La “botellita roja” era un recuerdo, segĂºn decĂ­a RĂ³simo. A Ă©ste le gustaba coleccionar cosas de valor, desde perfumes a j...

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      La “botellita roja” era un recuerdo, segĂºn decĂ­a RĂ³simo. A Ă©ste le gustaba coleccionar cosas de valor, desde perfumes a joyas, y tenĂ­a buena parte de su fortuna hecha objetos, lo que le habĂ­a resultado Ăºtil en mĂ¡s de una ocasiĂ³n. No obstante, aunque hubiera tenido que deshacerse alguna vez de piezas valiosas, nunca se desharĂ­a de la botellita roja. PresumĂ­a de ella con frecuencia y no era sĂ³lo Zesso el que codiciaba aquella pieza. Akdannaian no acababa de entender por quĂ©. Para Ă©l, era sĂ³lo un objeto bonito y nada mĂ¡s.

     Era una botella pequeña, diminuta, de panza abultada y decorada con miles de facetas talladas en el cristal, como el ojo de un insecto, y con un tapĂ³n de cristal tambiĂ©ntallado del mismo modo. Si uno se fijaba bien, en realidad no era roja, sino transparente, pero contenĂ­a una especie de neblina de color rojizo, que parecĂ­a moverse sola dentro de la misma. Si habĂ­a que creer a RĂ³simo, dentro de aquĂ©lla botella vivĂ­a un demonio que concedĂ­a deseos y daba buena suerte al portador. Danna no se lo creĂ­a, pero Zesso sĂ­. DecĂ­a que habĂ­a visto a RĂ³simo obtener cosas y cerrar tratos que sĂ³lo podrĂ­an conseguirse mediante algĂºn poder mĂ¡gico y, ante la pregunta del luchador de por quĂ© no habĂ­a usado el poder de la botella para quedarse con Ă©l como luchador, Zesso decĂ­a que no podĂ­a usarse para cerrar tratos por seres humanos, sĂ³lo por objetos inanimados o por dinero.


Fuera como fuese, la botellita era el punto dĂ©bil de Zesso, y Danna estaba dispuesto a conseguirla como fuera: significaba su libertad. De modo que a la noche siguiente, esperĂ³ pacientemente hasta que RĂ³simo hubo abandonado el local, y se dirigiĂ³ al conserje de noche, para decirle que se habĂ­a olvidado de recoger su reloj. El conserje le conocĂ­a bien y le abriĂ³ sin problemas. “RĂ³simo tiene sus cacharros en la cĂ¡mara, y no entra allĂ­ todos los dĂ­as. Hasta que se dĂ© cuenta de que falta la botella, pasarĂ¡ tiempo, el conserje tiene que abrir a alguien casi cada noche, serĂ¡ difĂ­cil que sospeche de mĂ­. Y para cuando lo haga, si la Diosa quiere ya tendrĂ© mi libertad, y a ver cĂ³mo prueba que he sido yo el randa”. En lugar de dirigirse a las taquillas, se dirigiĂ³ al despacho de RĂ³simo. Éste creĂ­a tenerlo bien protegido porque el cerrojo interior, pese a ser corredero, debĂ­a desbloquearse con llave. De lo contrario saltaba la alarma, a no ser que alguien la mantuviese pulsada, y los pulsadores estaban en el interior del despacho, a ambos lados de la puerta. Una persona normal podĂ­a meter el brazo por el ventanuco de la puerta y descorrer el cerrojo o pulsar uno de los bloqueadores de la alarma. PodrĂ­a quizĂ¡ meter los dos brazos para los dos pulsadores, pero el espacio serĂ­a demasiado pequeño para maniobrar, y desde luego, no podrĂ­a alcanzar el cerrojo. Para la mayor parte de criaturas vivientes, entrar en aquĂ©l despacho sin permiso era no sĂ³lo imposible, sino tambiĂ©n mutilador: si alguien descorrĂ­a el cerrojo sin pulsar los bloqueadores de la alarma, se encontrarĂ­a con un brazo menos; el ventanuco escondĂ­a una cuchilla que se activaba con la alarma y cercenarĂ­a cualquier cosa que hubiera en Ă©l. Contaban que una vez, RĂ³simo se encontrĂ³ un cuerpo descabezado en la puerta de su despacho, y la cabeza cortada dentro del mismo, aĂºn con los ojos y la boca abiertos, como si mirara con sorpresa.

    Danna sabĂ­a todo esto, y la verdad era que le preocupaba. Pero sabĂ­a tambiĂ©n que esas precauciones no habĂ­an contado con alguien que tuviera “tanta mano” como Ă©l. PensĂ³ en una mujer desnuda mirĂ¡ndole con deseo. Y debĂ­a estar mĂ¡s preocupado de lo que pensaba, porque no funcionĂ³ con la rapidez de otras veces. ImaginĂ³ entonces que aquĂ©lla mujer se acariciaba las tetas con una mano y el coño con la otra, y le pedĂ­a que la follase. Antes de que su polla se diese por aludida, sus brazos sĂ­ lo hicieron. El dolor de huesos y costados le sacudiĂ³ en un latigazo caliente y rĂ¡pido, pero enseguida se calmĂ³. Con mucho cuidado, metiĂ³ las tres manos derechas por el ventanuco. Este era estrecho y apenas cabĂ­an, se atascaron poco despuĂ©s de pasar del codo. Las doblĂ³ como pudo y tanteĂ³… con una llegaba a uno de los pulsadores, el otro lo rozaba con los dedos. La tercera apenas tocaba el pasador del cerrojo. Intentando no pensar en la cuchilla, cuyo filo sentĂ­a en el mĂ¡s bajo de sus brazos, empujĂ³ mĂ¡s adentro. SabĂ­a que se atascarĂ­a del todo, pero lo consiguiĂ³. Llegaba a los dos pulsadores y los apretĂ³. Con la punta de los dedos Ă­ndice y corazĂ³n, tomĂ³ la manija del cerrojo. “O se abre, o…” no pensĂ³, lo descorriĂ³ de golpe y cerrĂ³ los ojos.

    La puerta se abriĂ³. La alarma no sonĂ³ y la cuchilla tampoco apareciĂ³. DejĂ³ escapar un suspiro de alivio y retrajo los brazos a voluntad. Se hiriĂ³ al hacerlo, pero sĂ³lo en el inferior. Ahora sĂ³lo quedaba encontrar la botella.

    Que Ă©l supiera, la tenĂ­a en la cĂ¡mara de seguridad, una caja fuerte del tamaño de otra habitaciĂ³n, adosada a su despacho. RĂ³simo no tenĂ­a un sistema de reconocimiento de voz dado que Ă©l no hablaba, y habĂ­a visto demasiados mancos, mutilados por ladrones para desvalijar cajas que se abrĂ­an con identificaciĂ³n manual o digital, asĂ­ que habĂ­a optado por un sistema de combinaciĂ³n numĂ©rica, mĂ¡s clĂ¡sico, pero, segĂºn Ă©l, menos probable de violar, dado que la numeraciĂ³n sĂ³lo la sabĂ­a Ă©l y no la apuntaba en ningĂºn sitio. O eso creĂ­a Ă©l. En realidad la habĂ­a apuntado en un sitio muy visible para alguien que supiera leerla: en la puerta de la propia caja.

    Danna extendiĂ³ sus antenas empĂ¡ticas y colocĂ³ la mano en el teclado. SabĂ­a que habĂ­a tenido que abrirla esa misma noche para guardar la recaudaciĂ³n de la decana, asĂ­ que el rastro estarĂ­a fresco. Los lilius pueden leer el pensamiento de una persona a travĂ©s de un objeto que hayan tocado. Claro que es una manera imprecisa de hacerlo y llena de interferencias, pero cuando se sabe exactamente quĂ© se estĂ¡ buscando, resulta mucho mĂ¡s fĂ¡cil. El pensamiento residual de RĂ³simo se mezclaba con la idea de la cena, las tetas de una camarera y una canciĂ³n que subĂ­a y bajaba, pero en medio de todo eso, habĂ­a una secuencia numĂ©rica… 800. 45. 12.... La siguiĂ³ varias veces, hasta estar seguro de los nĂºmeros y el orden de los mismos, y la marcĂ³ en el teclado. Con un chasquido, la puerta se abriĂ³. Danna dejĂ³ escapar una sonrisa de triunfo y un “¡SĂ­!”

    EncendiĂ³ la luz interior. AllĂ­ habĂ­a cajas de dinero y un montĂ³n de cachivaches. Joyas, estatuĂ­llas, objetos de arte diversos… hasta habĂ­a libros en papel y afiches de viejos clĂ¡sicos, de esos tan conocidos que incluso a alguien no aficionado le sonaban, como Casablanca. Eran los tesoros personales de RĂ³simo y, por primera vez, se le ocurriĂ³ que lo que iba a hacer no estaba bien, pero, ¿acaso estaba bien que a Ă©l le explotasen entre unos y otros, que se forrasen con sus peleas y que, cuando ya no pudiese boxear mĂ¡s, simplemente le tirasen por ahĂ­? AquĂ©llos trastos inĂºtiles estaban mejor cuidados de lo que estarĂ­a Ă©l cuando terminase su carrera. RecorriĂ³ la cĂ¡mara con la mirada y al fin, vio la botellita, colocada sobre un estante. EstirĂ³ el brazo para cogerla.

   “PicĂ³, ¡picĂ³!”

    La voz no venĂ­a de ningĂºn sitio, pero a Danna le dejĂ³ clavado en el sitio. Un grito ahogado, que tampoco se oĂ­a con los oĂ­dos, penetrĂ³ a travĂ©s de las antenas del mestizo. Se volviĂ³ hacia todas partes, y entonces vio otra botellita roja. IdĂ©ntica a la otra. Y en otro estante, muy arriba, otra mĂ¡s. Y en el suelo, otra.
    —Maldito mudo de mierda — susurrĂ³. La cĂ¡mara era enorme, y a simple vista contĂ³ seis botellas, pero apenas mirĂ³ con atenciĂ³n, empezĂ³ a ver, medio ocultas, muchas mĂ¡s. Con aquĂ©llo no habĂ­a contado. Pero con una presencia mental en la cĂ¡mara, menos. Con su mitad lilius, Ă©l podĂ­a detectar cualquier inteligencia cercana con la que comunicarse, pero al entrar en la cĂ¡mara no habĂ­a sentido absolutamente nada, si no hubiera pensado, Ă©l no la habrĂ­a percibido. Su sentido comĂºn le decĂ­a que no habĂ­a ninguna mente allĂ­, pero aquĂ©llo no habĂ­a sido una alucinaciĂ³n. SondeĂ³ con sus antenas, y vagamente la notĂ³. Estaba quieta, oculta, pero no podĂ­a detectar dĂ³nde. Sus ojos se pasearon por la cĂ¡mara, y entonces la sintiĂ³, en una de las botellas.

    TratĂ³ de lanzar su pensamiento hacia la presencia, a la desesperada lanzĂ³ una nube de ondas tranquilizantes tan potente que hasta Ă©l tuvo que tirar de su propia fuerza de voluntad para no ceder a la relajaciĂ³n, y al fin la sintiĂ³ moverse, ¡pero con quĂ© rapidez! “Es imposible que se mueva tan rĂ¡pido con tanto tranquilizante”, pensĂ³ Danna, e intentĂ³ seguirla, convencido de que pronto le harĂ­an efectos las ondas. La presencia saltaba de lado a lado de la cĂ¡mara, de objeto a objeto, de botella en botella, poseyendo cada uno, a una velocidad vertiginosa, y perseguida siempre por la mente del propio Akdannaian, que no lograba apresarla, ni siquiera verla.

    “Para, ¡espera!” pensĂ³ el mestizo. “Soy amigo de RĂ³simo, Ă©l me ha enviado aquĂ­ a buscarte”.

    “Eso es mentira”, contestĂ³ la presencia. Danna contuvo una maldiciĂ³n. Como habĂ­a supuesto, aquĂ©lla presencia podĂ­a leer el pensamiento como lo hacĂ­a Ă©l mismo; no valĂ­a la pena intentar mentirle. Pero al contestar, se habĂ­a movido con mĂ¡s lentitud. La mente del mestizo tratĂ³ de acercarse con cuidado.

    “Es mentira, sĂ­.” AdmitiĂ³. QuizĂ¡ yendo con la verdad por delante, llamase su atenciĂ³n lo suficiente como para que le permitiese acercarse. “He venido aquĂ­ a intentar robar la botella roja, porque si lo consigo…”

    “ObtendrĂ¡s tu libertad” completĂ³ la presencia. “Puedo leerte, no te molestes”.

    “Entonces, sabrĂ¡s tambiĂ©n que necesito la botella roja, es mi Ăºnica esperanza”.

   “Esa botella roja que tĂº buscas, en realidad no existe. Soy yo”. Estaba cerca, ahora estaba muy cerca, tanto que logrĂ³… no se podĂ­a decir “verla”, porque carecĂ­a de forma fĂ­sica, era una mente pura, pero sĂ­ consiguiĂ³ saber su identidad. Era un ente femenino, inteligente, no se trataba de un sistema dirigido ni una presencia proyectada desde otro lugar. AquĂ©lla voz era su forma verdadera. Eso sĂ³lo dejaba una posibilidad.

   “No puede ser… ¿eres un physix?” La importancia del descubrimiento le hizo olvidar sus propios problemas. Los physix eran una raza de la que nadie estaba seguro de su existencia y sobre la que corrĂ­an multitud de leyendas. Al parecer, carecĂ­an de cuerpo, eran sĂ³lo ondas mentales y podĂ­an proyectarse instantĂ¡neamente hacia donde quisieran. Eso querĂ­a decir que, aunque se llevase todas las botellas rojas de la cĂ¡mara, en realidad darĂ­a igual; a ella le bastarĂ­a con quedarse en la cĂ¡mara u ocupar cualquier otro objeto. TambiĂ©n podĂ­a perfectamente proyectarse hacia donde estuviera RĂ³simo y delatarle.

   “Pero no lo he hecho. AĂºn” dijo la voz, contestando al pensamiento de Danna. “Y sĂ­, soy una physix. Llevo mĂ¡s de diez años en Ă©sta cĂ¡mara, ayudando a RĂ³simo a todos sus manejos a cambio de mil promesas, de las cuales no ha cumplido ninguna”.

    “Yo no quiero tu ayuda para nada ilegal” protestĂ³ el mestizo. Si la physix dudaba, y Ă©l sabĂ­a que lo hacĂ­a mĂ¡s allĂ¡ de sus palabras, quizĂ¡ pudiera ganĂ¡rsela. “Quiero tu ayuda para ser libre”. La mente guardĂ³ silencio. Danna tratĂ³ de sondearla, pero la physix era mĂ¡s astuta; estaba pensando en una pantalla de duracero. Era indudable que tenĂ­a experiencia guardando su pensamiento de personas con habilidades similares a las suyas.

    “Escucha, te ayudarĂ©, pero tĂº debes ayudarme a mĂ­ tambiĂ©n; si no cumples tu parte del trato, volverĂ© con RĂ³simo y le contarĂ© que tĂº me sacaste de aquĂ­.” ContestĂ³ al fin.

    “¿QuĂ© querrĂ¡s que haga?” quiso saber el luchador, y casi jurarĂ­a haber oĂ­do una risita, pero eso era imposible. Los physix eran todo mente, no tenĂ­an emociones y no sabĂ­an reĂ­r.

    “Nada ilegal, ni doloroso para ti, ni peligroso. Pero si no me juras que me ayudarĂ¡s, no saldrĂ© de aquĂ­”.

   “Lo harĂ©, harĂ© lo que precises”, prometiĂ³ Danna, y decĂ­a la verdad, pero preguntĂ³: “¿Por quĂ© te quedas aquĂ­ si RĂ³simo no te ayuda? TĂº puedes proyectar a donde quieras tu mente y buscar otro lugar…”

    “¿¡Crees que no lo harĂ­a si pudiera?!” la voz sonaba hasta ofendida “¡Me hubiera fugado hace mucho tiempo, pero no es tan sencillo como tĂº piensas, orangutĂ¡n con antenas!”

    El asombro, hizo que Danna ni siquiera devolviera el insulto, ¡se suponĂ­a que los physix carecĂ­an de carĂ¡cter…! Pero aquĂ©lla mente, impaciente ante la cortedad de la suya, se habĂ­a molestado.

   “No pretendĂ­a ofenderte” dijo la voz, ahora mucho mĂ¡s calmada. “Es sĂ³lo que llevo mucho tiempo encerrada y dĂ¡ndole vueltas a mis posibilidades; ahora llegas tĂº y me dices eso, como si a mĂ­ no se me hubiera ocurrido en diez años… Coge la botella y larguĂ©monos de aquĂ­”.

   Danna sintiĂ³ la mente saltar de objeto a objeto de la cĂ¡mara, y finalmente la sintiĂ³ en la botellita roja que Ă©l habĂ­a estado a punto de tomar en primer lugar. Danna sonriĂ³ y la cogiĂ³, y de pronto, sintiĂ³ mucha sed y el estĂ³mago le rugiĂ³ de hambre.

    “¿QuĂ© me has…?”

    “Tranquilo, nada serio”. contestĂ³ ella. “Llevaba varios dĂ­as sin comer, RĂ³simo no me alimenta salvo muy de tarde en tarde; forma parte de las precauciones que toma para que no escape”. Danna se guardĂ³ la botellita y, mientras cerraba de nuevo la cĂ¡mara, quiso preguntar, pero la respuesta le llegĂ³ antes de enviar la pregunta, porque ella ya la habĂ­a oĂ­do antes de que Ă©l la formulara. “SĂ³lo soy una presencia mental, carezco de boca o sistema digestivo para alimentarme. En mi planeta, puedo metabolizar lo que preciso a travĂ©s de la energĂ­a de plantas, animales y algunos minerales. AquĂ­, encerrada en una cĂ¡mara llena de objetos inanimados, no puedo alimentarme de ningĂºn modo, sĂ³lo cuento con que RĂ³simo me ofrezca algo. Si estuviera fuerte, podrĂ­a urdir algĂºn medio de escapar, pero estando tan dĂ©bil, me morirĂ­a si lo intentara”.

   Akdannaian volviĂ³ a su casa tranquilo, sabĂ­a que RĂ³simo tardarĂ­a varios dĂ­as en volver a entrar en la cĂ¡mara y, segĂºn la physix, no siempre comprobaba su presencia allĂ­, la daba por sentada. AĂºn cuando la siguiente vez se le ocurriera comprobar, serĂ­a difĂ­cil que pudiera sospechar de Ă©l, y no podrĂ­a probarlo. “Si las cosas se ponen muy feas, estando fuerte le puedo convencer de lo que sea”, explicĂ³ la mente. Durante aquĂ©lla noche, Danna se enterĂ³ de muchas cosas con respecto al supuesto “genio de la botella”. Se llama Kairchik, era una hembra relativamente joven y vivĂ­a esclavizada. Era una exploradora, venĂ­a de su planeta con una misiĂ³n y, bĂ¡sicamente, lo que necesitaba era energĂ­a, muchĂ­sima. “Podemos proyectarnos casi a cualquier lugar del Universo en instantes, pero eso implica un gran gasto energĂ©tico. El saltar de un objeto a otro, de un cuarto a otro, es como para vosotros cambiar de habitaciĂ³n, no representa un gran gasto. Pero proyectarse a sitios lejanos, sĂ­, mucho mĂ¡s cuanto mĂ¡s lejano es. Y para hacerlo de forma segura, tambiĂ©n necesitamos saber algo de a dĂ³nde nos dirigimos. Antes de dar un salto grande, primero proyectamos una visiĂ³n de ese punto. Eso implica un gasto mayor aĂºn.” Se explicaba Kairchik.

   —¿Y no podĂ©is saltar a ciegas, para ahorraros al menos ese gasto?

  “Como poder, se puede, claro, pero entonces nos arriesgamos a caer en sitios inhĂ³spitos, como una supernova, o un agujero negro. Aunque no tengamos cuerpo fĂ­sico que se dañe, las ondas mentales tambiĂ©n tienen sus lĂ­mites. En una estrella morirĂ­amos, de un agujero negro no podrĂ­amos salir… Y el duracero nos detiene. Nos debilita, y no podemos atravesarlo, no sabemos por quĂ©. Mi misiĂ³n, como la de otros exploradores, era averiguarlo, y me temo que no hemos tenido suerte ninguno.”

    —¿Por quĂ©?

    “Hace mucho que dejĂ© de sentir su presencia. Aunque estemos muy lejos unos de otros, siempre podemos sentirnos y hablarnos. Antes, aprovechaba los momentos en que RĂ³simo me sacaba de la cĂ¡mara, para hablar con ellos. No estaba lo bastante fuerte como para proyectarme hacia ninguno, pero al menos podĂ­a saber de ellos. No eran conversaciones halagĂ¼eñas. Nuestras dotes eran muy valoradas por los hampones, por el ejĂ©rcito, y nosotros carecĂ­amos de dobleces o de maldad, ¡ni siquiera sabemos mentir! ¿Para quĂ© vas a mentir, si sabes que tu interlocutor estĂ¡ leyendo todo lo que piensas? SĂ© que algunos de mis compañeros fueron utilizados, pero no sĂ© nada concreto de ninguno, sĂ³lo que dejĂ© de recibir sus frecuencias. O estĂ¡n encerrados como yo en cĂ¡maras de duracero, ...o han dejado de existir”.

   Danna sintiĂ³ la tristeza de la physix a travĂ©s de sus pensamientos. Sus antenas empĂ¡ticas le mandaban la ola de soledad, incertidumbre, dolor y pesar que la mente habĂ­a sentido durante tantos años de encierro. “Y hay quiĂ©n dice que, por carecer de cuerpo, ya no tenĂ©is emociones… puto especiesismo”, pensĂ³ y acariciĂ³ la botella con el dorso de los dedos. El color de la misma cambiĂ³, de rojo a rosado intenso, y la niebla que habĂ­a en ella, se arremolinĂ³ con rapidez, en un torbellino circular.

    “¿Por quĂ© has hecho eso?” preguntĂ³ Kairchik. “Me parece que intentes… confortarme”.

   Danna se incomodĂ³.

    —VerĂ¡s… los corpĂ³reos usamos mucho el lenguaje fĂ­sico — tratĂ³ de explicarse —. Cuando ves que una persona se siente triste, intentas consolarla con contacto fĂ­sico, acariciĂ¡ndola, o dĂ¡ndole un abrazo.

    “Entiendo. Creo”. MusitĂ³ la mente, y Danna sintiĂ³ que de nuevo evocaba el muro de duracero que le permitĂ­a pensar con privacidad. El luchador sabĂ­a que Ă©l podĂ­a intentar derribar aquĂ©l muro, Ă©l no tenĂ­a problemas con muros, ni con el duracero, pero si la physix querĂ­a contar con esa intimidad, Ă©l estaba dispuesto a dejĂ¡rsela. “Hay cosas que debo averiguar para los mĂ­os. No se trata sĂ³lo de obtener energĂ­a, aunque eso sea lo mĂ¡s importante. Mi planeta pasa por dificultades; hemos establecido algunas colonias, pero eso es insuficiente. Necesitamos un planeta para realizar una migraciĂ³n masiva, y hemos de explorar no sĂ³lo nuevos mundos, sino tambiĂ©n nuevas maneras de vivir. Tengo que contar con alguien que disponga de cuerpo para poder ayudarme. No puedo darte mĂ¡s detalles, sĂ³lo puedo decirte que no serĂ¡ peligroso para ti, ¿querrĂ¡s ayudarme?”

    —Te dije que sĂ­ y lo mantengo — contestĂ³ Akdannaian. Él sabĂ­a que la physix no mentĂ­a. Ocultaba algo, claro que sĂ­, pero se trataba de una criatura honesta; fuera lo que fuese lo que no le querĂ­a contar, no entrañaba riesgo alguno para Ă©l.




    —….Tu contrato, extinguido. Ahora eres libre — Zesso se habĂ­a vuelto todo sonrisas al recibir la botellita roja, y no reparĂ³ en el pendiente que colgaba de la oreja izquierda de su luchador, que tenĂ­a un color muy similar al de la botella. —. Y, en buena ley, te corresponde la cuenta de ahorros que he ido separando para ti durante todos estos años, ¡dinero que ha sido sagrado para mĂ­!

    “Este tipo te miente” Kairchik, muy cerca de su oĂ­do, podĂ­a ver los pensamientos de Zesso, y Ă©ste se jactaba para sĂ­ del dinero que le habĂ­a sacado a su pupilo.

    “Lo sĂ©, ¿puedes hacer algo?” La expresiĂ³n sonriente de Akdannaian no cambiĂ³ mientras contestaba a la physix, y le llegĂ³ la sonrisa de Ă©sta. De inmediato, Zesso adoptĂ³ una expresiĂ³n idiota. No es que la habitual fuese en exceso inteligente, pero la cara que puso hacĂ­a pensar que alguien le habĂ­a dado a oler licor de LĂ¡grimas de Venus y que estaba en pleno Ă©xtasis.

    —¿Sabes, hijo? Todo el dinero que he hecho contigo, no se puede soñar — sonriĂ³, atontado —. Tanto, que lo he metido en una cuenta lĂ¡ctea, para que nadie lo encontrara, esperando que tĂº te marcharas para poder usarlo, para poder retirarme a una isla en Lilium, o en las lunas, bien cerca de las sacerdotisas como tu madre, para que vinieran a follar conmigo todos los dĂ­as… pensĂ© que estarĂ­a muy gracioso, primero jodo bien al hijo, y luego me paso mi retiro jodiendo tambiĂ©n a la madre…

    “Calma” advirtiĂ³ la physix, notando que Danna torcĂ­a el gesto y apretaba los puños. “No te preocupes, no podrĂ¡ hacerlo, pero no puede evitar soltarte la verdad”.

    —Pero la mayor parte de ese dinero es tuyo — continuĂ³ Zesso —. Lo ganaste tĂº y no serĂ­a limpio que yo me lo quedase todo. Iremos al 60-40; sesenta para ti, y cuarenta para mĂ­. Al fin y al cabo, yo te protegĂ­a, sĂ­, ¡pero eras tĂº el que recibĂ­a los golpes! — El empresario abriĂ³ la pantalla digital y accediĂ³ a su cuenta del banco, delante de Ă©l. Dio todas las autorizaciones y traspasĂ³ una cantidad de dinero inmensa a la cuenta de Danna —. Oh, y la casa… El valor de la casa tambiĂ©n hay que contarlo, ¡hace tres años que terminaste de pagarla, y me he estado quedando con todas las mensualidades, como si aĂºn estuviera hipotecada! ¿Y sabes quĂ©? ¡PretendĂ­a quedarme tambiĂ©n con la casa, haciĂ©ndote creer que no estaba pagada…!

    El luchador no podĂ­a dejar de sonreĂ­r. “Kairchik, ¿estĂ¡s haciendo tĂº todo esto?” preguntĂ³.

    “Bah, sĂ³lo estoy subiendo su sentido de la moral y de la Ă©tica, eso es todo… He suprimido su egoĂ­smo y ahora obra como sabe que es justo.” Se notaba una sonrisita, un tono de suficiencia en la voz mental. “¡Pero toma nota para cuando te necesite yo a ti!”.

   Danna saliĂ³ del despacho de Zesso con dinero mĂ¡s que suficiente para comprar su local en el acto si lo desease, pero no deseĂ³ forzar la suerte. ConservĂ³ los tratos con RĂ³simo como habĂ­an quedado: dos años de alquiler, y al tercero, le pagarĂ­a el triple de lo que costĂ³ en su dĂ­a, trato cerrado para que ni uno pudiera subir el precio, ni el otro bajarlo, y asĂ­ regresĂ³ a su casa, ahora enteramente suya.

   “Esta casa es enorme” dijo Kairchik “¿De veras necesitas tanto sitio, sĂ³lo para ti?”

   “No es que lo necesite, pero es mĂ­o. Me he acostumbrado ya a ella.” ContestĂ³ el luchador.

   “Pero, ¿no te sientes solo en una mansiĂ³n de dos pisos y ocho habitaciones, viviendo sin nadie mĂ¡s?”

    “Por curiosidad, ¿cuĂ¡nto le durarĂ¡ el globo de la moralidad a Zesso?”

   “Lo siento”. contestĂ³ ella. “No querĂ­a meterme donde no me llamaban”.

    “¿QuĂ© quieres decir?”

    “No necesito leer tu mente para ver que has eludido mi pregunta… pero como de todos modos, no puedo evitar leerla, veo tu soledad.” La voz hablaba con delicadeza, pero como Danna no la cortĂ³ ni detectĂ³ en Ă©l hostilidad, siguiĂ³ hablando. “Te has atrevido a enfrentarte a Zesso precisamente porque estabas solo… tu soledad te dio tiempo para pensar y oportunidad de darte cuenta de que no te gustaba lo que tenĂ­as, aunque aparentemente lo tuvieras todo. Por eso Zesso querĂ­a mantenerte ocupado siempre y todos los dĂ­as te mandaba chicas. Y la moralidad le durarĂ¡ un par de dĂ­as, la perderĂ¡ paulatinamente; en cualquier caso, lo suficiente para que no pueda retroceder ninguna orden de transferencia, y tampoco podrĂ¡ reclamar contra ti; Ă©l mismo tenĂ­a precauciones de seguridad en su banco contra tu posible manipulaciĂ³n, y las pasĂ³. No podrĂ¡ probar que ha sido sometido a las mĂ­as”.

    Danna sonriĂ³. Kairchik tenĂ­a razĂ³n en todo. Era cierto que se sentĂ­a solo y le parecĂ­a que la casa le quedaba grande, pero lo cierto es que, lo quisiera o no, era su hogar. Le gustaba. Pero sĂ­ era verdad que a veces, algunas noches, la sentĂ­a un poco vacĂ­a. QuizĂ¡ como su propio corazĂ³n, pensĂ³. Y entonces se dio cuenta que Kairchik estarĂ­a oyendo todo lo que Ă©l pensaba, e intentĂ³ pensar en otra cosa.

    “Bueno… ahora toca lo tuyo”, pensĂ³. “¿QuĂ© tengo que hacer para ti?”

    “Algo muy fĂ¡cil: dormir”.

    “¿CĂ³mo “dormir”?” PreguntĂ³ el luchador.

    “SĂ­, sĂ³lo es eso. Tienes que tomar una comida copiosa, porque yo me alimentarĂ© de tus energĂ­as, y luego, dormirte. Mientras duermes, yo podrĂ© estudiarte.” Danna quiso preguntar, pero Kairchik ya sabĂ­a quĂ© curiosidad tenĂ­a. “Necesito estudiar tu cuerpo. Tu esqueleto, tu sistema nervioso, tus mĂºsculos… todo. Y debo hacerlo mientras duermes, porque asĂ­ tu pensamiento no me oprimirĂ¡. Pierde cuidado, si fuese peligroso, no te lo pedirĂ­a”.

   Danna accediĂ³, y la physix le instruyĂ³ en lo que debĂ­a hacer. AdemĂ¡s de comer mucho, le advirtiĂ³ que dejase tambiĂ©n una jarra de agua y comida junto a la cama. “Es fĂ¡cil que estĂ©s dormido muchas horas, yo me encargarĂ© de ello. Cuando despiertes, tendrĂ¡s hambre y sed y quizĂ¡ te sientas algo dĂ©bil por las energĂ­as que habrĂ© tomado de ti. Todo serĂ¡ normal, y se te pasarĂ¡ en pocos minutos”. El luchador se encogiĂ³ de hombros con una sonrisa; nunca pensĂ³ que pudiera ayudar a nadie haciendo algunas de las cosas que mĂ¡s le gustaban, que eran comer y dormir, asĂ­ que se atiborrĂ³ de todo cuanto quiso, y Kairchik le orientĂ³ hacia las viandas mĂ¡s calĂ³ricas y llenas de grasa y azĂºcar, hasta que realmente no le cupo ni un bocado mĂ¡s y tuvo que ir hasta su alcoba con los pantalones medio bajados, porque su tripa se salĂ­a de ellos.

    DejĂ³ junto a la cama una jarra de dos litros de agua fresca y varios bocadillos y dulces, como la physix le habĂ­a pedido, y se estirĂ³ en el catre, blando y cĂ³modo. SuspirĂ³ y apenas llegĂ³ a cambiar de postura; su estĂ³mago lleno (y quizĂ¡ tambiĂ©n Kairchik) le durmieron al momento.

     “Scanner de seguridad. No se mueva, por favor” decĂ­a la voz enlatada. Danna estaba en un punto de transporte. Al otro lado de las puertas, veĂ­a la exuberancia vegetal de su planeta natal. Deseaba ir allĂ­ y sumergirse en aquĂ©l verdor, pero obedeciĂ³ la orden, sabĂ­a que tenĂ­a que permanecer quieto. Tardaba mucho. Y allĂ­ fuera todo estaba tan bonito y verde. Se vio a sĂ­ mismo de niño, correteando descalzo por los prados de Lilium-Arcadia, y a su madre, toda sonrisas, siempre de buen humor, corriendo tras Ă©l. No pudo aguantar mĂ¡s y echĂ³ a correr hacia la puerta. El punto de transporte desapareciĂ³, y sĂ³lo quedĂ³ el bosque.

     —¡Nanitan, niño travieso! — se volviĂ³ y sonriĂ³. Era su madre. — ¡Te has movido! QuĂ©date un momento quieto y deja que te mire… ¡CuĂ¡nto has crecido! ¡QuĂ© guapo estĂ¡s!

     —Madre, me viste hace tres años. Y me ves siempre que hablamos, no he podido crecer. — una alegrĂ­a sencilla y una oleada de cariño parecieron rebosar su corazĂ³n.

    —Para una madre, los hijos siempre son niños. Siempre nos sorprende veros adultos y nos parece que habĂ©is crecido. ¿QuĂ© pasa con tu padre?

    —No me hables de Ă©l — cortĂ³ Danna —. Para mĂ­, siempre serĂ¡ el hombre que venĂ­a a violarte.

    —No era violaciĂ³n, yo se lo permitĂ­a, ¡sĂ³lo yo podĂ­a darle el regalo! — la imagen de su madre le mirĂ³ con cierta reconvenciĂ³n — ¿Y tĂº? EstĂ¡s solo.

    —No quiero hablar de eso — el luchador se volviĂ³ y empezĂ³ a volar por entre los helechos y los arbustos, suaves y hĂºmedos, llenos de un agradable frescor. Cada hoja acariciaba una parte de su cuerpo, su rostro, sus brazos, sus piernas… TambiĂ©n una le acariciĂ³ el pene y sintiĂ³ un cosquilleo dulce, breve, que le hizo sonreĂ­r.

    “Te gustan las cosquillas” dijo una voz femenina, y de pronto le siguieron muchas mĂ¡s. “Te gusta que te toquen”, “te gusta que te chupen”, “penetraciĂ³n, follar, joder, ¡fĂ³llame! ¡cabĂ¡lgame! ¡danos el regalo! ¡El regalo! ¡El regalo!”. La confusiĂ³n de voces aumentaba. Cada hoja de planta se habĂ­a transformado en una mujer y todas le abrazaban y tocaban a la vez, sentĂ­a mil brazos en su pecho, mil bocas en su cara y su lengua, y otras tantas le lamĂ­an la piel, la polla, y empezĂ³ a disfrutar. GimiĂ³ y estallĂ³ en un orgasmo sin previo aviso. Todas las chicas eran iguales, todas tenĂ­an la misma cara y la misma voz, y todas empezaron a preguntarle a la vez sus nombres. “¿Te acuerdas de mĂ­, verdad?”, “Me dijiste que yo era Ăºnica”, “Dijiste que lo nuestro era especial”, “¿CĂ³mo me llamo?”, “Di mi nombre, Danna”, “Grita mi nombre cuando te corras”, “¿Y yo, a que de mĂ­ sĂ­ te acuerdas?”, “No me has olvidado, ¿verdad?”

    Danna se debatiĂ³ entre ellas, ¿cĂ³mo podĂ­a recordar nada, si todas eran iguales? HabĂ­a pagado por todas ellas, ya fuese Ă©l o Zesso, pero todas habĂ­an sido amigas de pago, lo que les dijera, no habĂ­a sido mĂ¡s que charla de cama, igual que lo que ellas le decĂ­an a Ă©l.

    —No has dado a nadie el regalo.

    —¡Madre! ¡No me mires ahora! — protestĂ³ Danna, intentando taparse, pero las chicas no dejaban de tocarle y hacerle gozar, les importaba un cuerno que la madre de su amante mirase o no.

    —Siempre has tenido vergĂ¼enza — Roldra le miraba sĂ³lo a los ojos, y el luchador vio que estaban llenos de lĂ¡grimas brillantes — Y siempre has tenido miedo a la entrega. ¡Pero es culpa mĂ­a! ¡SĂ³lo viste violencia donde habĂ­a amor, y yo no fui capaz de enseñarte que amaba a tu padre, y que su manera de volver siempre a mĂ­, era el Ăºnico amor que Ă©l podĂ­a profesarme!

    —No... No, madre, no es culpa tuya — negĂ³ Ă©l, intentando resistir el placer, mientras las chicas le chupaban a la vez la polla, las pelotas, y notaba una lengua acariciar su ano. Era jodidamente difĂ­cil — Yo no… no me he entregado porque son… ¡aaaaaaaaaah…! Porque son mujeres de pago — sabĂ­a que Roldra no entenderĂ­a la palabra “putas”, y eso de “sexo de pago”, tampoco era fĂ¡cil de entender para una lilius. —. Se… se acuestan conmigo porque les doy dinero a cambiooo…

    —Eso es muy triste, hijo mĂ­o — las lĂ¡grimas de Roldra temblaron en sus ojos y cayeron al suelo. Donde cayeron, brotaron flores de color rosado, rojizo, pĂºrpura, violeta… que crecieron hacia Ă©l e intentaron abrazarle con sus corolas —. TĂº eres un lilius, hijo de una sacerdotisa, con formaciĂ³n de sacerdote, ¡tu labor es dar el regalo sin pedir nada a cambio! Pero eso no te importĂ³, y ninguna de esas chicas lo tuvo de ti, ni una sola.

    Danna se estremeciĂ³ entre los brazos de mil mujeres y de su polla brotĂ³ agua en lugar de semen. Se sentĂ­a avergonzado de haber eyaculado delante de su madre, pero Ă©sta parecĂ­a preocupada por otra razĂ³n:

    —¿Ves? Tu esperma, tu gozo, no valen nada si no das el regalo. EstĂ¡n vacĂ­os — de pronto, todas las chicas desaparecieron, y Danna cayĂ³ de rodillas entre las flores. Estaba sudado y sucio, y se sentĂ­a dĂ©bil, agotado y pringoso, pese a haber eyaculado agua. —. Te sientes solo porque has actuado de forma muy egoĂ­sta. SĂ³lo has pensado en ti y en tu gozo, y eso no estĂ¡ bien cuando estĂ¡s con otras personas. Debes entregarte. Debes entregar el regalo.

    —Madre, yo… yo no he encontrado a nadie para…

   Roldra se arrodillĂ³ junto a Ă©l, con una gran sonrisa plena de ternura, y le abrazĂ³, acunĂ¡ndole en su pecho.

    —Mi niño. Pero si no lo tienes que buscar. — A Danna le pareciĂ³ que su madre decĂ­a algo mĂ¡s, pero ya no la oyĂ³.

    RoncĂ³, y el ronquido le hizo medio despertarse. SintiĂ³ la boca reseca como si tuviera papel de lija en lugar de lengua, y su piel estaba empapada de sudor pegajoso. Un hilo de baba habĂ­a dejado un cĂ­rculo hĂºmedo en la almohada y, cuando intentĂ³ incorporarse, la cabeza le dio vueltas. ApaĂ±Ă³ la jarra y bebiĂ³ con ansia. ¡QuĂ© rica le supo el agua! Era como tragar vida. Conforme se desperezaba, se dio cuenta de que tenĂ­a la entrepierna empapada, y los goterones de semen le llegaban hasta al pecho. SabĂ­a que tenĂ­a que recordar algo, pero estaba tan mareado, que no sabĂ­a quĂ©. TomĂ³ uno de los bocadillos y empezĂ³ a comĂ©rselo mientras se limpiaba con una esponja perfumada. Cuando los preparĂ³, hacer bocadillos de crema dulce de semilla de mushatĂ© y pasta de ovomela le habĂ­a parecido demasiado empalagoso pero, cuando uno estaba tan exhausto como Ă©l en ese momento, una sobredosis de azĂºcar era justo lo que le pedĂ­a el cuerpo… y entonces se dio cuenta de algo y se quedĂ³ con el bocado en la boca, sin masticar. La esponja. Él no la habĂ­a puesto allĂ­.

    “Para ser luchador, tardas mucho en notar una presencia a tu espalda”. Danna pegĂ³ un brinco y saltĂ³ de la cama.

    —¿¡QuiĂ©…?! — pero se cortĂ³, no necesitaba preguntar su identidad. MĂ¡s bien necesitaba preguntar… — ¿CĂ³mo?

   En su cama, cubierta por la colcha, estaba Kairchik. No la habĂ­a visto antes, pero sabĂ­a que era ella. TenĂ­a la piel rosada, casi fucsia, el cabello entre pĂºrpura y violeta y los ojos de color rojo brillante. Si Akdannaian hubiera conocido a los demonios, hubiera pensado que aquĂ©lla chica menuda parecĂ­a uno. La mujer sonriĂ³.

    “TendrĂ¡s que enseñarme a hablar con la boca” dijo, en su mente “PensĂ© que sabrĂ­a, pero es mĂ¡s difĂ­cil de lo que pensaba”. Danna se sentĂ³ de nuevo en la cama y sĂ³lo entonces pareciĂ³ darse cuenta de que iba desnudo, porque se tapĂ³ precipitadamente.

    —¿CĂ³mo te has hecho un cuerpo? — quiso saber.

   “Es una habilidad de los physix”. SonriĂ³ ella con aire de suficiencia. “Necesitamos muchĂ­sima energĂ­a para ello, pero una vez obtenemos un cuerpo, podemos modelarlo a nuestro antojo, como tĂº modelas arcilla, o dibujas. Es un gran esfuerzo mental y que requiere mucho tiempo. Has permanecido dormido casi treinta horas.”

   —¡Treinta horas! ¡Era mi primer dĂ­a y no he abierto el club! — sonriĂ³.

    “Lo siento… te necesitaba para esto. Me has sido muy Ăºtil, Akdannaian Und´thea. Gracias a ti, he podido crear un cuerpo mamĂ­fero, apto para vivir en otros planetas y que serĂ­a Ăºtil a mi gente, si no fuera porque ya no era preciso”.

    —¿CĂ³mo que no era preciso? — interrogĂ³ el luchador.

    “...Han pasado once años desde que partĂ­, y he pasado diez encerrada.” Se explicĂ³, cariacontecida. “He intentado ponerme en contacto con los mĂ­os. Y… bueno, ha habido cambios en mi planeta. Antes, se consideraba que debĂ­amos ocupar cuerpos fĂ­sicos para expandirnos con seguridad por el Universo. Ahora se piensa que algo asĂ­, es una atrocidad, una degeneraciĂ³n. Que la forma mental es la forma pura, y cualquier planeta dominado por seres fĂ­sicos, es inviable para nosotros. De repente, soy una traidora a mi raza por usar un cuerpo fĂ­sico”.

    —Kairchik… Lo siento. — AĂºn sin el enlace mental, la physix sabĂ­a que decĂ­a la verdad y lo sentĂ­a de veras.

   “¿CĂ³mo es eso que hiciste la otra vez… cuando intentaste confortarme?”

   —¿Cuando te acariciĂ©?

   “SĂ­. Fue raro, pero no desagradable. Me gustarĂ­a sentirlo a travĂ©s de un cuerpo, ¿puedes hacerlo de nuevo?”

   Danna sonriĂ³ y acariciĂ³ el rostro rosado con el dorso de los dedos. Kairchik cerrĂ³ los ojos y una sonrisa se abriĂ³ en su cara. El luchador vio cĂ³mo se le ponĂ­a la piel de gallina en los brazos, y estos se le quedaban flojos, de modo que soltĂ³ la colcha que cubrĂ­a su pecho. IntentĂ³ retirar la mano, pero la physix acercĂ³ el rostro para prolongar el contacto, y Ă©l la acariciĂ³ con la palma. El calor y la suavidad de su piel, unido a sus preciosos pechos rosados, de pezones rojizos y erectos, hizo efecto en Ă©l. NotĂ³ cĂ³mo los huesos retrĂ¡ctiles de sus brazos se estiraban y se abrĂ­an paso a travĂ©s de sus costados, pero en esta ocasiĂ³n no sintiĂ³ sĂ³lo el dolor de otras veces, sino una extraña calidez ansiosa, una quemazĂ³n que picaba de un modo agradable, y cuyo picor se extendiĂ³, todo dulzura, hacia su miembro, y lo puso erecto en un instante. Sus brazos adicionales querĂ­an extenderse y tocar a la physix, y tenĂ­a que contenerlos con esfuerzo; no obedecĂ­an tan dĂ³cilmente como los dos superiores, pero nunca antes habĂ­an mostrado esa voluntad. El luchador se obligĂ³ a cruzarlos para mantenerlos quietos.

    “Haaaaaah…” SuspirĂ³ la joven. A travĂ©s de las antenas empĂ¡ticas, a Danna le llegaba el cĂºmulo de sensaciones que colmaban a su amiga, y que sentĂ­a por primera vez, y aquĂ©llo no le ayudaba en nada a contenerse. “Es muy agradable… Pensaba que el roce suave de la colcha era agradable, pero esto es mucho mejor. Es cĂ¡lido, es… puedo sentir tu vida a travĂ©s de tu piel”. 

    —¡Je! Pues ya verĂ¡s cuando te comas un helado… — Akdannaian intentaba disimular, pero sus brazos daban pequeños tirones, intentando descruzarse, y sabĂ­a que a ella no podrĂ­a ocultarle que estaba excitado.

   “No te preocupes por eso, no me molesta”. SonriĂ³ ella. Danna sabĂ­a que no tenĂ­a caso intentar hacerse el tonto, y que lo mejor serĂ­a ir a darse una ducha. Pero apenas hizo ademĂ¡n de levantarse, la joven le tomĂ³ de la mano. Los otros dos brazos de Ă©se lado se descruzaron al momento y tomaron la extremidad de la joven tambiĂ©n. Le acariciaban la mano, y el luchador no era capaz de detenerlos. “Danna, yo…”. Le deseaba. No necesitaba decirlo de forma consciente, Ă©l lo sabĂ­a. Y ella podĂ­a haber pensado detrĂ¡s de la imagen del muro de duracero, pero no lo habĂ­a hecho. QuerĂ­a que Ă©l lo supiera. “Desde que salĂ­ de mi planeta, sĂ³lo me he encontrado personas que han pretendido aprovecharse de mĂ­. Antes que RĂ³simo me capturara, ya hubo otros que lo intentaron… Me da igual que mi misiĂ³n haya fracasado, yo sigo queriendo aprender acerca de quĂ© significa vivir en un cuerpo. Necesito alguien en quien poder confiar, y tĂº has sido el Ăºnico ser digno de confianza que he encontrado en once años”.

   El luchador estuvo a punto de objetar algo, pero ella se le adelantĂ³: “SĂ­ te conozco. Igual que tĂº a mĂ­. Los dos podemos ver el uno en el otro. He estado dentro de ti a nivel inconsciente. SĂ© cuĂ¡nto te cuesta confiar en alguien. Pero en mĂ­ puedes hacerlo, yo no puedo mentirte, ni ocultarte nada… SĂ© que mi truco de pensar en un muro de duracero no funciona contigo, y aĂºn asĂ­, no espiaste pudiendo hacerlo.”

   Los seis brazos de Akdannaian querĂ­an pensar por Ă©l, todo su cuerpo querĂ­a pensar por Ă©l, pero Ă©l sabĂ­a cuĂ¡n cara podĂ­a costar la confianza, “¿CĂ³mo sĂ© que no quieres simplemente investigar el sexo fĂ­sico? Puedes autoconvencerte para que no parezca que mien...” pensĂ³, casi sin querer, mientras tres de sus manos subĂ­an por el brazo de la joven, en caricias que buscaban su cuello, sus mejillas... sus pechos. Kairchik sonriĂ³. Por toda respuesta, le mandĂ³ imĂ¡genes de RĂ³simo follando con camareras dentro de su cĂ¡mara acorazada. Danna puso gesto de asco.

   “SĂ© cĂ³mo es el sexo fĂ­sico. RĂ³simo lo hizo asĂ­ muchas veces para que lo viera yo.” La physix no se molestaba en taparse las tetas y no sĂ³lo se dejaba acariciar; tomĂ³ una de las manos derechas de Danna que acariciaba su hombro, y la llevĂ³ a su pecho. Le hizo apretarlo. Suave y blando. Lleno de calor, palpitante... Akdannian se mordiĂ³ el labio. “SabĂ­a que yo querĂ­a un cuerpo fĂ­sico, y sabĂ­a que si llegaba a obtenerlo, le serĂ­a mucho mĂ¡s difĂ­cil tenerme presa. PretendĂ­a que todo lo fĂ­sico me asqueara, por eso hacĂ­a esas cosas delante de mĂ­.”

    El luchador notaba que su cara se acercaba mĂ¡s y mĂ¡s a la de Kairchik, por mĂ¡s que intentara contenerse. Su cuerpo nunca habĂ­a reaccionado como en aquĂ©l momento, pensando sin Ă©l. QuerĂ­a rendirse al deseo y disfrutar, pero por otro lado, estaba harto de follar, de gozar de un cosquilleo breve durante algunos segundos y sentirse despuĂ©s vacĂ­o en su cama vacĂ­a, su casa vacĂ­a y su corazĂ³n vacĂ­o. “Entonces, da el regalo”. PensĂ³ la joven. “EntrĂ©gate”.

    —No estĂ¡ bien que espĂ­es tambiĂ©n mis sueños… — musitĂ³, pero se dejĂ³ abrazar por su compañera y se tumbĂ³ sobre ella, apresĂ¡ndola entre sus seis brazos.

    —¡Aaaaaaaaah…! — era el primer sonido que salĂ­a de la garganta de Kairchik, y la joven se sorprendiĂ³, pero le sorprendiĂ³ mĂ¡s aĂºn la intensidad de la sensaciĂ³n. Su pecho, pegado al de Danna, parecĂ­a estallar de calor. Los seis brazos de su amante parecieron exaltarse de gozo y la apretaron entre ellos, para enseguida pasearse por su cuerpo, abrazĂ¡ndola a la vez por la espalda, los hombros, las nalgas… y no dejaban de moverse, acariciĂ¡ndola, inundando su cuerpo de suavidad. Aunque Ă©ste tambiĂ©n se inundĂ³ de otras cosas…

   “¡Danna, ¿quĂ© me sucede?!” preguntĂ³, asustada. “¡Mi Ă³rgano sexual suelta lĂ­quido! ¿Hay algo mal?”. Su compañero sonriĂ³ y le besĂ³ la nariz.

    —No hay nada mal, estĂ¡ perfecto — contestĂ³, divertido. —. Tu “Ă³rgano sexual”, vulgo “coño”, se humedece para que la penetraciĂ³n sea fĂ¡cil y placentera — la carita de alivio que puso Kairchik le destrozĂ³ el corazĂ³n. Se dio cuenta que no querĂ­a simplemente saciarse con ella, sino que gozaran juntos; querĂ­a darle el regalo, y la besĂ³ con fuerza. La inexperta lengua de Kairchik recibiĂ³ la suya con torpeza primero, pero con intensas caricias despuĂ©s. Las piernas de la joven se abrieron solas y le albergaron entre ellas, aĂºn con la colcha por medio, y Ă©l sintiĂ³ una oleada maravillosa de cariño, tan profunda y grande que sintiĂ³ ganas de llorar. El amor que ella le ofrecĂ­a le llegaba con la violencia de un impacto fĂ­sico, a travĂ©s de sus antenas empĂ¡ticas; nunca habĂ­a sentido nada igual. QuerĂ­a mĂ¡s que follarla, querĂ­a cuidar de ella, complacerla. Amarla. —. Todo lo que voy a hacerte, lo que vamos a hacer, tiene que ser placentero, ¿de acuerdo? Si sientes dolor o molestia, dĂ­melo enseguida.

   Kairchik, con la respiraciĂ³n alterada y las mejillas de color violeta, asintiĂ³. La boca de Danna empezĂ³ a recorrer su cuello y bajĂ³ hacia sus pezones. Al besar uno de ellos, los brazos de su amiga le abrazaron en una convulsiĂ³n y la sintiĂ³ estremecerse debajo de Ă©l, ¡quĂ© preciosa estaba! El pezĂ³n, duro entre sus labios, fue mimado por su lengua mientras Kairchik gemĂ­a e intentaba articular palabras sin conseguirlo.

    “QuĂ©… quĂ© gusto, quĂ© gustitoo…” lograba pensar. “Tu lengua es tan cĂ¡lida, tan hĂºmeda y suave, ¡quĂ© escalofrĂ­os me daaa…! Sigue, sigue… oooh… el otro, por favor, hazlo tambiĂ©n en el otrooo”.

    Danna, sonriendo, obedeciĂ³ y succionĂ³ del pezĂ³n izquierdo mientras sus manos acariciaban y pellizcaban ambas tetas. Kairchik parecĂ­a en trance, sus caderas se mecĂ­an solas y tenĂ­a los ojos en blanco. Él tenĂ­a la polla pegada al vientre pero, por una vez, no querĂ­a penetrar a la mujer que estaba con Ă©l. QuerĂ­a que ella gozase primero. Era la primera vez que la physix experimentaba el goce sexual y querĂ­a que no lo olvidase jamĂ¡s.

    RetirĂ³ la colcha y dos de sus manos acariciaron su vientre en cosquillas, disfrutando de las sonrisas y los estremecimientos de su amante. “Me gustan las cosquillas, mmmmmh, jijijiji… haaaah… da como… mmmmh… da como rabia, pero agradable. Quiero a la vez que pares, y que sigas.”

     —Ahora sĂ­ que vas a sentir cosquillas. — sonriĂ³ Danna, su voz mucho mĂ¡s ronca, y la mirĂ³ a los ojos. Kairchik casi no podĂ­a sostenerle la mirada. Antes no habĂ­a sentido vergĂ¼enza, pero ahora sĂ­ la sentĂ­a, y aunque sabĂ­a que la vergĂ¼enza era un sentimiento negativo, tenerla porque Danna estaba dĂ¡ndole placer era delicioso. No lo entendĂ­a. Pero tampoco lo querĂ­a analizar. AsintiĂ³.

    Los dedos del luchador acariciaron la vulva hĂºmeda de la joven y Ă©sta se acurrucĂ³ contra Ă©l, toda temblorosa. Muy despacio, el dedo medio de Danna acariciĂ³ la raja y se empapĂ³ de humedad. Con una mano, abriĂ³ los labios, que emitieron un sonido hĂºmedo al separarse, y con otra, posĂ³ su dedo sobre el clĂ­toris virgen.

     —¡Haah! — el grito ahogado de Kairchik le pareciĂ³ lo mĂ¡s bonito que habĂ­a oĂ­do. La joven habĂ­a temblado de sorpresa y gozo, y muchos pensamientos se agolparon en su mente, tantos que era imposible descifrarlos, y en ellos se mezclaban imĂ¡genes de sonidos chirriantes, de colores fundiĂ©ndose en el atardecer, de relĂ¡mpagos en el cielo nocturno, y de intentos de procesar aquĂ©lla sensaciĂ³n, mezclados con un deseo casi desesperado de sentirla nuevamente. Danna obedeciĂ³. Su dedo mojado empezĂ³ a acariciar lentamente el punto dĂ©bil de Kairchik, haciendo cĂ­rculos y mimĂ¡ndolo. Sabiendo que era su primera vez, no querĂ­a darle un juego demasiado duro.

     La physix se encontraba en un estado en el que el pensamiento lĂ©xico ya era imposible, sĂ³lo era capaz de sentir y gozar, y notĂ³ la dulce caricia convertir su cuerpo en agua, darle un cosquilleo delicioso, un placer desconocido que se extendiĂ³ enseguida por sus piernas y las puso tensas, y le hizo temer que morirĂ­a o se desmayarĂ­a, pero no querĂ­a que parara, ¡por favor, que no parara! El placer creciĂ³, notĂ³ que los dedos de sus pies se encogĂ­an sin que ella lo controlara, y al fin un gusto maravilloso se liberĂ³ en su clĂ­toris, haciĂ©ndole dar golpes con las caderas, gemir, sudar y sentirse en la gloria, satisfecha…

    Una dulzura infinita, una sensaciĂ³n de ternura deliciosa la invadiĂ³. Y la compartiĂ³ con Danna. Se abrazĂ³ a Ă©l y dejĂ³ que sus pensamientos fluyeran en una cascada imparable. Todo su placer, su gratitud, su cariño, se volcaron hacia Ă©l, y Danna no se lo impidiĂ³. Se dejĂ³ vencer por las emociones, le abriĂ³ paso a su mente como a su corazĂ³n, y Ă©l mismo le dejĂ³ saber lo mucho que le importaba. Por primera vez, su deseo fĂ­sico no era tanto ganas de sentir placer, como de unirse a una persona y ser uno con ella.

     “Hazlo”. PidiĂ³ Kairchik. Akdannaian no se lo hizo repetir, se tumbĂ³ sobre ella y la besĂ³, dejando que su polla se frotase entre los cuerpos de ambos y encontrase el camino ella sola. La joven gemĂ­a entre sus brazos, anonadada en aquĂ©l abrazo mĂºltiple, y las manos de Danna la recorrĂ­an sin descanso.

     “Kairch… tu piel es tan suave… no puedo dejar de tocarte. Me encantan esas caritas que pones cada vez que te acaricio”. PensĂ³. Y fue lo Ăºltimo que pensĂ³ de forma consciente, porque Kairchik se acomodĂ³, sus caderas se orientaron, y una corriente de fuego le indicĂ³ que estaba entrando dentro de ella. DejĂ³ escapar un gemido, y saboreĂ³ la sensaciĂ³n. ¡Diosa…! ¡QuĂ© felicidad, quĂ© PLACER! Kairchik, lo supiera o no, pero se habĂ­a construĂ­do un coño perfecto. Estrecho, caliente, dulce, apretadooo… Danna sentĂ­a su polla aplastada dentro de ella, abrazada en seda hĂºmeda. Su compañera se sentĂ­a llena, a la vez fĂ­sica y psĂ­quicamente. Le pareciĂ³ que la presencia corpĂ³rea era algo incompleto y que sĂ³lo mediante el sexo se alcanzaba la verdadera forma, la plenitud… y a la vez, sentĂ­a que era algo que sĂ³lo podĂ­a alcanzar con Danna; cualquier otro ente masculino no le harĂ­a sentir su forma tan completa como lo sentĂ­a con Ă©l.

     Akdannaian se dejĂ³ deslizar hasta el fondo en medio de dos gemidos interminables: el suyo propio y el de su compañera. Se estremeciĂ³ dentro de ella y se mordiĂ³ el labio, intentĂ³ contenerse, pero la oleada de amor que le enviaba Kairchik hacĂ­a imposible la retenciĂ³n, asĂ­ que prefiriĂ³ gozar y comenzĂ³ a moverse, diciendo el nombre de su amante. Ella gimiĂ³ debajo de Ă©l y le abrazĂ³ con las piernas, enlazĂ¡ndolas a su espalda, mientras tambiĂ©n ella gritaba y sollozaba de gozo. Danna se sentĂ­a vulnerable, y lo era. No habĂ­a “charla de cama” en esa ocasiĂ³n, no hacĂ­a falta. Con ella no podĂ­a mentir, y dejĂ³ fluir su pensamiento.

    “Te adoro, Kairchik, ¡te quiero!”, pensĂ³. La joven gimiĂ³, sus manos se agarraron a las sĂ¡banas, ¡la sensaciĂ³n la sobrepasaba! El placer y la emociĂ³n fueron demasiado para ella, y notĂ³ un placer similar al anterior, pero mĂ¡s intenso, mĂ¡s dulce… crecĂ­a en su coño, como un picor travieso, un cosquilleo… como perseguir una recuerdo que intenta escaparse y que al fin alcanzĂ³. Su espalda se curvĂ³ en medio de un grito cuando el picor pareciĂ³ ser rascado, cuando el placer estallĂ³ en su interior y se expandiĂ³ como olas, olas que rompĂ­an contra las rocas y las empapaban. Su coño se estremeciĂ³ en contracciones elĂ©ctricas que abrazaron la polla de Danna y Ă©ste ya no aguantĂ³ mĂ¡s. Un empujĂ³n mĂ¡s fuerte, y su placer le rebasĂ³, le hizo temblar hasta el ano y gozar de la succiĂ³n del coño de su compañera mientras su polla se derramaba dentro de ella, en medio de un calor delicioso que le dejaba en la gloria.

    Kairchik recobraba la respiraciĂ³n a golpes. Apenas podĂ­a creer que fuera posible tanta felicidad… Cada contracciĂ³n de su sexo la hacĂ­a temblar y gozar de un nuevo cosquilleo. La polla de Danna dentro de sĂ­ parecĂ­a conversar con su coño, parecĂ­a que ambos se abrazasen como ella y Akdannaian. Éste no podĂ­a creer lo que acababa de suceder. Akdannaian Und´Thea, la bestia del ring, LeviatĂ¡n Danna… estaba poco menos que ronroneando entre los brazos de una mujer y deseando llamarla cosas como “pimpollito, flor de panela, cuchi-cuchi”... Siempre habĂ­a pensado que el amor era una bobada, y que no existĂ­a para alguien como Ă©l, un mestizo hijo de un ruzani. Que lo Ăºnico que tendrĂ­a jamĂ¡s, serĂ­an caricias de pago. Su madre le habĂ­a dicho mil veces que en el amor, como en todo, si uno querĂ­a recibir, tenĂ­a que entregar primero. Nunca lo habĂ­a creĂ­do. Ahora tenĂ­a que darle la razĂ³n y no le hacĂ­a mucha gracia, pero sonriĂ³.

    — ´Anna… Tzanna… — Kairchik intentaba articular su nombre. Danna intentĂ³ alzarse sobre los codos, pero no lo consiguiĂ³, el orgasmo le dejaba dĂ©bil e indefenso. Kairchik, al percibir aquello, reuniĂ³ fuerzas y logrĂ³ empujarle para hacerle girar y quedar ella encima, de modo que su amante recibiera mĂ¡s aire; asĂ­ se recobrarĂ­a antes. El mestizo gimiĂ³ y la mirĂ³ con cariño. No sĂ³lo era la primera vez que una mujer trataba de ayudarle a recuperarse, tambiĂ©n lo era que no sentĂ­a incomodidad o asco por su debilidad posterior al orgasmo. Su pene estaba literalmente pegado dentro del cuerpo de su compañera, y asĂ­ permanecerĂ­a varios minutos. Y no podĂ­a imaginarse nada mĂ¡s agradable.

    —”Danna”. La lengua entre los dientes, la punta pegada al paladar. — musitĂ³ con esfuerzo, incapaz aĂºn de mover los brazos.

    —Tanna.

   —Casi — AsintiĂ³, y ella le besĂ³ la nariz —. Creo que es un poco pronto para enseñarte a decir “Akdannaian”.

   Kairchik sonriĂ³ y no contestĂ³, pero no hacĂ­a falta; su cara ya lo decĂ­a todo. Se acurrucĂ³ en su pecho, gozando de su calor y de estar unidos, e intentando pensar cĂ³mo era posible que existieran sensaciones tan intensas, tan potentes, que incluso anulaban el pensamiento. Ella habĂ­a querido a sus padres, desde luego, pero nunca habĂ­a pensado que pudiera alcanzar comuniĂ³n tan Ă­ntima como el amor fĂ­sico. SĂ³lo ahora entendĂ­a que todos los seres corpĂ³reos estuvieran en cierta medida obsesionados con el sexo y todo lo que lo rodeaba, que se ilusionaran pensando en practicarlo y que casi vivieran pensando en esos encuentros, en el momento mĂ¡gico de la fusiĂ³n y el orgasmo. “Y dicen en mi planeta que esto es degradante… puto especiesismo”. Le abrazĂ³ con fuerza. La ola de ternura y casi de posesiĂ³n que emanĂ³ de ella, hizo que la sonrisa de Danna no tuviera lĂ­mites. Se sentĂ­a tan colmado y feliz, que le parecĂ­a imposible que sus ondas de satisfacciĂ³n, placer y alegrĂ­a, no hubieran tirado abajo la casa. Y no lo habĂ­an hecho, pero sĂ­ que la habĂ­an sobrepasado.

     Akdannaian no lo sabĂ­a, pero la intensidad de su emociĂ³n habĂ­a viajado kilĂ³metros, años luz por el Universo, a travĂ©s del canal de pensamiento que disfrutaban los lilius. En su planeta natal, Roldra sonreĂ­a, y lĂ¡grimas de emociĂ³n escapaban de sus ojos, mientras brincaba sobre la entrepierna de un viejo conocido, y Ă©ste vio sus lĂ¡grimas.

    —¡Roldra! — gimiĂ³ con su ronca voz nasal, hablando a travĂ©s de su hocico porcino — ¿Te hace daño…?

    —No, noooooooo…. — suspirĂ³ la sacerdotisa — ¡Es el niño…! Él ha…. aaaaaaaaaaaah…. ¡ha dado el Regalooooo!

    Canijo se agarrĂ³ a las caderas de su amante y la moviĂ³ con fuerza sobre Ă©l, gozando de la intensidad de la alegrĂ­a de Roldra, poniendo los ojos en blanco al notar cĂ³mo ella se contraĂ­a de placer orgiĂ¡stico sobre su polla ansiosa y le estrechaba contra ella, lamiĂ©ndole el rostro, gimiendo su placer en sus oĂ­dos. SabĂ­a que su hijo le odiaba, que toda su tribu le despreciaba por haber engendrado un mestizo, y que en toda su vida sĂ³lo habĂ­a follado con ella, una hembra delgaducha y de otra raza… ¿y quĂ©? QuĂ© importaba todo eso si ella le hacĂ­a sentir querido y mimado, quĂ© importaba que fuese delgaducha y sin pĂºas, si ella le habĂ­a aceptado siempre tal y como era, si le habĂ­a seguido a travĂ©s de todo el planeta para volver a darle placer, y si siempre que iba a buscarla la encontraba feliz de verle, dispuesta, con una sonrisa luminosa, los brazos abiertos y el coño hĂºmedo para Ă©l. Roldra y Canijo se habĂ­an construĂ­do un mundo pequeñito, para ellos dos solos, y eso nadie podĂ­a quitĂ¡rselo. SĂ³lo esperaba que su hijo, por mucho que a Ă©l le odiase, tuviese la misma suerte.




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