Londres, 1962. La mĂºsica sonaba a niveles ensordecedores, mientras las luces de colores iluminaban alternativamente la discoteca...

5 Comments
Londres, 1962.


La mĂºsica sonaba a niveles ensordecedores, mientras las luces de colores iluminaban alternativamente la discoteca, mostrando los dibujos de las paredes: cabezas de leones, flores enormes, letreros que pedĂ­an amor y paz para todo el mundo, una foto de Ghandi, una chica en desnudo dorsal… El humo del tabaco creaba caprichosas formas en medio de las luces y las sombras, dando un ambiente de sortilegio a la sala. Bartholomew aspiraba intensamente el cigarrito liado que la joven le ponĂ­a en los labios. Cada vez que el humo salĂ­a de sus labios casi cerrados, le invadĂ­a una extraña sensaciĂ³n de ingravidez. El joven tenĂ­a el cabello muy largo y un poco de barba, de color castaño casi rojizo, y los ojos del mismo color. Era ciertamente gordito, y sus ropas, demasiado ostentosas, de decidido mal gusto, pero habĂ­a entrado en la discoteca repartiendo billetes, y eso hacĂ­a que aumentase instantĂ¡neamente su atractivo. La joven rubia, con cara lĂ¡nguida por el porro, estaba por completo recostada sobre Ă©l y se dejaba abrazar hasta que Ă©l casi le tocaba las nalgas, mientras ella no dejaba de acariciarle la prominente tripa, tambiĂ©n bajando hasta lĂ­mites, que hubieran sido imposibles de haber estado ella un poco mĂ¡s sobria, y Ă©l, un poco mĂ¡s pobre. 

Bartholomew lo estaba pasando bien, muy bien en Londres. Con la llegada de la antibaby, la "pĂ­ldora mĂ¡gica", que le decĂ­an muchos, parecĂ­a que ahora todo estaba permitido. Las chicas ya no tenĂ­an miedo de acostarse con quien les apeteciera, porque no podĂ­a pasar nada. AquĂ­, a todo el mundo le gustaba beber, fumar y divertirse. Él no tenĂ­a problemas para conseguir dinero, y habĂ­a todo un mundo para gastarlo alegremente. Su vida era una fiesta continua…

-Leche sola. - …que acababa de terminar. 

El cazador estaba en la otra punta de la discoteca, en la barra, pero a pesar de la distancia y la mĂºsica, Bartholomew habĂ­a podido oĂ­rle con tanta claridad como si le tuviese a su lado. El porro se le cayĂ³ de los labios y su mano, floja, dejĂ³ caer la copa. El ruido era tal en la discoteca, que el estrĂ©pito del cristal, ni siquiera se oyĂ³. Pero Ă©l sĂ­ lo habĂ­a oĂ­do. El cazador se volviĂ³ ligeramente en la barra y le sonriĂ³. Con la boca cerrada. Bartholomew intentĂ³ tranquilizarse "no va a abalanzarse sobre mĂ­ en una discoteca llena de gente…", pensĂ³. Pero eso, era sĂ³lo una posibilidad. La gente de su clan habĂ­a aprendido a guardarse de los cazadores igual que los ratones se protegen de los gatos, pero en los Ăºltimos tiempos, se habĂ­a hecho famosa la crueldad de una pareja de cazadores. Al menos, en Ă©sta ocasiĂ³n, Ă©l estaba solo, no la habĂ­a traĂ­do a ella. Bartholomew sabĂ­a a quiĂ©n se enfrentaba. Al menos, lo que se podĂ­a saber de Ă©l. 

-Tengo que marcharme… - musitĂ³ a la joven rubia. Ésta protestĂ³ cuando Ă©l se moviĂ³, pero Ă©l no se detuvo, y comenzĂ³ a caminar hacia la barra. No tenĂ­a sentido ocultarse cuando habĂ­a sido descubierto. Y sabĂ­a que al cazador le gustaba jugar. Le gustarĂ­a oler su miedo… "conocer a tu enemigo, es vencerlo", se obligĂ³ a recordar, y echĂ³ a andar hacia Ă©l. Era consciente de que no ofrecĂ­a una imagen nada apropiada para un combate. Llevaba pantalones blancos que tenĂ­a que sujetarse debajo de la barriga, de modo que parte de ella quedaba al descubierto, una camisa de tela brillante con estampado de flores, de mangas largas, con escote picudo, un abrigo de pieles sobre ella, y unas botas negras con espuelas, y grandes gafas de sol. Su asesino llevaba sencillas ropas negras, grandes botas y un largo abrigo negro. TambiĂ©n su cabello corto y sus ojos maliciosos eran oscuros. SĂ³lo sus dientes eran blancos, como pudo apreciar cuando estuvo a su lado y Ă©ste sonriĂ³ abiertamente, mostrando sus colmillos. 

-¿No te parece que huele a sudor de cerdo por aquĂ­? – susurrĂ³ el cazador, a modo de saludo, cuando Bartholomew estuvo a su lado. 

-Quiero saber quiĂ©n te envĂ­a. – logrĂ³ decir. 

-Alguien que paga. Yo no necesito saber mĂ¡s, y tĂº, tampoco. – TomĂ³ un cigarrillo y lo encendiĂ³. El joven estuvo a punto de decirle que lo estaba sosteniendo al revĂ©s, cuando el cazador se lo metiĂ³ en la boca encendido y aspirĂ³ con deleite. Cuando exhalĂ³ el humo, se riĂ³ bajamente de la cara de estupor de su presa. Bartholomew pudo entrever la lengua del cazador, quemada, regenerĂ¡ndose rĂ¡pidamente, hasta que la cicatriz desapareciĂ³ en pocos segundos. El joven no lo sabĂ­a, pero al cazador, el sabor del fuego le gustaba… le recordaba a su mujer, que esa noche, no habĂ­a podido acompañarle. 

-Han sido los Dementia, ¿verdad? – le apremiĂ³ Bartholomew - ¿Han sido los Dementia?

El cazador, sin dejar de mirarle con socarronerĂ­a, dio otra calada al cigarrillo, esta vez al derecho, y contestĂ³:

-Asuntos de familia. Al parecer, alguien ha estado metiendo su colita de cerdo, donde no debĂ­a. 

-PrĂ¡cticamente me violĂ³. Me hizo tomar mandrĂ¡gora, me esposĂ³ a las puertas de los lavabos y me arrancĂ³ la bragueta. – Hablaba mĂ¡s con la nariz que con la garganta, y siempre parecĂ­a hablar con esfuerzo, como si estuviera constantemente constipado o si luchar contra su propio peso le cansara todo el tiempo - Estaba muy a gusto chupĂ¡ndome "mi colita de cerdo", hasta que se enterĂ³ de que yo era un Chupacabras. Entonces, ya no le gustĂ³. ¿Ahora, resulta que la he violado?

-Todas mis presas cometen un error de apreciaciĂ³n. – comentĂ³ el cazador – Parecen pensar que a mĂ­, me importan en algo las razones de cualquiera. – Bartholomew quedĂ³ desconcertado por un instante. – Pero siempre me gusta dar un poco de ventaja. Tienes tres minutos. Corre. 

El joven supo que el cazador hablaba en serio, y no intentĂ³ sacar mĂ¡s tiempo, ni perder el poco que tenĂ­a hablando o suplicando. Se volviĂ³ y corriĂ³, tropezando con la gente, intentando salir de la discoteca lo mĂ¡s deprisa que podĂ­a. TrastabillĂ³ y alcanzĂ³ la calle, y echĂ³ a correr atropelladamente, esforzĂ¡ndose por pensar…

Alan, el cazador, fumĂ³ tranquilamente su cigarrillo y se bebiĂ³ su leche. No es que adorase su trabajo, pero era divertido. Aunque sin Coral, su esposa, perdĂ­a buena parte de la gracia. Cuando estaba ella, se picaban el uno al otro, jugueteaban con la presa como dos gatos con un pĂ¡jaro con un ala rota, bromeaban y, generalmente, acababan retozando sobre la sangre todavĂ­a caliente, dĂ¡ndose un festĂ­n de carne y sexo… hoy, no habrĂ­a nada de eso. SĂ³lo muerte. Y su presa, ni siquiera era una joven chillona de esas que es tan divertido asustar, sino un maldito zombi lamecuellos, como llamaba Alan a los vampiros. Y por si fuera poco, un puto Chupacabras… Un desgraciado, un paria. La escoria social dentro de los mismos vampiros. Un infeliz que no habĂ­a cometido mĂ¡s error que el de meterse entre las piernas equivocadas. Claro que sĂ³lo a un Chupacabras se le podĂ­a ocurrir la idiotez de liarse con una Dementia y pensar que vivirĂ­a para contarlo. QuĂ© aburrimiento.

No obstante, el deber es el deber, se recordĂ³ Alan, pagĂ³ su vaso de leche y saliĂ³ al exterior. No le gustaban los vampiros, para Ă©l era agradable cargarse a uno, pero no lo era tanto saber que lo hacĂ­a por encargo de otro vampiro, que tenĂ­a el cinismo de creerse mejor, sĂ³lo por pertenecer a otra casta. Los licĂ¡ntropos como Alan se establecĂ­an en clanes familiares, los vampiros en castas. Un licĂ¡ntropo no considerarĂ­a inferior a un semejante por pertenecer a otra familia. Rival, sí… pero inferior, no. Los vampiros, en cambio, estaban establecidos en rĂ­gidas castas, donde los Dementia eran los principales, los que cortaban el pastel. Se decĂ­a que descendĂ­an del propio Bassarab Vlad Drakul, mĂ¡s conocido como Conde DrĂ¡cula… pero esto, Alan no acababa de creerlo. Fuera como fuese, los Dementia eran la casta mĂ¡s poderosa, cerrada y endogĂ¡mica de los vampiros. Controlaban la polĂ­tica en varios paĂ­ses, el trĂ¡fico de dinero, armas y drogas… eran salvajes hasta bajo el punto de vista de Alan, y no toleraban los escarceos con vampiros de clanes inferiores.

Por debajo de los Dementia, estaban los Lacrima Sanguis, los Ăºnicos vampiros que poseĂ­an la fertilidad y que podĂ­an reproducirse normalmente, tanto con humanos como con otros vampiros, y que gozaban de gran prestigio por Ă©ste motivo, y eran igualmente denostados por aparearse con humanos o vampiros de otras castas inferiores. No obstante, eran apreciados por sus inusuales dotes para la poesĂ­a y la literatura, y en general, para casi todo tipo de artes. DespuĂ©s estaban los Semen Minervae, que se ocupaban esencialmente de la investigaciĂ³n y el estudio; los Sensualita, sĂ³lo preocupados por el placer en general y el sexo en particular…. Y, bajando, bajando cada vez mĂ¡s en las castas, estaba el Ăºltimo escalĂ³n: los Chupacabras. Por no tener, no tenĂ­an ni nombre latino de esos que molan. Su nombre, provenĂ­a de su tolerancia a alimentarse no sĂ³lo con sangre de animales inferiores, sino tambiĂ©n –y Ă©ste parecĂ­a ser su gran pecado- de otro tipo de sustancias, como leche, miel o huevos. 

El resto de castas vampĂ­ricas se alimentaban sĂ³lo de carne o vĂ­sceras humanas… alimentarse de un animal inferior, era algo humillante, que sĂ³lo podĂ­a tolerarse en caso de extrema necesidad, y habĂ­a muchos vampiros que preferirĂ­an dejarse morir de hambre, antes que morder a una vaca, por ejemplo. Pero la idea de tomar leche, era sencillamente impensable. Era como dar carne a un animal herbĂ­voro, o pasto a un lobo. Para el resto de castas, el que los Chupacabras fuesen capaces de digerir esas sustancias, los colocaba a un solo paso de los humanos. No los consideraban vampiros autĂ©nticos, sino una especie de abominaciĂ³n abortiva. Algo que iba a ser vampiro, pero se habĂ­a malformado en el camino. No era de extrañar que cuando la chica, perteneciente a la casta mĂ¡s alta, se enterĂ³ de que se habĂ­a tragado el semen de un Chupacabras, montase en cĂ³lera y dijera que la habĂ­a forzado…. Ser violada por un miembro de la Ăºltima casta, no era tan vergonzoso como admitir que tĂº misma le habĂ­as seducido y que te habĂ­as metido su polla en la boca de mil amores. 

Alan saliĂ³ del bar y olfateĂ³ el aire. El olor a sudor y miedo era inconfundible, y estaba por toda la calle, marcando el camino que habĂ­a seguido su presa, como un farol encendido. EchĂ³ a andar a buen paso. No necesitaba ni correr, su presa, aterrada, corrĂ­a atropelladamente, sin duda intentando buscar una salida, una huĂ­da… ahĂ­ estaba, al final de la calle, trotando muerto de miedo. 

Bartholomew sudaba, apenas podĂ­a respirar. Su tripa brincaba al compĂ¡s de su carrera, y sabĂ­a que no podrĂ­a correr mucho mĂ¡s. Sus piernas protestaban, le dolĂ­an los mĂºsculos y le pinchaban agujas cada vez que respiraba. SabĂ­a que estaba en muy mala forma, no era ningĂºn luchador, ni nadie poderoso, ni un seductor, ni un literato… sĂ³lo era un perdedor, un paria, ¿porquĂ© tenĂ­a que tocarle a Ă©l? Â¡Ă‰l no pensaba ir con el cuento a nadie de que una Dementia le habĂ­a hecho una mamada! ¿No podĂ­a la chica callĂ¡rselo, olvidarlo y en paz…? Mierda, mierda, mierda…. ¿QuĂ© podĂ­a hacer? Se detuvo, jadeando, luchando por calmarse un poco para pensar claramente… y entonces, oyĂ³ el golpeteo seco de un trote, y supo que su tiempo se habĂ­a acabado. 

Alan alargĂ³ la zancada, las garras listas y los colmillos afilados. Sus ojos se centraron en la garganta del vampiro, dispuesto a desgarrar y separĂ¡rsela del cuerpo, se inclinĂ³ para correr tambiĂ©n con las manos, se impulsĂ³, alargando el cuerpo, se abalanzĂ³ con las fauces abiertas, goteando saliva, cayĂ³â€¦ y sĂ³lo agarrĂ³ aire. RodĂ³ Ă¡gilmente en el suelo, el vuelo de su abrigo aleteĂ³ a su espalda. En la calle, ya no habĂ­a nada. SonriĂ³ y olisqueĂ³. El olor a miedo se desvanecĂ­a cerca de Ă©l… en la rejilla del alcantarillado. ArrancĂ³ la rejilla y se colĂ³ por el tĂºnel, oscuro y pestilente. Ratones y ratas. A cientos, huyendo de Ă©l. Alan sabĂ­a que era uno de ellos. Uno de aquellos animalitos, era su presa, pero en medio de la pestilencia de la alcantarilla, era imposible saber cuĂ¡l. Un Chupacabras no tiene grandes poderes de transmutaciĂ³n, y no puede mantener la forma durante mĂ¡s allĂ¡ de un cuarto de hora… pero allĂ­ abajo, entre aquĂ©lla peste, era mĂ¡s que suficiente. Para cuando recobrase su forma humana, estarĂ­a no sĂ³lo lejos, sino empapado en mierda de la cabeza a los pies; imposible seguirle el rastro. El jodido perdedor podrĂ­a sobrevivir allĂ­ años, alimentĂ¡ndose de ratas, sin ocurrĂ­rsele asomar un pie fuera. Si los Chupacabras habĂ­an sobrevivido a lo largo de los siglos, habĂ­a sido por eso: por ser tan cobardes, que estaban dispuestos a todo por conservar la vida. 

Alan soltĂ³ una risita cĂ­nica. Bueno… la verdad es que no tenĂ­a muchas ganas de hacer ese trabajo de todas maneras.
-¡Chupacabras! – gritĂ³ a la oscuridad – SĂ© que puedes oĂ­rme. Me han pagado por matarte… Pero si nadie sabe que estĂ¡s vivo, entonces yo he cumplido mi trabajo y tĂº puedes conservar la cabeza en su sitio. LĂ¡rgate de Londres. Vete de Inglaterra. Vuelve con "tu padre"…. No aparezcas por aquĂ­, o no volverĂ¡s a tener suerte. 

El cazador agarrĂ³ al azar unos cuantos roedores y se los guardĂ³ en bolsillos del abrigo, luego se impulsĂ³ flexionando las rodillas, y de un salto, ganĂ³ la superficie. Bartholomew le oyĂ³ alejarse. SabĂ­a que se habĂ­a ido, podĂ­a sentirlo, sabĂ­a que no iba a perseguirle ya… pero de todos modos, permaneciĂ³ oculto en las cloacas durante varios dĂ­as, hasta atreverse a salir de ellas, ya en las afueras de Londres. 



Madrid, 1963.


Era Enero y hacĂ­a frĂ­o, mucho frĂ­o fuera. Ya habĂ­a pasado Reyes, las clases habĂ­an comenzado de nuevo, y Alfonso Vladimiro, el conserje de noche, volvĂ­a a tener ocupaciones. Pero esta noche, se las habĂ­a saltado. SabĂ­a que no estaba bien, que su lugar estaba vigilando los terrenos y limpiando las aulas despuĂ©s de las clases nocturnas… pero por una vez, ¿quiĂ©n se iba a enterar? Para cuando empezasen a llegar el director y los maestros, Ă©l estarĂ­a de nuevo en danza, nadie se enterarĂ­a que, durante unas horas, habĂ­a abandonado el trabajo para estar con ella. 

"Tengo miedo" Le habĂ­a dicho Tatiana "No sĂ© porquĂ©, pero estoy muy asustada. Por favor, quĂ©date conmigo, quĂ©date hoy…". Vladimiro, a quien los estudiantes llamaban "Vladi dosveces", porque solĂ­a repetirlo siempre todo, era un ser muy responsable de su trabajo… pero terriblemente frĂ¡gil a las sĂºplicas de su mujer. Hay que tener en cuenta que Tatiana era mucho mĂ¡s joven que Ă©l, bonita, muy cariñosa, muy simpĂ¡tica y muy sensible. Resultaba difĂ­cil negarle nada cuando ella miraba con esos enormes ojos verdes, tan expresivos y tiernos. Vladimiro habĂ­a accedido, y le pasĂ³ el brazo por los hombros para confortarla, los dos sentados en el sofĂ¡ de la pequeña casita del conserje. Tatiana suspirĂ³ de agradecimiento y lo abrazĂ³, pero casi enseguida se levantĂ³ del sofĂ¡ y se dirigiĂ³ a la cama de matrimonio, la abriĂ³ y se metiĂ³ en ella, sonriĂ©ndole incitadoramente. 

El anciano conserje sonriĂ³, casi halagado, pero en lugar de ir junto a ella, pasĂ³ primero por el baño… para lavarse los dientes. Mientras se enjabonaba cuidadosamente, se mirĂ³ al espejo, y se considerĂ³ afortunado. TenĂ­a ya el cabello cano, aparentaba unos sesenta años, si bien su cuerpo seguĂ­a siendo fuerte y en realidad tenĂ­a muchos mĂ¡s. Tatiana tenĂ­a unos cuarenta, y aunque era, en efecto, mucho mĂ¡s joven que Ă©l, aparentaba apenas veinte. RecordĂ³ que al principio de que ella se mudase con Ă©l, mucha gente del complejo la tomĂ³ por hija suya, porque Ă©l, tambiĂ©n tenĂ­a los ojos claros, a veces verdes, a veces azules. No siempre era fĂ¡cil explicar que no era su hija, sino su… bueno, ni siquiera estaban casados. Vladimiro era consciente que habĂ­a mucha gente que murmuraba, un hombre tan mayor con una chica tan joven, y encima ni casados, y por si fuera poco…

-Vlaadiiiii… - Tatiana canturreĂ³ su nombre, y le sacĂ³ de sus pensamientos – Ven, corazĂ³n, te estoy esperando…. Ven a abrazarme… - El conserje acabĂ³ de enjuagarse y se dirigiĂ³ a la cama, sonriendo cariñosamente. Tatiana tenĂ­a estrellitas en los ojos cuando le vio acercarse, se acostĂ³ junto a ella y la abrazĂ³. La joven dejĂ³ escapar un suspiro infinito y se apretĂ³ contra Ă©l, buscando calor – TenĂ­a tanto miedo… - susurrĂ³ ella

-Eso es por la pelĂ­cula. – musitĂ³ Vladimiro, acariciĂ¡ndole la espalda lentamente - No deberĂ­an hacer esas pelĂ­culas de vampiros tan partidistas, que siempre acaban mal… 

Tatiana sonriĂ³. Ella era muy sensible, si decĂ­a que estaba asustada, no era por la pelĂ­cula ni mucho menos, si no porque habĂ­a "algo" de lo que tener miedo, aunque ni ella misma supiera aĂºn quĂ©. Puede que algo los amenazase. Puede que estuviese a punto de suceder algo malo, ya fuese polĂ­tico, o meteorolĂ³gico, o bursĂ¡til… siendo muy pequeña, habĂ­a sido capaz de presentir el Crack del 29, sĂ³lo por las sensaciones de inseguridad y sospecha que habĂ­a en el ambiente. Y eso, Vladi lo sabĂ­a. Pero sabĂ­a tambiĂ©n que, de momento, no habĂ­a forma de saber quĂ© le daba miedo y precaverse contra ello, de modo que salĂ­a por la tangente, para intentar quitar hierro al asunto. Para alguien que no conociese al conserje tan bien como ella, Vladi simplemente podĂ­a ser un ancianito despistado, quizĂ¡ medio senil… ella sabĂ­a que bajo esa inocencia desenfadada, habĂ­a una personalidad astuta. Al menos, la habĂ­a algunas veces. 

La joven le besĂ³ en la cara, cerca de la boca, y Vladi le devolviĂ³ el beso con ternura, despacio… y antes de poder darse cuenta, Tatiana le habĂ­a abrazado con las piernas, le habĂ­a hecho girar para tenerle encima de ella, y se frotaba contra Ă©l, moviendo las caderas, ansiosa por tenerle cuanto antes. Al conserje le solĂ­a gustar hacerlo mĂ¡s lentamente, tomarse tiempo, siempre tenĂ­a un poco de reparo de ir demasiado deprisa, pero Tatiana, en su juventud, era tan apasionada… y esta noche, tenĂ­a verdaderas ganas de Ă©l. NotĂ³ que su cuerpo reaccionaba con energĂ­a y se bajĂ³ los pantalones del pijama de cuadros y los calzoncillos azules, mientras Tatiana simplemente se despojĂ³ del corto camisoncito azul, bajo el cual no solĂ­a usar ropa interior, ni aĂºn en invierno, como ahora. En la oscuridad del cuarto, sĂ³lo atenuada por la luz de las farolas, sus pequeños y respingones pechos parecĂ­an azulados, y Vladi se dejĂ³ caer sobre ellos, sintiĂ©ndolos en su pecho. El calor de piel contra piel hizo estremecer a ambos, y Tatiana, ya deseosa, se sintiĂ³ prĂ¡cticamente inundada. 

Vladimiro moviĂ³ las caderas y su virilidad se frotĂ³ contra el sexo de su compañera. Tatiana gimiĂ³ muy bajito. TenĂ­a una voz aguda, infantil, y siempre hablaba en voz baja. Cuando tenĂ­an sexo, apenas se la oĂ­a. SĂ³lo Vladi podĂ­a escuchar los sonidos de su placer, porque los emitĂ­a directamente en su oreja… como ahora. El conserje se dejĂ³ deslizar plenamente a su interior, sintiendo su miembro exprimido en su cuerpo estrecho. Tatiana se mordĂ­a el labio, retorciĂ©ndose de gusto al sentirse atravesada en su carne, dulcemente poseĂ­da. El ariete de su compañero empujaba en su interior, abriĂ©ndola suave, pero firmemente, mientras ella lo abrazaba con las piernas. Se introducĂ­a en ella y su sexo se acostumbraba a Ă©l, dando latidos que masajeaban a Vladimiro de un modo maraviloso, lo abrazaban y tiraban de Ă©l, hasta que al fin quedaron unidos. 

-Vla… Vladi… - musitĂ³ la joven, muy bajito, acariciando con su aliento las orejas y el cuello del conserje. Éste casi no podĂ­a hablar, era tan delicioso el estar dentro de ella… se le despertaban la ternura, la pasiĂ³n… y tambiĂ©n el apetito. Tatiana, sonrojada de calor y placer, estaba asombrosamente bonita, y la joven vio que su compañero sonreĂ­a y abrĂ­a las fauces, con los colmillos creciendo a ojos vistas, y negĂ³ con la cabeza. - ¡no… aĂºn no… espera, por favor…! – suplicĂ³ y comenzĂ³ a moverse, ensartĂ¡ndose en el miembro de Vladi, quien, embriagado por el placer que le hizo estremecer de pies a cabeza, olvidĂ³ por un momento su Sed y empezĂ³ tambiĂ©n Ă©l a moverse. 

¡QuĂ© placer! ¡QuĂ© gusto maravilloso y perfecto…! Los cuerpos de ambos se movĂ­an combinados, haciendo que el cabecero de la cama golpease en la pared y que los muelles del colchĂ³n protestasen mientras Vladimiro perforaba a su compañera. Las sensaciones tiraban de su cuerpo, haciĂ©ndole acelerar, y un indescriptible cosquilleo dulcĂ­simo se expandĂ­a desde su miembro por todo su cuerpo, en un gozo delicioso. Tatiana le apretaba con brazos y piernas, besĂ¡ndole los hombros, resistiendo tambiĂ©n ella las ganas de morderle, aguantando y "haciĂ©ndose sufrir" por retrasar el momento mĂ¡gico, que ya se acercaba… se acercaba a cada roce de sus sexos excitados, de sus cuerpos trĂ©mulos y fusionados. El sexo de Vladimiro frotaba sin descanso el interior de Tatiana, casi febril de felicidad y placer, y Ă©l mismo se extasiaba en la dulzura de sentirse casi aplastado en su intimidad tĂ³rrida y suave, hĂºmeda y acogedora… 

¡Trrrrrrrrrrrrring!

El timbre de la puerta sonĂ³ y los dos pararon de inmediato, con un buen susto, Tatiana gritĂ³ de forma casi audible, pero el susto durĂ³ sĂ³lo un segundo… el susto del timbre, porque de inmediato la joven se asustĂ³ mucho mĂ¡s, al ver que su compañero estaba a punto de levantarse para ir a abrir, y le atenazĂ³ con mĂ¡s fuerza. 

-¡No! ¡Ahora no, por favor… termĂ­name! – suplicĂ³, mientras se movĂ­a, intentando que Vladi no pudiera parar, y a pesar de que la primera intenciĂ³n del conserje era, efectivamente, abrir, el placer le agarrĂ³ desde las corvas a los riñones y le hizo sentir que se derretĂ­a vivo, de modo que no pudo renunciar, y siguiĂ³ empujando, saliĂ©ndose casi del todo para embestirla de nuevo, con fuerza, recreĂ¡ndose en el calor delicioso que le llenaba cada vez que se introducĂ­a hasta el fondo.

-¡Ahora voy…! – gritĂ³ hacia la puerta - ¡Voy… voy… me… me voooooy….! – No querĂ­a gritar aquello, de verdad que le daba vergĂ¼enza y querĂ­a contenerse, pero el placer era tan maravilloso, que la voz le saliĂ³ sin poder contenerse. 

"Mierda" pensĂ³ Bartholomew en la calle, metiĂ©ndose los dedos en los oĂ­dos "Esto, no es algo de la vida de mi padre que yo deseara conocer…".

Vladi seguĂ­a empujando, cada vez mĂ¡s rĂ¡pido, ya estaba casi, las piernas le daban temblores y sentĂ­a que sus nalgas se acalambraban, mientras Tatiana asentĂ­a con la cabeza, con los pies elevados y los dedos encogidos, a punto de estallar, y entonces susurrĂ³ "ahora", y girĂ³ la cara para ofrecerle su cuello. Al conserje le brillaron los ojos, y atacĂ³. Tatiana ahogĂ³ un grito, sus uñas se clavaron en la espalda de su compañero, y sintiĂ³ su carne explotar en la boca de Vladimiro, su sangre ser absorbida, y un calor imposible recorrer todo su cuerpo, cebarse en su vientre, bajar hasta su perlita y estallar por segunda vez, en su vagina, que empezĂ³ a titilar y aspirar el miembro de Vladi, que tambiĂ©n explotĂ³ en ese instante, inundando su vientre de esperma. Vladimiro se estremeciĂ³, derramĂ¡ndose dentro de ella, sus caderas dando golpes espasmĂ³dicos para expulsar la descarga, mientras su boca se llenaba del sabor cĂ¡lido, salado y delicioso de la sangre, y Tatiana temblaba entre sus brazos, dando golpes, con los ojos en blanco, tensa debajo de Ă©l y con la boca abierta en un grito mudo, soltando sonrisas derrotadas, sĂ³lo atinando a susurrar "no pares… no pares….".

Vladimiro sorbiĂ³ hasta quedar lleno, y hasta que ella dejĂ³ de moverse. Los dos estaban satisfechos. Tatiana le soltĂ³ de su abrazo dando un suspiro de felicidad absoluta, y el conserje la besĂ³, regurgitando para ella buena parte de la sangre, que la joven tragĂ³ Ă¡vidamente. Tatiana se quedĂ³ amodorrada, y el anciano se levantĂ³ a abrir. 

-Hola, hijo. – Dijo cuando vio a Bartholomew en la puerta, le dejĂ³ pasar y le dio dos besos. HacĂ­a mĂ¡s de diez años que no le veĂ­a, pero se portaba como si hubiera estado allĂ­ la tarde anterior. Bartholomew conocĂ­a bien a su padre, y no le dio importancia. – Perdona que haya tardado en abrir, hijo, hola.

-SĂ­, ya sĂ© que… "estabas en el baño". – Vladimiro permaneciĂ³ pensativo un par de segundos, y luego contestĂ³.

-Lo cierto es que no. EstĂ¡bamos haciendo el amor. 

-¿CĂ³mo?

-Ella debajo, yo encima. Se llama "misionero".

-Eeeh.. no, no, papĂ¡, verĂ¡s… no he querido decir "cĂ³mo", en el sentido de… sino… - Bartholomew abrĂ­a y cerraba la boca, buscando las palabras, y finalmente preguntĂ³ - ¿Desde cuĂ¡ndo tienes una compañera?

-HarĂ¡ un par de años. Un par de años, sĂ­. 

-¿Vladi…? – Tatiana saliĂ³ de la alcoba, atĂ¡ndose la bata azul, y Bartholomew la vio por primera vez. Era pequeñita, menuda, con el pelo castaño claro, corto y con espeso flequillo. Iba descalza, tenĂ­a los ojos muy grandes y una expresiĂ³n en general de fragilidad, casi de desamparo. Daban ganas de tomarla de la mano y llamarla cosas como "tesorito". – Hola. – dijo muy bajito, con su vocecita aguda. – TĂº eres Tolo, ¿verdad?

-SĂ­. – Bartholomew habĂ­a usado el nombre Bartolomeo cuando vivĂ­a con su padre, y a pesar de que no le gustaba nada, iba a tener que volver a utilizarlo, por eso preferĂ­a que le llamaran "Tolo", para acortar. Siempre quedaba mejor que "Tolomeo", nombre demasiado a propĂ³sito para hacer chistes malos. 

-Vladi habla mucho de ti… - Tolo no supo si sonreĂ­r o quĂ©, pero su padre sĂ­ sonriĂ³. 

-Voy a prepararte tu antiguo cuarto. EstĂ¡ como lo dejaste. Igual que cuando lo dejaste, voy a preparĂ¡rtelo. – Tolo asintiĂ³. AsĂ­ era su padre. Con Ă©l, no hacĂ­an falta explicaciones ni nada semejante. Simplemente, sabĂ­a que si su hijo habĂ­a vuelto, era porque necesitaba un sitio donde quedarse, y ese sitio, era su casa, no habĂ­a necesidad de hablar nada. Vladimiro se marchĂ³ y Tolo y Tatiana se quedaron a solas. 

-¿QuĂ© cazador te persigue? – preguntĂ³ ella. 

-¿Eh? – Tatiana habĂ­a hablado con absoluta seguridad en su vocecita. Tolo sabĂ­a que intentar hacerse el tonto, era imposible, pero, por la fuerza de la costumbre, lo estaba intentando. 

-Es tu miedo el que llevaba sintiendo toda la noche… EstĂ¡s muy asustado, alguien intentĂ³ matarte, o cuando menos, hacerte mucho daño. SĂ³lo pudo ser un cazador. ¿QuiĂ©n fue?

Tolo intentĂ³ una vez mĂ¡s negar con la cabeza, hacerse el despistado… pero los enormes ojos verdes de la joven le miraban fijamente, y supo que serĂ­a imposible mentir. Se derrotĂ³. 

-Alan. – confesĂ³. Tatiana silbĂ³ hacia dentro. Alan y Coral eran, sin lugar a dudas, los mĂ¡s feroces cazadores. Algo muy gordo tenĂ­a que haber hecho Tolo para que mandaran tras Ă©l a semejante pareja de asesinos, pero ya no pudo preguntar quĂ© habĂ­a sido, porque se empezĂ³ a oĂ­r un llanto en la habitaciĂ³n, y Tolo reparĂ³ que habĂ­a otro cambio en la casa, ademĂ¡s de Tatiana: una cunita, con faldones negros. Estuvo a punto de caerse de culo. Tatiana se inclinĂ³ hacia la cuna y sacĂ³ de ella un bultito envuelto en mantitas negras, arrullĂ¡ndolo suavemente. Se sentĂ³ en el sofĂ¡ y estuvo a punto de abrirse la bata, pero entonces preguntĂ³:

-Perdona… ¿te va a molestar si la doy de mamar aquĂ­? 

"Estoy en su casa. Es la compañera de mi padre, soy un extraño para ella, he venido a refugiarme porque me persiguen dos asesinos que pueden ponerla en peligro a ella misma, a mi padre y a su bebé… y se preocupa porque me incomode si la veo dando el pecho", pensĂ³ Tolo. 

-No, claro que no, adelante. – La joven sonriĂ³ con agradecimiento y se sacĂ³ el pecho, acercĂ¡ndose el bebĂ© a Ă©l, que se colgĂ³ del pezĂ³n al instante y comenzĂ³ a succionar. Y entonces, Tolo sintiĂ³ la realidad golpeĂ¡ndole como un mazo. - ¡¿Lacrima Sanguis?! – sĂ³lo los vampiros de esa casta tienen la fertilidad, y por tanto, pueden quedarse en estado, ya sea de humanos o de vampiros, o pueden producir embarazos tanto en mujeres humanas como vampiresas, y naturalmente, pueden dar de mamar. DrĂ¡cula maldito… Su padre estaba liado con una Lacrima Sanguis, la casta mĂ¡s poderosa de los vampiros, sĂ³lo despuĂ©s de los Dementia. 

Tatiana asintiĂ³. No era extraño que los Lacrima Sanguis tuvieran relaciones con otras castas o hasta con humanos, pero sĂ­ que lo era que permanecieran juntos despuĂ©s. Por regla general, despuĂ©s de dejar su semilla, o de conseguirla, abandonaban a su compañero sexual para volver con los de su casta, pero es cierto que los Lacrima Sanguis eran dados a las artes y las letras; habĂ­a algunos que eran notarios o abogados, pero la mayorĂ­a eran artistas, poetas… y como tales, un poco dados al romanticismo. Era raro que Tatiana se hubiera quedado junto a su padre, pero entraba dentro de lo esperable. Fuera como fuese, a Ă©l le venĂ­a bien. Para el mundo vampĂ­rico, Bartholomew habĂ­a muerto, pero si se llegaba a saber que seguĂ­a vivo y estaba con su padre… bueno, los Lacrima Sanguis eran casi los Ăºnicos que podĂ­an poner objeciones a una decisiĂ³n tomada por los Dementia. 

Vladimiro, ya preparada la habitaciĂ³n de su hijo, volviĂ³ al salĂ³n y sonriĂ³ embobado al ver a su mujer dando la teta al bebĂ©. Tatiana le devolviĂ³ la sonrisa cuando Ă©l se sentĂ³ a su lado, y Tolo se sintiĂ³ un poco fuera de lugar. 

-Ven aquĂ­, Tolo… Tu nueva hermana quiere saludarte. – susurrĂ³ Tatiana, dando una palmada en el otro asiento del sillĂ³n, y el citado obedeciĂ³, intentando que no se notara mucho las ganas que tenĂ­a de ver al bebĂ©. 

"Bueno, en realidad no es ni medio hermana…" se obligĂ³ a pensar el joven. Vladimiro era su padre adoptivo, no biolĂ³gico. Tolo no recordaba quiĂ©nes habĂ­an sido sus padres, sĂ³lo que se habĂ­an alimentado de Ă©l cuando apenas tenĂ­a seis años y habĂ­an desaparecido, dejĂ¡ndole con Vladimiro, que entonces era ya conserje del Instituto, aunque por aquellos tiempos, era un centro sĂ³lo masculino. Tolo se acostumbrĂ³ muy pronto a Ă©l y si Ă©l le adoptĂ³ como hijo, tambiĂ©n se puede decir que Tolo le adoptĂ³ como padre, aunque no les unieran lazos de sangre. HabĂ­an vivido juntos durante mĂ¡s de medio siglo, hasta que Ă©l decidiĂ³ irse a "ver mundo", lo que se tradujo en vivir de juerga constante, beber, fumar, y aparearse con cualquier chica que estuviera dispuesta a ello, fuese humana o vampiresa, y que le habĂ­a llevado a ponerse en el punto de mira nada menos que de los Dementia. Ahora que estaba de vuelta en casa, se sentĂ­a extrañamente tranquilo por primera vez en mucho tiempo. 

Tatiana hizo eructar a la pequeña y luego se la ofreciĂ³ con una sonrisa. Tolo puso cara de susto, Â¿Ă‰l? ¿Coger a la niña, Ă©l? ¿Y si se le caĂ­a…? Pero Tatiana sonriĂ³ con amabilidad y le puso suavemente a la niña en los brazos, colocĂ¡ndosela sobre las rodillas para que estuviese cĂ³modo con ella. ParecĂ­a que no pesase nada, y sin embargo su presencia sobre Ă©l era consoladora y cĂ¡lida de un modo asombroso. La pequeña bostezĂ³, mirĂ¡ndole con unos ojos verdes que ya habĂ­a visto en la cara de Tatiana. Le mirĂ³ con extrañeza, como si pensara "Esta cara, no la conozco…". SacĂ³ una manita diminuta de las mantitas negras y le agarrĂ³ los pelos de la barba. Tolo se dio cuenta de que estaba sonriendo y acercĂ³ su mano a la de la pequeña, que la tomĂ³ y se la acercĂ³ a la boca, lamiĂ©ndole los dedos. 

-¡Ay! – Tolo se quejĂ³, pero no apartĂ³ la mano. ¡La niña le habĂ­a mordido! SonriĂ³, mostrando sus diminutos, pero afilados colmillos, manchados de sangre. 

-¡Oh…. Le gustas! ¡Te ha mordido! – dijo Tatiana - ¡Es el primer mordisco que da, y te lo ha dado a ti!

Tolo sintiĂ³ la mano de su padre en su hombro, mientras la pequeña se lamĂ­a la boca, probando la sangre por primera vez, y sonriendo con agrado. 

-¿CĂ³mo… se llama? – quiso saber Tolo. 

-AĂºn no tiene nombre. No tiene nombre aĂºn. – dijo su padre.

-Ponle nombre tĂº, ya que has sido su primer mordisco. 

-Tatiana. – dijo sin dudar. –Iana, para acortar. Tatiana. 

(ContinuarĂ¡)


Londres, 1962. (epĂ­logo)


La noche en que Bartholomew huyĂ³, muchos otros niños mamaban del pecho de sus madres, o cuando menos, tomaban alimentos regurgitados por Ă©stas. A Alan le hubiera gustado pensar que eso, para Ă©l, se habĂ­a acabado ya con Bet y Jet, pero habĂ­a tenido que llegar otro embarazo. El tercer cachorro, y ni siquiera era un macho, serĂ­a otra hembra mĂ¡s… Tampoco tenĂ­a nombre aĂºn, porque ni siquiera habĂ­a nacido, pero serĂ­a otra criatura berreante a ocupar el tiempo, las tetas, y sobre todo, el cariño de Coral, su mujer. Cuando Alan abriĂ³ la puerta de su casa, las gemelas se le echaron a los pies, silbando como las serpientes que eran y mordiĂ©ndole las botas, porque sabĂ­an a cuero. 

-¡¿QuĂ© me has traĂ­do, Alan?! 

-¡A ti nada, tonta, me ha traĂ­do algo a mĂ­! ¡DĂ¡melo, dĂ¡melo!

-Soy "papĂ¡", no Alan. – dijo Ă©l de mala gana, dando puntapiĂ©s para librarse de ellas. Las gemelas sĂ³lo hacĂ­an algĂºn caso a su madre, y como ella le llamaba Alan, las niñas no se hacĂ­an a llamarle "papĂ¡". Si dependiera sĂ³lo de Ă©l, ya las habrĂ­a puesto firmes con un buen par de zarpazos, no eran mĂ¡s que dos caprichosas consentidas que sĂ³lo sabĂ­an intentar halagar y hacer la pelota, y pelearse entre ellas. Cuando Alan les rugĂ­a o amenazaba, ellas reculaban. No se atrevĂ­an a enfrentarse a Ă©l, y eso le molestaba, ¿quĂ© clase de criaturas habĂ­a engendrado, que no habĂ­an heredado su valor? SĂ³lo se atrevĂ­an a morderle cuando estaba dormido. "Cuando crezcan, empezarĂ¡n a producir veneno, y eso les darĂ¡ seguridad, y se harĂ¡n mĂ¡s audaces", le aseguraba Coral, pero Alan no lo tenĂ­a claro. De cualquier modo, lo quisiera o no, eran sus hijas, asĂ­ que se abriĂ³ el abrigo y les dejĂ³ caer los ratones, mientras sostenĂ­a con una mano a los cachorros de dĂ³berman. 

-¡Ratones! – chillaron al unĂ­sono y salieron en pos de ellos. Eso, no lo hacĂ­an mal, tuvo que admitir su padre. SabĂ­an cazar muy bien, eran veloces, letales, aĂºn siendo tan pequeñas… mientras Jet corrĂ­a a por los ratones, Bet esperaba que su hermana los atrapase y luego se los quitaba. Y tambiĂ©n fue la primera en darse cuenta de los cachorros. 

-¡Perritos! – dijo, y extendiĂ³ los brazos todo lo que pudo, intentando coger a los asustados cachorros de dĂ³berman, que, en su miedo, rugĂ­an y enseñaban los dientes, y se asombraban de que las niñas no se asustasen de ellos. 

-¿Te gustan? Se llaman DrĂ¡cula y Mircea. – Alan se agachĂ³ por primera vez y dejĂ³ en el suelo a los cachorros. DrĂ¡cula intentĂ³ morder a Jet, pero Ă©sta se revolviĂ³, le agarrĂ³ por detrĂ¡s y le mordiĂ³ en la oreja, mientras el animal chillaba.

-Son muy feos – opinĂ³ Jet. 

-Y tĂº muy tonta. – espetĂ³ Alan, y su hija le sacĂ³ la lengua cuando no miraba – No son para vosotras, ¿entendido? Son de papĂ¡. Si los matĂ¡is, os estampo contra la pared. ¿DĂ³nde estĂ¡ vuestra madre?

Las niñas señalaron el cuarto de sus padres, y cuando Alan se marchĂ³, le hicieron burla a sus espaldas. El cazador habĂ­a registrado el piso de Bartholomew. Junto con discos de vinilo, ropas horteras y marihuana, habĂ­a encontrado una cesta de perro, con dos cachorritos en ella, los dos dĂ³berman. Uno de ellos se le lanzĂ³ a la pierna nada mĂ¡s abrir la puerta, y Alan, instintivamente, lo agarrĂ³ entre las manos y lo desnucĂ³, arrojĂ¡ndolo despreciativamente al suelo… donde, para su sorpresa, minutos mĂ¡s tarde, el cachorro se levantĂ³ de nuevo, sacudiĂ³ la cabeza y gimiĂ³, caminando con la cabeza colgando de lado. Alan lo tomĂ³ en brazos y le abriĂ³ la boca. AquĂ©llos colmillos, no eran ya de perro… riĂ³ hasta hartarse, y le colocĂ³ al animal la cabeza en su sitio, tras lo cual, el perrito le lamiĂ³ las manos servilmente. 

"Perros vampiro" pensĂ³ Alan, divertido "Ese cabrito Chupacabras ha estado trasteando en la biologĂ­a, SatanĂ¡s sabrĂ¡ cĂ³mo, y ha conseguido perros inmortales". Le pareciĂ³ un hallazgo tan curioso, que decidiĂ³ quedĂ¡rselos, y, ya que eran vampiros, les puso nombres de tales. DrĂ¡cula y Mircea. Para Ă©l, entre un vampiro autĂ©ntico, y un perro, no habĂ­a demasiada diferencia. AbriĂ³ la puerta de la alcoba para contarle aquello a su mujer, y se le cayĂ³ el alma a los pies. Coral tenĂ­a el cabello pegado a la cara por el sudor, la cama llena de manchurrones de sangre, y en el rostro, aĂºn desencajado por los dolores, habĂ­a una expresiĂ³n de felicidad, mientras lamĂ­a los restos de placenta del cuerpecito del nuevo cachorro. 

Alan estuvo a punto de caer de rodillas. Coral no habĂ­a ido de caza con Ă©l, porque su estado de gestaciĂ³n era avanzado, pero, supuestamente, aĂºn faltaba casi un mes para el alumbramiento… HabĂ­a parido en su ausencia. Es cierto que los licĂ¡ntropos son mucho mĂ¡s fuertes que los humanos, es muy poco probable que una hembra pueda morir en un parto, y este, es terreno exclusivamente femenino, si Alan hubiera estado en casa, ella tampoco le hubiera dejado pasar, ni intervenir… pero al menos, podrĂ­a haber estado cerca… Coral le mirĂ³, sonriendo.

-DeberĂ­a lanzarte un estilete a las tripas y retorcerlo despuĂ©s… - susurrĂ³, cariñosa. – No sabes lo que es el dolor. Ven aquĂ­, y besa a tu nueva hija. 

No le apetecĂ­a. Alan no era un hombre paternal, bien lo sabĂ­a, pero sĂ­ que amaba a su mujer, y se acercĂ³ a ella, acariciĂ¡ndole la cara sudorosa. Y sĂ³lo entonces vio al cachorro, y en ese momento, sĂ­ que cayĂ³ de rodillas, junto a la cama matrimonial. El cuerpo de su nueva hija, estaba por completo cubierto de fino vello negro, y en el final de la espalda, habĂ­a una diminuta coletilla de pelo suave. El tercer cachorro, no heredaba la licantropĂ­a de serpiente propia de su madre, sino la lobuna de su padre. SalĂ­a a Ă©l. Y Alan supo que aquĂ©l bultito de carne rosada cubierto de vello, acababa de atravesarle el pecho con una garra invisible, y habĂ­a destruido en mil pedazos su corazĂ³n. "Vas a ser la mĂ¡s fuerte de toda mi descendencia" pensĂ³ Alan "Eres mi hija favorita, mi cachorro verdadero, mi pequeño yo… Junior".



(ContinuarĂ¡, ¡vuelve mañana!)


You may also like

5 comentarios:

  1. Cronología de ésta increíble serie de Dita

    Si ya sĂ©, ya sĂ©, se supone que no tiene... pero eso me hacĂ­a llorar de frustraciĂ³n , asĂ­ que hice una "lĂ­nea del tiempo" (Dita no te enojes conmigo por favor) de acuerdo con la temĂ¡tica de los relatos... (SĂ³lo una aclaraciĂ³n, Ă©sta cronologĂ­a puede ir un poco mĂ¡s enfocada a Junior y Virgo... y otra cosa, tal vez alguna parte parezca incongruente, pero hice lo mejor que pude por presentar Ă©sto de forma razonable (tardĂ© 1 hora buscando en la pagina de Dita y otra mĂ¡s acomodando, ya que tuve que leer de rĂ¡pido TODOS los relatos aquĂ­ presentados...)) ahora, sin mĂ¡s demora, la cronologĂ­a:

    1.- Aullidos 1 http://sexoyfantasiasmil.blogspot.mx/2013/02/aullidos-primera-parte.html
    y Aullidos 2
    http://sexoyfantasiasmil.blogspot.mx/2013/02/aullidos-segunda-parte.html

    2.-En el que estĂ¡s (Mordiscos), como estĂ¡s aquĂ­, no pondrĂ© links

    3.- Virgo y la TentaciĂ³n http://sexoyfantasiasmil.blogspot.mx/2013/03/virgo-y-la-tentacion.html

    4.- Mala, egoĂ­sta, promiscua... y la quiero http://sexoyfantasiasmil.blogspot.mx/2013/04/mala-egoista-promiscua-y-la-quiero.html

    5.- Te cacé, conejito! http://sexoyfantasiasmil.blogspot.mx/2013/05/te-cace-conejito.html

    6.- Grita, que nadie va a oirte http://sexoyfantasiasmil.blogspot.mx/2013/02/grita-que-nadie-va-oirte.html

    7.- PapĂ¡: me he enamorado http://sexoyfantasiasmil.blogspot.mx/2013/06/papa-me-he-enamorado.html

    8.- Pueden pasar muchas cosas en una Universidad...1 http://sexoyfantasiasmil.blogspot.mx/2013/06/pueden-pasar-muchas-cosas-en-una_6.html
    Pueden pasar muchas cosas en una Universidad... 2 http://sexoyfantasiasmil.blogspot.mx/2013/06/pueden-pasar-muchas-cosas-en-una_7.html
    Pueden pasar muchas cosas en una Universidad... 3
    http://sexoyfantasiasmil.blogspot.mx/2013/06/pueden-pasar-muchas-cosas-en-una_8.html

    Ahora, aquĂ­, como al principio, reitero que la lĂ­nea del tiempo va mĂ¡s enfocada a Junior y Virgo/Roy... por lo que, si encuentran mĂ¡s personajes que les llamen la atenciĂ³n en Ă©ste punto, les tocarĂ¡ buscar sobre ellos a ustedes XD

    9.- De fiesta con las gemelas (Ă©ste no involucra mucho... pera aĂºn asĂ­ estĂ¡ bueno, leanlo) http://sexoyfantasiasmil.blogspot.mx/2013/06/de-fiesta-con-las-gemelas.html

    10.- Hazme tuya, Conejito http://sexoyfantasiasmil.blogspot.mx/2013/06/hazme-tuya-conejito.html

    creo que esos son todos no? si me falto uno, ayĂºdenme y pongan cual es y en dĂ³nde deberĂ­a ir

    Ahora, si me disculpan, debo dormir, mi cerebro necesita descansar de tanto licĂ¡ntropo...

    ResponderEliminar
  2. Ajajajajajaja me acabo de dar cuenta de que muchos de los textos ya tenĂ­an link a otros pasados... bueno... aĂºn asĂ­ supongo que la lĂ­nea del tiempo podrĂ¡ ayudar a algo... (desperdiciĂ© 2 horas de mi vida en hacer algo innecesario u.u)

    ResponderEliminar
  3. ...Caracoles

    Pierde cuidado, no me enfado, y menos aĂºn despuĂ©s del trabajo que te has tomado, que yo sĂ© el volumen de mis cuentos, ¡gracias por leerlo, comentarlo, y hacer semejante cronologĂ­a! En cierta ocasiĂ³n, intentĂ© hacer una especie de Ă¡rbol entre todos mis personajes, yo pensĂ© que me llevarĂ­a dos minutos... una hora mĂ¡s tarde aĂºn seguĂ­a escribiendo :D

    Un abrazo:

    Dita.

    ResponderEliminar
  4. jajaja, pues muchas gracias por no enojarte, por apreciar mi cronologĂ­a y por el abrazo :) Me fascinan tus relatos (sobre todo los que tienen que ver con los licĂ¡ntropos)
    si, te comprendo, enlazar historias es mĂ¡s difĂ­cil de lo que parece... Por cierto, se me olvidĂ³ decirlo la vez pasada:
    ¡¡Gran Cuento Dita!! xD

    ResponderEliminar
  5. Fabuloso, el nacimiento de Junior y ....Tatiana

    ResponderEliminar