambiĂ©n Ă©l detestaba, las miradas, los cuchicheos y hasta los insultos, le habĂ­an llegado cuando ya era bastante maduro como para mandarlo todo a la mierda, y no siendo un crĂ­o. PulsĂ³ el botĂ³n de liberaciĂ³n del esqueleto y Ă©ste emitiĂ³ un silbido y se soltĂ³ de su cintura. Como iba atado al sillĂ³n por el cinturĂ³n de seguridad, no tenĂ­a importancia. Con cuidado, porque era pesado, retirĂ³ el armazĂ³n de sĂ­, lo plegĂ³ en un cilindro y lo dejĂ³ a su lado, en el suelo. 

      -Mierda de compasiĂ³n – repitiĂ³, y le ofreciĂ³ su botellĂ­n para brindar. Sonya lo chocĂ³ con el suyo, y bebieron. 


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       -De verdad que no me gusta nada que mi hermana viaje con Ă©l. – RefunfuĂ±Ă³ Tasha, en el asiento delantero, dando la vuelta a las agujas. Casi nadie tejĂ­a a mano ya, era un arte tan olvidado como el cardado, o el escribir a mano, pero Raji vendĂ­a con frecuencia artĂ­culos de Tierra Antigua, lo que no era muy legal, y uno de ellos, habĂ­a sido una viejĂ­sima enciclopedia de labores, donde venĂ­an artes tan variopintas con el punto de cruz, el ganchillo y el hacer punto. A Natasha le habĂ­a parecido una cosa la mar de prĂ¡ctica y habĂ­a aprendido a hacerlo. DecĂ­a que le resultaba relajante, pero tal como entrechocaba las agujas esa mañana, nadie lo hubiera jurado. Raji suspirĂ³. TenĂ­an por delante dos dĂ­as de viaje hasta llegar a Zoco Centro, y por norma general, le gustaba conducir y viajar con Tasha, pero como ella hubiera decidido pasarse los dos dĂ­as hablando de lo poco que le gustaba que su hermana y VĂ­ctor viajasen juntos, menudo viajecito le esperaba. 

       -Nenita, ya lo sĂ© que no te gusta, pero no tenĂ­amos otra forma de viajar… coger un sĂ³nico nos hubiera salido por una pasta gansa, y hubiĂ©ramos tenido que pagar exceso de equipaje. 

       -Lo sĂ©, sĂ© que era carretera y manta, pero al menos tenĂ­a la esperanza de que Sonya no quisiese viajar con Ă©l… en cuanto ha visto el esqueleto externo, le ha caĂ­do simpĂ¡tico. 

      -¿Y quĂ© tiene de malo eso?

      -¡Todo! – contestĂ³ Tasha – SĂ³lo porque una persona conozca algo que tĂº has pasado tambiĂ©n, no significa automĂ¡ticamente que sea bueno y amable, o que sea de fiar. ¡Dentro de una hora, paras donde sea, y voy a hablar yo con la niña! 

     -Pero, mujer…

     -¡SĂ³lo para prevenirla! SĂ³lo quiero quedarme tranquila, ver que todo va bien, que no… ¡Bueno, que no se pone a enseñarle las cosas raras esas que Ă©l ve! Sonya es tan inocente… 

      -Amor, que Sonya ha tenido tres novios en el año y medio que llevamos juntos… 

      -¿QuĂ© pretendes insinuar de mi hermana, Rajad ben Sallah? – contestĂ³ Natasha lentamente, y Raji supo que pisaba hielo delgado. 

      -Yo no insinĂºo nada, nenita, sĂ³lo quiero decir que tu hermana, aunque sea tu hermanita pequeña, es ya toda una mujer, es responsable, es inteligente… Si VĂ­ctor hace algo que no le convence, ella misma le partirĂ¡ la cara. – Su mujer se aplacĂ³ y sonriĂ³. Raji a fin de cuentas tenĂ­a razĂ³n, su hermana sabĂ­a cuidarse sola. Es sĂ³lo que ella sabĂ­a que sĂ­ era inocente, un poco ingenua. Si Sonya se enterara de todas esas vetustas perversiones que llevaban en la furgoneta, seguro que la pobrecita hasta se pondrĂ­a colorada. 




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     -…con el boom de internet, el porno se viralizĂ³. – explicaba VĂ­ctor – Ya la llegada del vĂ­deo domĂ©stico habĂ­a supuesto una lluvia de cine porno al abandonar el viejo formato de 36 mm., en pro de la cinta magnĂ©tica, muchĂ­simo mĂ¡s barata de producir, pasando en un año de poco mĂ¡s de cien pelĂ­culas al año, a mĂ¡s de un millar al año siguiente, y aquello habĂ­a sido para bien; aumentĂ³ la demanda, y el porno empezĂ³ lentamente a dejar de ser considerado un producto para inadaptados o “guarros”, a empezar a ser visto como un entretenimiento mĂ¡s. Desde luego, no era algo de lo que uno presumiese por la calle, pero empezĂ³ a asumirse que era algo que, en mayor o menor medida, pero todo el mundo veĂ­a de vez en cuando. Pero cuando llegĂ³ internet, como te decĂ­a, el porno estallĂ³, y esta vez no fue tanto para bien.

      -El porno que yo conozco es sobre todo de esa Ă©poca, de los primeros siglos del 2000, antes del Cataclismo. – convino Sonya, que escuchaba con gran interĂ©s - ¿Por quĂ© no fue para bien?

     -Bueno… se perdiĂ³ el romanticismo del porno. Antes, una actriz era famosa por saber actuar, y por hacer alguna prĂ¡ctica determinada. HabĂ­a actrices que eran “la reina de…”, “la reina de la doble penetraciĂ³n, la reina del anal”… Cuando llegĂ³ internet, las chicas no sabĂ­an actuar, pero tenĂ­an que hacer de todo. Se perdiĂ³ el argumento, el pretexto que daba sal y vidilla a las historias, y se cambiĂ³ por bombeo. El pĂºblico era impaciente y demandaba productos de consumo rĂ¡pido; todo se medĂ­a por velocidad y cantidad de clics, si alguien ponĂ­a un vĂ­deo y se tardaba mĂ¡s de treinta segundos en llegar a la parte X, el espectador cerraba la ventana y se iba a otro vĂ­deo que le diese el calentĂ³n rĂ¡pido que buscaba. 

      -En parte tienes razĂ³n, pero yo creo que hubo algunas cosas en ese porno que no estaban mal, y tenĂ­an su argumento. “El apartamento de Mike”, tenĂ­a un argumento muy pobre, de acuerdo, era sĂ³lo sexo a cambio del alquiler, pero era algo… - VĂ­ctor bebiĂ³ otro sorbo de su cerveza, y asintiĂ³. - ¿Y quĂ© me dices de Santa SilverDaddy Claus? ¡Ese tipo me encantaba!

     A VĂ­ctor se le atragantĂ³ la cerveza a medio sorbo. Santa SilverDaddy Claus, o PapĂ¡ Noel Pillo, como le llamaban en la versiĂ³n traducida, habĂ­a sido un actor porno de cierto Ă©xito en la Ă©poca de internet, era bastante parecido a Ă©l y lo sabĂ­a: de aspecto mayor de lo que en realidad era, perilla redonda, cabello gris, algo esmirriado de piernas, pero robusto de torso y brazos y con algo de barriga.

      -¿Te gusta PapĂ¡ Noel Pillo? – preguntĂ³, sin poder dejar de sonreĂ­r. 

      -Le adoro. – reconociĂ³ la joven – Vi por primera vez un video suyo cuando era adolescente, de casualidad. Estaba en un terminal Googlevac sin protecciĂ³n infantil, busquĂ© vĂ­deos navideños y me saliĂ³ aquello, ¡casi me da un infarto, pensĂ© que vendrĂ­an a detenerme! Fue el primer vĂ­deo porno que vi en mi vida… pensĂ© que todos los gĂ©neros serĂ­an igual, y cuando vi que no, me llevĂ© una buena desilusiĂ³n. 

     -¿DesilusiĂ³n por quĂ©? – quiso saber VĂ­ctor. 

     -Porque… habĂ­a mucho porno desagradable. Muchos insultos, muchos “chupa, zorra; traga, puta de mierda”, muchos vĂ­deos donde las chicas parecĂ­an sufrir mĂ¡s que gozar, donde eran mĂ¡s violadas que folladas… PapĂ¡ Noel Pillo trataba bien a las chicas. HabĂ­a sexo por un tubo y se las follaba por todas partes, sĂ­… pero tambiĂ©n las besaba. No sĂ©, las trataba con cariño, les hablaba, habĂ­a risas, complicidad y picardĂ­a. Se notaba que sentĂ­a respeto por las actrices. Hace tiempo, pensaba que no habĂ­a nada peor que un hombre que se creĂ­a el porno, pero sĂ­ lo hay: el hombre que se cree SĂ“LO un tipo de porno. Supongo que a ti te pasarĂ¡ encontrarte chicas que se piensen que todos los hombres tienen que ser millonarios, altos y superguapĂ­simos, y a mĂ­ me pasa encontrarme con tĂ­os que se piensan que abrir la cama es suficiente como juego previo, que pegarme tortazos en el clĂ­toris me va a volver loca de pasiĂ³n, que me encanta que me insulten o que me peguen, pero eso sĂ­, no lubriques demasiado, que les da asco… 

     -Joder, ¿es eso lo que se lleva ahora? Ahora comprendo bien a la Ăºltima chica con la que estuve. Se trataba de una lilius, ya sabes que para ellas, el sexo es su religiĂ³n, fue harĂ¡ cosa de cuatro o cinco años, y prĂ¡cticamente me suplicĂ³ que lo hiciĂ©ramos. Cuando terminamos, me dijo que pedirĂ­a por mĂ­ todos los dĂ­as, y me dio las gracias, segĂºn ella, “por revolcarnos entre las flores sin arrancarlas”. – VĂ­ctor mirĂ³ a Sonya a los ojos mientras ella sonreĂ­a y suspiraba. 

     -El sexo debe ser algo estupendo cuando se hace bien, y no a lo salvaje, como si pretendieran vapulearla a una. EntiĂ©ndeme, me gusta la pasiĂ³n como a cualquiera, me gusta que me den un buen azote en el culo, que me pongan a cuatro patas y me embistan, ponerme encima y hacer sentadillas… todo eso me encanta. Pero, ¿tan difĂ­cil es combinar eso con un algĂºn beso que otro, una caricia, y un par de palabras amables? – Su mirada se fijĂ³ en el vacĂ­o – Si encontrase a un hombre capaz de darme eso, me parece que todo lo demĂ¡s, iba a importarme bien poco. 

     VĂ­ctor estuvo tentadĂ­simo de alargar la mano y decir “me ofrezco voluntario”, “a lo mejor yo te sirvo”… pero se contuvo. Sonya parecĂ­a una gran chica, y era mucho mĂ¡s joven que Ă©l. Se merecĂ­a algo mejor que un cuarentĂ³n jubilado con piernas torcidas, pensĂ³ mientras cogĂ­a otros dos botellines, los destapaba y le ofrecĂ­a uno a ella, acariciĂ¡ndole la cara con dos dedos para sacarla del ensimismamiento. La joven le mirĂ³ y devolviĂ³ la sonrisa y en un acto puramente reflejo, le besĂ³ los dedos al tiempo que cogĂ­a el botellĂ­n. 


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       -Bueno, ya oyĂ©ndote eso, me quedo mĂ¡s tranquila – Tasha hablĂ³ con su hermana en una de las paradas, y Sonya se rio de lo que ella llamaba “el complejo de clueca” de su hermana mayor. Por favor, no tenĂ­a que preocuparse en absoluto, VĂ­ctor era un tĂ­o genial, y durante el viaje ya se habĂ­an hecho colegas. “Colegas” remarcĂ³ Sonya, a fin de que a su hermana le quedase claro quĂ© tipo de relaciĂ³n habĂ­an entablado. Tasha se relajĂ³. Su hermana pequeña era un poco chicazo, y con frecuencia se comportaba como otro tĂ­o mĂ¡s en presencia de tĂ­os, por eso tenĂ­a tantos amigos y Raji se sentĂ­a tan cĂ³modo con ella, y segĂºn parecĂ­a, VĂ­ctor tambiĂ©n. Era la primera vez que Tasha le veĂ­a sonreĂ­r tanto rato y hablar tanto.

     De eso hacĂ­a ya varias horas, y ahora habĂ­an vuelto a detenerse, esta vez para pasar la noche. Raji habĂ­a frenado junto a un motel de carretera mĂ¡s o menos decente (al menos eso parecĂ­a), y estaban en la recepciĂ³n. 

     -Bueno, necesitaremos tres habitaciones, una doble y dos sencillas. – dijo Raji, pero Sonya le frenĂ³. 

     -¿De verdad pensĂ¡is pagar tres habitaciones? La sencilla cuesta casi tres cuartos de lo que vale la doble… ¡pide dos dobles y ya estĂ¡, ahorramos!

      -¡SĂ­, buena idea! – apostillĂ³ VĂ­ctor. 

      -¿HabitaciĂ³n doble?

      -Oh, por favor, somos adultos, Tasha – contestĂ³ su hermana – Podemos compartir una cama, ¿Quieres dejar de pensar que tengo trece años?

     “Colegas” habĂ­a dicho Sonya. En fin, tenĂ­a razĂ³n, no se trataba de dos niños, no iba a pasar nada. Les dieron las llaves de las habitaciones y cada pareja se retirĂ³ a la suya, prometiĂ©ndose acostarse cuanto antes, para mañana salir temprano. HabĂ­an hecho muy buen promedio hoy, si mañana seguĂ­an igual, podrĂ­an llegar al tercer dĂ­a aĂºn temprano.

     La habitaciĂ³n del motel era pequeña, pero coquetona, con una gran cama doble en la que brillaba un grueso edredĂ³n tĂ©rmico y que, VĂ­ctor se dio cuenta, Sonya se esforzĂ³ por no mirar. Las lamparitas indirectas que flotaban cerca de la pared daban una luz dorada a toda la estancia, decorada con un estilo algo recargado en lo referido a adornos, lacitos, cojines… un poco artificioso, pero con un resultado acogedor. Daba la sensaciĂ³n de estar dentro de una cajita de caramelos. 

     -Bueno… ¿QuiĂ©n se cambia antes? – preguntĂ³ VĂ­ctor – SĂ³lo hay un baño. 

     -Te propongo un trato: te dejo cambiarte el primero, si a cambio, mientras yo me desnu… me mudo, tĂº te metes en la cama y me la vas calentando, ¿hace?

      -Vale. – SonriĂ³, y cogiĂ³ su bolsa, en la que llevaba su ropa y sus cosas. SentĂ­a una especie de temblorcillo en la barriga, pero agradable. “Debo de estar loco” pensĂ³ mientras se soltaba el pantalĂ³n y lo dejaba caer por entre los huecos de la prĂ³tesis. “Sonya no quiere nada conmigo, y yo me estoy emocionado como un crĂ­o”. Se lavĂ³ los dientes, se puso el calzĂ³n de media pierna que usaba para dormir, y al hacerlo, pensĂ³ que se habĂ­a pasado el dĂ­a entero sentado sobre un sillĂ³n calentito y con un pantalĂ³n abrigado… no serĂ­a de buen gusto compartir la cama con alguien oliendo a perro recalentado, asĂ­ que se sentĂ³ en el bidĂ©, y se lavĂ³ con jabĂ³n. Cuando se secĂ³ y se puso el calzĂ³n limpio, se sintiĂ³ muy cĂ³modo, y pensĂ³ que, ya que estaba, podĂ­a darse tambiĂ©n un lavado de sobacos y pies. SaliĂ³ del baño con el calzĂ³n azul y la camiseta gris, pero oliendo a esencia de robaigas salvajes.

     -¡Hum, quĂ© bien hueles! – comentĂ³ Sonya al pasar por su lado, antes de encerrarse en el baño. OyĂ³ correr el agua apenas ella entrĂ³, era indudable que se estaba duchando, y se le escapĂ³ una sonrisa que su sentido comĂºn no consiguiĂ³ reprimir. AbriĂ³ la cama y se sentĂ³ en ella, soltĂ³ el esqueleto y lo plegĂ³, y enseguida se metiĂ³ en la cama, tendiĂ©ndose en el lado mĂ¡s cercano a la puerta del baño, que era el que pensaba dejarle a ella, para calentarlo. Cuando Sonya saliĂ³ del baño, llevando un pijama corto y envuelta en una nube de vapor perfumado, se hizo a un lado y ella casi saltĂ³ a la cama- ¡QuĂ© frĂ­o hace aquĂ­ fuera! ¡Brrrrr! – La joven sonriĂ³, arrebujĂ¡ndose en la cama cĂ¡lida, y, por puro reflejo, VĂ­ctor le frotĂ³ los brazos bajo la colcha y la apretĂ³ contra sĂ­.
  
      -¿Mejor? – preguntĂ³, frotĂ¡ndola.
  
     -Mmmmmmh… sĂ­. Eres un gran calentador de cama. – se rio. Sonya permaneciĂ³ pegada a Ă©l, acurrucada, pero VĂ­ctor tuvo que parar de frotarla y tenderse boca arriba cuando notĂ³ que su cuerpo le iba a delatar.

      -¿Te apetece ver algo de tele antes de dormir? – preguntĂ³, y ella asintiĂ³, muda, junto a Ă©l. – ProgramaciĂ³n televisiva – ordenĂ³ Victor, y la imagen saliĂ³ del aire y formĂ³ un cuadro tridimensional frente a ellos, mostrando un aburrido magazĂ­n nocturno, de esos donde la gente cuenta sus penas privadas. – Buf… ¿busco a ver si dan alguna peli?
  
      -SĂ­, mejor – VĂ­ctor pulsĂ³ el aire para descubrir la barra de canales, y fue pasĂ¡ndolos. Noticias, tostonazos dramĂ¡ticos, concursos insulsos, reallity-shows, teletienda… y al fin, una pelĂ­cula. VĂ­ctor se detuvo al ver actores, pero al segundo siguiente, la actriz se arrodillĂ³ y empezĂ³ a sobar la entrepierna del actor, y estuvo a punto de pasar de nuevo, pero la joven se lo impidiĂ³ - ¡No, dĂ©jalo!

     -¿AquĂ­? ¿En el porno?

     -SĂ­,  ¿por quĂ© no? ¿No me irĂ¡s a decir que te da corte, verdad?

     -…No, claro que no. – mintiĂ³ VĂ­ctor y echĂ³ una mirada hacia la colcha. Bien, no se notaba. IntentĂ³ pensar en otra cosa, pero no era nada fĂ¡cil conservar la calma teniendo a una chica encantadora, preciosa y que te gusta mucho, pegada a ti, tu brazo en su nuca, y encima una peli porno delante. En la pantalla, la actriz se metĂ­a el pene de su compañero hasta la garganta, y enseguida se soltĂ³ el vestido, dejando ver un pecho operado perfectamente redondo. HabĂ­a un corte de cĂ¡mara y enseguida estaban los dos desnudos, Ă©l sentado mientras ella le mamaba. Estaba completamente depilado, era musculoso y estaba reciĂ©n peinado. – Siempre digo que el porno actual es demasiado perfecto.

     -SĂ­, ¿quiĂ©n se deja los tacones para follar y no se le corre el pintalabios? ¡Es absurdo! – la chica se volviĂ³ de lado, con la espalda hacia Ă©l, pero aun mirando la pantalla.

     -¿Quieres ponerte mĂ¡s cĂ³moda? Espera, moverĂ© la imagen. – Victor extendiĂ³ la mano y arrastrĂ³ la imagen al lateral, para que ella pudiera verla estando de lado, y enseguida se volviĂ³ Ă©l tambiĂ©n. Su brazo libre pensĂ³ solo y la tomĂ³ de la cintura. Estaban abrazados en cuchara, y VĂ­ctor sabĂ­a que si no habĂ­a notado ya que estaba presentando armas, lo tendrĂ­a que notar en breve, pero Sonya no hizo ningĂºn comentario al respecto. De aquello en particular, pero sĂ­ de otra cosa.

     -Hmmmmmmmmm… quĂ© calor tan grande das, eres tan cĂ³modo… - VĂ­ctor tenĂ­a la sensaciĂ³n de que su corazĂ³n iba a salĂ­rsele del pecho de un momento a otro. Le parecĂ­a que su mano, en el vientre de la joven, se quemaba, necesitaba moverla. Los dedos le picaban, tenĂ­a un antojo tremendo de acariciar y apretar su carne. Le costaba trabajo respirar acompasadamente. – Ya que estĂ¡s asĂ­, ¿no te importarĂ­a darme un masaje en la cadera, aquĂ­? – le llevĂ³ la mano. – Creo que es de estar todo el dĂ­a sentada, pero me duele un poco.

     VĂ­ctor tuvo que contentarse con decir “ajĂ¡” a modo de asentimiento. Una parte de sĂ­ mismo querĂ­a salir de la cama y de la habitaciĂ³n; fuera hacĂ­a sĂ³lo un par de grados, si con eso no se le bajaba el calentĂ³n, con nada. Otra parte de sĂ­ mismo querĂ­a preguntar si de verdad, DE VERDAD querĂ­a ella que la tocase. Otra parte no querĂ­a preguntar, le daba miedo estar haciĂ©ndose ilusiones. DecidiĂ³ que lo mĂ¡s juicioso, era intentar disimular. Lo mĂ¡s juicioso, y lo mĂ¡s agradable. EmpezĂ³ a frotar la cadera de la joven y a dar apretones, y Sonya sonriĂ³ un gemido. La tela del pijamita corto era fina y suave, y apenas cubrĂ­a unos centĂ­metros de muslo; enseguida sus dedos notaron el tacto de la piel, y VĂ­ctor tuvo que abrir la boca para soltar aire. Sus dedos subĂ­an la tela de la prenda cuando acariciaba el final de la misma, e intentaban bajarla un poquito o meterse bajo ella cuando llegaban al inicio. TenĂ­a que saberlo, tenĂ­a que comprobarlo o estallarĂ­a.

     -Con el pantalĂ³n de por medio, no me apaño bien – logrĂ³ decir del tirĂ³n – ¿Quieres, no pienses mal, que meta la mano, sĂ³lo para hacerlo mejor?

     -…SĂ­, por favor. Por favor. – musitĂ³ Sonya, y ella misma se bajĂ³ un poquito la prenda. VĂ­ctor notĂ³ la piel desnuda de su nalga haciendo contacto contra Ă©l, y tambiĂ©n que ella estaba coloradĂ­sima. Su mano se colĂ³ bajo el pantaloncito y empezĂ³ a acariciar la cadera, pero casi enseguida sus dedos se estiraron hacia el culo, gordito y suave, y lo apretaron. Sonya se le agarrĂ³ al brazo en el que apoyaba la cabeza y tiritĂ³. La mano de VĂ­ctor, dejando un reguero de cosquillas abrasadoras, se deslizĂ³ hacia el pubis. Y cuando tocĂ³ el inicio del vello, un suspiro infinito se escapĂ³ del pecho de ambos.

    Muy despacio, los dedos de VĂ­ctor empezaron a acariciar aquĂ©l vello fino y suave, de tacto extraño y cosquilleante. La joven no llevaba ningĂºn tipo de ropa interior, y la mano de su compañero bajaba mĂ¡s a cada caricia. Al notar la elevaciĂ³n que hacĂ­a su Monte de Venus, VĂ­ctor ya no aguantĂ³ mĂ¡s, y la atenazĂ³ contra sĂ­ tambiĂ©n con el otro brazo, y empezĂ³ a besarle la sien y la cara entre gemidos. Sonya volviĂ³ el rostro y la mirĂ³ a los ojos, pĂ­caros y algo tĂ­midos, pero plenos de deseo.

      -No quites la tele… - susurrĂ³ – Mi hermana duerme ahĂ­ al lado. – VĂ­ctor la besĂ³, y al mismo tiempo que metĂ­a la lengua en su boca, su dedo corazĂ³n se metiĂ³ en su sexo y ambos acariciaron algo muy hĂºmedo y sensible; Sonya se estremeciĂ³ tiernamente entre sus brazos, y le abrazĂ³ con una pierna, para dejarle sitio para acariciar. VĂ­ctor no podĂ­a dejar de pensar que si la hiperprotectora Tasha se enteraba de aquello, y se acabarĂ­a enterando, le iba a sacudir con el rodillo de amasar hasta que Ă©ste pidiera socorro, pero no pensaba parar. Sus dedos, empapados de humedad, cosquillearon el travieso clĂ­toris entre ellos, mientras su compañera le agarraba la camiseta e intentaba torpemente subĂ­rsela o acariciarle de algĂºn modo. Entre caricias de su lengua, logrĂ³ hablar.

     -Luego, eso luego… ahora deja que te haga mimitos a ti. Deja que te dĂ© calorcito tambiĂ©n aquĂ­. – Sonya le mirĂ³ con arrobo y se subiĂ³ su camiseta. La mano de VĂ­ctor se guio por el calor que desprendĂ­an sus pechos y los apretĂ³ mientras sus dedos acariciaban el punto mĂ¡s sensible del cuerpo de la joven. Se lo acariciaba con el dedo corazĂ³n en cĂ­rculos, y luego lo rascaba muy suavemente de arriba abajo, y mĂ¡s tarde lo pescaba entre dos dedos y lo cosquilleaba… Sonya se movĂ­a en espasmos contra el pecho de VĂ­ctor, superada por el placer elĂ©ctrico. Olas de gusto la torturaban, y estaba empezando a sudar mientras se le escapaban a la vez los gemidos y las sonrisas.

     “Por Lemmy, quĂ© guapa es, ¡es preciosa!” logrĂ³ pensar VĂ­ctor sin dejar de mover los dedos que le resbalaban en la humedad. Cada caricia que le daba, la hacĂ­a gemir dulcemente y mirarle con arrobo. EmpezĂ³ a hacerle cosquillas mĂ¡s rĂ¡pidas y la joven boqueĂ³ en una expresiĂ³n graciosĂ­sima que le hizo sonreĂ­r, y acto seguido pasĂ³ a hacer caricias circulares mĂ¡s lentas, pero mĂ¡s intensas, y Sonya puso los ojos en blanco en una sonrisa abandonada que le robĂ³ el alma y le obligĂ³ a besarla sin poderse contener. Los gemidos de la joven se hacĂ­an mĂ¡s hondos y cuando VĂ­ctor cosquilleĂ³ de nuevo, temblĂ³ de tal modo que supo que iba a acabar, pero no parĂ³.

      -No… ¡no puedo mĂ¡s! – su voz parecĂ­a casi llorosa – Por favor, ¡te quiero dentro! – Si lo pedĂ­a asĂ­, habĂ­a que dĂ¡rselo, y VĂ­ctor intentĂ³ sĂ³lo abrirse el calzĂ³n para liberar su miembro, pero apenas retirĂ³ la mano del coño de la joven, ella misma le bajĂ³ la prenda y le abrazĂ³ con las piernas; antes de que VĂ­ctor pudiera frenarla, Sonya le estaba montando y le metiĂ³ dentro de ella. - ¡Aaah….! – La joven se mordiĂ³ los labios para no gritar, pero el placer era inmenso, estaba muy excitada, necesitaba sentirse llena y la polla de VĂ­ctor lo conseguĂ­a, ¡quĂ© deliciosa sensaciĂ³n de plenitud! VĂ­ctor quiso dirigir su pulgar de nuevo al clĂ­toris de la joven, pero ella empezĂ³ a brincar sin darle tiempo, sentĂ­a un picor rabioso en las entrañas, y sĂ³lo aquĂ©l miembro ardiente se lo saciaba. Un placer maravilloso naciĂ³ en su pared vaginal, y Sonya se moviĂ³ arriba y abajo para estimularlo, y apenas a la tercera embestida, VĂ­ctor la vio ponerse roja hasta el pecho. Una ola dulcĂ­sima de bienestar pareciĂ³ romper en el interior de la joven y colmarla. El placer se liberĂ³ y la hizo gemir, un gemido profundo, mientras su cuerpo se estremecĂ­a de gusto, asombrado por la intensidad de lo que sentĂ­a, y las olas la acariciaban en rĂ¡fagas de calidez hasta dejarla en la gloria. VĂ­ctor, debajo de ella, la miraba con la boca abierta y el cuerpo tenso, intentando por todos los medios no cerrar los ojos ni sucumbir al impulso de moverse. Si lo hacĂ­a, acabarĂ­a, y no querĂ­a hacerlo en medio del orgasmo de ella, lo que querĂ­a era verlo.

     Sonya se dejĂ³ caer sobre Ă©l y VĂ­ctor la abrazĂ³, gozando aĂºn de las contracciones rĂ­tmicas de su vagina en torno a su miembro. La joven le besĂ³ la cara y le mirĂ³ con apuro.

     -Lo siento... Estaba tan a punto, y me sentĂ­a tan bien, que… - VĂ­ctor le sonriĂ³ y la tomĂ³ de la cara, negando con la cabeza.

     -No, no, nada de “lo siento” – le besĂ³ la nariz – TĂº no tienes que sentir nada, ¡me encanta que te corras! Quiero que lo hagas siempre que quieras, quiero darte placer y que te corras de gusto siempre que te dĂ© la gana, quiero que te corras en mĂ­… - la acariciĂ³ de los muslos y casi enseguida empezĂ³ a subir hacia las nalgas y a moverla sobre su cuerpo erecto – Que te corras en mi polla… en mis dedos, en mi boca, ¡donde tĂº quieras!
     Sonya gimiĂ³ algo que parecĂ­a un sollozo, se sentĂ­a increĂ­blemente feliz, y VĂ­ctor rodĂ³ sobre ella en la cama; necesitaba empujar, querĂ­a dirigir Ă©l, follĂ¡rsela, tomarla… hacerla suya. Puede que sus piernas casi inĂºtiles no le sirvieran de mucho, pero se apoyĂ³ sobre los puños y empezĂ³ a mover la pelvis como un pistĂ³n. Sonya gimiĂ³. El cuerpo de la joven quemaba por dentro, era hĂºmedo, era suave, le abrazaba la polla como si pretendiera no dejarle salir jamĂ¡s, y una parte de Ă©l mismo querĂ­a que eso fuera posible, que pudieran estar siempre asĂ­, gozando de esa manera, viendo cĂ³mo ella se corrĂ­a una y otra vez. Pensando en aquello, se dejĂ³ caer sobre los codos y le preguntĂ³ al oĂ­do, en medio de una sonrisa de picardĂ­a casi infantil:

     -¿Quieres ver cĂ³mo lo suelto?

     -¡Si! – contestĂ³ ella de inmediato - ¡Por favor, sĂ­! – VĂ­ctor sintiĂ³ que Sonya le acariciaba los brazos y la espalda, dejando surcos de placer en su piel, pero nada era comparable a entrar y salir de ella, a notar su polla dulcemente aplastada por su estrecha calidez y regodearse en el dulce cosquilleo que le empezaba en el glande y se expandĂ­a por todo su cuerpo, haciĂ©ndose mĂ¡s fuerte y agradable a cada empujĂ³n, hasta que notĂ³ que ya no podĂ­a parar, que el picorcito se cebaba en su polla y no podĂ­a detenerlo, y en ese preciso momento, la sacĂ³, y en medio de gemidos roncos se acariciĂ³ a toda velocidad, y el orgasmo le sobrevino entre corrientes de gusto, jadeos esforzados y un espeso chorretĂ³n de esperma que cayĂ³ en el vientre de Sonya y que ella recibiĂ³ con un gemido de sorpresa y una carcajada. - ¡Quema…! – Ella nunca lo habĂ­a visto en vivo, los fluidos se habĂ­an ido volviendo algo cada vez menos aceptado, hasta convertir el porno en algo perfecto y asĂ©ptico, y sus parejas se habĂ­an comportado de acuerdo a ese precepto. Ahora veĂ­a el semen por primera vez, veĂ­a a un hombre dĂ¡ndoselo, corriĂ©ndose para ella y encima de ella. VĂ­ctor habĂ­a temblado como un flan, habĂ­a sonreĂ­do y puesto una carita encantadora al gozar… y habĂ­a sido ella quien le habĂ­a hecho sentirse asĂ­ de a gusto. Le mirĂ³. AĂºn temblaba, con la mano todavĂ­a sujetĂ¡ndose la polla que le palpitaba, y la respiraciĂ³n agitada.

     -Eres precioso. – dijo con voz desmayada – Eres guapĂ­simo, eres… - Pero VĂ­ctor no supo quĂ© mĂ¡s era, porque Sonya le atrajo hacia sĂ­ y le besĂ³ de nuevo. VĂ­ctor devolviĂ³ el beso abrazĂ¡ndola con fuerza, y poniĂ©ndola sobre Ă©l. Su polla encontrĂ³ el camino ella solita, sin que ni uno ni otra se dieran mucha cuenta, y mientras VĂ­ctor le recorrĂ­a la espalda en caricias hasta llegar a las nalgas y un par de dedos traviesos empezaban a acariciar el agujerito trasero…

                                                           *********************

     -¿QuĂ© tal? ¿No dormiste bien? – preguntĂ³ Raji al dĂ­a siguiente; mientras Tasha y Sonya terminaban de desayunar en el bar, ellos dos habĂ­an salido a fumar un poco. El aire estaba frĂ­o y amenazaba nieve, pero VĂ­ctor estaba amodorrado aĂºn bajo la gĂ©lida mañana.

     -Incluso demasiado bien. Raji… ¿Le has contado ya a Tasha lo de… bueno, lo tuyo? – el perista palideciĂ³ bajo sus rizos oscuros y negĂ³ con la cabeza. – Sabes que vas a tener que hacerlo tarde o temprano. Y sabes tambiĂ©n que ella te quiere, seguro que no le concede demasiada importancia. Siempre pienso que deberĂ­as decĂ­rselo personalmente, antes de que alguien bienintencionado pudiera, bueno…

     -¿No pensarĂ¡s decĂ­rselo tĂº, cabronazo? – atacĂ³ Raji muerto de miedo.

     -¿Yo? ¡No, claro que no! Raji, yo soy tu amigo, jamĂ¡s harĂ­a algo semejante. Los amigos estĂ¡n para guardar secretos, ¿verdad?

      -¡Verdad!

      -Genial, porque yo tambiĂ©n necesito que me tapes en uno. – Raji le mirĂ³ y estuvo a punto de preguntar cuĂ¡l, pero la mirada del antiguo soldado era tan elocuente como urgente.

      -Ay, no… ¿Sonya?

      -SĂ­.

      -¿TĂº y Sonya?

     -SĂ­.

     -¿Anoche?

     -SĂ­.

     -¿…Hasta el final?

     -Las cuatro veces, sĂ­.

     -¡Oh, mamĂ¡! – se lamentĂ³ el vendedor - ¡Valiente amigo estĂ¡s hecho! ¡Si Tasha no me da la patada por mi secreto, me caparĂ¡ por el tuyo!

     VĂ­ctor intentĂ³ quitar hierro al asunto, decir que si Ă©l no decĂ­a nada, Ă©l tambiĂ©n se callarĂ­a, que Tasha se enterarĂ­a pero mĂ¡s tarde, cuando no tuviese que saber que su hermanita pequeña habĂ­a follado salvajemente con Ă©l apenas doce horas despuĂ©s de conocerse… Pero el temor de Raji era mĂ¡s fuerte y tenĂ­a razones para quejarse. TenĂ­a ganas de darle una buena patada a su amigo, pero cuando su mujer y Sonya salieron al fin del bar y vio cĂ³mo su cuñada miraba a VĂ­ctor, no pudo guardarle rencor… cuando Tasha le miraba asĂ­ a Ă©l, sabĂ­a que no tenĂ­a escapatoria. La pregunta era si eso, ella lo iba a comprender.

(continuarĂ¡. Sigue leyĂ©ndome en Amazon)


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