-¡No sĂ© porquĂ© tengo que aprender una cosa tan tonta! - protestĂ³ la joven.       -¡Aprender piano, no es ninguna cosa...

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      -¡No sĂ© porquĂ© tengo que aprender una cosa tan tonta! - protestĂ³ la joven.

      -¡Aprender piano, no es ninguna cosa tonta; es un instrumento precioso y un ejercicio difĂ­cil que te viene estupendamente!

      -¡Pero mamĂ¡… ¿quĂ© sentido tiene tocar el piano, cuando ya existen los programas de creaciĂ³n musical?! ¿No ves que es como si pretendieras que aprendiera a hacer ropa?

      -TambiĂ©n existe el escaneo de voz, y aĂºn asĂ­ se aprende a leer y escribir, ¿verdad? ¡Estoy harta de que sĂ³lo sepas pensar en tĂ©rminos de tecnologĂ­a y de informĂ¡tica! Cuando yo tenĂ­a tu edad, ya existĂ­a el DreamScience, y no por eso dejĂ¡bamos de leer libros o de ver cine… ¡hoy dĂ­a, parece que pensĂ©is que vais a tenerlo todo hecho sĂ³lo dando Ă³rdenes a un sistema, y no es asĂ­!

       -MamĂ¡, ¿y no podrĂ­a aprender otra cosa? ProgramaciĂ³n neuronal, por ejemplo, o a pilotar… ¡pero no piano!

      -NO. - Wenda se mostrĂ³ categĂ³rica. - Hija, quiero que aprendas algo que no sĂ³lo te aleje un poco de los ordenadores y lo virtual, sino que te exija un esfuerzo real. Hasta ahora, todo te ha sido muy fĂ¡cil porque te has hecho a usar los ordenadores en todo, y a buscar la ayuda que pudieras precisar para cada tarea. Con un piano, no puedes hacerlo asĂ­, no trae mĂ¡s libro de instrucciones que la teorĂ­a musical y no tienes otra manera de dominarlo mĂ¡s que entender y practicar. No hay ayudas, no hay atajos, sĂ³lo hay esfuerzo y trabajo duro. Y eso es lo que quiero que aprendas: a esforzarte. - la joven dio un resoplido de indignaciĂ³n – Millie, estoy HARTA de que tus notas sean mediocres y que te dediques a hacer lo mĂ­nimo, cuando yo sĂ© lo inteligente que eres y las virguerĂ­as que haces cuando te pones delante de una pantalla. Estoy harta de que hagas sĂ³lo lo mĂ­nimo para cubrir el expediente, cuando Ă©ste año te juegas el entrar a una buena y prestigiosa universidad.

     -¡Pero si eso no tendrĂ© que hacerlo hasta el año que…!

      -Lo harĂ¡s este año, querida. - interrumpiĂ³ su madre. - Tienes a dos de las mejores universidades de la galaxia conocida detrĂ¡s de tus aptitudes, pero ya me han dicho que no pueden admitirte si no llegas a la nota de corte, por muy inteligente que seas. AsĂ­ que vas a dejar de perder el tiempo. Si los estudios te aburren, me da igual, te pondrĂ¡s con ello y sacarĂ¡s las notas excelentes que estĂ¡s dotada para sacar, y aprenderĂ¡s piano para meterte en la cabeza que no todo es inmediato, que hay cosas que exigen esfuerzo diario si uno quiere ver frutos en ellas.

     Millie tenĂ­a cara de intensa frustraciĂ³n. Su madre nunca le habĂ­a hablado asĂ­, ella habĂ­a sido siempre la niña bonita de mamĂ¡, y siempre le habĂ­a permitido llevar sus estudios a su antojo; el que de vez en cuando la sermonease con la justeza de sus notas, nunca habĂ­a sido un problema, porque nunca habĂ­an sido realmente malas, sĂ³lo suficientes. Como decĂ­a su madre, “mediocres”. En su bĂºsqueda de apoyos, mirĂ³ a su padrino, tambiĂ©n allĂ­ presente, y Ă©ste sonriĂ³, pero negĂ³ con la cabeza.

    -No, cielo. - dijo Milton – Tu madre tiene razĂ³n; eres muy inteligente y no lo aprovechas lo suficiente. AquĂ­ no puedo ayudarte como tĂº quieres que lo haga, porque estarĂ­a queriĂ©ndote mal. La mejor manera de ayudarte, es apoyar a mamĂ¡ en su decisiĂ³n, tienes que aprender a esforzarte.

     -Señorita. - intervino el joven mayordomo, hablando por la nariz, como solĂ­a – SĂ© que no le va a gustar oĂ­rlo, pero yo tambiĂ©n estoy de acuerdo con su madre. Y ademĂ¡s, el piano es un instrumento precioso, recordarĂ¡ que yo aprendĂ­ de niño a tocarlo, y entonces a usted le gustaba mucho.

      -¡Oh, Hemlock, por favor, no me sermonees tĂº tambiĂ©n! - se lamentĂ³ la joven, y se volviĂ³ hacia la ventana, dispuesta a no mirar a ninguno de aquĂ©llos pelmas. Hemlock y ella se llevaban pocos años y desde bien pequeños habĂ­an sido muy amigos. El que incluso Ă©l se pusiera de parte de su madre, era la puntilla. Estaba visto que no tenĂ­a ningĂºn apoyo.

     -No pretende sermonearte, cariño. - intervino Wenda – SĂ³lo hacerte ver que es lo mejor para ti. A veces, aunque algo te resulte aburrido, o precisamente por que es aburrido, puede ser lo mejor para ti. - Millie ni siquiera se volviĂ³ a mirar a su madre, y Ă©sta se colgĂ³ del brazo de Milton – Bien, puedes enfurruñarte como una niña pequeña, o puedes sentarte al piano y tomar tu primera lecciĂ³n. TĂ³malo como prefieras, pero no saldrĂ¡s del estudio hasta que no la termines. Antes de irnos, Milton y yo vamos a estar un rato en el salĂ³n, y quiero oĂ­rte tocar desde allĂ­. Si dentro de diez minutos no empiezo a oĂ­r notas, Millie, me voy a molestar mucho.

     Dicho esto, su madre y su padrino salieron y cerraron la puerta con su huella. Millie no podrĂ­a abrir la puerta con la suya, y las ventanas eran del tercer piso. Se le ocurriĂ³ la idea de agarrarse a la columna exterior y bajar trepando, pero apenas tocĂ³ la ventana, sonĂ³ una vocecita enlatada “Ventanas bloqueadas. No se detecta emergencia, introduzca el cĂ³digo para desbloqueo”.

      -¡BAH! - bramĂ³ la joven.

      -Lo siento, cĂ³digo incorrecto. - contestĂ³ el ordenador de la casa. Millie resoplĂ³ y se sentĂ³ al piano. Hemlock se acercĂ³ a ella.

      -Señorita, no se enfade asĂ­. - sonriĂ³. - Ya sĂ© que no le gusta que le obliguen a hacer nada, pero ni siquiera lo ha intentado. Yo de pequeño tambiĂ©n pensaba que era algo odioso y aburrido, pero cuando fui cogiendo prĂ¡ctica, me encantĂ³. - Millie le mirĂ³ con fastidio.

      -Hemlock, hablamos de ti. TĂº consideras apasionante coleccionar sellos de Tierra Antigua.

      -Bueno, es una manera preciosa de aprender geografĂ­a y otras cosas, como historia, arte y hasta cultura pop. - sonriĂ³. El “pop”, en su voz sonaba como un pequeño bocinazo. Claro que, con una narizota como la suya, a ver quiĂ©n no hablaba a travĂ©s de ella, solĂ­a pensar Millie, y eso la hacĂ­a sonreĂ­r. Y sonriĂ³.

      -Supongo que no puedo librarme. Bueno, la verdad es que podrĂ­a descargar algĂºn archivo de sonido de prĂ¡cticas de piano, y hacer creer a mamĂ¡ que…

       -Señorita Millie… - la reconvino Hemlock, y la joven suspirĂ³. Cuando su amigo la miraba con esos ojos negros, ella sĂ³lo veĂ­a ternura en ellos, y era incapaz de continuar la mentira o la trastada. Por norma general, el mayordomo siempre la apoyaba y la protegĂ­a, sĂ³lo en muy raras ocasiones usaba “la mirada”; Millie sabĂ­a que sĂ³lo la usaba cuando estaba convencido de que ella no tenĂ­a razĂ³n, y por eso cedĂ­a, aunque fuese a regañadientes. Él creĂ­a entenderla, y susurrĂ³ – Te gustarĂ­a que hubiera por lo menos una manera de, ya que no puedes librarte, hacerlo aunque sea un poquito mĂ¡s divertido, ¿verdad? - La joven asintiĂ³, y el mayordomo la mirĂ³ con picardĂ­a – Eso quizĂ¡ pueda arreglarse. 

      Millie devolviĂ³ la sonrisa. De repente, estar encerrados y que no sĂ³lo nadie pudiera salir, sino que nadie pudiera entrar de sopetĂ³n, era una perspectiva mĂ¡s agradable que hace sĂ³lo dos minutos. InterrogĂ³ con la mirada a su amigo.

      -Primero, se trata de encontrar el do central, y apoyar en Ă©l los pulgares. - dijo con tono de profesor. La joven mirĂ³ el libro del mĂ©todo, el teclado, y lo encontrĂ³. Y la mano de Hemlock se apoyĂ³ en su hombro y empezĂ³ a deslizarse por su espalda. - Ahora, tocadlo cinco veces, primero con el pulgar derecho, y luego otras cinco con el izquierdo.

      Millie obedeciĂ³. A cada nota, la mano de su amigo acariciaba su espalda y finalmente llegĂ³ a sus nalgas, y empezĂ³ a acariciarlas con mucha suavidad. La joven no dejaba de sonreĂ­r.

      -Muy bien. Ahora, tocaremos la primera escala, partiendo desde el do central, hacia la derecha, con todos los dedos de la mano. - ExplicĂ³ Hemlock, sin separar la mano de las nalgas de su amiga. Millie obedeciĂ³. A cada nota, el mayordomo movĂ­a su mano y acariciaba con la palma y los dedos, paseĂ¡ndose a placer por su culo y deteniĂ©ndose de vez en cuando en la raja. Millie intentaba concentrarse y tocar sin equivocarse, pero al coger confianza, quiso acelerar y tocĂ³ dos teclas a la vez.

      -¡Ay! - la joven pegĂ³ un brinco sobre el asiento, ¡Hemlock le habĂ­a dado un pellizco!

      -Si te equivocas, habrĂ¡ castigo. - susurrĂ³ Ă©l, acercando su cara a la de ella. La joven mirĂ³ sus labios entreabiertos, enmarcados por el oscuro bigote que se cerraba en una barbita circular, fina y suave, hasta las patillas del negro cabello del mayordomo, y tambiĂ©n se acercĂ³ a ellos, pero cuando estaba a punto de besarlos y acariciarlos con su lengua, Hemlock se volviĂ³ rĂ¡pidamente y sĂ³lo le permitiĂ³ besar su mejilla – Y si lo haces bien, premio.

       Millie soltĂ³ una risita ahogada. Sus padres no tenĂ­an la menor idea de que ella y Hemlock llevaban algĂºn tiempo colĂ¡ndose en la cama del otro durante la noche, y no precisamente para dormir. Hemlock podĂ­a no sĂ³lo perder su empleo, sino encontrarse frente a una condena por violaciĂ³n si su padre removĂ­a el asunto, y ella podĂ­a verse desheredada, expulsada de casa y con una hermosa demanda de incumplimiento de contrato, puesto que estaba prometida a otro hombre desde la edad de ocho años y habĂ­a renovado su firma con la mayorĂ­a de edad, pero todo ello sĂ³lo hacĂ­a la relaciĂ³n mĂ¡s interesante. La joven continuĂ³ pulsando las teclas cuidadosamente, y la mano de Hemlock volviĂ³ a ser suave y cariñosa. Las caricias en el tierno culo de su amiga estaban provocando que su respiraciĂ³n se acelerase y que su pene empezase a agitarse, divertido. Millie tenĂ­a las mejillas muy sonrosadas y un cosquilleo muy agradable en el culo, que se iba extendiendo hacia su vulva sin que pudiera contenerlo. Sin darse apenas cuenta, empezĂ³ a frotarse contra el asiento.

      Las notas de la escala se sucedĂ­an con monotonĂ­a, subiendo y bajando. Con lentitud, pero sin errores, y Hemlock iba recompensando a su alumna como habĂ­a prometido. Las caricias se volvĂ­an mĂ¡s intensas y pasaron a ser apretones. Millie le mirĂ³ casi suplicante, y Ă©l sonriĂ³. Con un gesto, la hizo levantarse ligeramente del asiento, y metiĂ³ la mano entre Ă©ste y su culo.

      -¡Mmh! - Millie le mirĂ³ con ojos brillantes y una mano en los labios, de los que un gemido quiso escaparse. Estaba sentada sobre la mano de Hemlock. Eso ya era bastante caliente, pero el mayordomo empezĂ³ a mover los dedos, y la joven se estremeciĂ³ contra ellos.

     -Sigue tocando, Millie. Tu madre quiere oĂ­rte. - sonriĂ³ con picardĂ­a, y la alumna reanudĂ³ su ejercicio. Mientras ella movĂ­a los dedos sobre las teclas, Hemlock acariciaba a travĂ©s de la falda y las bragas, y aĂºn con las dos prendas de por medio, podĂ­a notar el calor y la humedad. Su pene ya hacĂ­a un bulto en el pantalĂ³n de su uniforme a la federica, y la joven no dejaba de mirarlo de reojo, pero no apartaba las manos del teclado, a pesar de su terrible deseo de sacĂ¡rselo de las ropas y complacerlo. Precisamente por mirar donde no debĂ­a, se saltĂ³ una nota.

      -Mal, mal, mal, querida. Castigo. - sonriĂ³ el mayordomo. Millie cerrĂ³ los ojos y se preparĂ³ para el pellizco, pero no lo notĂ³. AbriĂ³ un ojo y vio la sonrisa socarrona de su amigo. - No, esta vez te has ganado un castigo mayor. Vas a tener… - fingiĂ³ pensar – que quitarte las braguitas.

      -Hemlock… - susurrĂ³ ella, haciendo ver que estaba escandalizada – Pero, ¿cĂ³mo me puedes pedir algo asĂ­? ¡QuĂ© vergĂ¼enza!

      -No te lo pido, querida, te lo ordeno. - dijo, dĂ¡ndole un cachetito en el culo – Vamos, esas braguitas fuera, ¿o prefieres que te las quite yo?

      -Me da mucha vergĂ¼enza, ayĂºdame. - contestĂ³. Hemlock tuvo que abrir la boca para respirar hondo, la excitaciĂ³n le dejaba sin aire; la joven le llevĂ³ las manos a su falda y las metiĂ³ bajo ella. Las manos de ambos llegaron a la cinturilla de la prenda interior y tiraron, y Millie sintiĂ³ un escalofrĂ­o de cosquillas al sentir su vulva en contacto directo con la suave tela del banco de piano. Arrugadas y hĂºmedas, las bragas se le deslizaron hasta los tobillos, y Hemlock se apresurĂ³ a recogerlas, y las apretĂ³ contra su gran nariz, dejando que su aroma le envolviera, ese olor a excitaciĂ³n y jabĂ³n Ă­ntimo… las guardĂ³ en su casaca y abrazĂ³ a la joven por el hombro, al tiempo que su mano se lanzĂ³ hacia la falda y empezĂ³ a acariciar la cara interior de los muslos. PodĂ­a sentir el calor que su vulva desprendĂ­a en las puntas de los dedos.

      -Sigue tocando, continĂºa. - sonriĂ³. Millie se le derretĂ­a entre las manos e intentaba llevar las notas, pero no era nada sencillo atinar. El dedo Ă­ndice de Hemlok se perdiĂ³ un momento entre los labios vaginales de la joven y la joven se doblĂ³ de gusto… pero cuando ese mismo dedo subiĂ³ hacia su clĂ­toris y lo rodeĂ³ lentamente, empapĂ¡ndolo de jugos, Millie creyĂ³ perder el sentido y estuvo a punto de gritar su placer.



* * *


      -Mmmmmh… no… Basta… Milton, bastaaa… aquĂ­ no, paraaaaaah… - pedĂ­a Wenda, pero la verdad que no sĂ³lo no hacĂ­a nada por parar a Milton, sino que movĂ­a voluptuosamente sus caderas contra Ă©l, buscando mĂ¡s placer.

      -Haaaaaaaah… si estĂ¡ tocando, no puede oĂ­rnos. - Milton sonreĂ­a mientras una gota de sudor se escurrĂ­a por su frente hasta la mandĂ­bula. Estaban de pie, a solas en el saloncito frente a la chimenea. Wenda le daba la espalda y estaba inclinada hacia delante mientras Ă©l la penetraba desde atrĂ¡s y la sujetaba por los brazos.

       -Pero… si alguien nos ve… ooooh, sĂ­… ¡no! Si se entera mi maridoooooh… - Los ojos de Wenda brillaban y se ponĂ­an en blanco cada vez que su amante empujaba, y mĂ¡s ahora que estaba acelerando.

      -Oooh, Wenda… ¡Tu marido es tan cretino, que podrĂ­amos follar delante de Ă©l y ni se darĂ­a cuenta!

      -Mmmmh, ¡no digas esas palabrotas soeces…! - exclamĂ³ la mujer, inclinĂ¡ndose mĂ¡s para que la penetraciĂ³n fuera mĂ¡s honda.

      -¿CuĂ¡l, follar? - Wenda gimiĂ³ – Follar. Follar, follar, joder, chingar, montar, trincar, clavar, rellenar, empotrar…

      -¡Basta, bastaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah…. Haaaaaaaaaaaaaaaah….! - Wenda se puso tensa y temblĂ³, y Milton notĂ³ cĂ³mo el coño de su compañera daba espasmos y se cerraba sobre Ă©l, y estuvo a punto de soltarla de la emociĂ³n que sintiĂ³, pero en lugar de eso, continuĂ³ empujando. La mujer gritĂ³ de pasiĂ³n, ¡era demasiado justo despuĂ©s de correrse, apenas habĂ­a terminado y le estaban dando mĂ¡s! VolviĂ³ la cara para mirar a Milton, y Ă©ste la vio con lĂ¡grimas de placer en los ojos, las mejillas brillantes y rojas, y la boca abierta en una sonrisa extasiada y babeante, y explotĂ³ dentro de ella. - ¡SĂ­iiiiiiiiiii…! Mmmmmmmmmmmh… quĂ© caliente…

      Milton gimiĂ³ y empujĂ³, sintiendo la maravillosa energĂ­a liberada del orgasmo, su semen saliendo a presiĂ³n e inundando las entrañas de su amante y dejĂ¡ndole satisfecho. PermaneciĂ³ unos segundos moviĂ©ndose en cĂ­rculos, saboreando el gusto hasta los Ăºltimos coletazos de placer, y empezĂ³ a salirse lentamente, pero dejĂ³ dentro el glande un poquito mĂ¡s, recreĂ¡ndose en el cosquilleo. Wenda soltĂ³ un suspiro infinito y dio un apretĂ³n voluntario al pene de su compañero, ¡quĂ© gusto! ¡QuĂ© bien la dejaba siempre! “¿CĂ³mo puede ser que con mi marido lo haga yo todo y nunca sienta nada, y con Ă©l estĂ© encendida apenas con que me toque?”, pensĂ³ la mujer. Una parte de sĂ­ misma se sentĂ­a fatal por ser infiel a su marido con el hombre al que hacĂ­a tantos años habĂ­a jurado no volver ni a mirar a la cara. Otra parte se decĂ­a que Milton y ella siempre habĂ­an sido el uno para el otro y no tenĂ­a sentido negar la sencilla verdad. Pero por negar la sencilla verdad, no iba uno a renunciar a todo; Milton podĂ­a encontrarse con una demanda por sabotaje industrial y violaciĂ³n, y ella misma con otra por mala praxis empresarial y adulterio si se descubrĂ­a su relaciĂ³n, pero todo ello sĂ³lo lo hacĂ­a mucho mĂ¡s interesante.

      Milton le subiĂ³ las bragas a Wenda, le estirĂ³ la falda, le metiĂ³ de nuevo los pechos dentro de la chaqueta y le arreglĂ³ el vestido mientras ella a su vez le colocĂ³ el pene dentro de los calzoncillos, le subiĂ³ los pantalones metiendo por dentro la camisa, le apretĂ³ la corbata y le sacudiĂ³ los hombros de la chaqueta. Se miraron por un momento a los ojos y parecieron a punto de abalanzarse de nuevo el uno sobre la otra, pero ella le pasĂ³ el sombrero y el bastĂ³n, y Ă©l los aceptĂ³ besĂ¡ndole las manos con toda caballerosidad.


* * *


      En el estudio, Millie hacĂ­a esfuerzos titĂ¡nicos simplemente por mantener los dedos sobre el piano, mientras Hemlock no cesaba de acariciar su clĂ­toris. Ahora lo hacĂ­a rĂ¡pido, ahora muy despacito, ahora en cĂ­rculos, ahora lo pescaba entre dos dedos… ¡la estaba volviendo loca! Su humedad estaba mojando el tapizado del banco, y Hemlock sabĂ­a que serĂ­a Ă©l quien tendrĂ­a que limpiarlo para que no les pescasen, pero eso no le parecĂ­a importante; “con mucho gusto lo limpiarĂ­a a lengĂ¼etazos”, pensaba mientras movĂ­a su dedo en el punto dĂ©bil de su amiga.

      -Po… por favor… no puedo mĂ¡aaas… - gimiĂ³ dĂ©bilmente la joven. Hemlock se morĂ­a de deseo por ella, bellĂ­sima en medio de su placer, con su pĂ¡lida piel tan rosada y los ojos tan brillantes, y toda temblorosa, como si fuera a romperse entre sus brazos. Le besĂ³ el cuello y Millie tuvo que apretar los labios para no gritar; el escalofrĂ­o de gusto le recorrĂ­a desde el cuello a los pezones y se reflejaba tambiĂ©n en su torturado clĂ­toris. El mayordomo le soltĂ³ el cuello para besarle la boca, y sus lenguas pelearon mĂ¡s que acariciarse. Millie le tomĂ³ de la casaca y notĂ³ que su placer empezaba a descontrolarse, ¡era deliciosamente insoportable! En ese momento, la puerta de la calle se cerrĂ³; Milton y Wenda se marchaban, y eso significaba que las puertas ahora las llevaba Hemlock, y tambiĂ©n significaba que estaban solos en la enorme casa. El mayordomo no lo pensĂ³ ni un segundo; metiĂ³ dos dedos en el coño de Millie, de sopetĂ³n. - ¡AAAaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah….!

      La joven desorbitĂ³ los ojos y se estirĂ³, tensa como una goma, con los puños cerrados y el placer desbordĂ¡ndole por los poros, ¡se corrĂ­a, se corrĂ­a en los dedos de Hemlock, se corrĂ­aaaaaaa…! El mayordomo metiĂ³ y sacĂ³ sus dedos a toda velocidad, y notĂ³ que el coño de la joven salpicaba; Millie sintiĂ³ un placer inmenso estallar en su coño y expandirse con fuerza por todo su cuerpo, calmando el picor y dejando a cambio cosquillas, dulces cosquillas de gusto y bienestar… sus piernas temblaron y se fueron relajando lentamente, hasta reposar de nuevo en el suelo, y su puño soltĂ³ al fin la casaca de su amigo. TomĂ³ aire y gimiĂ³. El corazĂ³n le latĂ­a desbocado y sudaba, estaba desmadejada en el banco, rendida de placer, perdida en un mar de inmenso gusto, ¡quĂ© bueno habĂ­a sido! ¡QuĂ© placer tan intenso…! MirĂ³ a Hemlock y le sonriĂ³. Y Ă©ste la apretĂ³ entre sus brazos y la besĂ³, acariciando su lengua y deslizĂ¡ndose contra su paladar y sus mejillas.

      El mayordomo sintiĂ³ la dulzura del beso cebarse en su estĂ³mago que mariposeaba, pero enseguida la sensaciĂ³n bajĂ³ hacia otros lugares y sintiĂ³ una excitaciĂ³n deliciosa… no provenĂ­a sĂ³lo del beso; Millie le estaba frotando la polla a travĂ©s de la ropa. Con una mano, Ă©l mismo se abriĂ³ la bragueta para dejarle paso libre y la joven gimiĂ³ en la boca de su compañero, que no soltaba ni por un momento. La suave mano de Millie le abrazĂ³ la polla ansiosa y comenzĂ³ a frotarle sin piedad.

      -Que sepas que este castigo, te lo devolverĂ© – dijo la joven, hablando tan cerca de la boca de Hemlock que sus labios se rozaban – esta noche, vendrĂ¡s a mi cuarto y me divertirĂ© haciĂ©ndote perrerĂ­as; te acariciarĂ© muy suavecito sĂ³lo el glande, sĂ³lo la punta, y te tendrĂ© asĂ­ horas y horas hasta que no puedas mĂ¡s… querrĂ¡s correrte y no podrĂ¡s, necesitarĂ¡s sĂ³lo un empujoncito, una caricia en toda la polla para quedarte a gusto, y NO te la darĂ©. SufrirĂ¡s tan dulcemente, me suplicarĂ¡s que pare…

      Los labios de Hemlock aleteaban contra los de la joven mientras se dejaba masturbar, saboreando la descripciĂ³n del juego al que pensaba someterle. Millie le agarraba la polla y le daba apretones, le frotaba de arriba abajo, se detenĂ­a en el glande… por fin le abrazĂ³ la punta con la mano y le meneĂ³ con ganas, sin parar.

      -Sigue… sigue… - pidiĂ³ el mayordomo. La joven le mirĂ³ a los ojos, querĂ­a ver su expresiĂ³n cuando le llegase el orgasmo, y le besĂ³ la comisura de los labios, la barbita negra… el cosquilleo fue cambiando al picorcito caliente que anunciaba el placer, y Hemlock luchĂ³ por no cerrar los ojos para que ella viera cĂ³mo gozaba con sus lĂºbricas caricias. El placer creciĂ³, rebasĂ³ los lĂ­mites y por fin se desbordĂ³, en medio de un golpe de cadera, de una expresiĂ³n de abandono y de un espeso chorretĂ³n de esperma que volĂ³ hacia el piano y el mĂ©todo, que se apagĂ³ al sentir la humedad. Hemlock besĂ³ de nuevo a la joven, gozando de las contracciones, de las gotas que aĂºn se escapaban de su polla y se escurrĂ­an sobre los dedos de su amiga. QuĂ© dulce…


* * *


      -¿Y bien, Hemlock, quĂ© tal la primera lecciĂ³n de Piano? ¿Se ha portado bien? - preguntĂ³ Wenda aquĂ©lla noche, cuando volviĂ³ del teatro.

      -Muy bien, señora. Al principio no tenĂ­a demasiadas ganas, pero usted sabe lo que le gustan la mĂºsica y los retos; apenas empezĂ³ a ver lo que podĂ­a hacer con el instrumento, le cogiĂ³ el gusto y luego no querĂ­a parar.

      -¿De veras? - sonriĂ³ Wenda.

      -Oh, sĂ­, señora. De hecho, es increĂ­ble cĂ³mo se ha dado cuenta de lo satisfactorio que puede ser, y he visto que puede hacer cosas fascinantes con ese instrumento. EstĂ¡ deseando que la ayude con su segunda lecciĂ³n mañana.

      -¡CĂ³mo me alegra oĂ­r eso! Desde luego, si alguien podĂ­a conseguir que Millie hiciese algo tan de provecho, eras tĂº.

      El mayordomo hizo un gesto de modestia, y entonces apareciĂ³ la joven en lo alto de la escalera, ya en camisĂ³n. SaludĂ³ a su madre y enseguida se dirigiĂ³ a su amigo:

     -Hemlock, por favor, sĂºbeme un vaso de leche caliente, ¿quieres?

      El mayordomo hizo una reverencia a ambas y se dirigiĂ³ a las cocinas. De camino a ellas, Wenda no pudo ver que el joven se abrĂ­a la bragueta, sĂ³lo le oyĂ³ contestar:

      -CĂ³mo no, señorita. SubirĂ© enseguida, con su leche a punto.


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