-…Y allĂ­ estaban todos, mirĂ¡ndome. Y la verdad que me daba un corte espantoso, horrible, pero por otra parte, sentĂ­a que todos m...

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     -…Y allĂ­ estaban todos, mirĂ¡ndome. Y la verdad que me daba un corte espantoso, horrible, pero por otra parte, sentĂ­a que todos me estaban escuchando, que lo estaba haciendo bien… que estaba haciendo lo justo. Estaba ganando al matĂ³n de clase sĂ³lo con palabras. – Guillermo me escuchaba, me escuchaba con verdadero interĂ©s. No me miraba los pechos, no intentaba jugar bajo la mesa, ni siquiera tomarme de la mano, sĂ³lo me escuchaba con toda su simpatĂ­a. Era absolutamente perfecto. Y como era natural, ÉL, llegĂ³ para estropearlo. Mi mĂ³vil empezĂ³ a sonar, era mi jefe, Jean Fidel, mirĂ© de reojo al aparato, pero rechacĂ© la llamada y seguĂ­ contando – Lo malo fue que el matĂ³n decidiĂ³ pegarme antes de que le ganase del todo, y me tirĂ³ al suelo de un empujĂ³n, pero entonces, el resto de los chicos empezaron a decir “tenĂ­a razĂ³n, Thais tiene razĂ³n…”, y todos juntos hicieron frente al matĂ³n, y empezaron a tirarle barro, y las niñas le tiraron zapatos, y entre todos le hicimos huir, y me felicitaron… Yo tenĂ­a sĂ³lo ocho años, pero fue entonces cuando decidĂ­ que querĂ­a ser abogado. QuerĂ­a defender a los demĂ¡s, y hacerlo usando las palabras, convenciendo a todo el mundo.

     -Es una gran historia, Thais. Eres una persona fascinante. – me miraba directamente a los ojos, y me sonrojĂ©.

    -Oh, bueno… - sonreĂ­. – sĂ³lo es una anĂ©cdota de mi niñez.

    -Una anĂ©cdota que prueba que eres una persona increĂ­blemente valiente, y que desde niña tuvo muy clara su vocaciĂ³n… - y volviĂ³ a sonar el telĂ©fono. Puse cara de incomodidad y suspirĂ©, agarrĂ© el mĂ³vil y me dispuse a rechazar otra vez la llamada, pero Guillermo me detuvo el gesto – Por mĂ­ no lo hagas, contesta si quieres.

     -Pero no quiero. – contestĂ©, y directamente apaguĂ© el telĂ©fono y me lo guardĂ© en el bolso. Guillermo me sonriĂ³ abiertamente y apoyĂ³ la barbilla en las manos. Cada vez me gustaba mĂ¡s. Yo trabajaba para Jean, era un grandĂ­simo abogado, y un grandĂ­simo granuja, que se habĂ­a aprovechado de mi debilidad… yo era alĂ©rgica a la mĂºsica. Las ondas sonoras producĂ­an un extraño efecto en mĂ­, me dejaban embobada, totalmente a merced de cualquiera, y podĂ­a sentirme impelida a llevar a la prĂ¡ctica la letra de la canciĂ³n, y como la mayor parte de las canciones suelen hablar de amor o sentimientos… vamos, que le bastaba con tararear para convertirme en su esclava sexual. Al principio, me habĂ­a molestado. Luego, lo habĂ­a tomado como una diversiĂ³n, porque realmente, era divertido tener sexo con un sĂ¡tiro vicioso como Jean… pero ahora, habĂ­a conocido a Guillermo DurĂ¡n. Él tambiĂ©n era abogado, le habĂ­a conocido en un juicio en el que precisamente le habĂ­a ganado, y me habĂ­a dado apoyo en momentos difĂ­ciles, sin pedir nada a cambio. Nos estĂ¡bamos conociendo, y nos caĂ­amos bien… o al menos, Ă©l me caĂ­a bien, muy bien a mĂ­. Cada vez que le tenĂ­a cerca, que me llamaba, o que se me quedaba mirando fijamente, yo sentĂ­a un temblor en el estĂ³mago verdaderamente agradable, que no recordaba haber sentido jamĂ¡s.

     Debido a mi problema, habĂ­a tenido sexo muchĂ­simas veces, y a veces no sĂ³lo con una persona, o no sĂ³lo con hombres… pero podĂ­a decir que nunca, nunca, me habĂ­a enamorado, ni tonteado con nadie. No daba tiempo a ello, mi parte sexual se comĂ­a todo el pastel apenas tenĂ­a la menor ocasiĂ³n, sin dejar nada para despuĂ©s, sin dejar sitio para sentimientos, o ternura… Por primera vez, estaba sintiendo algo mĂ¡s allĂ¡ del cosquilleo sensual. Estaba sintiendo emociones, y eran estupendas. Me morĂ­a de ganas de comĂ©rmele vivo, de besarnos, acariciarnos… pero Guillermo era un caballero, y respetaba mi espacio. ParecĂ­a como si… como si quisiera hacerme sentir muy cĂ³moda, ir despacio y darnos tiempo. A veces, se quedaba a punto de tocarme, de pasarme un brazo por los hombros o darme la mano, pero en el Ăºltimo momento, como si temiera que yo le rechazase, se frenaba, y me sonreĂ­a. Una sonrisa preciosa, la mĂ¡s bonita que habĂ­a visto jamĂ¡s.  En esos momentos, tenĂ­a ganas de lanzarme en sus brazos y apretarle contra mĂ­, pero yo tambiĂ©n me contenĂ­a. Era asombrosamente bueno contenerse.

     Una hora larga mĂ¡s tarde, dejamos la heladerĂ­a donde estĂ¡bamos, y me acompaĂ±Ă³ a mi casa. Caminamos despacio, disfrutando de la tarde soleada, y de nuestra… ¿quĂ© era exactamente? ¿Nuestra amistad? ¿Nuestra incipiente relaciĂ³n? ¿Nuestro… enamoramiento lento, dulce y perfecto? Mi corazĂ³n saltaba de modo maravilloso cada vez que nos mirĂ¡bamos, mis rodillas temblaban y tenĂ­a ganas de saltar. HabĂ­a muchos hombres, Jean entre ellos, que me habĂ­an dado placeres fĂ­sicos inenarrables, que habĂ­an descubierto puntos en mi cuerpo que podĂ­an hacerme aullar de gusto… pero Guillermo me daba placeres sentimentales aĂºn mayores, y habĂ­a descubierto tambiĂ©n puntos mĂ¡gicos, pero esta vez, en mi corazĂ³n. Cuando lo pensaba, me daban ganas de llorar de alegrĂ­a. Casi inconscientemente, al caminar a su lado, en uno de los movimientos de mi brazo, rocĂ© el suyo, y una descarga elĂ©ctrica puso de punta el vello de mi brazo. Nos miramos, y Guillermo me dedicĂ³ una sonrisa extasiada, y no fue capaz de sostenerme la mirada cuando me tomĂ³ la mano. Yo me quedĂ© sin aliento, literalmente no podĂ­a respirar, sĂ³lo acertĂ© a apretar sus dedos entre los mĂ­os, convencida de que no tocaba el suelo, caminaba entre nubes…

    -Bueno… hemos llegado. – anunciĂ©, tontamente segĂºn me pareciĂ³, cuando llegamos al portal del edificio donde tenĂ­a mi casa. Notaba muchĂ­simo calor en la cara y una sensaciĂ³n de felicidad imposible de describir. Guillermo me miraba, sonriente, sin soltarme la mano, moviendo el brazo de lado a lado, como si quisiera decir algo y no se atreviera. - ¿No quieres… Te apetece… subir, y tomar un cafĂ©? – Mi parte “normal” es muy tĂ­mida, y mĂ¡s aĂºn con un hombre que tenĂ­a hacia mĂ­ sentimientos amorosos, y no puramente carnales… Guillermo sonriĂ³ con una pizca de incomodidad, y temĂ­ haber metido la pata.

     -Thais, quiero realmente subir a tu casa – el tono de su voz me calmĂ³ – Pero sĂ© que si subo… acabarĂ© intentando “algo” contigo. Y, sabiendo que has trabajado para ese sĂ¡tiro libertino que es Jean, no quisiera que pensaras que todos los hombres somos iguales, o que yo soy como Ă©l, o… Voy a serte franco, Thais: quiero que nos sigamos viendo, pero no sĂ³lo “como amigos”, ni sĂ³lo para tener sexo. Y precisamente por eso, creo que serĂ­a mejor que evitĂ¡semos tentaciones durante un tiempo. No quiero que pienses que “voy a lo que voy”, ni quiero tampoco que tĂº me tomes a mĂ­ por una diversiĂ³n… ¿quĂ© me dices? ¿Quieres esperar?

     “No quiere sexo de mĂ­… no le importa esperar… quiere esperar…” Mi cerebro me hablaba a travĂ©s de una cortina de nubes rosadas, flores, arcoĂ­ris y mĂºsica de violĂ­n.

    -Digo “SĂ­, quiero”. – contestĂ© con toda intenciĂ³n, con una sonrisa embobada en el rostro. Guillermo me devolviĂ³ la misma sonrisa, y dando un paso hacia mĂ­, me besĂ³ en la mejilla. Al separarse, pareciĂ³ pensĂ¡rselo mejor, y me dio un rĂ¡pido beso en los labios, sin abrirlos, y yo no pude dejar de reĂ­r mientras subĂ­a los escalones hasta el portal. Desde arriba de la escalera le dije adiĂ³s, y Ă©l me saludĂ³ con la mano sin irse. EntrĂ© en el portal y le tirĂ© un beso, diciĂ©ndole adiĂ³s de nuevo, y me volvĂ­ dos o tres veces hasta que lleguĂ© al ascensor y lo llamĂ©, y Guillermo se quedĂ³ en la calle todo el rato, con esa deliciosa sonrisa, hasta que llegĂ³ el ascensor y finalmente desaparecĂ­ de su vista.

     Ya dentro de la cabina, no pude evitar ponerme a dar saltitos y emitĂ­ un “¡yiiiiiiiiiiiiiiiiiii!” de alegrĂ­a, ¡era feliz, eran tan feliz! Yo no sabĂ­a que era tan maravilloso estar enamorada, en ese momento me sentĂ­a capaz de todo, dispuesta a todo, e incapaz de enfadarme, molestarme o entristecerme por nada.

    -¡Ya era AĂ‘O! ¿¡Tienes idea de cuĂ¡nto tiempo llevo esperando aquĂ­?! – “EstĂ¡ bien, CASI nada”, me dije al ver a Jean en el descansillo apenas se abriĂ³ la puerta del ascensor.

     -¿Se puede saber quĂ© haces en mi casa? – mi humor habĂ­a cambiado con una rapidez increĂ­ble.

     -En primer lugar, no estoy en tu casa, sino en el descansillo, y te garantizo que no es precisamente cĂ³modo; no hay aire acondicionado, la moqueta estĂ¡ sucia, y ninguno de tus vecinos tiene copia de tus llaves. ¿Sabes lo irresponsable que es eso? ¿Sabes que si alguna vez, accidentalmente, te dejas las llaves dentro, tendrĂ¡s forzosamente que pasar la noche fuera o llamar a un cerrajero que te cobrarĂ¡ un dineral? – Él intentaba colarse en mi casa, y al no conseguirlo, mĂ¡gicamente la culpa la tenĂ­a yo; Jean era un buen abogado por cosas asĂ­. Pero tambiĂ©n era una persona cargante, imposible e inmoral precisamente por el mismo motivo.

     -Jean, corta el rollo, ¿quĂ© haces aquĂ­?

     -¿QuĂ© quĂ© hago aquĂ­…? ¡Venir a verte! Te he llamado unas diez veces esta tarde, no me contestabas, y finalmente apagaste el mĂ³vil, estaba preocupado, ¿no puede un amigo preocuparse por su amiga? – TenĂ­a la mano apoyada en el dintel de mi puerta, esperando que yo abriera para colarse enseguida, y habĂ­a hablado casi con ansiedad, como si realmente su preocupaciĂ³n fuese honesta… pero yo no pensaba abrir la puerta mientras Ă©l siguiese allĂ­, y ya tenĂ­a tiempo de conocerle para saber que su Ăºnica preocupaciĂ³n, era saber si esa tarde habrĂ­a sexo, y si no, propiciarlo aprovechĂ¡ndose de mi secreto.

     -Jean, tu concepto de la amistad, no coincide ya con el mĂ­o. – Su estupor le hizo apartarse momentĂ¡neamente de la puerta, y aprovechĂ© para meter la llave, y de inmediato, se arrimĂ³ de nuevo.

     -Thais… - se forzĂ³ a sonreĂ­r - ¿QuĂ© quieres decir? Cuando estuve en el hospital por mi apendicitis, que tĂº provocaste con sexo…

    -¿Que yo provo…? ¿QuiĂ©n se puso a tararear, a sabiendas de lo que eso producirĂ­a?

    -¿QuiĂ©n sabĂ­a a ciencia cierta que yo intentarĂ­a cualquier cosa para desbocarte, y no tomĂ³ ninguna precauciĂ³n? – intentĂ© protestar de nuevo, pero Jean me tapĂ³ con su voz – Thais, cuando una persona sufre un robo, la culpa es del ladrĂ³n sin lugar a dudas, pero si esa persona se pone a contar billetes de quinientos euros en plena calle, a la vista de otra persona que sabe que es un carterista profesional, estĂ¡ propiciando ese robo. Y eso fue lo que hiciste tĂº, tienes que reconocerlo… Pero no es eso lo que importa. Lo que importa, es que en el hospital, tĂº misma dijiste que Ă©ramos amigos. De eso, hace apenas unos meses, ¿puedo saber en quĂ© difiere ahora tu concepto de la amistad?

    -Para empezar, un amigo es alguien que, conociendo mi debilidad, no se aprovecha de ella de una manera tan sucia.

    -Entonces, eso debiste habĂ©rmelo dicho en Ă©se momento, no tres meses mĂ¡s tarde… - De nuevo intentĂ© contestar, pero Jean cruzĂ³ el brazo para apoyarse en el otro lado del marco de la puerta, cerrĂ¡ndome el paso a mi casa, y sonriĂ³. Esa sonrisa tan suya que le marca los mofletes y le resalta la nariz gordita, y le hace entrecerrar los ojos pĂ­caros tan negros… ¡y que detesto! – Thais, soy abogado, he sido tu jefe, sabes cĂ³mo trabajo y cĂ³mo argumento… No puedes darme una excusa que yo no sea capaz de rebatir y destrozar. AsĂ­ que… ¿quĂ© te parece si directamente me dejas pasar y lo discutimos mĂ¡s tranquilamente? – ampliĂ³ la sonrisa para añadir – Llevo mantequilla fresca en el maletĂ­n.

    “¡SerĂ¡s GUARRO!” pensĂ© sin poder contenerme, y estuve a punto, a punto de decĂ­rselo… pero me contuve. Eso, era lo que pretendĂ­a, hacerme perder el control, sacarme de mis casillas. ¿De modo que era muuyyyyyyyyy buen abogado, verdad? ¿PodĂ­a rebatir y destrozar todo lo que yo dijera, verdad? Muy bien, vamos a comprobar esa serenidad de Ă¡nimo.

    -Jean, voy a casarme.

    -¡¿QUÉ?! - ¡FuncionĂ³! La sorpresa le hizo moverse y logrĂ© abrir la puerta, pero a la dĂ©cima de segundo se repuso y de nuevo cruzĂ³ el brazo, impidiĂ©ndome que entrara. – No… no te creo.

     -Pues crĂ©etelo. Estoy saliendo con Guillermo DurĂ¡n, y vamos en serio, acabo de estar con Ă©l, puedes preguntĂ¡rselo.

    -¿Guiller…? No, Thais, no puedes hacer eso. – intentĂ© escabullirme por debajo de su brazo, y Ă©l se moviĂ³ por la puerta, tratando de cortarme el paso, parecĂ­amos dos crĂ­os haciendo el tonto.

    -¡Huy que no! ¡EspĂ©rate y verĂ¡s si puedo! – protestĂ©, intentando esquivarle.

    -Pero es que eso significa… significa que… - parecĂ­a a punto de echarse a llorar, estaba tan cĂ³mico que quise reĂ­r, pero me obliguĂ© a recordar lo cerdo que era.

    -¿Significa que quĂ©?

    -Pues que… ¡que harĂ¡s el amor con alguien, sin necesidad de mĂºsica! – se lamentĂ³, y soltĂ© un “¡OH!” de indignaciĂ³n y casi de asco, ¿cĂ³mo podĂ­a ser tan pervertido, es que sĂ³lo era capaz de pensar en eso? Aprovechando su momento de “tristeza”, logrĂ© al fin escaparme bajo su brazo, pasĂ© a mi casa y cerrĂ© de un portazo, pero aĂºn asĂ­ le oĂ­ detrĂ¡s de mi puerta - ¿¡Por quĂ© no es conmigoooooooooooooooooooo….?! – “…Voy a tener que buscarme otra casa”, pensĂ©.



****************


     Guillermo oyĂ³ el timbre de su telĂ©fono y lo cogiĂ³, pero cuando vio el nĂºmero del que se trataba, sonriĂ³ y esperĂ³ tres toques mĂ¡s antes de descolgar.

     -¿Si…? – preguntĂ³, retĂ³ricamente.

     -DurĂ¡n, soy yo. – La voz de Fidel destilaba rabia. Y cĂ³mo se alegraba. – Dice mi pasante que vais a casaros.

      -Jean, ella ya no es tu pasante… y me alegra que me hayas dado la noticia, yo le dije sĂ³lo que querĂ­a con ella una relaciĂ³n estable, me encanta saber que la tengo tan en el bote.

     -Guillermo, lo que estĂ¡s haciendo es una puerca y miserable canallada, que…

     -AhĂ³rrate la retĂ³rica, querido enemigo y colega. Lo que estoy haciendo, es exactamente lo mismo que hiciste tĂº, te recuerdo. Y ni siquiera llego a tu nivel, Thais y tĂº solamente os acostabais, Elisa estaba prometida conmigo, cuando tĂº llegaste y me la arrebataste.

     -Escucha, de acuerdo, fui un cerdo, un cabrĂ³n, seduje a tu novia sĂ³lo porque estaba harto de la envidia que me dabais, de acuerdo. RompĂ­ tu matrimonio antes de que se produjera, Elisa te abandonĂ³ por culpa mĂ­a, tienes razĂ³n en todo… Pero pĂ¡galo conmigo, no con ella, ¿quĂ© culpa tiene Thais?

    -¿QuĂ© culpa tenĂ­a Elisa? Ninguna, igual que Thais, simplemente estaba en medio de ti y de mĂ­. TĂº no la querĂ­as, pero te la tiraste sĂ³lo para hacerme daño. Y lo lograste. Pues lo siento mucho por ella, pero estĂ¡ en la misma situaciĂ³n, en medio de ti y de mĂ­, y voy a hacer exactamente lo mismo: voy a tirĂ¡rmela, sĂ³lo para hacerte daño.

    -DurĂ¡n… ¿no te das cuenta que haciendo eso, sĂ³lo te pones a mi nivel? ¿De verdad quieres ser como yo, quieres ser un capullo, un cabrito, un gusano?

    -No te des golpes de pecho, que es inĂºtil, Jean… Con el cuentecito de “no ponerse a tu nivel”, te llevas escaqueando y yĂ©ndote de rositas toda la vida. Pues ya va siendo hora que alguien te ponga en tu sitio, y me alegro de ser yo. Si te molesta que haga daño a Thais, piensa quiĂ©n tiene la culpa de ello. ¿QuiĂ©n lleva siendo un pervertido desde su primera erecciĂ³n? ¿QuiĂ©n querĂ­a dejar de ser “Jeanny Hierros”, y no por mejoramiento personal, sino sĂ³lo para dar por los morros y aprovecharse de todas las tĂ­as que se habĂ­an reĂ­do de su aparato dental, su acnĂ©, y su cuerpo desgarbado? ¿QuiĂ©n ha convertido cada conquista en una pequeña venganza personal contra el gĂ©nero femenino, y ha sido incapaz de querer a nadie…? ¿QuiĂ©n me quitĂ³ a la que ya prĂ¡cticamente era mi mujer, sĂ³lo por quedar por encima? SĂ³lo por envidia, porque era incapaz de darse a nadie, y por lo tanto, sabĂ­a que nadie le querrĂ­a nunca… - Jean guardĂ³ silencio. – Exacto. Si tĂº me hubieras dejado en paz, si hubieras dejado en paz a Elisa, yo ahora serĂ­a un hombre felizmente casado.

     -¡SerĂ­as un hombre felizmente cornudo! – mascullĂ³ Jean sin poder contenerse. – Yo la seduje, yo rompĂ­ vuestro compromiso, yo te hice daño a ti, y tambiĂ©n la hice daño a ella cuando se dio cuenta de quĂ© habĂ­a hecho y por quĂ©… pero nunca le mentĂ­, nunca le dije que estuviese enamorado de ella, sĂ³lo le hice proposiciones de sexo, y ella aceptĂ³, a sabiendas de que no era mĂ¡s que un revolcĂ³n. Si lo hizo conmigo a tres dĂ­as de su boda, lo hubiera hecho con cualquiera, mĂ¡s tarde o mĂ¡s temprano, yo sĂ³lo te abrĂ­ los ojos, casi deberĂ­as estarme agradecido.

     -Si lo hubiese hecho o no, es algo que, “gracias a ti”, ya no podrĂ© saber nunca.

     -DurĂ¡n, escucha… mira, sĂ© que siempre has querido ser socio de la firma de Mendoza y GuzmĂ¡n, y yo les conozco bien, puedo hacer que te cojan de Consejero de DirecciĂ³n, dentro de pocos meses, uno de su cĂ­rculo se jubila, y tĂº…

     -Dios mĂ­o… - sonriĂ³ Guillermo. – Esa chica te importa de verdad. No sĂ© quĂ© verĂ¡s en ella, es mona, pero es muy sosilla, y parece tener una edad mental de quince años, pero… a ti te importa. Nunca soñé con dar con algo asĂ­ para tomarme la revancha. Te garantizo que lo voy a disfrutar. Cuando me meta dentro de ella y piense que estoy justo donde a ti te gustarĂ­a estar, que me estoy llevando yo, lo que te importa a ti… me va a costar horrores aguantar mĂ¡s de un minuto. – Jean intentĂ³ aĂºn decir algo mĂ¡s, atacar por otro lado, pero DurĂ¡n se riĂ³ con cinismo – Venga, Fidel, ¿de quĂ© te quejas? De todos modos, te dejarĂ© las sobras. Cuando, despuĂ©s de algĂºn tiempo, le diga que no quiero nada, que he perdido la ilusiĂ³n o cualquier tonterĂ­a, la pobre se quedarĂ¡ hecha polvo, y… “alguien” tendrĂ¡ que consolarla. Te la estoy poniendo en bandeja, casi deberĂ­as estarme agradecido. – Jean colgĂ³. DurĂ¡n tuvo la impresiĂ³n que, de haberse tratado de un telĂ©fono de mesa en lugar de un mĂ³vil, su querido enemigo hubiera colgado estrellando el auricular contra el aparato. Y sonriĂ³.

     No le faltaba razĂ³n. Jean contemplĂ³ el mĂ³vil en su mano, cerrĂ³ el puño, y lo estrellĂ³ contra la pared. Y de inmediato, se le desencajĂ³ la cara de dolor, y se puso a soplarse la mano, ¡se habĂ­a hecho polvo…!

     En el pasado, hacĂ­a como cuatro años, Guillermo habĂ­a estado prometido con una chica preciosa, Elisa. Se conocĂ­an desde la facultad y siempre habĂ­an sido los perfectos tortolitos, siempre haciĂ©ndose arrumacos, un besito por aquĂ­ y otro por allĂ¡, “cuelga tĂº primero” cuando se llamaban… estar cerca de ellos, era acabar hiperglucĂ©mico. DurĂ¡n le pidiĂ³ matrimonio de rodillas, en medio de un programa de televisiĂ³n, y no dejaba de presumir de lo feliz que era, de que el amor era algo maravilloso… quĂ© pena que “otros”, en su bĂºsqueda de sexo como perros en celo, no fueran a catarlo jamĂ¡s, decĂ­a. Jean pensĂ³ en darle una lecciĂ³n, y aunque era cierto que las continuas zalamerĂ­as que se traĂ­an Ă©l y Elisa le irritaban, no era menos cierto que les tenĂ­a una envidia brutal. Cuando a Ă©l le llamaba alguna chica, era para pedirle que le devolviera las bragas. De modo que se propuso seducir a Elisa. Lo cierto es que no pretendĂ­a llegar hasta la cama con ella, sĂ³lo que ella aceptase salir con Ă©l, quizĂ¡ que se besaran, y demostrarle asĂ­ a DurĂ¡n que su perfecto amor, bien podĂ­a hacer aguas… pero resultĂ³ que Elisa, que sĂ³lo habĂ­a tenido relaciones con Guillermo, tenĂ­a el capricho de darse un homenaje con otra persona antes de atarse para siempre, y la cosa fue mucho mĂ¡s rodada de lo que esperaba Jean, y Ă©l sabĂ­a que debiĂ³ haberse parado, tuvo que haberse detenido,… pero no fue capaz. En el mismo coche de Jean, aparcados en la calle, aunque de noche, el abogado se habĂ­a encontrado debajo de la aparentemente puritana Elisa, a quien tuvo que tapar la boca con las manos, porque no dejaba de gritar.

     La joven le confesĂ³ que Ă©l habĂ­a sido su primer orgasmo, y Jean se sintiĂ³ como una mierda. Acababa de romper una pareja, y lo sabĂ­a. Elisa, con DurĂ¡n, fingĂ­a ser una recatada doncella, porque eso era lo que le gustaba a Ă©l, pero con Jean no tenĂ­a por quĂ© fingir nada, y se habĂ­a soltado… Jean intentĂ³ convencerla de que hablase con Guillermo, el sexo siempre se podĂ­a mejorar, si lo sabrĂ­a Ă©l… pero Elisa se negĂ³, dijo que, despuĂ©s de haber probado cĂ³mo era el sexo con un tĂ­o que ya iba enseñadito, no estaba dispuesta a tener que ser ella la que enseñase, que ya habĂ­a perdido bastantes noches con Ă©l. Elisa rompiĂ³ su compromiso, y, que Ă©l supiera, habĂ­a tenido varios lĂ­os en los Ăºltimos años. DurĂ¡n no habĂ­a dejado de perseguirla, pero ella se negaba a volver.

     Con toda justicia, Guillermo culpaba a Jean de todo lo sucedido, y desde entonces habĂ­a intentado devolvĂ©rsela, y se habĂ­a quedado con las ganas. Sentimentalmente, Jean no estaba atado a nadie, sus compañeras sexuales eran sĂ³lo rollos de una noche. Profesionalmente, era uno de los mejores, era casi imposible robarle una victoria… pero mira por dĂ³nde, que habĂ­a aparecido Thais, y el imbĂ©cil de Jean, atraĂ­do primero por su extravagante timidez, y casi enseguida por la alergia a la mĂºsica que la convertĂ­a en una tigresa, no habĂ­a tenido mejor idea que desarrollar una debilidad por ella. Y esa debilidad, la habĂ­a convertido en el blanco de la venganza de DurĂ¡n. SabĂ­a que tenĂ­a que protegerla, tenĂ­a que evitar que Guillermo se aprovechase de ella y le rompiese el corazĂ³n, tenĂ­a que impedirlo… pero no sabĂ­a cĂ³mo.


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     -Entonces, en tu casa, a las nueve… Thais, ¿de verdad estĂ¡s segura?... Claro que yo lo estoy, sueño con ello… pero no quiero que te sientas obligada por mĂ­… De acuerdo, simplemente si sucede, no lo impediremos. Thais… te quiero. – DurĂ¡n oyĂ³ al otro lado un suspiro que casi parecĂ­a un sollozo, y colgĂ³ con una gran sonrisa. Jean se creĂ­a muy listo, un conquistador, pero la verdad que era muy fĂ¡cil. HabĂ­an pasado un par de semanas desde la cita en la heladerĂ­a, y desde entonces se habĂ­an visto casi todos los dĂ­as. Él se daba cuenta que Thais estaba loca por Ă©l, y tenĂ­a ganas de Ă©l, le deseaba… pero haciĂ©ndose esperar, despuĂ©s podrĂ­a decirle que Ă©l no se habĂ­a aprovechado de ella, que habĂ­a sido ella quien siempre habĂ­a querido. No era la primera vez que le invitaba a cenar en su casa, pero hasta el momento, Ă©l siempre habĂ­a rehusado. Ahora, habĂ­a aceptado. Esa noche, llevarĂ­a a cabo su venganza. Con una sonrisa de complacencia, lanzĂ³ una moneda al limpiabotas que le lustraba los zapatos, se levantĂ³ y se marchĂ³.

     Ni diez segundos mĂ¡s tarde, apareciĂ³ Jean, se sentĂ³ en el mismo asiento que habĂ­a ocupado DurĂ¡n y abriĂ³ su periĂ³dico.

     -Esta noche irĂ¡ a su casa, a las nueve. CenarĂ¡n allĂ­ juntos y solos. Le ha dejado caer que habrĂ¡ sexo, y le ha dicho que la quiere. – La voz del limpiabotas, desde debajo de la gorra gris y sucia, llegĂ³ perfectamente hasta Jean, quien no pareciĂ³ darse por aludido, pero al levantarse, fingiendo estrechar la mano del limpia, le pasĂ³ un billete de cien euros. Éste se lo guardĂ³ rĂ¡pidamente… ay, quiĂ©n le habĂ­a visto y quiĂ©n le veĂ­a ahora, y pensar que Ă©l habĂ­a sido concejal de urbanismo, director gerente de una empresa y hasta dueño de un equipo de fĂºtbol… Y un dĂ­a, se cruza en tu camino Luciano Carvallo, Inspector de Hacienda, y todo se va a la mierda…



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     La ventaja de Jean, era que conocĂ­a a Guillermo, sabĂ­a que sus costumbres eran mĂ¡s o menos fijas, de modo que habĂ­a ido recorriendo sus itinerarios; restaurantes, kioscos de prensa, a su portero, al limpiabotas, al botones que le subĂ­a los cafĂ©s… hasta se habĂ­a expuesto a las iras de su secretaria, con la que se habĂ­a acostado meses atrĂ¡s, para que ella tambiĂ©n le pasara informaciĂ³n. El resultado era que DurĂ¡n no lo sabĂ­a, pero estaba mĂ¡s vigilado que el cuerpo diplomĂ¡tico. A Jean le habĂ­a costado dos semanas y casi dos mil euros en propinas, pero al fin, sabĂ­a cuĂ¡ndo y dĂ³nde iba a ser. O cuĂ¡ndo y dĂ³nde NO iba a ser, porque Ă©l estaba dispuesto a impedir que sucediese, fuera como fuese.


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     Eran las nueve menos cinco cuando sonĂ³ el timbre, y Thais, vestida en vaqueros y camiseta, corriĂ³ a abrir. En el Ăºltimo momento, se detuvo frente a la puerta, y aguardĂ³ que llamase otra vez, y entonces abriĂ³. DurĂ¡n llevaba un ramillete de flores amarillas, claveles.

     -Buenas noches… - sonriĂ³, ofreciendo las flores. Thais inclinĂ³ la cabeza, con una sonrisa extasiada, y tomĂ³ el ramillete abrazĂ¡ndole a la vez.

    -Hola, Guillermo, pasa, por favor. – El citado entrĂ³ y se sentĂ³ en el sofĂ¡ del salĂ³n, mientras Thais se llevaba las flores. La verdad que mirĂ¡ndolas detenidamente, mĂ¡s bien parecĂ­an repollos pequeños con mantequilla encima, pero ¡quĂ© mĂ¡s daba! Le habĂ­a traĂ­do flores, ¡flores! ¿CuĂ¡ndo le habĂ­a traĂ­do alguien a ella flores? RecordĂ³ que Jean, en una ocasiĂ³n, se habĂ­a presentado con lo que parecĂ­a un capullo de rosa. En realidad, era un tanga doblado sobre un tallito verde para dar la apariencia de la citada flor. Jean sĂ³lo era capaz de pensar en dinero, o en sexo. Pero no era momento de pensar en ese pervertido, regresĂ³ al salĂ³n y se sentĂ³ junto a DurĂ¡n, quien habĂ­a puesto los pies encima de la mesita y le miraba con picardĂ­a.

     -He preparado una cena frĂ­a… - musitĂ³.

     -Eso va a venir bien, porque yo estoy todo lo contrario. – Thais temblĂ³ de pies a cabeza cuando notĂ³ que Guillermo se acercaba a ella, la abrazaba de la cintura y empezaba a acariciar… “Ay, Dios… a efectos prĂ¡cticos, es como si fuera virgen…”, pensĂ³ la abogada, y no era del todo mentira. Siempre que habĂ­a tenido sexo, habĂ­a sido bajo el influjo de la mĂºsica, nunca sin ella, y despuĂ©s de que sucediera lo que sucedĂ­a, le recordaba todo a rĂ¡fagas, como un sueño… De modo que ahora, en Ă©stas, apenas sabĂ­a quĂ© tenĂ­a que hacer y todo le daba un poco de miedo.

     “RelĂ¡jate, Thais”, se dijo “Él es bueno, y te quiere… te enseñarĂ¡, tu sĂ³lo dĂ©jate llevar”. DurĂ¡n la apretĂ³ contra Ă©l, y empezĂ³ a besarle la frente, luego las mejillas, y casi enseguida llegĂ³ a la comisura de sus labios, y cuando su boca se posĂ³ en la suya, el estĂ³mago de Thais… No, no se encogiĂ³. Sorprendida, ella misma le besĂ³ de nuevo, pero su cuerpo no le respondĂ­a. Estaba nerviosa, pero no propiamente excitada. ¿QuĂ© sucedĂ­a? TenĂ­a ganas de besarle, querĂ­a que hiciesen el amor, ¿por quĂ© su cuerpo no se emocionaba…? Y en ese momento, llamaron a la puerta.

     -¿Esperabas a alguien? – preguntĂ³ Guillermo, y ella negĂ³ con la cabeza. Quiso besarle de nuevo, averiguar quĂ© le estaba sucediendo, pero quien fuese que hubiera en la puerta, insistiĂ³.

     -SerĂ¡ mejor que vaya… - suspirĂ³, y fue a abrir.

     -¿Ha preparado su alma para el MĂ¡s AllĂ¡? – apenas le dio tiempo a abrir la puerta, un hombre muy alto y barbudo puso un libro frente a su nariz, “Yo soy JehovĂ¡”.

     -¿QuĂ©? – Thais intentĂ³ retirar el libro para mirar al hombre a la cara, pero Ă©ste movĂ­a el mamotreto para que ella no pudiera hacerlo.

     -¡Nunca se sabe cuĂ¡ndo puede llegar el momento, el fin puede estar muy cerca, es preciso prepararse, deje entrar al Señor en su vida y olvĂ­dese para siempre de sus miedos!

      -Señor, es muy amable, pero… - intervino Guillermo, acercĂ¡ndose a la puerta - …ahora mismo, nos pilla que no podemos atenderle…

      -¡Oh, ya veo, hombre, mujer, y no hay anillos en vuestras manos! ¡Os disponĂ­ais a pecar, insensatos, gracias a Él que he llegado a tiempo de impedir que vuestras almas puedan perderse en un torbellino de lujuria! Señorita, dĂ©jeme pasar para hablar con usted unos instantes, y me lo agradecerĂ¡ toda su vida.

     - ¿Quiere largarse antes de que llamemos a la policĂ­a? – insistiĂ³ DurĂ¡n.

     - TĂº, demonio, que pretendĂ­as arrastrar a tus garras a una buena chica pura, no puedes amenazarme con la policĂ­a humana, dado que yo estoy protegido por un Poder Superior…

     -¿Jean…? – el nombre saliĂ³ de los labios de Thais casi como si tuviera la esperanza de que, por favor, no fuese Ă©l. El segundo de vacilaciĂ³n del supuesto testigo de JehovĂ¡, fue la confirmaciĂ³n. La joven pegĂ³ un manotazo al libro para mirarle a la cara. AquĂ©llos, eran los ojos de Jean. – SerĂ¡s… - de un zarpazo, agarrĂ³ la barba gris del abogado y pegĂ³ un tirĂ³n de ella, para arrancarla de cuajo.

     -¡AUH! – se quejĂ³ Ă©ste - ¡Estaba pegada, eso duele!

     -¡Y mĂ¡s que te va a doler! – Thais le arrebatĂ³ el librote y lo levantĂ³ contra Ă©l.

     -¡La cara no, en la cara no…! – suplicĂ³ Jean, pero antes que ella pudiese dar el golpe, DurĂ¡n la sujetĂ³.

     -Jean, en serio… sabĂ­a que eras ruin, envidioso, lĂºbrico y mala persona en general, pero esto, ya clama al cielo.

     Fidel se le quedĂ³ mirando unos segundos, y despuĂ©s mirĂ³ hacia Thais.

     -Thais, Ă©ste hombre no quiere de ti nada mĂ¡s que sexo, sĂ³lo pretende aprovecharse de ti, tienes que creerme.

     -Oh, claro, porque como tu conducta con las mujeres, y conmigo, ha sido siempre intachable, y nunca te has aprovechado de ninguna ni has ido detrĂ¡s de nosotras para conseguir sĂ³lo sexo, tu palabra es absolutamente fiable…

     -¡Recuerda que yo, nunca te he mentido! – al ver la cara de Thais, se corrigiĂ³. – SĂ³lo en alguna ocasiĂ³n, me he servido de subterfugios para conseguir sexo, pero, nunca, nunca, te he engañado… ¡PregĂºntale por Elisa!

     -¿QuĂ© Elisa? – quiso saber Thais, y DurĂ¡n sonriĂ³.

     -¿Nos perdonas un segundo? SĂ³lo va a ser un momentito, voy a tener dos palabras con Ă©ste cretino, y vuelvo.

    -Pero…

     -Thais, te garantizo que no volverĂ¡ a  molestarnos en toda su vida. EspĂ©rame, cariño. – Se besĂ³ los dedos y le pegĂ³ el beso en los labios. Salieron del apartamento.

     -Guillermo, te prevengo, si hace falta que estĂ© toda la noche aporreando esa puerta, lo harĂ©.

     -No, no lo harĂ¡s. No si quieres ser concejal – sonriĂ³ DurĂ¡n.

     -¿QuĂ©? – Jean habĂ­a pensado en presentarse para concejal del ayuntamiento, pero hacĂ­a falta una buena cantidad de dinero para presentar candidatura, o… amigos dentro del ayuntamiento.

     -Tengo muchos amigos, personas que me deben favores, que podrĂ­an hacerte concejal, y… dentro de dos o tres años, podrĂ­as ser candidato a alcalde. Tienes labia y carisma, no sĂ³lo podrĂ­as conseguirlo, sino que de aquĂ­ a diez años, puede incluso que tuvieras la puerta abierta a… algo mĂ¡s.

     -¿PorquĂ© me ofreces esto? Se supone que quieres vengarte de mĂ­…

     -Y lo quiero, pero si tĂº le cuentas a Thais lo de Elisa, ella atarĂ¡ cabos, desconfiarĂ¡, no podrĂ© hacerlo… y, sinceramente, tengo curiosidad por acostarme con ella. Si tĂº, que eres Mr. PerversiĂ³n, te has encariñado tanto con ella, tiene que ser la pera, quiero probar algo asĂ­.

     -¿”Probar”? ¡No es un helado!

     -Jean, no te hagas el puritano, tĂº no. Mira, llama a Ă©ste nĂºmero esta misma noche, en cuanto salgas de aquĂ­. Pregunta por d. Ernesto y di que vas de mi parte, Ă©l sabe que tĂº quieres ser concejal… dĂ­selo, y presenta tu candidatura mañana mismo. A cambio, sĂ³lo quiero una temporada de sexo fĂ¡cil con ella, ya estĂ¡… - Jean se quedĂ³ mirando la tarjeta. – SabĂ­a que tomarĂ­as la decisiĂ³n adecuada. Nos veremos el lunes en el ayuntamiento.

    DurĂ¡n entrĂ³ de nuevo en el apartamento, dejando a Jean en el descansillo.

    -¿QuĂ© ha pasado? ¿Y quiĂ©n era Elisa? – preguntĂ³ Thais apenas le vio aparecer.

    -Elisa es una chica que conocimos los dos, y por la cual nos peleamos. No ha podido perdonĂ¡rmelo. – sonriĂ³ con tristeza – Pero en fin, hemos hablado y creo que por fin ha entendido lo que pasa entre nosotros… Thais…

   La joven sonriĂ³ y se metiĂ³ entre sus brazos, ilusionada, pero algo preocupada. DurĂ¡n se inclinĂ³ levemente sobre ella y la besĂ³, acariciando sus labios, y casi enseguida notĂ³ su lengua… “Me gusta… me gusta, pero… ahora mismo, podrĂ­a estar en los brazos de cualquier otro tĂ­o, y me darĂ­a igual… ¿QuĂ© me sucede?”, pensĂ³ Thais, y sintiĂ³ ganas de llorar, pero entonces, se separaron, mirĂ³ a la terraza, y sintiĂ³ ganas de chillar de miedo, cuando vio en ella a Jean, que se envolvĂ­a el brazo con la chaqueta, ¿¡quĂ© hacĂ­a allĂ­!? ¿Y cĂ³mo habĂ­a llegado a la terraza de un noveno piso?

     -¡No querĂ­a hacer esto, pero me han obligado! – le oyĂ³, su voz ahogada por el cristal. Jean pegĂ³ un puñetazo a la puerta y  la partiĂ³, DurĂ¡n quiso lanzarse a por Ă©l, pero entonces Fidel, con la otra mano, accionĂ³ un archivo de sonido del mĂ³vil.


    -¿EstĂ¡s loco…? – preguntĂ³ Guillermo, pero vio cĂ³mo Jean sonreĂ­a, mirando a Thais, que estaba tras su rival. DurĂ¡n se volviĂ³, y vio a Thais con una sonrisa embobada en el rostro, meciĂ©ndose lentamente al compĂ¡s de la mĂºsica. Jean metiĂ³ la mano por el cristal roto, y abriĂ³ la puerta. Él sabĂ­a que la alergia de su antigua pasante a la mĂºsica, no sĂ³lo consistĂ­a en verse vencida por las ondas sonoras, sino impulsada a seguir la letra… En ese momento, Thais sĂ³lo era capaz de seguir a Jean hasta el fin del mundo. - ¡Thais!

     -Quita de aquĂ­… no puedes alejarme de Ă©l… - murmurĂ³, lĂ¡nguida, mientras se disponĂ­a a abrazar a Jean. Al tratarse de una canciĂ³n de misa, Thais sĂ³lo serĂ­a capaz de pensar en amor a Dios en las prĂ³ximas horas, hasta que se le pasara.

     -¡Jean, esta ha sido la jugada mĂ¡s sucia que…!

     -No, DurĂ¡n, la jugada mĂ¡s sucia, ha sido dar aviso a la grĂºa de que tu coche tapaba parte del vado del paso de peatones, ¡se lo estĂ¡n llevando!

     -¿¡QuĂ©!? Thais, escucha, ahora tengo que arreglar eso, pero tan pronto como pueda, volverĂ©, ¿vale?

     -No… no vuelvas – canturreĂ³ la abogada, abrazada a la espalda de Jean, con la mirada fija en el telĂ©fono de donde salĂ­a la mĂºsica. – Guille, mi cuerpo no te quiere… QuizĂ¡s a mi cerebro le intereses, pero a mĂ­, no.

     -Eeh… mira, ahora no estĂ¡s para… ahora no estĂ¡s. Ya hablaremos de esto, ¡hasta luego!

     -¡Y el puesto de concejal, me importa un bledo! – gritĂ³ Jean, mientras DurĂ¡n se largaba. QuitĂ³ la mĂºsica, y agitĂ³ a Thais por los hombros. – Thais,… ¿me oyes…?

     -Jeanny… - sonriĂ³ ella, una sonrisa que Ă©l conocĂ­a muy bien, y que le gustaba mucho, pero por una vez, tenĂ­a que conseguir ser frĂ­o – Te he echado de menos, pichabrava, ¿dĂ³nde estabas, que no venĂ­as a ponerme mĂºsica…? – ronroneĂ³, y echĂ³ las manos  a la bragueta del abogado; Jean puso los ojos en blanco, sĂ³lo la vocecita que le ponĂ­a y el brillo de su mirada, ya eran suficientes para levantarle… el Ă¡nimo, pero que encima le empezase con caricias… ¡no, no, tenĂ­a que ser fuerte, tenĂ­a que hablar con Thais, no con su otra personalidad!

     -No, espera… esperaaa...

    -He esperado mucho… vengaa… ¿es que quieres hacerte el duro hoy? ¿Por quĂ© no me tumbas… por quĂ© no me empotras contra la pared…? – la boca tĂ³rrida de Thais acariciĂ³ el cuello del abogado, que Ă©l recordara, nunca habĂ­a hablado tanto con la parte tigresa de Thais, apenas ella despertaba, pasaba a la acciĂ³n de inmediato. Hoy, al haber usado una canciĂ³n religiosa, la tigresa parecĂ­a haber despertado, pero no tan feroz como otras veces.

     -Eeeh… es que hoy quiero hacerlo en la ducha, ¿vamos a la ducha? – tenĂ­a la esperanza de que un buen chorretĂ³n de agua frĂ­a, la ayudase a despertar.

     -¡Mmmmh, sĂ­! – Thais saltĂ³ a sus brazos, abrazĂ¡ndole con las piernas, y le besĂ³, metiĂ©ndole la lengua en la boca. Jean sintiĂ³ que su resistencia se esfumaba, de verdad querĂ­a hablar con Thais, explicarle lo que sucedĂ­a… pero, caray, aquello era mĂ¡s de lo que un hombre que se preciase de serlo, podĂ­a aguantar. – Mmmh… ESTO, es un beso… oh, Jean… contigo, siento tantas cosas.

     -¿QuĂ© cosas? – quiso saber el abogado, dirigiĂ©ndose al cuarto de baño.

     -Hormigueo… impaciencia… mariposas… cosquillas… todo. Jean… Jean, quiero ser tu favorita, quiero estar siempre contigo. No me importa si tienes a otras, llĂ¡mame cuando tengas a otras y haremos trĂ­o, pero yo quiero gozar contigo, quiero tener mis orgasmos contigo… nadie me los da tan buenos como tĂº…

     Jean palideciĂ³. Thais se estaba… ¿se le estaba… declarando?

     -Thais, ahora mismo no piensas con claridad… - dijo, ya en el baño, dejĂ¡ndola en el suelo. La joven intentĂ³ desatarle la corbata, pero Ă©l le tomĂ³ las manos. – TĂº me odias, soy un cerdo y te doy asco.

     -No es verdad… Yo te adoro, eres divertido y me das placer… lo que sucede es que a veces soy demasiado cobarde para admitirlo… - Thais se relamiĂ³ sensualmente, y elevĂ³ ligeramente la pierna para acariciar con ella la entrepierna abultada de Jean. Al inclinarse de gusto por la caricia, Thais aprovechĂ³ para besarle, su lengua estaba tan calentita y sabĂ­a acariciar tan bien… Antes de poder darse cuenta, se estaba quitando la camisa y accionando la ducha, pero no precisamente con agua frĂ­a. Sin siquiera desvestirse del todo, se metieron bajo el agua.

     -Mmmh… oh, Jean… ¡Jeanny, te he echado de menos! – suspirĂ³ Thais, y se lanzĂ³ a la entrepierna del abogado. Éste hizo aĂºn un Ăºltimo intento de frenarla, pero entonces ella enchufĂ³ la pera de la ducha, con el agua tan calentita, justo sobre su erecciĂ³n, y el cerebro de Jean se contentĂ³ con mantenerle de pie. Thais, con los pantalones en los tobillos y la camiseta empapada puesta aĂºn, lamĂ­a el miembro de Jean por un lado del tronco mientras le enchufaba agua por el otro, arriba y abajo, por la punta, por los testĂ­culos… ¡quĂ© gracioso bote dio Jean cuando sintiĂ³ el agua tibia golpear sus bolitas!

     “Me va a matar, me matarĂ¡ por esto, no lograrĂ© que me crea ni en un millĂ³n de años… pero no puedo parar ahora, no puedo… dejar… de… ¡aaaaaaaaaaaah, Dios quĂ© gustooo…!”, lograba decirse el abogado en medio de su placer. El agua de la ducha le golpeaba el glande tan dulcemente… mmmh, Thais le lamĂ­a los testĂ­culos, y el agua le producĂ­a como un picor, un picor celestial… no podrĂ­a aguantar mucho mĂ¡s, y menos si ella… ¡ooooooooooooh…! Menos si ella le enchufaba el agua directamente al glande, como estaba haciendo en ese instante. Thais le sonriĂ³, una sonrisa de vicio, y empezĂ³ a acariciarle rĂ­tmicamente, y entonces sĂ­ que no aguantĂ³ mĂ¡s, el placer le estallĂ³ sin previo aviso, las caderas de Jean dieron un empellĂ³n, y sintiĂ³ sus muslos acalambrados cuando una deliciosa explosiĂ³n de bienestar le picĂ³ en la punta del miembro y expandiĂ³ su dulzura por todo su cuerpo, haciĂ©ndole tiritar y gemir hasta vaciarse de aire, sintiendo en cada escalofrĂ­o un gustito maravilloso, y quedĂ¡ndose a gusto, increĂ­blemente a gustoooooooooooooh….

     -Me toca… - canturreĂ³ Thais, sentada en el suelo de la ducha. Jean tambiĂ©n estaba sentado, aunque no recordaba haberlo hecho. Sin duda su cuerpo, se habĂ­a sentado solo. La joven le ofrecĂ­a la pera de la ducha, y se abrĂ­a la vulva con los dedos. “De perdidos, al rĂ­o”, se dijo Jean “Si de todos modos, ya me la he cargado, al menos, podrĂ© decir que le encantĂ³”. TomĂ³ la alcachofa y se tumbĂ³ en el suelo, para lamer su clĂ­toris al tiempo que dejaba caer el agua sobre ella. Thais le acariciĂ³ el cabello negro y empezĂ³ a gemir, pero directamente gritĂ³ de placer cuando Jean pegĂ³ la ducha sobre su sexo y dio toda la potencia al agua.

    El agua se le metiĂ³ en los ojos y empezĂ³ a salpicar de forma exagerada, pero Thais sonreĂ­a mirĂ¡ndole con ojos maravillados y las mejillas coloradas, asĂ­ que bajar la intensidad, no entraba a consideraciĂ³n. EmpezĂ³ a mover la pera sobre la perlita de su compañera, y Ă©sta a dar grititos de placer a cada movimiento, asintiendo con la cabeza.

     -¡SĂ­…. SĂ­…! – sonreĂ­a – Oh, Jean… ¡CuĂ¡nto me alegra que hayas venido…! PromĂ©teme… que serĂ© tu favorita… ¡que siempre querrĂ¡s que juguemos… promĂ©telo! – Jean, sin separar la ducha del clĂ­toris de Thais, se incorporĂ³ y la besĂ³, sorbiendo su lengua frenĂ©ticamente, mientras ella le abrazaba del cuello y le buscaba el miembro con la otra mano.

     -Prometido, Thais. Siempre serĂ¡s mi favorita, yo vendrĂ© a ponerte mĂºsica y nos divertiremos como antes, seremos buenos amigos… - Aquello se estaba desbordando, y no precisamente por el agua, la expresiĂ³n de intensa felicidad del rostro de la abogada, no era sĂ³lo por lo bien que lo estaba pasando. GimiĂ³ desmayadamente, echando su aliento fresco en la cara de Jean. Éste mirĂ³ sus labios entreabiertos, su polla acariciada por la mano de la mujer, recordĂ³ los intensos celos que habĂ­a sentido, que habĂ­a sido capaz de salir por la ventana del pasillo de un noveno piso para colarse en la terraza… y supo que no habĂ­a remedio. Se mordiĂ³ los labios, Ă©l no… no podĂ­a decirlo, no podĂ­a admitirlo.

    -SĂ­, Jean… Amigos… amigoooooooooooos... – Jean asintiĂ³. Ella asintiĂ³, gimiendo cada vez mĂ¡s alto, mirĂ¡ndose a los ojos, y finalmente, Jean estallĂ³:

     -¡Thais, TE QUIERO….! – Thais gritĂ³ con pasiĂ³n, cerrando las piernas y aprisionando la pera de la ducha entre ellas, una descarga elĂ©ctrica subiĂ³ por su clĂ­toris tembloroso y derritiĂ³ su columna, haciĂ©ndole dar espasmos con las piernas y sentir cĂ³mo su vagina se contraĂ­a, y cada contracciĂ³n era una bomba de placer, un gusto inexpresable, gemidos que se escapaban de su garganta… pero no eran comparables al terremoto que habĂ­a en su corazĂ³n. Jean la estaba besando, cabeceando, abrazĂ¡ndola con fuerza… la ducha se escapĂ³ de entre sus piernas y la fuerza del agua la hizo revolverse hasta quedar boca arriba, como un surtidor. Era como besarse bajo la lluvia.

     “Mañana, no se acordarĂ¡ de esto. Quiera Dios que no se acuerde de esto. Yo no puedo enamorarme, amar es sufrir, yo sĂ³lo tengo sexo, nada mĂ¡s que sexo…” pensaba Jean, tirado sobre ella, besĂ¡ndola casi sin respirar, acariciando su cuerpo, sintiendo que en pocos segundos, estarĂ­a dentro de ella sin poder evitarlo, y saboreando por anticipado el delicioso placer que sentirĂ­a cuando se metiera dentro de vulva empapada y caliente…

     “Esto, no ha sucedido… por favor, que no se le ocurra pensar ni atar cabos; mi parte salvaje prĂ¡cticamente no habla… La mĂºsica, al ser religiosa, apenas me afectĂ³ en realidad… he sido yo misma casi por completo la mayor parte del tiempo, pero eso Ă©l no debe saberlo… SĂ© que no quiere enamorarse de nadie… yo tampoco quiero enamorarme de ÉL… pero tenĂ­a que saber si es que mi parte normal no puede emocionarse, y sĂ­ que puede. Pero con Ă©l, no con Guillermo… Pero no importa, esto no ha sucedido, Jean nunca sabrĂ¡ que estoy consciente, y DurĂ¡n nunca sabrĂ¡ lo que ha pasado.” Pensaba Thais, debajo de Jean, su lengua jugando con la suya, sintiendo que su estĂ³mago se encogĂ­a a cada caricia, a cada movimiento de sus manos en su piel, abrazĂ¡ndole con las piernas, disfrutando del roce de su miembro contra ella, hasta que sus propias caderas se colocaron y… no se separaron para tomar aire. Se estremecieron uno sobre el otro, abrieron los ojos y se miraron para ver el placer recĂ­proco, gimiĂ©ndose en la boca. Durante un segundo, permanecieron quietos, unidos por la boca, el sexo… y quizĂ¡s por algo mĂ¡s. Pero entonces Thais le acariciĂ³ con los talones, Jean comenzĂ³ a moverse, y el placer les inundĂ³ de nuevo…. Pero durante Ă©se segundo, los dos habĂ­an compartido algo que iba mĂ¡s allĂ¡ del sexo, incluso del amor. HabĂ­an compartido el mismo pensamiento.


     Y era : “No sĂ© a quiĂ©n coño queremos engañar”.


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4 comentarios:

  1. holas querida dita yo quisiera saber si pronto le daras fin a esta historia es interesante pero hasta que ninguno de los dos no acepte el amor no habra algo ....gracias por escribir

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  2. ¡Gracias a ti por leer y comentar!

    Se trata de algo complejo por que los dos se quieren, congenian y en el fondo, se aman. Pero ninguno quiere entregarse, los dos tienen demasiado miedo.... el tiempo dirĂ¡ :)

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  3. Haaaa que tortura haaaa como siempre se dicel " el miedo solo nos limita " haaaa mmm que tortura primero los gemelos luego ellos y despues perro que injusticia haaaa llorare

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