-¿Y le matĂ³…?      -¡SĂ­, se lo carga dĂ¡ndole con el mĂ¡rmol del velador, porque habĂ­a descubierto las cartas del amante!      -¡...

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     -¿Y le matĂ³…?

     -¡SĂ­, se lo carga dĂ¡ndole con el mĂ¡rmol del velador, porque habĂ­a descubierto las cartas del amante!

     -¡No jorobes! ¿Y Sarita, quĂ© hace cuĂ¡ndo se entera que le han matado a su marido…?

     -¡No lo sabe aĂºn! La vieja le dice que le llamĂ³ su hermana, porque el cuñado ha vuelto a pegarla, y que se ha largado corriendo a ayudarla.

     -¡QuĂ© veneno de tĂ­a, quĂ© asco la tengo! – dijo Dolores, la mĂ¡s joven de las dos limpiadoras del colegio, mientras ambas frotaban y sacaban brillo a los pomos de la escalera principal. Dolores no habĂ­a podido ver el culebrĂ³n la tarde anterior, porque habĂ­a tenido reuniĂ³n con el tutor del instituto de su hijo, y su compañera, RocĂ­o, la estaba poniendo al dĂ­a. Las dos estaban tan enfrascadas en su conversaciĂ³n, que no oyeron acercarse al bedel hasta que Ă©ste carraspeĂ³, y las dos dieron un bote.

      -Muy bonito. Pero precioso, sĂ­, señoras. Ustedes dos hablando como dos cotorras, y la escalera de entrada llena de barro, ¡precioso! – el señor Valmayor, el Bedel, era un hombretĂ³n alto y corpulento, moreno, de grueso bigote, cabello con entradas y mirada severa. Le gustaba presumir de su escasa posiciĂ³n en la cadena de mando de la escuela, que a pesar de estar sĂ³lo un escalĂ³n mĂ¡s alto que las limpiadoras, cocineras o ayudantes, le llevaba a considerarse a sĂ­ mismo como una especie de supervisor del mantenimiento y la buena marcha del colegio elemental, algo asĂ­ como un “director” del personal que comprendĂ­a la espina dorsal del centro. TenĂ­a mucho tiempo de experiencia y el Director le apreciaba, su palabra tenĂ­a mucho peso delante de Ă©l, de modo que tanto niños como empleados, solĂ­an tratarle con bastante respeto, aunque a sus espaldas le llamasen Don VinagrĂ³n o el VinagrĂ³n, por su talante siempre avinagrado.

      -Pero, señor… - se atreviĂ³ a protestar Dolores. – Usted nos dijo que sacĂ¡ramos brillo a la escalera principal, que el Director se habĂ­a quejado que los pomos no lucĂ­an…

       -Eso, no es motivo para dejar la escalera de entrada llena de barro, ¡cuando llueve, hay que fregarla enseguida, antes que el barro se reseque  y se llene todo el pasillo de tierra! ¡No hay motivo para que estĂ©n aquĂ­ las dos, y menos de comadreo!

      -Entendido, señor. RocĂ­o, quĂ©date aquĂ­, yo harĂ© la escalera. – Dolores se ofrecĂ­a a ello porque sabĂ­a que su compañera estaba medio acatarrada y no le apetecĂ­a nada fregar la escalera de entrada, por donde se colaba todo el frĂ­o, y menos aĂºn tener que dar un manguerazo a los escalones de piedra de la entrada, pero el bedel la frenĂ³.

      -No tan rĂ¡pido, señorita, no va usted a quedarse hora y media papando moscas, haciendo como que conecta la manguera y abre la llave del agua, porque “va muy dura”. Voy con usted a abrir yo la llave, y aprovechando, va a dar un repaso al cuadro elĂ©ctrico, porque los interruptores estĂ¡n pegajosos del polvo que tienen. Ayer saltĂ³ el diferencial, y al subirlo, se me quedaron los dedos negros, va a limpiarlos delante de mĂ­, hasta que reluzcan.

      -¡Pero….!

      -¡No se atreva a replicar! ¡Estoy harto de que, siempre que vengo a vigilar, me las encuentre de chĂ¡chara, y el colegio hasta arriba de porquerĂ­a, venga! ¿No querrĂ¡ que dĂ© parte al Director, verdad…?

      Dolores resoplĂ³ de pura impotencia, y echĂ³ a andar delante del vigilante. RocĂ­o los mirĂ³ marchar sin atreverse a abrir la boca, y alegrĂ¡ndose de no ser ella la que estuviese en el punto de mira del iracundo bedel.

      La limpiadora caminaba hacia el cuadro elĂ©ctrico, con las piernas temblĂ¡ndole y un terremoto en el estĂ³mago. El rostro del bedel reflejaba un tremendo enfado, y no dejaba de mirar a Dolores, que al fin llegĂ³ al cuarto del cuadro elĂ©ctrico, un cuartito poco mĂ¡s grande que un armario ropero, sin ventilaciĂ³n ninguna y sĂ³lo iluminado por una dĂ©bil bombilla que estaba medio fundida y daba mĂ¡s parpadeos que luz propiamente dicha. Dolores se hizo a un lado para que el bedel abriera, y Valmayor sacĂ³ la llavecita del llavero que siempre llevaba en el cinturĂ³n y abriĂ³. La limpiadora le mirĂ³ antes de entrar. Y sĂ³lo entonces, se le escapĂ³ una sonrisa. PenetrĂ³ en el cuartito y el bedel mirĂ³ a un lado y a otro, sĂ³lo para asegurarse de que el pasillo estaba desierto, y casi saltĂ³ dentro del cuartito y cerrĂ³ de un portazo. Dolores apenas le dio tiempo a echar la llave por dentro cuando ya estaba abrazĂ¡ndolo y lamiĂ©ndole las orejas entre gemidos.

      -¡BĂ©same, por Dios…! – rogĂ³ la limpiadora, y Valmayor se dio la vuelta para quedar frente a la joven y abrazarla, apretĂ¡ndola contra sĂ­, tomĂ¡ndola de las nalgas, arremangĂ¡ndole la batita azul que usaban las limpiadoras.

     -Dolita… si tu hijo o el director nos descubren, nos matarĂ¡n a los dos… - sonriĂ³ Valmayor, ya con las manos bajo la bata azul, palpando la fina enagua que llevaba bajo ella, y las bragas blancas caladas de la mujer.

     -Y si no me besas, me muero de todos modos. – contestĂ³ ella, feliz de estar entre los brazos del bedel. AquĂ©l ruego era superior a todas las resistencias del vigilante, si es que hubiera querido en realidad oponer alguna, y metiĂ³ las manos bajo la fina prenda Ă­ntima de Dolores, ¡quĂ© suave era su piel…! La limpiadora reprimiĂ³ un gemido de placer y abrazĂ³ con mĂ¡s fuerza a su amante, bajando la mano derecha a la entrepierna del mismo.

     -¡Mmmmmh…! – Valmayor rompiĂ³ a sudar de inmediato, Ă©l estaba ya erecto, pero el enĂ©rgico roce de la mano de la joven, le habĂ­a dado una descarga de placer que le habĂ­a recorrido desde las corvas a la nuca en un segundo. Tuvo que echar hacia atrĂ¡s la cabeza para tomar aire, cuidando de no gritar ni gemir en voz alta, y Dolores aprovechĂ³ para lamerle el cuello, mordiĂ©ndole, aspirando del pellizco… no, no, ¡le dejarĂ­a señal! ¡Pero era demasiado agradable, no podĂ­a parar! La tomĂ³ del muslo para hacer que ella le abrazara con la pierna, y acariciĂ³ la tierna entrada hĂºmeda.

      Dolores le mordiĂ³ con mĂ¡s fuerza, riendo en voz baja, los gruesos dedos del bedel sabĂ­an muy bien dĂ³nde tocar y buscar, sĂ­, ahĂ­… la humedad los hacĂ­a resbalar y producĂ­a caricias muy traviesas y dulces; un ligero y tentador picorcito le recorrĂ­a los labios vaginales hasta ya dentro de su cuerpo cada vez que Ă©l la rozaba, y ella no podĂ­a dejar de mover las caderas, buscando ensartarse en esos deliciosos dedos que tan bien la conocĂ­an ya, mientras no dejaba de acariciarle el ariete, con algo de torpeza ahora debido al placer, pero con muchas ganas…

     …Tantas ganas que Valmayor ya no podĂ­a aguantar mĂ¡s, necesitaba estar dentro de ella, necesitaba saciarse; tenĂ­a que unirse a su querida, tenĂ­a que calmar sus ganas… intentĂ³ hacer a un lado las bragas de Dolores, pero ella, besĂ¡ndole, bajĂ³ la pierna para quitĂ¡rselas con una sola mano, porque la otra seguĂ­a teniĂ©ndola ocupada, acariciĂ¡ndole el miembro sin cesar, sin molestarse en sacĂ¡rselo de las ropas, y por mĂ¡s que el bedel temĂ­a seriamente acabarse en los pantalones y mancharlos hasta medio muslo, no era capaz de pedirle que se detuviera, ni siquiera para franquear la barrera de la ropa y gozar aĂºn mĂ¡s del tacto con su piel, su carne…. Pero entonces Dolores se levantĂ³ el vuelo de bata azul, el conserje vio su sexo, depilado casi por completo, y la misma lujuria le hizo actuar, por puro instinto.

      Se bajĂ³ la cremallera y casi no necesitĂ³ ni sacarla, su miembro erecto saliĂ³ prĂ¡cticamente solo, impulsado como un resorte por el deseo. Se abrazĂ³ a Dolores, dando golpes de cadera, luchando por bajarle la bata, por verle tambiĂ©n las tetas, mientras la joven no dejaba de reĂ­r sofocadamente y de nuevo le abrazĂ³ con la pierna, casi colgĂ¡ndose de Ă©l, para intentar ensartarse… Valmayor la embistiĂ³ contra la puerta del cuartito, y tuvo que frenarse y apretar la boca con fuerza, temblando como una hoja… porque se encontrĂ³ dentro de ella.

     Dolores gemĂ­a lo mĂ¡s bajito que podĂ­a, pero sin poder reprimir un dĂ©bil gritito cada pocos segundos, un “¡ah…. Hah…!”, que convertĂ­a en gaseosa la columna del bedel. Éste notaba su miembro envuelto en seda, seda ardiente y deliciosamente hĂºmeda; su miembro estaba de fiesta, y enviaba dulcĂ­simos calambres a su ano, maravillosas cosquillas a sus muslos, riquĂ­simos golpes elĂ©ctricos a toda su columna…. Haaaah, quĂ© gusto…. Se movĂ­a lentamente dentro de ella, mientras Dolores le hacĂ­a cosquillas en la nuca y el cuello, y con el otro brazo le apretaba contra Ă©l, la mano metida bajo la chaqueta, chaleco y camisa, haciendo mil delicias en su costado y su espalda, mmmmmh, quĂ© dulce era….

     El deseo de Dolores estaba desbocado, cada arremetida del bedel la elevaba del suelo, tanto real, como figuradamente, no podrĂ­a aguantar mucho mĂ¡s, el cosquilleo travieso se expandĂ­a por su interior, amenazando con estallar de un momento a otro, le apretĂ³ mĂ¡s contra ella, y notĂ³ que su pierna se crispaba, los dedos de sus pies se contrajeron sin que ella misma pudiese controlarlos, y tuvo que taparse la boca, ¡ahĂ­! ¡AhĂ­! ¡AhĂ­….! El estallido la hizo doblarse de placer entre los brazos de Valmayor, un calor delicioso, un picor saciado, una satisfacciĂ³n absoluta…. Aaaah, quĂ© a gusto se habĂ­a quedado… El bedel, aĂºn en la oscuridad del cuarto, no podĂ­a dejar de mirarla, ¡quĂ© delicia penetrarla contemplando cĂ³mo se corrĂ­a! ParecĂ­a tan frĂ¡gil, tan a su merced…. ¡haaaaaaaaah, sĂ­iiiiiiiiiiii…..! Un escalofrĂ­o de electricidad, de chispas picantes, se expandiĂ³ desde sus testĂ­culos, estallando en la punta de su miembro de un modo maravilloso, llevĂ¡ndole al Cielo, dejĂ¡ndole tocar la Gloria y trayĂ©ndole despuĂ©s de vuelta…. Mmmh… las rodillas le temblaban, el cuerpo entero le temblĂ³ varias veces, en estremecimientos que le dejaban desmadejado, deliciosamente indefenso… y pleno de bienestar.

      Dolores, aĂºn jadeando, sintiendo cĂ³mo las gotas de sudor le hacĂ­an cosquillas en la espalda, le abrazĂ³ contra ella, acariciĂ¡ndole la espalda, hĂºmeda tambiĂ©n de sudor limpio y tibio. Valmayor jadeaba contra ella, apretĂ¡ndola, besĂ¡ndole a su vez la cara y el cuello… quĂ© gusto darse mimos. El bedel no era un hombre muy dado a sonreĂ­r, porque le gustaba mantener su reputaciĂ³n de severo e impenetrable, pero en aquĂ©l momento, la sonrisa le llegaba a las orejas.

     -Boni, tenemos que encontrar una soluciĂ³n… no soporto mĂ¡s vernos a escondidas como dos extraños, como si hiciĂ©ramos algo malo… Tenemos que decĂ­rselo a mi hijo. Y al Director.

     -¿TĂº estĂ¡s loca? ¿Pretendes que tu hijo me castre? Mira que sin eso, no te servirĂ© ya… - Dolores estuvo a punto de protestar, pero la bromita de Valmayor, cuyo nombre de pila era Bonifacio (sĂ³lo ella misma lo sabĂ­a, aparte del Director, y sĂ³lo ella podĂ­a llamarle asĂ­), la hizo reĂ­r y olvidar por un momento que querĂ­a tener con el bedel una relaciĂ³n normal, para recordar sĂ³lo lo bien que lo pasaban juntos, y el morbo que tenĂ­a el tener que esconderse de todos…

     Dolores terminĂ³ de limpiar la escalera de fuera, quitando el barro con la manguera, y barriendo despuĂ©s el agua de los escalones con el cepillo, para arrastrarla hacia el desagĂ¼e y evitar que por la noche se formase escarcha, cuando saliĂ³ RocĂ­o con un bocadillito para ella; en la cafeterĂ­a les solĂ­an dar los picos de los bocadillos, porque nadie los querĂ­a.

     -Toma, reina, ¿fue muy duro el bestia del VinagrĂ³n?

     -¡Ay, RocĂ­o…. Él siempre es duro, y es una bestia…! – y sĂ³lo por la rabia que le tenĂ­a RocĂ­o al bedel, no notĂ³ el verdadero tono con que habla Dolita.


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