Schfluiss.       Más o menos, ese era el sonido que hacían las deportivas de Violeta al hundirse en el ennegrecido barro...

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     Schfluiss.

      Más o menos, ese era el sonido que hacían las deportivas de Violeta al hundirse en el ennegrecido barro blando que rodeaba las ruinas carbonizadas de lo que había sido su casa. La casa de la vieja. Llovía lenta y mansamente, y la lluvia había desperdigado las cenizas, tiñendo de negro sucio los alrededores. A la joven le producía una gran paz.

      Entre la lluvia, el frío y lo temprano de la hora, apenas pasaba nadie por la calle, pero aún así, Kapsi le caló un poco más la capucha de la amplia sudadera, sin dejar de echar miradas disimuladas a su alrededor.

        —No podemos quedarnos mucho rato, recuerda — susurró el joven impío.

     —Lo sé. Pero necesitaba verlo. Tengo que verlo bien — Violeta tenía una extraña mirada de triunfo en los ojos del color de su nombre. Tal como ella había deseado en infinidad de ocasiones, la casa de la vieja, allí donde había vivido desde la muerte de sus padres, había ardido hasta los cimientos. Apenas un esqueleto de vigas de ladrillo y restos calcinados quedaban como vestigio de lo que había sido la casa. Violeta no sentía nostalgia; no había perdido nada material en el incendio, pero en la bodega de la casa, a poquísima profundidad, estaba la sepultura de la abuela, aquella vieja odiosa. Aún después de su muerte la estuvo controlando, pero ahora, tras el incendio, había desaparecido para siempre. Había desaparecido de verdad.

     Claro, pero ¿qué importancia tenía realmente, si ella seguía sin poder disponer de su propia vida?

     Mientras la vieja estuvo enterrada en el sótano y nadie supo de ello, Violeta se vio obligada a fingir para todos que seguía viva, para que nadie se enterase de que ella -por omisión, es cierto, pero- la había matado y, por tanto, a llegar a casa a horas determinadas, no disponer de auténtica libertad, no podía invitar a nadie ni hacer amigos, siempre bajo el temor de que descubrieran el cadáver. Ahora que al fin la muerte de la vieja era evidente, Violeta había muerto también, y había caído bajo el dominio del sr. Tánaso y su vampirismo.

     Qué duda cabía que la nueva situación reportaba muchas ventajas; ahora era inmortal, tenía poderes y nunca más tendría que preocuparse del dinero, pero también había inconvenientes. El tío Tánaso la mantenía como a su juguete, aún no sabía usar sus propios poderes y seguía prisionera. Su amigo Kapsi, sobrino del sr. Tánaso, ni siquiera podía llevar con ella la relación que ambos deseaban; en tanto que impío, maldito, estaba obligado a permanecer virgen, a no ser que quisiera achicharrarse vivo: cualquier intento del joven vampiro de atravesar la carne de otro ser, era castigada con fuego y de forma nada discreta. La casa de Violeta podía dar fe de ello.

     —¿No podemos acercarnos un poco más? — pidió la joven. — Quiero ver la sepultura, saber si la han descubierto o no.

      Kapsi titubeó.

     —Es muy arriesgado — pensó un par de segundos y sonrió — ¿Por qué no pruebas a transformarte en algo? Un gato, por ejemplo. Así podrías acercarte.

     —¿Cómo lo hago? — preguntó. Para Kápsimo, la pregunta tenía tanto sentido como si alguien le preguntase “¿cómo cierro los ojos?”; como mucho le podía enseñar cómo lo hacía él, pero no podía decirle cómo flexionar los músculos adecuados. Cuando él mutaba en murciélago (única transformación a su alcance debido a su condición), ni siquiera se paraba a pensar en cómo lo hacía. Uno no piensa en cómo respirar, o en cómo le crece el pelo. Aún así, intentó contestar.

     —Prueba a pensar en un gato, e imagina que eres uno. Imagínalo muy fuerte.

     Violeta sabía que no iba a funcionar, pero lo intentó de todos modos. Imaginó un gato negro. ¿No sería mejor una gata? No, vaya uno a saber si había un gato macho por allí y se veía escapando, o violada por él, ¡brrrrrrr…! ¡Pene con púas! Gato mejor. Negro. ¿O gris? ¿No sería mejor gris, no destacaría menos? Nah, negro está bien. Se concentró. Imaginó lo más fuerte que pudo, pero su cerebro no dejaba de recordarle que era imposible lo que pretendía hacer, ¿cómo iba a transformarse en gato, cómo iban a hacerse sus huesos más pequeños, cómo se cubriría de golpe de pelo toda su piel? ¿Y cómo iba a cambiar de sexo? ¿Y qué iba a pasar con la ropa? ¿Y cómo volvería a ser humana después? No tenía ningún sentido.

     —Yo creo que te han cambiado un poco las orejas — dijo Kapsi lealmente, y ella sonrió. Por otra de aquellas sonrisas, hasta le diría que era un calco del gato del Padrino. —. Mira, no creo que vaya a pasar nadie; quédate aquí un momento, me acerco yo en murciélago, y te cuento.

     Violeta asintió y se ocultó tras el ancho árbol junto al que estaban. Desde el camino nadie la vería y además llevaba ropas muy grandes y la sudadera con capucha; nadie la reconocería. Kapsi cambió a murciélago y su amiga no dejó de envidiarle por ello, para él era tan fácil… El impío voló y ella le vio revolotear alrededor de los restos calcinados y volver a los pocos minutos. Cuando aterrizó, estaba algo más pálido de lo normal.

     —Será mejor que nos marchemos, venga — la apremió —. Han descubierto la sepultura. — El destello de feroz alegría que cruzó el rostro de Violeta iluminó su rostro, y Kapsi pensó por un momento que ella iba a pegar un salto en el aire y a soltar un grito de triunfo, pero se limitó a hacer el camino de vuelta casi corriendo junto a él, con una sonrisa de oreja a oreja.




     —No lo entiendo, ¿por qué te pones tan contenta? Es un peligro — susurró Kapsi, ya en la cocina, frente a sendas tazas de té.

     —No creo que sea peligroso, la verdad. Pero ya que lo preguntas, me alegra que lo hayan descubierto porque ahora sí que la he matado de verdad.

     Kapsi le dedicó una mirada de incomprensión, y ella se explicó:

    —He pasado años, muchos, luchando por que nadie se enterase de que la había dejado morir a sabiendas. Era agotador. Pensar constantemente en ella, hacerme cuenta de que estaba viva para no cometer ningún error, montando mentiras cada vez mayores para que nadie entrase en casa nunca, para que nadie lo descubriera. Ahora, por fin, por fin está muerta para todo el mundo. Y sabrán que fui yo. Eso es lo mejor de todo — sonrió, aliviada —. No tenía gracia pensar que nos creerían muertas a las dos y que yo fui siempre la nietecita sacrificada y perfecta, la niña amantísima que cuidó a la vieja hasta el final. Ahora sabrán que la maté o, al menos, que la dejé morir. Ya no seré la niña buena nunca más. Dentro de poco, me convertiré en leyenda. Mis insulsos vecinos, esos pelmazos a los que odiaba, mirarán los restos de la casa y pensarán en cómo les engañé a todos, y temblarán de miedo pensando que compartieron barrio conmigo, que en la puerta de al lado vivió una asesina y que jamás lo supieron. Los niños se contarán mi historia en voz baja unos a otros. Si construyen otra casa en la parcela, todo el mundo dirá que está embrujada, que mi alma no puede descansar y habita en ella…

    Violeta se dejó llevar por su ensueño y sonrió, una sonrisa dulce y soñadora. “Si no la hubiese oído, si sólo la viese sonreír, uno podría creer que está pensando en su adorable sobrinito, o que en su gata va a tener gatitos, en algo precioso. No en que los demás sean conscientes de que vivieron junto a una asesina”.

     —Violeta, te adoro — se le escapó y la joven se sonrojó y clavó su mirada en la taza, incapaz de mirarle a los ojos. —Eres tan especial, tan cruel, tan dulce. Eres como una flor con perfume venenoso, como un bombón que uno no sabe que está relleno de licor hasta que lo muerde, como… — Kapsi hubiera podido seguir buscando símiles, pero Violeta apuró el té, se alzó de la silla y le besó en la frente grasienta y salpicada de granitos, muy despacio. El joven suspiró, embelesado. Ambos sabían que la penetración les estaba vetada, pero eso no significaba que no pudieran quererse. O que no pudieran jugar. Kapsi alzó el rostro y ella le besó los labios, haciendo a la vez caricias en su cuello. Al nacer vampiro, Kapsi no tenía marca alguna ni mordisco que le supusiera un divertido punto débil, pero todos los vampiros tienen muy sensible el cuello y él, novato casi por completo en el sexo heterosexual y más con una chica que le inspiraba sentimientos tan fuertes, dejo escapar un suspiro infinito y tiritó de gusto.

     —Sí, tócame… — rogó, mientras los dedos de violeta rascaban su nuca, sus cabellos rubios erizados como un pajar tras un tifón — Por favor, tócame, hazme tuyo… — la risita de Violeta acarició sus oídos. Sí, era una expresión pretenciosa, pero él siempre había tenido ganas de decirla, sonaba muy bien. Las manos de Violeta aletearon por su garganta, por su pecho estrecho y casi lampiño, y se metieron bajo la camisa, mientras su boca se paseaba a placer por su rostro.

     —Cuidado con tu lengua — avisó la joven, y le besó, penetrándole la boca.

     —¡Mmmmmmmmh! — Kapsi la abrazó sin poder contenerse, ¡qué dulce! Su lengua sabía al té con canela, cálida y suave, y le hacía mil caricias en los labios, el interior de las mejillas, el paladar, su propia lengua, ¡qué placer, qué maravilloso placer cuando le acarició la lengua! Como impío, él no podía meter su lengua en la boca de Violeta, pero sí podía recibir la de Violeta en la suya, ¡y era delicioso! Apretó la lengua de la joven entre sus labios y mamó de ella, y oyó gemir a su chica.

     Violeta le desabrochó la camisa y le buscó los pezones. Tampoco podía chupárselos, pero los pellizcó, y Kapsi sonrió los gemidos. Mmh, sí, era muy ricooo… muy travieso, podía sentir el calorcito placentero comunicarse a su erección, recorrerle el cuerpo en escalofríos que le hacían temblar y encogerse, cosquillas que le daban vueltas en la barriga y le picaban detrás de las orejas, ¡qué gustito! La joven le soltó la boca para chuparse los dedos y, con ellos húmedos, pellizcarle los pezones.

     —¡Huuyyyyyyy! Mmmh, cuidadooo… — los pezones de Kapsi soltaron delicadas volutas de humo, y la joven retiró los dedos al momento, pero él le tomó la mano y la llevó de nuevo a ellos, en medio de un gemidito de protesta. — No, no pares. Haaah… no te preocupes, es sólo un aviso, estamos “bordeando” la maldición; ésta toma tu saliva como una penetración indirecta, pero no es grave, me gusta. Me gustaaa…

     —Eres un valiente, Kapsi —Había cierta admiración en su voz queda. La joven se lamió de nuevo los dedos para atacar alternativamente los rosados pezones, y Kápsimo creyó flotar, ¡valiente! ¡Ella le había dicho que era valiente! ¡A él! ¡A él, que lo más bonito que acostumbraba a oír, era “quejica” o “pequeño inútil”! Era maravillosa. Quería darle placer, e intentó meterle mano bajo el jersey a su vez, pero la joven, en medio de una risita pícara, se negó — Nop. Primero vas a correrte tú. Mi Kapsi, mi dulce juguete. Vamos a darle placer a mi juguete, vamos a darle mimitos.

     Con suavidad, le hizo recostarse un poco más en el taburete de la cocina, y le echó mano al bulto del pantalón. El calor de su mano le dio tal cosquilleo picante, que creyó que se iba a correr ahí mismo, pero se contuvo y logró retenerse, por favor, por favor, no quería acabar tan pronto. Respiró hondo y notó que el placer cedía. Violeta le desabrochó el pantalón y hurgó entre la ropa interior hasta sacarle la polla.

     Un gemido se escapó del pecho de Kapsi, y le hizo poner los ojos en blanco, ¡qué golpe de gusto, qué subidón de placer! Había sido como una corriente eléctrica de gozo, ooooooh… ¡qué calentita tenía la mano! Sin transición, la joven empezó a acariciar, y la dulce sensación aumentó, y supo que iba a desbordarse en nada — Espera, espera… chúpate un poco la mano, por favor — Violeta pensó que era porque las tenía secas y le ofreció su mano para que la chupara, pero él negó — No, quiero decir con tu saliva, como antes. Hazlo con tu boca.

     —Pero… te haré echar humo, como en los pezones, ¿no te duele?

     —No, no duele. Bueno, un poquito sí, pero así duraré más — no fue capaz de aguantarle la mirada cuando continuó, sonriente —. Y me da un morbo tremendo. — Violeta le dedicó una mirada de arrobo tiernísima, pero en la que también brilló el deseo.

     —Kapsi, hay que buscarte un remedio para tu impiedad, porque yo quiero, necesito follarte sin compasión. — susurró y se lamió la mano. El joven reconocía en ese susurro la lujuria del vampiro, y una parte de él tenía miedo de que ella le abandonase si él no podía complacerla, pero entonces ella le acarició con la mano empapada en su saliva prohibida, y ya no pudo pensar más.

     Volutas de humo escapaban entre los dedos de la joven, y Kapsi se estremecía de gozo, ¡qué delicia! Su polla quemaba como si le acariciaran con lenguas de fuego. Dolía, pero en un dolor maravilloso que cedía lentamente lugar al placer y le dejaba tiempo para saborear el mismo.

     —Sigue, sigue… sigue — gimió. Si su tío le hubiese oído, se hubiese reído a carcajadas de su tono agudo, sobre todo en el último “sigue”, que hasta él reconocía que era falsete hasta el ridículo, pero a Violeta le parecía de un abandono encantador, y estaba poniéndose las bragas perdidas. Supuso que a él le gustaría saberlo, y se lo dijo.

     —Tengo las braguitas hechas un charco por ti. — era más de lo que Kapsi podía soportar, y le rogó que acelerara. Violeta obedeció. Una gran sonrisa apareció en la cara del joven, y su delicioso placer se cebó en un punto indeterminado entre sus testículos y la base de su polla, y se expandió por todo su cuerpo en segundos. Una exquisita sensación de picor rascado apareció en su glande y el calor, al fin, estalló en una ola de dulzura satisfecha que escapó por la punta enrojecida de su polla, en medio de un poderoso gemido de placer y un espeso chorretón de esperma.

     La boca de Violeta casi violó la suya mientras su polla aún palpitaba en el puño cerrado de la joven y dejaba escapar alguna que otra gotita. Aaay… se había quedado a gustísimo. Sus muslos daban contracciones, los deditos de sus pies se encogían y notaba su ano cerrarse en espasmos, cachondo también. Violeta repartió besitos por su cara y le apretó contra sus tetas, vestidas, sí, ¡pero muy tibias y blanditas!

     —¿Qué? ¿De fiesta? — Ambos pegaron un brinco. El tío Tánaso estaba en la puerta de la cocina, vestido con una camiseta gris ajustada y unos boxer negros que parecían brillar, bajo los cuales había una pica considerable. Kapsi boqueó, en busca de algo que decir, pero Violeta, viendo que mentir era inútil, se limitó a asentir con la cabeza — Tú, señorita, deberías estar en el ataúd. Apenas son las diez de la mañana, ¿cómo vas a ponerte fuerte y a desarrollar tus poderes si te pasas el día sin dormir? Y a ti, pequeño inútil, debería darte vergüenza tenerla levantada. Tenerlas a las dos levantadas — se corrigió — A la niña deberías haberla mandado a acostarse, y a tu ridiculez deberías dejarla quietecita, al menos de vez en cuando, ¡ya tienes bastantes granos! El mejor día te quedarás ciego.

     —Ha sido culpa mía, señor — intervino Violeta — Él me echó un piropo, y yo directamente le hice cosas.

     Tánaso sonrió por un lado de la boca. Sin hablar, se acercó a la joven, le tomó la carita pálida entre las manos y la besó, la lengua por delante. Violeta quizá no devolviera el beso con tanta pasión como lo hubiera hecho de ser Kapsi quien la besase, pero lo devolvió. Al joven impío casi le dieron ganas de babear, mirando cómo el tío Tánaso sacaba ligeramente la lengua de la boca de Violeta, le acariciaba con ella los labios y volvía a deslizársela dentro, entre los gemidos de ambos. Cuando se separaron, un fino hilillo plateado quedó un instante suspendido entre las bocas de ambos.

     —Eres una brujita, niña — sonrió, y le besó la nariz —. No puedes exculparlo por todo lo que hace, tiene que curtirse y aprender, o nunca dejará de ser un impío. Y tú quieres que deje de serlo, ¿verdad? — Violeta asintió —. Pues quiérele, juega con él, trátale bien… pero no le mimes tanto. Ya, ya, me vas a asegurar otra vez que es culpa tuya, lo sé. Pero aunque lo sea, su obligación era llevarte de nuevo al ataúd y no hay más. Aunque tú le tientes, tú eres libre de tentarle; es él quien tiene que resistirse.

     —Tío, han descubierto la sepultura de su abuela — dijo Kapsi. Era importante, no quería olvidarlo. Y no soportaba más el modo en que Violeta y el tío se miraban a los ojos.

     —¿Habéis salido de casa sin permiso?

     —Nadie nos vio, señor — Tánaso torció el morro.

     —Dad gracias por eso. Violeta, Kapsi, no se sale de casa si yo no lo permito, y menos estando tan reciente lo ocurrido. Siempre hay que procurar llamar la atención lo menos posible. ¿Qué habéis visto?

     —La tumba estaba levantada — contestó el joven —. Quizá usaron perros para descubrir restos humanos entre los escombros, olía mucho a animales por allí, y así debieron detectar los huesos de la vieja. Lo tenían todo acordonado con cinta amarilla, y lo que quedara en la fosa ya se lo habían llevado. No había nada en ella.

     —Sería bueno enterarnos de qué saben. Vete a comprar los periódicos, Kapsi.

     —¿Por qué no lo mira por internet, señor? — preguntó Violeta, y Tánaso sonrió, paternal.

     —No me gusta demasiado usar internet. Y además, me da jaqueca.

     —Pero así tendría las noticias más cómodamente. Y más rápido. Kapsi, acércame el móvil — dijo, antes de que pudiera el tío objetar algo más. El impío se apresuró a obedecer y a colocarse a su lado para ver cómo lo hacía. De sólo setenta años de edad, Kapsi estaba mucho más abierto a novedades tecnológicas que su tío, de casi ciento noventa. Violeta buscó entre los titulares de las páginas de sucesos y allí encontró la noticia — “El incendio no fue accidental, la nieta de la víctima es sospechosa de algo aún peor, ¡siga leyendo! El infortunado incendio que consumió la vivienda número 6 de… bla, bla, bla… pudo ser provocado intencionadamente por la sobrina-nieta de la víctima, cuyo cuerpo no ha sido encontrado entre los restos. En la mañana del viernes, los agentes de la policía buscaban restos mortales entre los escombros, pero lo único que hallaron fue una tumba improvisada, de poca profundidad, en la que yacían huesos y restos humanos que fueron identificados como los de la propietaria de la vivienda. No obstante, la nieta de la misma, quien vivía en la casa desde los cuatro años de edad y a quien nadie ha visto desde la noche del incendio, no ha sido hallada”.

        —¿Dice algo más?
  
     —“La nieta de la víctima, V. M., fue vista por última vez la tarde del jueves, saliendo de la biblioteca en torno a las ocho y media, una media hora antes del incendio, y desde entonces permanece en paradero desconocido”. Dan un número para que llamen si alguien me ve. Nada más.

     —Bien — asintió el tío —. A partir de ahora, y hasta nuevo aviso, prohibición absoluta de salir de casa, Violeta, ¿entendido? — El tío no era severo, sólo informaba, y ella asintió, comprendía la razón de ello. —. Y tenemos que irte enseñando a transmutarte, a volar y a otras cosas, no debes estar tan indefensa.

     —De eso quería hablarle yo, señor. No lo consigo. Lo he intentado, pero no me sale. — El tío sonrió.

     —¿Quieres saber por qué no lo consigues? Porque eres inmune al glamour — Acarició la cabeza y la cara de Violeta como la de un cachorrito. —. Cuando eras mortal, tu inmunidad al glamour te hacía indiferente a mí, pero ahora te dificulta tus poderes. No tienes fantasía; sufriste tanto en tu niñez, que tu cerebro sabe demasiado bien que la realidad es dura y que la magia no existe. Sin embargo, tu cerebro se equivoca, y hay que desenseñarle. Mientras él lleve el mando, no lograrás nada. Hay que conseguir que se desactive unos segundos, ¿sabes cómo?

     Violeta se lo temía, y sonrió, pero negó con la cabeza, porque sabía que al tío le hacía ilusión decirlo:

     —Con sexo — saboreó la palabra —. Durante el placer, y sobre todo durante el orgasmo, el cerebro deja de pensar por unos segundos. Lo que tenemos que hacer, es intentar que tu poder se suelte durante esos segundos. No será difícil si te dejas llevar — El tío Tánaso bajó la mano al pantalón de Violeta y cosquilleó su pubis. La joven se estremeció y se le escapó una sonrisa — Bueno, Kapsi, ¿a qué esperas? Sube al cuarto y prepara la sesión.

     —¿"La sesión”? — Violeta puso carita de susto. Ella era virgen y, por más desatado que tuviera el deseo por su vampirismo, el “momento” no dejaba de darle miedo. El tío Tánaso le besó la sien con ternura.

     —Calma. ¿Recuerdas qué te dije? Cuando te quite la virginidad, será porque tú misma me pidas que te posea en tu carne. Te garantizo que me lo pedirás.

     Si el tío Tánaso lo decía, tenía que ser verdad. Y sí, algo menos de miedo sí que le daba, aunque el miedo aún seguía allí.




      —Bien, hoy nos centraremos en algo facilito — Dijo el tío mientras se quitaba la camiseta, ya en la alcoba. Como vampiro, dormía en el cuarto de su ataúd, pero para jugar, tenía la alcoba, con una cama tan enorme que cabrían cuatro personas sin acurrucarse, y el catre plegable, que era lo que usaba Kapsi para dormir. Además de la chimenea, había en la habitación varios armarios y muebles, de cuyo contenido prefería Violeta no especular —. Flotar. Es lo más sencillo de los poderes vampíricos, es como permanecer de pie para los bebés humanos. Mientras gozas, sólo debes centrarte en el placer, saborearlo y a la vez, debes ser consciente que nada te ata a la tierra. Ninguna responsabilidad, ninguna obligación, ninguna deuda… eres completamente irresponsable, eres una pluma que carece de peso y puede flotar.

     Violeta estaba nerviosa e intentaba no mirar a ningún sitio mientras asentía. Sentía la mirada de Kapsi fija en ella, su deseo por verla desnuda, porque ella le viese desnudo a él. Sentía la sensualidad desbordante del tío Tánaso, su pecho moreno y peludo. Sabía que si le miraba, haría sentir herido a Kapsi, sabía que si no le miraba, el tío le pediría hacerlo sin tapujos, de modo que parecía que su ojos rebotaban contra el suelo y el tío. Éste sonrió.

     —Habitualmente, uso el sexo para castigar al pequeño inútil que tengo por sobrino — dijo, y acarició la nuca de Kapsi —, pero otras veces, lo hacemos sólo para divertirnos. Es la primera vez que nos ves jugar, y es normal que sientas timidez, pero enseguida te acostumbrarás. Kapsi, enséñale a la niña qué me gusta.

     El joven impío asintió. Tenía un terremoto en el estómago, como la primera vez que el tío le usó de juguete sexual. Entonces él tenía menos de treinta años, había sido poco menos que el mimadito de mamá, y ni siquiera sabía que existía el sexo homosexual, y menos aún que a él fuese a gustarle. Ahora tenía experiencia en él, pero no el heterosexual, el tío nunca había compartido con él ninguna de sus conquistas. Era la primera vez que una mujer (y más una que le gustaba tanto, tantísimo), le veía desnudo y teniendo sexo y, quién sabe, quizás querría participar. Sin dejar de mirarla e intentando captar a la vez su mirada, se arrodilló frente al tío, y empezó a besarle la erección por encima de la ropa interior.

     —Mira bien, Violeta — susurró Tánaso mientras la joven permanecía sentada en la cama, abrazándose las rodillas y con la cara ruborizada tras ellas —. Nadie te va a reprender por ello y, si quieres participar, no te prives. Tanto mejor será para ti, y tanto más divertido para todos.

     Kapsi acarició las piernas de su tío, los muslos, y los besó sin dejar de mirar a Violeta, que trataba de no soltar la risa nerviosa, pero cuando el joven echó mano a la cinturilla de los calzoncillos, Violeta ahogó un grito y abrió muchísimo los ojos.

     —¿Quieres que se lo quite? — preguntó. Y sólo porque ella asintió, no le reprendió el tío. ¿Cómo se tomaba esa libertad de hablar o preguntar a alguien que no fuera él? Tánaso estaba de demasiado buen humor para regañarle, y decidió pasarlo por alto. El impío bajó los bóxers negros de su pariente y dejó al descubierto la erección, pegada a la tripa. Era la primera vez que Violeta veía un pene erecto y no era capaz de parpadear, pero cuando Kapsi le sonrió y se lo metió en la boca, la joven se echó a temblar de deseo.

     Sin dejar de mirarla, Kapsi tragó lentamente hasta meterse la polla del tío por completo en la garganta, y aguantó allí, hasta que el ahogo le hizo soltar, en medio de un gemido de ambos. El impío pegó su lengua a los testículos de su tío, dio un profundo lametón hasta la punta, y de nuevo se la metió en la boca hasta la empuñadura. Sin esperar órdenes de su tío, abrazó a éste por las nalgas y le folló con la boca, con un entusiasmo que enseguida arrancó gemidos del pecho del vampiro.

     —Oh, Kapsi… — sonrió Tánaso, haciendo esfuerzos porque no le temblaran las rodillas —. Le pones muchas ganaaaas... Estás haciéndolo muy bien hoy, golfillo. Voy a hacer que la niña te mire siempre — El tío le acarició las orejas, y le tomó de la nuca para marcar su ritmo, pero tuvo que parar muy pronto —. Haaah, vale… para, pequeño inútil, que me corrooo… — el joven le soltó la polla haciendo un sonido de ventosa que provocó un nuevo espasmo en el tío, y se alzó del suelo. Tánaso le dio una palmadita en el culo y el joven, colorado como un tomate, se bajó los pantalones y se tumbó bocabajo en la cama, mirando a Violeta.

     —No te lo dice porque le da vergüenza — sonrió el tío Tánaso a la joven, mientras tomaba un frasquito de la mesilla —, pero ésta es su parte favorita.

     Kapsi cerró los ojos, avergonzado, pero la sonrisa le delataba. El tío era un hombre muy atractivo y sabía muy bien dar placer cuando quería hacerlo. En el sinnúmero de sesiones que tío y sobrino habían compartido, entre ellos no sólo había habido intercambio carnal, sino también muchas confidencias. Violeta se mordía el labio inferior y apretaba los muslos y, cuando vio al tío echarse una generosa porción del líquido del frasco en las manos, ya no aguantó más. A gatas, se acercó al borde de la cama, para ver la penetración en primera fila.

      —¿Te apetece untármela tú? Es un lubricante. Hará que la penetración sea un deslizamiento dulce y suave, y dará mucho gustito a este culete travieso — saboreó la palabra con un azotito, y Violeta, asintió. La joven se bajó de la cama, y agarró a dos manos la polla del tío. Resbalaba como una trucha, y eso la hizo reír. Kapsi se medio volvió para mirar, y la excitación se mezcló con el ardor de los celos, ¿por qué siempre tenía que ser su tío el de la suerte? — No me mires así, enano — sonrió el tío —. A ti acaba de pajearte, y bien podía haberos interrumpido, y te dejé terminar.

     Violeta dirigió a Kapsi una mirada de tierna disculpa que le hizo olvidarlo todo, sonreír y tumbarse de nuevo, con el culo ardiendo de deseo. Cuando notó que unas manitas pequeñas le abrían los cachetes y alguien le besaba una nalga, su culo se alzó solo, buscando el ariete que le diese gusto y calmase su pasión. Oyó la risa del tío y notó la cabeza de su polla acariciar su ano.

     Lentamente, el tío Tánaso se dejó caer sobre Kapsi, deslizándose, introduciéndose en sus intestinos hasta que enterró por completo su polla en su interior, en medio del gemido de ambos. Violeta pensó que, si no lo estuviera viendo, no lo podría creer, ¡un miembro tan grande como ese, en un agujerito tan pequeño! ¡Y Kapsi gemía de placer! Su vulva picaba terriblemente y tenía un deseo irresistible de tocarse, pero… allí, delante de los dos, ¡qué vergüenza! Si, es cierto, ellos se estaban enculando alegremente y su presencia allí no sólo les importaba un rábano, sino que les excitaba más aún, pero a ella aún le daba un poco de corte. La polla del tío entraba y salía del estrecho culo de Kapsi, y era una visión fascinante; cada vez que se dejaba caer, el impío emitía un agudo gemido de gusto. Violeta quiso mirar las caritas de placer que sin duda estaría poniendo, y corrió al otro lado de la cama.

     Kapsi estaba en la gloria, hacía tiempo que su tío no usaba lubricante, que le penetraba sólo con un poco de saliva, o directamente a palo seco, para castigarle y, qué duda cabía que, al cabo de poco rato, dejaba de ser un castigo para ser muy agradable, pero el dolor del principio no se lo quitaba nadie. Usando aceite, la penetración era dulce desde el primer momento, y el placer, inenarrable, devastador, ardiente. Haaaaah… cada vez que el tío se deslizaba al interior de su ano, presionaba puntos mágicos que le daban sensaciones a miles, pero cuando lo sacaba, cuando jugaba en la entrada, el gustito le ponía la piel de gallina y le hacía temblar las piernas. Y cuando pensaba que no podía sentirse mejor, se encontró la lengua de Violeta en su boca entreabierta.

      La joven le besaba, le daba mordisquitos en los labios, justo cuando el tío aceleraba el ritmo y los empujones hacían que la polla se le frotase contra la cama, ¡era infernal! ¡Qué placer tan rabioso! Intentó decir que no podía aguantarlo, que se iba a correr, pero Violeta le tenía ocupada la boca, y el placer ya no le dio tiempo, y se estremeció, con los puños apretados en la colcha.

     —¡Ooooh… Kápsimo, serás golfoo… te estás corriendo sin permiso! — sonrió el tío, encantado con el masaje que le daban las contracciones de su sobrino al correrse. Kapsi gemía en la boca de Violeta, todo ojos en blanco, músculos tensos y golpes de caderas, hasta que lentamente se fue relajando como una toalla mojada. En medio de un gemido derrotado, dejó caer la cabeza de lado, con una sonrisa extasiada —Seguro que me has dejado la colcha perdida, pequeño inútil, haaaah… más te vale lavarla bien luego, ¿me oyes?

      Pero Kapsi no le oía. “Me ha besado… me he corrido besándola, con su lengua en mi boca, sus manos en mi cuello, mmmmmh… me parece estar soñando”. El joven tenía la lengua adormecida por las caricias y le zumbaba toda la boca, pero cuando notó las pequeñas manos de Violeta acariciar su rostro, intentó besarle los dedos.

     —¡Je! Se ha quedado tonto. El orgasmo le ha sabido tan dulce, que le ha dejado aún más bobo. ¿No se le ocurre algo a mi niña que anime de nuevo a nuestro juguetito? — sonrió el tío y Violeta, con gesto travieso, se quitó la camiseta y se desabrochó el sostén.

     Kapsi desorbitó los ojos y una sonrisa ansiosa iluminó su rostro, ¡tenía delante las tetas de su chica! De inmediato quiso echarles mano, pero dos cepos se cerraron en torno a sus muñecas y le llevaron las manos a la espalda.

     —¿A dónde van esas manitas, travieso? — le riñó en broma el tío, mientras volvía a empujar — Juegos de manos, juegos de villanos, ¡echa la lengua si puedes!

     ¡A Kapsi le dieron ganas hasta de llorar! Tan cerca, pero tan lejos. Violeta le arrimó el busto a fin de que pudiera pescarle las tetas con la boca, pero el tío empezó a embestir a lo bestia, tirando de él con fuerza para impedirle que lo alcanzara. Kapsi no se dio por vencido y estiró los labios y la lengua, pugnando por conseguir el mágico pezón, parecía un oso hormiguero, y Violeta soltó la carcajada. Al reír, sus tetas botaban y temblaban tentadoras, aún más apetecibles, pero el tío no dejaba de tirarle de los brazos y mantenerle a distancia. Violeta estaba ya medio tumbada en la cama para acercarse más y, justo cuando los labios del impío casi rozaban el preciado pezón, el tío Tánaso se tumbó por completo sobre la espalda de su sobrino, le hundió la cara en la colcha y le tomó la delantera.

     —¡Aaaaaaaaaaah…! — Violeta intentó echarse atrás, lo intentó de veras, pero cuando los labios tórridos del tío se cerraron en torno a su sensible pezón mordido y sorbieron de él como un sediento, ya no lo pudo seguir intentando. El tío sorbía y lamía a la vez, haciendo sonidos de placer, y el pezón de Violeta, sensible como su clítoris, la hizo temblar de placer hasta el éxtasis. Kapsi se debatía, pero el brazo de su tío era mucho más fuerte que él; en un intento de distraerle, apretó el culo.

      —¡Mmmmh… Kápsimo Impío, ¿qué me haces?! — gimió al notar su polla exprimida en el ano ardiente de su sobrino. Apenas separó la boca, aprovechó éste para cabecear, librarse de la presa y buscar de nuevo el pezón, que ahora le fue concedido. Violeta le apretó contra sus tetas, y el tío, apoyándose de manos en la cama, embistió con fuerza, dejándose caer por completo, golpeando las nalgas de Kapsi a cada empujón. El impío estuvo a punto de soltar el pezón de Violeta para gritar de placer, pero la joven le agarró de la nuca y le suplicó que siguiera:

     —¡No pares, por favor! ¡Chúpame! — Violeta tembló entre sus labios, Kapsi sabía que estaba gozando y tiró del pezón. La joven sintió una deliciosa oleada de gusto que la hizo temblar de pies a cabeza, y una espesa ola de jugos inundó sus ropas hasta medio muslo; un placer enorme, picante, pero tan cosquilleante que no la saciaba, sólo le hacía desear más y más.

      —Señor Tánaso… por favor… — musitó la joven, con ambas manos entre las piernas, toda roja y jadeante. El tío no paró del todo, pero bajó el ritmo lo más que pudo.

     —¿Sí? ¿Qué quiere pedirme mi niña? — sonrió.

     —Por favor, quiero… quiero. — Violeta no se sentía capaz de pedirlo de viva voz, ¡heriría los sentimientos de Kapsi! Pero deseaba que la penetraran más que nada, y eso el impío no se lo podía dar. Dirigió una mirada lastimera al tío pero, como bien sabía Kapsi, su pariente no se distinguía precisamente por su compasión.

     —¿Y bien? Pídemelo. Te lo voy a dar, pero si no me lo pides, no sabré lo que quieres — La joven cerró los ojos e intentó pedirlo, pero las palabras no salían de su boca — Es fácil, hija. Sólo di “por favor, señor Tánaso, métame hasta el fondo su gran polla”.

      Violeta dejó escapar un gemido, a la vez que se frotaba a través de las ropas empapadas. El picor era insoportable, y cada pocos segundos notaba un nuevo estremecimiento de placer, pero nada la saciaba, sólo se sentía más ansiosa. Por fin agachó la cabeza y ocultó la cara en la colcha.

     —Por favor, señor Tánaso… por favor, quiero polla — gimió, y el tío se dio por satisfecho. Se bajó de Kapsi y ayudó a Violeta a ponerse en pie.

     —No te sientas culpable, cariño —susurró —Kapsi lo va a ver muy de cerca. Date la vuelta, pequeño inútil.

      Kapsi se sentía murrio. No le hacía mucha gracia ver a su tío estrenar a su chica, la verdad fuera dicha, pero si no obedecía, sabía que sería peor, así que se tendió boca arriba. Puagh… la cama estaba empapada del semen de su descarga anterior, y no era nada agradable poner la espalda en el charco frío y viscoso. El tío ayudó a Violeta a bajarse las ropas y quedó desnuda ante los ojos de ambos. Violeta tenía ganas de taparse con los brazos, pero se contuvo.

     —No te apures, ya verás qué divertido va a ser. — la voz del tío era seductora, cariñosa, y a Kapsi le daba mucha rabia. En primera, porque Violeta era su chica, ¡el tío ni siquiera la hubiera visto de no haber sido por él! En segunda, porque a él nunca le había tratado con tanto cariño, y también había perdido la virginidad con él, y al fin y al cabo era su pariente, ¿un poquito de mimo, era demasiado pedir? —. Te prometo que esta vergüenza sólo la pasarás la primera vez. Luego, hasta la echarás de menos. Arrodíllate en la cama, ven aquí.

     El tío hizo que se acomodara de rodillas sobre la cama, con la cara de Kapsi entre las piernas, y él frente a ella.

     —¿Lo ves bien, querido sobrino? — se burló — Cuando derribe su virgo, sucederá algo que te gustará mucho, y que no tendrás ocasión de ver a menudo, así que aprovéchalo y considéralo un regalito de tu tío, para que luego digas que no te cuido bien.

     Kapsi no entendió, pero lo que tenía delante copaba toda su atención, y lo miraba sin parpadear y con cara de bobito cachondo. Tenía frente a los ojos todo el sexo de Violeta, su rajita recién depilada hasta el culo, y estaba empapada de jugos pese a estar cerrada. Olía deliciosamente salado, y era lo más bonito que había visto en su vida.

     Violeta temblaba y no podía mirar al tío a la cara, así que éste se agachó, sonriente, para lograr captar su mirada. Acarició su cara y paseó sus manos por su cuerpo tembloroso. “Eres tan dulce en tu timidez como la niña que eres”, pensó Tánaso. “Tan quemada por el deseo, que estás húmeda hasta los muslos, y a la vez tan ruborizada que apenas puedes respirar. Te deseo tanto que me asusta penetrarte, porque creo que sería capaz de no sacártela jamás”. La abrazó y acercó su polla al coño húmedo de la joven.

     Violeta no quería pensar, no quería pensar en lo cálido que era su abrazo, lo acogedor de su pecho, la calidez de su piel desnuda, lo perfumado de su cuerpo, y sobre todo, sobre todísimo, no quería pensar en el dulce cosquilleo cálido que le daba su miembro acariciando su vulva. Kapsi babeaba. No se daba ni cuenta, pero se estaba acariciando mientras miraba la polla del tío rozarse suavemente contra la rajita de Violeta. El tío Tánaso se chupó los dedos y acarició el pezón más sensible de Violeta, muy despacio, con toda suavidad. Apenas la joven comenzó a gemir, se agachó ligeramente y embistió como una flecha.

     —¡AY! — gritó Violeta, los ojos desencajados de sorpresa. Un dolor agudo le atravesó el sexo hasta las tripas como un puñal abrasador. Las lágrimas saltaron de sus ojos e hizo un puchero de dolor. El tío Tánaso la apretó contra su pecho y le acarició la cara y el cabello con tal expresión de ternura, que la chica se sintió culpable de lo que pensó. Tánaso siseó y empujó hasta el fondo de una vez. Algo se rompió dentro de ella, y una espesa lágrima de flujo se escurrió de su cuerpo. A sus oídos llegaron los gemidos de deleite de Kapsi. El joven impío no podía creer lo que veían sus ojos, ¡Violeta sangraba! El sabía de la existencia del himen y que este se rompía en la primera penetración, pero nadie le había dicho nunca que eso producía sangrado. Ahora entendía las palabras y el regalo de su tío, y sonrió. Abrió la boca de par en par, sacó la lengua, y dejó que las gotitas cayeran en ella como maná.

    “Ay. Ay. Ay.”. Imposibilitado como impío a atravesar la carde otros, Kapsi no podía comer carne o beber sangre, aunque fuese de una acción provocada por otro; aquello era pasearse demasiado cerca del borde de la infracción, y cada gota que caía en su lengua le quemaba como cera derretida, pero le sabía a gloria. Era la segunda vez que probaba la sangre de su chica, y en esta ocasión, podía saborearla. Y nada le había sabido nunca tan delicioso, tan delicado y tan salvaje a la vez.

    Violeta notaba su coño contraerse, adaptarse a lo que exigían de él. A pesar de la humedad, los nervios y la timidez tensaban su cuerpo y hacían más difícil el momento. El tío le hizo apoyar la cabeza en su hombro y jugueteó con sus cabellos mientras susurraba en su oído:

     —Relájate. Déjate llevar, niña mía. Intenta no pensar — Tánaso movió las caderas y empezó a deslizarse. Violeta sollozó, pero intentó relajarse, centrarse en las caricias del tío en su espalda, en sus nalgas y sus besitos en su cuello y el hombro. Y en la lengua de Kapsi lamiendo la cara interior de sus muslos, mmmh… ji, ji, ¡hacía cosquillas! Le gustaba.

     Al tío también le gustaba, ¡estaba estrechísima! ¡Tórrida y apretada! El modo en que temblaba entre sus brazos era sencillamente ideal, y las palpitaciones con que abrazaba su polla eran deliciosas, perfectas. Se iba a correr enseguida, y lo iba a hacer con tanto gusto, en lugar tan apretado, acogedor y calentito, que sin duda se iba a quedar tan tonto como antes su sobrino.

     El dolor se esfumaba del cuerpo de Violeta. Cada embestida parecía sacarle el ardor doloroso, y dejar en su lugar placer, una calidez deliciosa acompañada de un picorcito riquísimo que no cesaba de aumentar. Se centró en él sin poder evitarlo, y saboreó cada cosquilleo. Cada sensación placentera que se cebaba en su coño le hacía dar escalofríos y se le escapaban sonrisas de gusto. Antes de poder darse cuenta, la preciada explosión empezó a bordonear en donde antes zumbó el dolor, y un feroz deseo le picaba por igual en su interior que en sus colmillos. El tío Tánaso aumentó el ritmo y recibió con gozo los gemidos de Violeta.

     “Me viene… me corro, me voy a correr con un pene por primera vez”, pensó la joven, y su cerebro quiso tomar nota de todas las sensaciones. Cosquilleo, escalofrío, gusto, placer… quiso registrarlo todo, pero cuando la frotación alcanzó su punto álgido, sencillamente se desconectó. Una ola de placer inmensa la inundó de pies a cabeza, la embriagó en una sensación de bienestar tan increíble que la hizo sentir ingrávida y emitir un poderoso chillido, mientras el gusto se cebaba en ella, su timidez quiso acallarlo, y algo que nunca había sentido la dominó, e hizo que su boca se cerrara en torno al cuello del tío.

     —¡Sí! ¡SÍ! — gritó éste, atenazando a la joven contra sí. Desde su ángulo privilegiado, Kapsi pudo ver cómo el ano de Violeta palpitaba en contracciones orgásmicas, y cómo también lo hacía la polla del tío, con apenas unos segundos de diferencia.

     Violeta sorbía del cuello de Tánaso, con fuerza, a la vez que su coño latía y absorbía el semen de éste. Nada le había sabido nunca tan rico, nada le había calmado tan maravillosamente la sed. El tío gemía y se dejaba hacer, con los ojos cerrados y el cuerpo dándole latidos. Suavemente notó que su polla, aún erecta, quedaba libre. No así su cuello, y abrió los ojos.

    —Violeta… — musitó Kapsi, admirado. Colgada del cuello del tío, sin dejar de succionar, el cuerpo de la joven flotaba en el aire —. Parece un hada.

     —Sssh… — susurró el tío. —. Déjala que disfrute.






     —Bien, Kápsimo, recuerda lo que te dije esa mañana: prohibición absoluta de salir de casa. —el tío se ponía por los hombros el abrigo blanco para salir a su trabajo. —. Volveré a eso de las cinco de la mañana, procura que para entonces, esté acostada.

      —¿Acostada? Bueno, si te da igual que la acueste en el techo…— ironizó Kapsi, y el tío, muy sonriente, salió de la casa.

     —¡Eh! ¡Esa puertaaaaa…! — Voceó Violeta; la corriente la hizo elevarse hasta la otra punta de la casa, como un avión de papel. El tío se rió con ganas, y la joven le miró con cara enfurruñada.

     —Kápsimo, querido, ¿por qué no pruebas con un cazamariposas? — Violeta resopló, pero Kapsi no pudo evitar reírse. Y es que aprender a flotar era una cosa, pero aterrizar, ya era otra.





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