-¿Por quĂ© me hizo esto…? ¿Por quĂ© tuvo que hacerlo así….? – sollozaba una y otra vez, agarrĂ¡ndose el vientre, que le dolĂ­a. – No tenĂ­a que...

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-¿Por quĂ© me hizo esto…? ¿Por quĂ© tuvo que hacerlo así….? – sollozaba una y otra vez, agarrĂ¡ndose el vientre, que le dolĂ­a. – No tenĂ­a que hacerlo así… se lo hubiera dado… sĂ³lo tenĂ­a que pedirlo, ¿por quĂ© me hizo eso…? 

"Porque tĂº tambiĂ©n eres una Chupacabras" pensĂ³ Tolo. Pero no se lo podĂ­a decir. Bastante tenĂ­a ya la criatura, y ademĂ¡s, ya no valĂ­a la pena. 


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-Tenemos que dejarla, Alan. SĂ© que te molesta que se marche de casa, pero… tĂº sabes el talento que tiene Junior para los nĂºmeros, tienes que permitĂ­rselo. No va a hacer nada malo – dijo Coral, cariñosa, a su marido. 

-¿Te parece que mezclarse con ganado, no es nada malo? ¿QuĂ© se le ha perdido en una universidad? ¿QuĂ© tiene que aprender de humanos mi hija? – protestĂ³ Alan. 

-No va a aprender nada de los humanos, Alan, va a aprender MatemĂ¡ticas, y es una buena carrera, muy interesante, muy Ăºtil. 

-Para los humanos. Para mi hija, es completamente inĂºtil, esa carrera, o cualquier otra. Pero, si quiere estudiar, adelante, que lo haga, ¿no puede estudiar con tutores, como ha hecho hasta ahora? ¿QuĂ© se le ha perdido a mi hija en…?

-¡Nuestra! – le corrigiĂ³ Coral – "Nuestra" hija, Alan. A lo mejor se te ha olvidado, pero quien la llevĂ³ en el vientre durante ocho meses, fui yo. Quien soportĂ³ un parto draconiano y quien tuvo que cicatrizar desgarros, fui yo, y quien tuvo las tetas exprimidas, fui yo. Ya sĂ© que es tu hija favorita, pero no la tuviste tĂº solo, ¿sabes?

Alan gruĂ±Ă³ y se sentĂ³ en el tresillo, medio enfurruñado. Por un lado, claro que le llenaba de orgullo que Junior, su hija pequeña, su preferida, hubiera sido admitida en una prestigiosa universidad, una de las mĂ¡s importantes de Europa, que apenas aceptaba a cien alumnos por año y para la que habĂ­a que superar uno de los mĂ¡s terribles exĂ¡menes de ingreso para poder optar, y que hubiera entrado dentro de los diez primeros… pero por otro, eso significaba que se irĂ­a de casa. Se marcharĂ­a, despuĂ©s de mĂ¡s de medio siglo viviendo con ellos. Junior estaba creciendo, y a Alan le costaba aceptarlo.

-¿Piensas que yo, no la voy a echar de menos…? – susurrĂ³ Coral, sentimental, arrimĂ¡ndose a Ă©l – Puede que yo haya intentado no hacer distinciones entre nuestras hijas, pero no estoy ciega. SĂ© que es la mejor de las tres. Quiero mucho a Bet y a Jet… pero son dos cabezas locas que sĂ³lo parecen pensar en caprichos… EstĂ¡n bien donde estĂ¡n, aunque me duela su castigo. La… la voy a echar muchĂ­simo de menos, Alan, ¡es mi niña! Pero, precisamente porque la quiero, tengo que dejarla ir. Tenemos que dejarla ir. Y piensa… - la voz de su esposa cambiĂ³ radicalmente, a un tono mucho mĂ¡s incitador. Se subiĂ³ el camisĂ³n que llevaba, y se montĂ³ a horcajadas en el regazo de su marido. -…que sin niñas en casa, estaremos otra vez solitos… ¿no te apetece volver a jugar, sin preocuparnos de nada…?

Coral acariciĂ³ el rostro, sin afeitar, de su esposo, y arrimĂ³ su boca a la suya tentadoramente. Alan pudo sentir el cĂ¡lido vaho de ella antes de que dejara caer sus labios en los suyos y los presionara, acariciĂ¡ndolos con su lengua con infinita suavidad, para abrirse paso entre ellos y explorar su boca, hasta encontrarle la lengua y juguetear con ella, vertiĂ©ndole en la boca su veneno cĂ¡lido, enloquecedoramente tĂ³rrido… lo sintiĂ³ bajar por su garganta, quemar su pecho hasta el estĂ³mago y llegar por fin a su bajo vientre, donde tirĂ³ de su hombrĂ­a con violencia. Coral sintiĂ³ la erecciĂ³n pegarse a su sexo desnudo, y riĂ³ en medio del beso. 

-Zorra lianta. – murmurĂ³ Alan, con los ojos entornados de placer. Su esposa sonriĂ³, y el licĂ¡ntropo estuvo a punto de bajarse simplemente el pantalĂ³n y hacerlo sentados, pero al ir a echarse mano a la cinturilla se lo pensĂ³ mejor, y propinĂ³ a su pareja un empujĂ³n que la tirĂ³ de espaldas. Coral emitiĂ³ un grito alborozado, y mĂ¡s cuando su esposo se le lanzĂ³ encima entre rugidos y le mordiĂ³ el camisĂ³n, desgarrĂ¡ndolo con los dientes… no soportaba la idea de estar debajo, se sentĂ­a sometido, dominado por su esposa, y en cierta manera, algo humillado. Siempre querĂ­a estar encima. Coral lo sabĂ­a e intentaba con frecuencia tentarle, hacer que se quedara debajo, sĂ³lo para molestarle, pero nunca lo lograba. Alan se deshizo de los pantalones y se frotĂ³ contra su mujer, entre los gemidos de ambos. Coral lo abrazo, acariciĂ¡ndole con los pies tambiĂ©n, mientras Alan movĂ­a las caderas y se empujaba con los pies, con su virilidad apretada entre los cuerpos de ambos, sintiendo a cada roce la maravillosa presiĂ³n, la caricia de la piel suave y totalmente carente de vello, casi escurridiza, de su compañera.

-Aaah… Alan… mmmmh… no me hagas sufrir… mĂ©temela… - pidiĂ³ ella, sonriendo. Alan soltĂ³ una risita baja, ronca, y se colocĂ³. El sentir el calor delicioso del sexo de su mujer en su glande, le hizo dar un estremecimiento, y empujĂ³ sin poder contenerse, soltando un gañido cuando el placer le dejĂ³ sin aire. Coral le agarrĂ³ con las piernas y empezĂ³ a contraer su vagina, apretĂ¡ndole dentro de ella, mientras Alan se movĂ­a muy despacio. Cuando su esposa le atacaba, o directamente adoptaba la lordosis, agachĂ¡ndose y sacando el culo hacia fuera, no querĂ­a preliminares, sĂ³lo una taladradora… cuando se ponĂ­a mimosa o cara a cara, como esa noche, querĂ­a algo un poco mĂ¡s tierno. Alan no querĂ­a pensar que quizĂ¡ ella lo querĂ­a asĂ­ porque sabĂ­a que era Ă©l quien lo necesitaba asĂ­, quien necesitaba sentirse querido, ahora que su hija preferida iba a marcharse, quien necesitaba mimos extra para convencerse de que la dejase ir… Ă©l se lo daba, punto. 

-Coral… - sonriĂ³, empujando plĂ¡cidamente, abrazados el uno al otro hasta quedar casi pegados – estĂ¡s… estĂ¡s tan estrecha como la primera vez que te violĂ©. 

-Haah… ¿TĂº me violaste? – gimiĂ³ ella, lamiĂ©ndole quedamente el rostro Ă¡spero y peludo. – Si no recuerdo mal… creo que fui yo quien te vencí… - quĂ© delicioso era, su miembro candente acariciĂ¡ndola por dentro, tan firme, tan orgulloso, tan… ¡ah, quĂ© placer! Alan sonriĂ³ y negĂ³ suavemente con la cabeza. 

-TĂº me pillaste bajo de forma… yo te poseí… mmh… en realidad, da lo mismo. – "Cabronazo presumido…" pensĂ³ Coral "si me hubieras vencido tĂº a mĂ­, no darĂ­a lo mismo.", pero no lo dijo. Estaba demasiado a gusto es ese momento como para empezar una disputa sobre algo que pasĂ³ hacĂ­a casi cien años. En su lugar, se dejĂ³ dominar por el placer que la atravesaba desde su sexo hasta el cuello… y entonces, sonĂ³ el telĂ©fono mĂ³vil. La pareja de licĂ¡ntropos se mirĂ³, y los dos supieron que no habĂ­a mĂ¡s narices que cogerlo, era la lĂ­nea privada, la del "trabajo". De mala gana, Alan se incorporĂ³, sin salir de su esposa y alargĂ³ la mano hasta la mesa, cogiĂ³ el mĂ³vil y descolgĂ³. 

-¡¿QuiĂ©n?! – RugiĂ³, y lentamente, pero siguiĂ³ empujando. Coral se apoyaba en el suelo para moverse contra Ă©l, en cĂ­rculos adorables – Sí…. Haaah… ¿QuĂ©? No quieres saberlo… Claro que cumplo, nosotros SIEMPRE cumplimos… mmmmmmmmmmmh…. SĂ­, lo recuerdo… Aaa-acordamos un precio… por matarle, nadie dijo que ese precio, garantizase que siguiese muerto… MĂ¡s… Ah, no es a ti, idiota… aah… si no te gustan mis modales, encĂ¡rgaselo a otro, chupasangres… entendido… oh, joder, sííí…. Cincuenta mil… ya me has oĂ­do, ni un cĂ©ntimo menos… de acuerdo… sĂ­, esta noche… ¿inmediatamente? Bueno… serĂ¡ "casi" inmediatamente… - Alan colgĂ³, con una sonrisa de vicio en sus labios, por la cual asomaban sus blanquĂ­simos colmillos. Coral, apoyĂ¡ndose en los hombros, habĂ­a estado moviendo las caderas todo el rato, cada vez mĂ¡s deprisa, embistiĂ©ndole, y dĂ¡ndole un placer asombroso. Estando Ă©l siempre encima, Alan no sabĂ­a lo que era gozar sin moverse, por primera vez lo habĂ­a sentido un poquito… y era magnĂ­fico. Eso sĂ­, todo el romanticismo, se le habĂ­a pasado. 

-¿QuiĂ©n era, bestia…? – susurrĂ³ Coral. Alan se echĂ³ de nuevo por completo sobre ella, y embistiĂ³ con fuerza, sacando un grito de la garganta de su mujer, que lo abrazo entre risas, rompiendo a sudar.
-Tenemos trabajo… ¿Quieres reservar el orgasmo para luego? – Coral le sonriĂ³, maliciosa.
-¿Para quĂ© reservarlo…? Luego, me darĂ¡s otro… u otros. – Alan emitiĂ³ una serie de rugiditos que podĂ­an tomarse por una risa, y empezĂ³ a empujar sin compasiĂ³n. 


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72 horas antes.


Iana trotaba por el campo de tierra, corriendo como una loca, mirando constantemente tras ella, notando que el cielo, a cada momento, se clareaba mĂ¡s y mĂ¡s. No podĂ­a volar, no por un sitio donde empezaba ya haber gente, sĂ³lo podĂ­a confiar en correr mĂ¡s que el sol… o a las malas, encontrar algĂºn sitio donde ocultarse. No le faltaba mucho para llegar a su casa, pasĂ³ junto a la cafeterĂ­a pequeña, que ya habĂ­a abierto, y siguiĂ³ corriendo, jadeando, por las colinas de cĂ©sped. A lo lejos, se veĂ­a el instituto, y poco antes de llegar a Ă©l, la casita del conserje, donde vivĂ­a con su familia. ApretĂ³ aĂºn mĂ¡s la carrera, podĂ­a conseguirlo, tenĂ­a que llegar…. En la puerta, vio a Vladimiro, su padre, con el rastrillo en las manos, agrupando en montoncitos las hojas secas de los Ă¡rboles. La mirĂ³, y, con reconvenciĂ³n, la apremiĂ³ para que se apresurara. 

Cualquiera que hubiera visto a Iana, la hubiera tomado por una muchachita de unos diecisĂ©is o dieciocho años,… pero lo cierto, es que contaba mĂ¡s de cincuenta ya. No obstante, se encontraba a gusto con su edad y aspecto, y momentĂ¡neamente, habĂ­a decidido no cambiar. Para desespero de su familia. Casi al borde del vĂ³mito por la extenuaciĂ³n de la carrera, pero llegĂ³ a la casita, y entrĂ³, seguida por su padre, que echĂ³ las cortinas oscuras de la vivienda. 

-Hola, papaĂ­to… - jadeĂ³ la joven vampiresa con una sonrisa. 

-Jovencita, esto se tiene que terminar. Se tiene que terminar a la de ya, pero tiene que terminarse enseguida. – a Vladimiro solĂ­an llamarle "Vladi dosveces" los estudiantes de cincuenta años atrĂ¡s (y mĂ¡s). Como puede apreciarse, el paso del tiempo, no solucionaba su manĂ­a de repetirlo siempre todo.

-Vamos a ver, niña, vamos a ver… ¡¿tĂº estĂ¡s tonta o quĂ©!? – Iana se volviĂ³ y sonriĂ³ a quien asĂ­ le hablaba. Era su hermano mayor, Tolo. En realidad, no eran hermanos, y la joven lo sabĂ­a, pero le gustaba considerarle asĂ­. Tolo se habĂ­a puesto un poco mĂ¡s gordito aĂºn en los Ăºltimos años. Iba en calzoncillos y camiseta, y su pelo castaño rojizo destacaba de forma muy cĂ³mica en su barriga pĂ¡lida. QuizĂ¡ el aumento de peso hacĂ­a que se notase mĂ¡s el jadeo perenne al hablar, convirtiendo los "es que" en "eg que", por ejemplo. Miraba a Iana con cara de pocos amigos, y antes que ella pudiera contestarle alguna zalamerĂ­a, continuĂ³ – Mira, me da igual que digas que estĂ¡s enamorada, o enchochada o empanada, ¡si te han dicho que a las dos de la mañana tienes que estar en casa, a las dos de la mañana estĂ¡s en casa, y punto pelota!

-Buenos dĂ­as, Tolito.

-No, ni "Tolito" ni pollas en vinagre, niña. Para empezar, esta noche, no sales, y ya estĂ¡ bien de abusar. 

-¡MamĂ¡! – pidiĂ³ Ă¡rnica de inmediato la joven. Tatiana, la madre de Iana, estaba terminando de bajar todas las persianas y echar cortinas. Madre e hija eran un calco una de la otra. SĂ³lo en Tatiana se podĂ­a apreciar quizĂ¡ mayor madurez en sus rasgos, mayor serenidad… pero por lo demĂ¡s, podrĂ­an perfectamente ser tomadas por gemelas. - ¡Mira lo que dice Tolo! ¿Verdad que Ă©l no me puede castigar…?

-Es cierto, cielo, Ă©l no puede… - la joven ya iba a cantar victoria, pero su madre acabĂ³ la frase – pero yo, sĂ­. Y estĂ¡s castigada, esta noche, no saldrĂ¡s. 

-¿¡QuĂ©?! ¡PapĂ¡! – Iana cambiĂ³ el foco de inmediato y mirĂ³ a su padre con sus grandes ojos verdes, con carita de tristeza. Vladimiro sonriĂ³ y empezĂ³ un gesto vago con la mano, pero Tatiana carraspeĂ³ audiblemente, y el conserje se lo repensĂ³. 

-Hija… tu madre tiene razĂ³n. Tiene razĂ³n, es asĂ­. Te hemos dicho mil veces que tienes que llegar a las dos, que si no querĂ­as seguir creciendo, nos parecĂ­a bien, pero que entonces, tenĂ­as que obedecer unas normas… Nos parece bien que quieras parar tu crecimiento por ahora, pero con tu edad, tienes que obedecer unas normas, hija. Las vampiresas jĂ³venes como tĂº, estĂ¡n expuestas a muchos peligros, muchos peligros. 

-¡Pero, papĂ¡â€¦ si estĂ¡ porque me pase algo malo, me puede pasar igual a las cuatro de la mañana, que a medianoche! – protestĂ³ Iana. 

-Pero el sol, no va a salir a medianoche. – rebatiĂ³ su madre. Iana intentĂ³ objetar algo mĂ¡s, pero su madre la cortĂ³ – No se hable mĂ¡s. El salir por la noche, no es un derecho, sino un privilegio. Lo tendrĂ¡s, cuando vuelvas a merecerlo y a demostrar que eres responsable. Estamos hartos de pasar la mitad de la noche pensando cuĂ¡ndo vas a volver y si te habrĂ¡ ocurrido algo… y ver que lentamente, va amaneciendo, y que tĂº no llegas. Sin saber si puedes estar en un sitio seguro, o en mitad de la calle, sin un mal sitio donde ocultarte… Por el momento, estĂ¡s castigada hasta nueva orden. 

Iana negĂ³ con la cabeza, con las lĂ¡grimas asomĂ¡ndole a los ojos, boqueando como si intentara encontrar palabras justas para expresar su indignaciĂ³n, hasta que al fin chillĂ³:

-¡No es justo! – y las lĂ¡grimas se le cayeron de los ojos - ¡Y todo por tu culpa, gordo seboso! ¡Lo Ăºnico que te pasa, es que tienes celos! 

-¡Tatiana! – la reprendiĂ³ su madre - ¿¡QuĂ© forma es esa de hablar a tu hermano?!

-¡No es mi hermano! - los ojos de la joven brillaban en rojo, estaba furiosa. - ¡No es NADA en Ă©sta familia! ¡No tenĂ­as ni familia propia y por eso te adoptaron, porque ni los tuyos te quisieron nunca, vomitiva cuba de grasa! – El bofetĂ³n fue como un relĂ¡mpago, tan rĂ¡pido que Tolo tuvo que mirar a su padre y a Tatiana alternativamente para ver quiĂ©n lo habĂ­a sacudido, porque los dos tenĂ­an la mano alzada. Finalmente, fue la mirada de intensa culpabilidad de Vladimiro quien le dio la clave. Iana se sujetaba la mejilla encendida, con los ojos brillantes, pero esta vez, de lĂ¡grimas. No habĂ­a sido una torta fuerte, habĂ­a sido mĂ¡s una llamada de atenciĂ³n, pero lo que mĂ¡s le dolĂ­a, era el gesto en sĂ­ - ¿cĂ³mo podĂ©is poneros de su parte? – sollozĂ³ – Ni siquiera es hijo vuestro… ¡Yo, sĂ­!

-Nadie se pone de parte de nadie, Iana… Nadie se pone de parte de nadie, es sĂ³lo que… no tienes razĂ³n, no la tienes para atacar asĂ­ a tu hermano. Te quiere mĂ¡s que a nadie, por eso intenta protegerte. TĂº sabes que sĂ³lo porque te quiere mĂ¡s que a nadie, es tan protector. 

-¡Pues yo no quiero que me proteja, y no lo necesito! ¡SĂ© valerme sola! ¡Y no quiero que me quiera tampoco! ¡Ya me quiere Borja! ¡Y eso es lo que le molesta, que sabe que no es tan bueno como Ă©l! – Tolo, que habĂ­a permanecido callado hasta entonces, estuvo a punto de espetar que el cretino profundo del Borja, no le llegaba ni al betĂºn, no le llegaba ni… pero Iana se marchĂ³ a su cuarto y cerrĂ³ dando un portazo. Tatiana cogiĂ³ a Tolo y a su esposo por los hombros. 

-EstĂ¡ en "esa edad"… se le pasarĂ¡ en un rato. 

Eso esperaba, pensĂ³ Tolo. Iana siempre habĂ­a sido una niña cariñosa, dulce, siempre amable, siempre de buen humor… Al llegar a la adolescencia, claro estĂ¡, habĂ­a tenido sus momentos irritables, sus cambios de carĂ¡cter, sus arranques de genio… como cualquiera, pero habĂ­a seguido siendo de trato fĂ¡cil pese a todo. Pero desde hacĂ­a cosa de unos meses, todo se habĂ­a ido al traste. Llegaba tarde, cada dĂ­a mĂ¡s. Apenas estudiaba, no hacĂ­a nada en casa, estaba siempre susceptible y de mal genio, ansiosa porque llegase la hora de salir, y si por cualquier motivo no salĂ­a, su malhumor tiraba las paredes. A Tolo le constaba que muchas noches se iba a la cama sin haberse alimentado ni siquiera, y a mitad del dĂ­a venĂ­a a pedirle que regurgitara algo de comida para ella… sin que se enterasen sus padres, que la reprenderĂ­an por no haber comido. Esos momentos, cuando trataba de conseguir algo, eran casi los Ăºnicos en los que se mostraba amable. Tolo, claro estĂ¡, cedĂ­a siempre. 

"Entonces, no soy un gordo seboso, y sĂ­ soy tu hermano, ¿verdad?" Pensaba Ă©ste. Le habĂ­a dolido el insulto, le habĂ­a escocido de verdad. Ya sabĂ­a que era gordito, pero ella nunca se habĂ­a quejado, decĂ­a de Ă©l que era blandito y tibio como un osito de peluche, y le solĂ­a gustar quedarse dormida sobre su tripa…. Antes. Ahora, ya nunca lo hacĂ­a. Ni siquiera querĂ­a sentarse a su lado ya, como si le diese asco. Bien sabĂ­a Tolo quiĂ©n tenĂ­a la culpa de todos aquĂ©llos cambios. Borja. 

Borja era un vampiro joven, tendrĂ­a mĂ¡s o menos la misma edad, tanto fĂ­sica como aparente, que su hermana. VenĂ­a de Europa, estaba pasando su primera temporada sin familia, y era asquerosamente guapito y repelente. Era alto, delgado, rico, vestĂ­a bien, hacĂ­a gimnasia, y llevaba el pecho depilado. Tolo lo sabĂ­a porque solĂ­a vestir con camisas que no se abrochaba hasta el tercer botĂ³n, dejando siempre el pecho al descubierto. Hablaba con un extraño deje que Iana definĂ­a como "aristocrĂ¡tico", pero que Ă©l definĂ­a como "treinta euros de chicle en la boca", o, mĂ¡s sencillamente "tontolaspelotas". El caso es que el tal Borja consideraba que, para un vampiro, era una especie de crimen no ser guapo. Se cuidaba muchĂ­simo, y pensaba que todo aquĂ©l que, como Tolo, fuese gordo o peludo, o ambas cosas, era poco vampĂ­rico. Era descuidado, sucio, patĂ¡n… algo que podĂ­an permitirse la raza inferior, los humanos, pero no los vampiros. No era extraño que Iana, para serle mĂ¡s simpĂ¡tica, no quisiera ni hablar con Ă©l mĂ¡s allĂ¡ de lo imprescindible. 

A Iana le habĂ­a llamado la atenciĂ³n Borja desde la primera vez que le vio, hacĂ­a unos meses, pero hacĂ­a unas cuantas semanas que salĂ­an juntos. La joven no tenĂ­a otra cosa en la boca que lo hacĂ­a o decĂ­a su noviete: "mamĂ¡, es que las tareas de la casa estropean las manos, y Borja dice que las manos de una señorita tienen que ser perfectas, y que tienen que estar inactivas para permanecer así…. No quiero comer corazĂ³n, Borja dice que engorda muchĂ­simo… Tengo derecho a salir hasta mĂ¡s tarde, ya no soy una niña, Borja dice que me tratĂ¡is de un modo muy infantil…" Borja dice, Borja esto, Borja aquello; para ella, era perfecto. Para Tolo, un cretino. Pero en fin… Tatiana tenĂ­a razĂ³n, se le pasarĂ­a. Para empezar, esa noche, se quedarĂ­a en casa, luego hablarĂ­a con ella. 


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-¿Es el mismo Chupacabras que no mataste la noche en la que naciĂ³ Junior? – preguntĂ³ Coral, ya vistiĂ©ndose, dispuestos para salir de caza.

-SĂ­. Y el encargo es de parte de la chica que entonces, supuestamente, violĂ³. Que no la violĂ³, pero esa es otra historia. 

-¿Y quĂ© se supone que ha hecho ahora?

-Psé… hay gente que no puede estar ni cincuenta años sin meterse en líos.


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36 horas antes.


-He venido a verte… Me he escapado- Iana sonriĂ³, y cuando Borja le devolviĂ³ la sonrisa, se sintiĂ³ feliz. Era la primera vez que se sentĂ­a feliz desde ayer. Su familia le habĂ­a demostrado que no la querĂ­an, habĂ­an preferido escuchar al gordo de Tolo en lugar de a ella. ¿QuĂ© pretendĂ­an, separarla de Borja? No lo conseguirĂ­an… Bien sabĂ­a ella quĂ© habĂ­a pasado: Tolo se pasaba el dĂ­a calentĂ¡ndoles la cabeza a sus padres, que si Borja era tonto, que si era un Dementia, que si no era un buen chico para ella... para que se callase, nada mĂ¡s que para que se callase, la habĂ­an castigado. Pero se iban a arrepentir. Iana sabĂ­a que Borja no creĂ­a en esas tonterĂ­as de las castas, no le importaba que ella fuese una Lacrima Sanguis, una casta por debajo de la suya, lo que importaba, es que se querĂ­an. Le habĂ­a dicho mĂ¡s de una vez que dejase a su estĂºpida familia de Chupacabras y se marchase con Ă©l. "Nos iremos juntos a ver mundo", le decĂ­a "Te llevarĂ© a ParĂ­s, a bailar en la misma punta de la Torre Eiffel, desde donde se domina la ciudad entera. A Londres, a hacer el amor en las habitaciones vacĂ­as del Palacio de Buckingham; a Transilvania, a ver los dominios de mi antepasado, montaremos a caballo por valles infinitos y aterraremos a los campesinos, como se hacĂ­a en el pasado…". 

SĂ³lo porque ella querĂ­a muchĂ­simo a su familia, no habĂ­a aceptado. Pero se habĂ­a dado cuenta de lo tonta que habĂ­a sido, ¡si sus padres no la querĂ­an…! Si la quisieran, si la quisieran de verdad, querrĂ­an su felicidad, no la privarĂ­an de estar junto a Borja con castigos infantiles, no preferirĂ­an escuchar a un extraño, alguien que no era hijo suyo, que tan sĂ³lo se aprovechaba de ellos para tener casa gratis, un fracasado que jamĂ¡s habĂ­a hecho nada, en lugar de a ella, que era su hija de verdad. Ahora, no la volverĂ­an a ver. Que aprendieran. 

-¿Vas a quedarte conmigo, te has decidido? – preguntĂ³ Borja, en la discoteca donde estaban, tomĂ¡ndola de las manos. 

-¡SĂ­! – Nunca se habĂ­a sentido tan feliz. Seguro que dentro de un par de dĂ­as, sus padres discutirĂ­an con Tolo, le dirĂ­an que era culpa suya que Iana hubiese escapado, y lo echarĂ­an de casa. QuĂ© lĂ¡stima no estar allĂ­ para verlo. 

-Entonces, eres mĂ­a. 

-SĂ­. 

-DĂ­melo, Iana, dime que eres mĂ­a. 

-Soy tuya, Borja. 

-Muy bien… - Borja sonriĂ³, y sus colmillos parecieron algo mĂ¡s afilados – Y ahora que por tu propia voluntad, ya eres mĂ­a… puedo hacer contigo lo que quiera. 

La sonrisa de Iana vacilĂ³ ligeramente. Vio acercarse a los amigos de Borja, y se sintiĂ³ incĂ³moda. No quiso reconocerlo, pero una molesta vocecita empezĂ³ a sonar en su cabeza. Era una voz que le recordaba cuĂ¡ntas veces, Tolo, le habĂ­a prevenido contra Borja. 


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-¿Que se ha escapado?

-¡No estĂ¡ en su cuarto! ¡SĂ³lo hay esto!– Tatiana estaba fuera de sĂ­, habĂ­a ido a despertar a su hija pequeña, y se habĂ­a encontrado el cuarto vacĂ­o, los cajones sacados y una nota en la que Iana decĂ­a que se marchaba. Vladimiro se calzĂ³ y se marchĂ³ a buscarla sin decir nada, mientras Tolo se iba en direcciĂ³n contraria, maldiciendo a la terca criatura, y Tatiana se quedaba en casa, por si volvĂ­a allĂ­. Tolo sabĂ­a que su padre tenĂ­a poco olfato, no valĂ­a para seguir rastros, pero Ă©l sĂ­. Y sabĂ­a dĂ³nde estaba la discoteca que frecuentaba el niñato aquĂ©l, y hacia allĂ­ se encaminĂ³. 

En la puerta, habĂ­a un rastro, fresco, y lo siguiĂ³ volando. Tuvo que recorrer media ciudad, mientras las horas de la noche se consumĂ­an, y Ă©l seguĂ­a sin localizarlos. HabĂ­an usado un coche robado, habĂ­an dado vueltas por la ciudad y parado en varios sitios. "Usar coches humanos en lugar de volar, no le parece que sea poco vampĂ­rico", pensaba Tolo, intentando no pensar a la vez que, si habĂ­an usado un coche, era muy probable que llevasen a su hermana retenida… Volando, no era fĂ¡cil controlar a una presa, salvo que estuviera inconsciente, lo que les exigirĂ­a volar en forma humana o cobrar una forma muy grande para poder transportarla. 

Finalmente, llegĂ³ a las afueras. El rastro era mĂ¡s intenso aquĂ­. El cielo ya comenzaba a clarear, estaba de intenso color turquesa, pronto amanecerĂ­a… pero tenĂ­a que seguir. Estaba llegando a un matadero de ganado, y allĂ­, en una cabaña, el rastro de su hermana casi brillaba. AdoptĂ³ forma humana y entrĂ³, dispuesto a luchar con quien fuera por recobrarla, pero allĂ­ sĂ³lo estaba Iana. Desnuda de cintura para abajo, encogida en el suelo y tendida en un charco de sangre. Tolo se lanzĂ³ a por ella.

-¡Iana! ¡Iana, ¿quĂ© te han hecho…?! – la voz se le ahogaba. Afortunadamente, la sangre del suelo, no era suya. No la mayorĂ­a, al menos. La joven sollozaba. TenĂ­a la cara sucia de barro, sangre y lĂ¡grimas, y se tapĂ³ los ojos, gimiendo "basta… basta…". Tolo la apretĂ³ contra sĂ­, y mirĂ³ a su alrededor. La cabaña no tenĂ­a ventanas, sĂ³lo un par de troneras, cerca del techo, tapadas con rejilla. EstarĂ­an a salvo para pasar allĂ­ el dĂ­a. – Iana. – insistiĂ³, suavemente – Iana, soy yo… soy Tolo… ¿quĂ© ha pasado? ¿QuĂ© te han hecho…?

Iana tardĂ³ en contestar. TenĂ­a los ojos cerrados y no querĂ­a abrirlos. Tolo llevaba un abrigo de piel sintĂ©tica, muy viejo, pero abrigado; se lo quitĂ³ y envolviĂ³ con Ă©l a su hermana, que sollozĂ³ de alivio. SĂ³lo entonces pareciĂ³ darse cuenta que quien estaba con ella, no era ya nadie de quien hubiera de tener miedo. AbriĂ³ los ojos, y al ver a su hermano, sonriĂ³ con alivio, y los ojos le brillaron. Tolo le devolviĂ³ la sonrisa con ternura, acariciĂ¡ndole la cara. Iana mirĂ³ la cara redonda de Tolo, su papada temblorosa, las barbas castaño rojizas, igual que el pelo, que le crecĂ­a, largo, alrededor de la calva coronilla… y le pareciĂ³ lo mĂ¡s hermoso que habĂ­a visto en su vida. 

-Me hizo daño… - susurrĂ³. – Me hicieron mucho daño, los tres. Me hicieron beber. Me pegaron y me trajeron aquí… y… Borja me arrancĂ³ la ropa y me… 

-Ssssh… - Tolo siseĂ³ para que no diera detalles y la meciĂ³ contra Ă©l. 

-Luego… vinieron tambiĂ©n sus amigos. Me defendĂ­. Me defendĂ­ contra todos. MordĂ­ a uno, le desgarrĂ© la garganta, pero… me dijeron que si me defendĂ­a, mandarĂ­an a todos los Dementia contra vosotros. Os matarĂ­an a los tres. Me llamaron Chupacabras, y me tiraron sangre encima, me insultaron… me dijeron que era una puta engreĂ­da, si habĂ­a creĂ­do por un momento que un Dementia como Ă©l, iba a interesarse en una Chupacabras… luego se fueron y me dejaron aquĂ­. Tolo, yo no… Yo no soy una Chupacabras, ¿verdad que no? Mi madre, es una Lacrima Sanguis… 

-Iana, no te preocupes por eso ahora… ya ha pasado todo, yo estoy aquĂ­ contigo. Anda, intenta dormir, voy a llamar a papĂ¡ y Tatiana, que estĂ©n tranquilos. 


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-La violĂ³. La violaron los tres. Solamente porque "no es una Dementia". Y como no es una Dementia, parece que no importa lo que le hagan. Como somos unos Chupacabras, tenemos que aguantar con todo, tragar con todo, ya sean insultos, amenazas, abusos o asesinatos… pues yo no estoy dispuesto a tolerarlo. ¿Lo hubieras tolerado tĂº, si hubiera sido tu hija? 

-Eso, no viene al caso – contestĂ³ Alan. Localizar al Chupacabras, no habĂ­a sido complicado, pero es que ni siquiera se habĂ­a escondido. Es mĂ¡s, habĂ­a señalizado su posiciĂ³n, algo grotescamente, pero lo habĂ­a hecho. – No juzgo, sĂ³lo ejecuto. 

-Lo sĂ©. Has venido a matarme por lo que hice y por lo que he hecho. Hace cincuenta años podrĂ­a pensar que no tenĂ­as motivo. Hoy… - sonriĂ³ – he hecho lo mĂ¡s que he podido para ganĂ¡rmelo. 

-Pues desde luego, lo has logrado – admitiĂ³ Alan, mirando hacia arriba. Su esposa sonreĂ­a, divertida. Tampoco a ella, le caĂ­an demasiado bien los vampiros. 

-Acabemos cuanto antes, mĂ¡tame ahora, y cuando salga el sol, estarĂ© inconsciente, asĂ­ creo que no sufrirĂ© mucho. 


***********


24 horas antes. 


Borja reĂ­a en la discoteca que solĂ­a frecuentar. Un montĂ³n de bobitas revoloteaba en torno a Ă©l, y sus amigos le reĂ­an las gracias. A juzgar por los gestos que hacĂ­a y las caras que ponĂ­a, estaba representando lo bien que se lo habĂ­a pasado con su hermana. Tolo la habĂ­a dejado en el cobertizo del matadero. Nada mĂ¡s empezĂ³ a oscurecer, saliĂ³ a buscar agua limpia con la que lavarla, y despuĂ©s de ponerla un poco decente, la habĂ­a tapado bien con su viejo abrigo y Ă©l habĂ­a salido a buscarle algo de comer. Al menos, eso le habĂ­a dicho. Y no era completamente mentira… 

A Tolo le hubiera gustado dejarla en casa, pero no podĂ­a. Si volvĂ­a, sus padres no le dejarĂ­an salir de ella para lo que iba a hacer. SabĂ­a que era firmar su sentencia de muerte, pero se iba a morir muy a gusto despuĂ©s de eso. 

Apenas Borja le vio, se riĂ³. A Tolo le resultaba muy desagradable, con el pelito castaño corto por detrĂ¡s y muy largo por delante, cayĂ©ndole sobre los ojos azules, obligĂ¡ndole constantemente a menear la cabeza para apartarse el mechĂ³n. Su risa le hacĂ­a aĂºn mĂ¡s repulsivo. 

-He venido para hablar de mi hermana. – espetĂ³ Tolo. 

-Creo que la dejamos en un sitio… bien provista de alimentos para gente como ella, nos portamos bien… - sus amiguitos soltaron la risa como si estuvieran entrenados para ello. – Y ahora, ¿porquĂ© no te largas a ver si puedes extraer sangre de la mierda, Chupacabras…?

-¿Crees que mi hermana es una Chupacabras, porque su padre es de esa casta, verdad? 

-No es que lo crea, es que es… si su madre tuvo estĂ³mago para follarse a uno de vosotros, sus hijos serĂ¡n de vosotros, aunque sean de una casta superior. La mala sangre prevalece. Es triste, pero… asĂ­ es la vida de dura.

-¿Y eso, lo saben tus amiguitos?

-Claro, es normal, cualquier persona mĂ­nimamente inteligente, y eso no te incluye a ti, lo sabe. 

-No, no digo si saben eso… digo si saben que, por esa regla de tres, tĂº, entonces, eres tambiĂ©n un Chupacabras, chaval. – al ocultar una risa bajo su voz, el cambio de las eses por ges, era mucho mĂ¡s evidente. Borja se echĂ³ a reĂ­r, como si Tolo hubiera dicho algo muy gracioso. 

-¿QuĂ© dices…? SabĂ­a que eras estĂºpido, pero no pensĂ© que fueras absolutamente gilipollas…

-Te voy a dar una pista: Tu puta madre, se llama Alezeya, pero se hace llamar Alice, porque piensa que queda mĂ¡s fino. – Borja palideciĂ³. JamĂ¡s habĂ­a hablado de su madre, ni con Iana, ni con nadie que hubiera podido tener contacto con Tolo, ¿cĂ³mo sabĂ­a Ă©l…? – Es rubia, y tiene los ojos azules, como los que tienes tĂº, le gustan los Beatles, la mĂºsica de arpa, y en los años sesenta, en Londres, se liĂ³ con un Chupacabras sin saber que lo era. Lo sĂ©, porque ese Chupacabras, era yo. Acababa de dejarla su marido, un Lacrima Sanguis que la habĂ­a preñado y se habĂ­a ido, tĂº habĂ­as nacido hacĂ­a poco, eras su primer hijo, y ella estaba con la neura de que con un hijo, ya era vieja, y para quitarse la depre, se follaba todo lo que se le ponĂ­a por delante. Hasta a un Chupacabras gordo seboso como yo. 

Los amiguitos de Borja le miraban como si le vieran por primera vez. Uno de ellos se apartĂ³ un paso. Borja estaba blanco como la leche, negaba con la cabeza, incapaz de pronunciar palabra… finalmente, balbuciĂ³:

-Eso… ¡eso no importa! Si yo ya habĂ­a nacido, como has dicho, ¡no llevo tus genes! – pareciĂ³ aliviado al pensar aquello – Sigo siendo un Dementia. 

-Ya habĂ­as nacido, pero tu madre te estaba alimentando. Y como las Dementia no pueden amamantar, regurgitaba alimentos para ti. Y te digo una cosa: tu madre serĂ¡ una cabrita e idiota como ella sola, pero la chupa de la hostia, ¿entiendes lo que quiero decir? – Borja parecĂ­a a punto de llorar. "En realidad, no es mĂ¡s que un crĂ­o llorica", le dijo a Tolo una parte de sĂ­ mismo. Pero se recordĂ³ que Ă©l, no habĂ­a tenido piedad con su hermana, y se cebĂ³ – Ya veo que no. Tu madre me la chupaba hasta que me corrĂ­a en su boca. Le gustaba mucho tragarlo, decĂ­a que era otra forma de vampirismo. Y luego, entre lo que regurgitaba para ti, estaba toda mi corrida. Vamos, que te has criado tragĂ¡ndote todo mi grumo, campeĂ³n, ¿estaba rico?

Uno de los amigos de Borja soltĂ³ la risa sin poder contenerse. Borja habĂ­a cambiado; ahora estaba colorado como un tomate, musitando algo como "maldita seas, madre…". Todo su mundo, su estatus, su prestigio… se desvanecĂ­a en un instante. MirĂ³ a Tolo con verdadero odio y le señalĂ³.

-¡Matadle! – rugiĂ³. Pero nadie se moviĂ³. Todo el mundo miraba a Borja de arriba abajo, riĂ©ndose de Ă©l. 
-¿A quiĂ©n le estĂ¡s hablando, Chupacabras? – dijo uno de sus ex amigos. 

-Mi madre sigue siendo la nieta del jefe de la casta Dementia… - mascullĂ³ Borja – Yo sigo siendo un Dementia, ¡el sucesor! Si querĂ©is seguir vivos mañana, mĂ¡s os vale…

-Eso, tiene que discutirse… si tu madre tuvo el cuajo de tragarse el semen de "eso", no creo que se la pueda considerar ya Dementia… mi padre lleva la legislaciĂ³n de la casta, y creo que eso, serĂ­a suficiente para pedir su expulsiĂ³n. De ella, y de toda su familia. 

-Si quieres matarle, Chupacabras, mĂ¡tale tĂº mismo. –añadiĂ³ otro.

-No eres ni un Chupacabras, eres un "chupasemen de chupacabras"… ¡chupa-chupacabras! – riĂ³ un tercero, y todo el grupo de bobos estallĂ³ en carcajadas como becerros… pero a Tolo le dieron ganas de aplaudir. Cuando, hacĂ­a tantos años, Alezeya le amenazĂ³ de muerte al enterarse de que era un miembro de la casta vampĂ­rica mĂ¡s baja, no imaginĂ³ lo que iba a desencadenar con su estĂºpida maniobra de no ser capaz de callarse el lĂ­o que mantuvieron. 

Borja se sentĂ­a herido en lo mĂ¡s profundo, picado en su orgullo de una forma tan viva que ardĂ­a por dentro… y se lanzĂ³ a por Tolo. Éste le vio venir, y le dejĂ³ acercarse, y cuando estuvo lo bastante cerca, le golpeĂ³ la cara con el puño con todas sus fuerzas. El crujido que hizo la nariz de Borja al partirse, fue el sonido mĂ¡s dulce que escuchaba en mucho tiempo. 


****************


Iana sintiĂ³ una caricia suave en su mejilla, que la sacĂ³ dulcemente de su sueño. Tolo estaba junto a ella, acariciĂ¡ndola. SeguĂ­a en el cobertizo, envuelta en el abrigo de su hermano, y Ă©ste la miraba con ternura. Le parecĂ­a que apenas habĂ­a pasado una hora, pero sabĂ­a que llevaba mucho tiempo allĂ­. Se sentĂ­a mejor, aunque el vientre aĂºn le dolĂ­a.

-¿CĂ³mo te encuentras? ¿Te vas sintiendo mejor? – Iana asintiĂ³. Es cierto que el recuerdo, era muy desagradable, pero los vampiros no tienen la misma sensibilidad que los humanos. Para ella, aquello habĂ­a sido muy duro, doloroso, humillante y descorazonador… pero tampoco algo traumĂ¡tico como lo serĂ­a para una chica humana. Se repondrĂ­a totalmente. Le llevarĂ­a algĂºn tiempo, unas cuantas semanas, pero lo conseguirĂ­a sin problemas. – Tengo algo para ti. Abre la boca. 

Iana obedeciĂ³ y Tolo la tomĂ³ en su regazo "igual que cuando era un bebĂ© y Tatiana me la puso en las rodillas por primera vez…". La acunĂ³ en sus brazos y posĂ³ su boca en la de ella. Se oyĂ³ un gorgoteo, y enseguida Iana notĂ³ en su boca el sabor, cĂ¡lido y salado, de la sangre. TragĂ³, gustosa, paladeando… el dĂ­a anterior, no habĂ­a comido nada, estaba dĂ©bil y hambrienta, y el sabor parecĂ­a maravilloso despuĂ©s de tantas horas sin probar bocado. "Tolo me ha salvado…" pensĂ³ la joven. "Él vino a rescatarme… me ayudĂ³. No le ha dicho a papĂ¡ y mamĂ¡ que ya no soy virgen, me ha cuidado y me estĂ¡ alimentando… Siempre ha cuidado de mĂ­. Siempre me ha querido… qué… quĂ© idiota soy". 

Tolo abriĂ³ los ojos desmesuradamente y estuvo a punto de apartarse, cuando sintiĂ³ una presencia en su boca. Era la lengua de Iana. La joven le mirĂ³ con ojos tiernos y le acariciĂ³ la cara, abrazĂ¡ndole por la nuca, para impedir que se apartara. El vampiro intentĂ³ objetar algo, decir… pero Iana se apretĂ³ contra Ă©l, mimosa. Si la rechazaba, ella aĂºn se sentirĂ­a peor… "Bartholomew: vas a morir al amanecer, y lo sabes. Lo que has hecho, sĂ³lo se salda con tu muerte… date un gusto antes de desaparecer del mundo.", pensĂ³. Y sabĂ­a que estaba mal, pero… DrĂ¡cula, llevaba años enamorado de Iana. Mientras fue una niña, pensaba que simplemente era cariño, pero cuando se convirtiĂ³ en mujer, se dio cuenta que la amaba, la propia Iana lo sabĂ­a… no pudo evitarlo: se dejĂ³ hacer. 

Iana se deslizĂ³ al suelo. Le dolĂ­a demasiado el vientre como para tener sexo, pero podĂ­a satisfacerle de muchas formas… con todo cuidado, le desabotonĂ³ el pantalĂ³n y le bajĂ³ la cremallera, en medio de un siseo encantador, y le retirĂ³ la tela del calzoncillo. El pene de Tolo estaba ya erecto por el fugaz contacto con la lengua de la joven. "Este, sĂ­ es bonito…" pensĂ³ torpemente Iana, forzĂ¡ndose a no recordar su anterior experiencia, pero lo cierto es que el miembro de Borja le habĂ­a parecido torpe y feo, torcido y delgaducho… Ă©ste era bonito. Orgulloso, tieso, con gracioso vello rojizo rizado en la base… Tolo jadeaba sĂ³lo sintiendo la cara de Iana tan cerca de su sexo. Las piernas dobladas le temblaban, y cuando ella lo acariciĂ³ contra su mejilla, un gemido de gozo le vaciĂ³ el pecho. 

Iana tenĂ­a las manos calientes, y su mejilla mĂ¡s caliente aĂºn. Lo frotaba contra su cara, mimĂ¡ndolo, acariciĂ¡ndolo con suavidad, dĂ¡ndole apretoncitos, hasta que por fin se lo metiĂ³ en la boca. Tolo tuvo que gritar de placer, y apretĂ³ los puños para resistir el impulso de tomar a Iana por la cabeza y apretarla contra sĂ­. La joven ensalivĂ³ su pene, dejĂ¡ndolo resbaladizo y brillante, tan sensible… y empezĂ³ a moverse, subiendo y bajando su boca pequeña sobre la hombrĂ­a de Tolo, apretĂ¡ndolo contra sus mejillas, mientras gemĂ­a tomando aire. 

Tolo no podĂ­a ni hablar. Ni querĂ­a hacerlo, el momento era demasiado perfecto para estorbarlo con palabras. Se limitaba a sentir. A sentir aquĂ©lla boca suave abrazando su polla erecta, arrancĂ¡ndole gemidos de gusto a cada bajada que hacĂ­a… a sentir aquella lengĂ¼ecita traviesa dando giros por todo el tronco, cebĂ¡ndose en la punta, lamiendo el frenillo y provocando que Ă©l sufriera escalofrĂ­os de gusto a cada toque de la misma. A sentir aquĂ©llas manos cĂ¡lidas que acariciaban el tronco cuando Ă©ste quedaba libre, que jugueteaban con sus bolitas, acariciĂ¡ndolas, que hacĂ­an cosquillas entre el vello pĂºbico... 

El vampiro no querĂ­a llegar. QuerĂ­a seguir sintiendo aquello por siempre, pero sabĂ­a que era imposible. Su tiempo ya se estaba terminando, sabĂ­a que el alba se acercaba… se dejĂ³ vencer por el inenarrable placer que sentĂ­a, y sus caderas empezaron a moverse solas. Iana le mirĂ³ a los ojos con verdadero cariño en ellos, y eso fue mĂ¡s de lo que pudo soportar. Tolo exhalĂ³ un gemido ahogado y su pene tirĂ³ de Ă©l, para estallar de placer. El gusto le invadiĂ³ todo el cuerpo, en una tiritona de gozo infinito, y se derramĂ³ dentro de la boca de Iana, que tragĂ³ Ă¡vidamente su descarga. Tolo le besĂ³ la frente y la acomodĂ³ nuevamente en el suelo. Una lĂ¡grima se escapĂ³ de los ojos de la joven.

-¿Por quĂ© me hizo esto…? ¿Por quĂ© tuvo que hacerlo así….? – sollozaba, agarrĂ¡ndose el vientre, que le dolĂ­a. – No tenĂ­a que hacerlo así… se lo hubiera dado… sĂ³lo tenĂ­a que pedirlo, ¿por quĂ© me hizo eso…? 

"Porque tĂº tambiĂ©n eres una Chupacabras" pensĂ³ Tolo. Pero no se lo podĂ­a decir. Bastante tenĂ­a ya la criatura, y ademĂ¡s, ya no valĂ­a la pena. 

-Porque era un gilipollas. Y ya estĂ¡, no pienses mĂ¡s en eso. DuĂ©rmete. Esta noche, estarĂ¡s en casa.
-Te quiero, Tolito… - murmurĂ³, ya con la voz del sueño, y el vampiro la abrazĂ³ por detrĂ¡s para darle calor. En un ratito tendrĂ­a que levantarse y salir… pero, durante cinco minutos, podĂ­a ser feliz. 


************


Ahora.


-Acabemos cuanto antes… mĂ¡tame ahora, y cuando salga el sol, estarĂ© inconsciente, asĂ­ creo que no sufrirĂ© mucho. – le dijo Tolo a Alan. El cazador no podĂ­a dejar de mirar la grotesca escena que tenĂ­a delante. A Ă©l, le habĂ­an contratado para que matase al Chupacabras, porque, al parecer, estaba detrĂ¡s de la desapariciĂ³n de un joven Dementia. No es que a Ă©l le importase, pero parece que la desapariciĂ³n, iba a ser permanente… Tolo habĂ­a capturado a Borja, se habĂ­a alimentado de Ă©l, y le habĂ­a clavado en la pared del cobertizo, y sujetado con alambre de espino despuĂ©s. El cuerpo del Dementia era un rosario de sangre, y el Chupacabras no se habĂ­a quedado ahĂ­. Para asegurarse de que Borja no pudiera soltarse, habĂ­a atado ratas sobre su cuerpo, que le devoraban lentamente, de modo que el vampirito estaba cada vez mĂ¡s dĂ©bil. Para cuando saliese el sol, seguirĂ­a consciente, pero no tendrĂ­a modo de soltarse. 

Coral, la esposa de Alan, lo miraba, divertida, mientras Borja insultaba en voz baja. No podĂ­a hablar bien con la nariz partida, y parecĂ­a que eso le diese vergĂ¼enza, porque intentaba no hablar alto. 

-¿Os han mandado a rescatarme, verdad…? Bajadme de aquí… vamos, gilipollas… - su voz silbaba ridĂ­culamente – Bajadme, u os mataré… ordenarĂ© que os maten… 

-Matadme primero – pidiĂ³ Tolo. – Luego, le bajĂ¡is. No quiero verle libre, es lo Ăºnico que os pido. 

"ViolĂ³ a una chica." PensĂ³ Alan "A una chica de la edad de mi hija, pero mentalmente, mĂ¡s joven aĂºn. La violaron entre varios. Ni para hacer solo algo asĂ­, servĂ­a ese tĂ­o." MirĂ³ a su esposa. Y no necesito preguntarle quĂ© pensaba. 


**************


A la noche siguiente, la casta Dementia recibiĂ³ las cenizas como prueba de que la caza habĂ­a tenido Ă©xito, pero Alan asegurĂ³ que el tal Borja habĂ­a desaparecido, y que el Chupacabras se habĂ­a llevado su paradero al infierno. A la casta no le importĂ³ gran cosa: toda la familia del citado habĂ­a sido asesinada o puesta en fuga en cuanto se habĂ­a sabido de las relaciones que un miembro de la misma habĂ­a mantenido con un ser de la casta mĂ¡s baja… de modo que nadie perdiĂ³ el tiempo en comprobar si aquĂ©llas cenizas pertenecĂ­an a Tolo, o… a otro vampiro.

TambiĂ©n la noche siguiente, volvieron a casa Iana y Tolo. La joven se echĂ³ a llorar al ver a sus padres, y estos la cubrieron de besos, igual que a Tolo, pero nadie preguntĂ³ nada. Cuando los dos vampiros se tomaron de la mano por encima de la mesa, aprovechando que sus padres estaban en la cocina, Tatiana se dio cuenta, y sonriĂ³ a su marido. Vladi asintiĂ³, feliz. 

Y tambiĂ©n la noche siguiente, Junior empezĂ³ a preparar su equipaje para ir a la universidad, estaba loca de contento porque su padre le permitiese ir, y no dejaba de reĂ­r mientras metĂ­a y sacaba ropa de los armarios, de los cajones, ordenaba libros y fotos que querĂ­a llevarse, y charlaba con su madre, que intentaba ayudarla a meter media casa en las maletas, que era lo que intentaban, en opiniĂ³n de Alan, quien, recordando lo sucedido, no podĂ­a dejar de recordar lo afortunados que eran los licĂ¡ntropos al no tener castas, sino clanes familiares. Su hija no podrĂ­a liarse nunca con un inferior, porque entre licĂ¡ntropos, ese concepto, no existĂ­a. Para hacerlo, su hija tendrĂ­a que liarse con… bueno, quĂ© tonterĂ­a, ¡eso era imposible!


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7 comentarios:

  1. Me gustarĂ­a dedicar Ă©ste cuento a Amante de la Noche, por el extraordinario trabajo que se tomĂ³ haciendo una cronologĂ­a de mis cuentos licantrĂ³picos :) ¡Gracias por leer y comentar!

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  2. Excelente cuento Dita.
    Sabes, siempre que creo que has llegado a la cumbre, a "lo mejor que puede haber" me sorprendes con relatos aĂºn mejores ¡Sigue asĂ­ Dita! :D
    Jajaja, me encantĂ³ lo de que "Para hacerlo, su hija tendrĂ­a que liarse con… bueno, quĂ© tonterĂ­a, ¡eso era imposible!" ;)
    Por cierto, muchas gracias por dedicarme el cuento, pues Ă©ste me fascinĂ³. Lo atesorarĂ© por siempre.
    ADLN

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  3. Sigo pensando si Vladi y Beto compartirĂ¡n algĂºn helado en algĂºn relato

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  4. Una historia preciosa, de verdad. Me ha encantado leerla, y no solamente por la parte erĂ³tica.

    Leyendo esto, podrĂ­a soltar el tĂ­pico clichĂ© que dice que las chicas siempre van a por los mĂ¡s monos y las que las tratan peor dejando a las buenas personas en la zona de amigos... Pero creo que esta viñeta de cuĂ¡nta razĂ³n muestra lo irracionales que podemos ser los seres humanos.

    http://www.cuantarazon.com/706459/ahora

    Por cierto, mira que el clan de los Malkavian... digooo, la casta Dementia sea la casta gobernante... Aunque muy buena tu idea de tener una casta que sea capaz de concebir ¿EstĂ¡ inspirada en algĂºn sitio o es 100% Dita Delapluma?

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  5. David... ¿quiĂ©n sabe...?

    Bobby, la idea de la fertilidad vampírica es totalmente mía. Y sí, es cierto que a veces, sobre todo si eres muy joven, puedes dejarte llevar y pensar que un chico guapo, es bueno también, simplemente porque ves lo que quieres ver... Pero en éste caso, Iana ha aprendido muy bien.

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  6. Una precuela de lo que pasa antes de que Junior conozca al buen humano-futuro lobo-¿futuro esposo?.
    Igual, Alan se lleva las palmas como el padre celoso por excelencia XD

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  7. El problema es que ahora hay que corregir la cronologĂ­a .....XD

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