La ventana estaba cubierta de vaho a tal punto que el cristal lloraba. Los bufidos de Lota, rítmicos y esforzados, hacían que todo aquel l...

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La ventana estaba cubierta de vaho a tal punto que el cristal lloraba. Los bufidos de Lota, rítmicos y esforzados, hacían que todo aquel lado de la estancia estuviese caliente. La camiseta se le caía casi hasta las tetas cada vez que bajaba, aunque volvía a subir con tanta rapidez que Cardo no tenía ocasión de ver nada, si bien no es que tuviera ganas de alegrarse la vista. No en aquel momento.

Él y Lota, en una visita a una de las cabinas de vídeos x del GirlZ, el bar-strip-tease-sexshop de Zacarías Fíguerez, habían descubierto que protagonizaban uno de los vídeos x más vistos del local, hecho que les había resultado -comprensiblemente- en extremo desagradable. Sobre todo porque el sospechoso Número Uno de haber grabado y subido aquello no era otro que Alvarito el Jeta, el mejor amigo (o eso había creído ella) de Lota.

Esta, indignada y llena de cabreo, no dejaba de darle vueltas a cómo devolverle aquello y, para tratar de pensar con frialdad (en lugar de coger el bate de aluminio y dejar la columna del Jeta como la harina de tapioca, que era lo que le pedía el cuerpo), se encontraba colgada por los pies de la barra horizontal que, entre otros aparatos gimnásticos y de pesas tenía en su casa, y hacía abdominales alzándose hasta casi tocarse las rodillas con la nariz. Goteaba de sudor formando un charquito en el suelo y aquello, unido a su obstinado silencio, ya empezaba a asustar a Cardo. Sabía que en medio del ejercicio ella no podía hablar, de modo que intentó hacerla parar.

—Lota, nenita… bomboncito de café —dijo, tratando de capturar su mirada, para lo que se inclinó varias veces, cuidando de no tirar la bandejita que llevaba— ¿Por qué no paras un ratito? Debes estar exhausta. Mira, te he traído una cerveza y un bocadito.

Lota ni siquiera le miró. Si acaso, continuó sus abdominales con mayor obstinación, la cara colorada, la mandíbula tensa, los ojos brillantes. Cardo resopló.

—Nena, no puedes seguir así, te va a dar algo. O paras, o te agarro y te bajo yo.

La tatuadora dejó escapar el aire y al fin permaneció boca abajo, detenida. Suspiró, apoyó las manos en el suelo de tatami para descolgarse de la barra y se incorporó tan rápido que se tambaleó ligeramente. Cardo la tomó del brazo de inmediato.

—¡Lota!

—No, no pasa nada, estoy bien. Llevaba mucho tiempo boca abajo, me he puesto de pie muy deprisa y me he mareado un poco, ya estoy bien.

—Siéntate —Cardo la acompañó al sofá y la mujer poco menos que se derrumbó en el asiento. Agarró la cerveza que le trajera su novio y la bebió a grandes tragos, disfrutando del modo en que apagaba la sed. Enseguida tomó el sándwich de chorizo con queso y lo engulló. Le supo a gloria. Sin embargo aquello no eliminaba el problema.

—Lotita, nena, sé que estás disgustada. Yo también lo estoy. Pero matarte haciendo dominadas como un marine no veo en qué va a ayudarte.

La mujer se restregó el brazo contra la frente empapada en sudor.

—Intento calmarme y pensar en frío, Cardito —explicó—. Necesito pensar. Saber qué ha llevado a hacer algo así a un hombre que es como un hermano para mí. ¡Si necesitaba dinero, podía habérmelo dicho! ¡No será la primera vez que se lo presto a fondo perdido! Pero semejante charranada, vender un vídeo en el que se me ve follando contigo, ¡hacer que todos me vean, venderme por quilos como si yo fuera ganado…! —se alzó de un salto y le pegó una patada al saco de arena que colgaba del techo. Y después un puñetazo, otro y otro, hasta que Ricardo la abrazó por los hombros.

—Basta, por favor —rogó él, con sus acuosos ojos azules de pez llenos de preocupación—. Ya vale, cielo. Mira, ¿por qué no le llamas y… le invitas a cenar en casa, por ejemplo? ¡Cocino yo! Hago un asado a la miel que está de pecado mortal. Y mientras yo guiso, pongo la mesa y tal, vosotros habláis.

Puede que al Cardo no le cayese especialmente bien Alvarito el Jeta, sin embargo sabía en cuánta estima le tenía Lota. También él mismo se sentía humillado por el asunto del vídeo. Al principio pensó que no, que era estupendo presumir por ahí de que había un vídeo x suyo con Lota, ¡nadie podría poner en duda que estaban juntos! Claro, pero cuando vio lo gordo que salía, su cuerpo blandito y fofo carente de  definición alguna, cuando oyó que se referían a él como «el gordo cabrón con suerte, el cara de pez que se tira a nuestra Lota, a ver si es que la está chantajeando», ya no le hizo tanta gracia. Quería que el vídeo desapareciera por Lota, pero no iba a mentir: también por orgullo propio. La mujer pareció reflexionar.

—La verdad, lo último que me apetece hacerle a ese cerdícolo ahora mismo, es darle de comer, como no sea para cebarlo y darlo de comer a sus congéneres, los puercos —admitió—. Me gustaría más ponerle ipecacuana en la comida y que vomite hasta los higadillos —se tronó los dedos—. Pero a veces, lo que no se arregla a puñetazos, se puede arreglar por las buenas.

—¡Claro que sí! Mi abuelita decía siempre que todo el mundo es más propenso a razonar con el estómago lleno.

—Tu abuelita, ¿era esa que regalaba matanza al profesor de Matemáticas antes de la evaluación, no?

—¡Sí, ella! —A Cardo se le borró la sonrisa de golpe— ¡Y eso no significa nada, ¿eh?! ¡Yo me gané todos mis sobresalientes!

Lo cual era cierto. Ganárselos, lo que se dice ganárselos, se los ganó. Lo de merecerlos ya daría para otro debate que no tiene cabida aquí.

 

 

 

Si el hombre que tenía frente a ella hubiera hecho el más mínimo intento de tocarla, de acercarse a ella, Gertrudis hubiera huido, ahora con más miedo que ira. Sin embargo, no lo hizo. Se limitó a pedirle, rogarle que le permitiera explicarse. Así que permaneció quieta, y los ojos de Malaquías la miraron con gratitud.

—Sé que piensas que te hemos engañado, pero no es así —Comenzó—. Zacarías y yo somos gemelos, es sólo que compartimos el cuerpo. Sé lo raro que suena, sí.

—Desde el principio, Mala. Ya es bastante cojonudo para que te enrolles —La voz de Zacarías, ronca y cascada, salió de la misma boca. Gertrudis no sabía si llamar a un médico, a la policía, o echarse a llorar.

—Nacimos juntos —tomó de nuevo la voz Malaquías—. Como te conté, yo era el niño perfecto, y Zaca era un trasto revoltoso que se llevaba castigos y bofetones a cada momento, al que le ataban las manos para que no se tocase, pero también el que era capaz de enfrentarse a chicos mucho mayores que nosotros para ayudar a chicos pequeños. A nuestro hermano mayor para proteger a los demás. Supongo que por eso pasó lo que pasó.

Viendo que Trudy les interrogaba con la mirada, continuó:

—Zaca murió a los once años. Atropellado por un coche cuando se lanzó a la carretera para empujar a otro niño y quitarlo del camino.

—¿Qué? —la mujer apenas podía hablar— Pero… Pero… él… ¿quién es mi jefe?

—Tu jefe soy yo, Trudy, cariño —contestó la voz de Zaca—. Aquí estamos los dos. Murió mi cuerpo, digamos.

—Trudy, cuando vi a mi hermano tirado en la carretera, inerte, sangrando y roto… quise ser yo quien hubiera muerto. Y eso fue lo que hice. Le dije a mi familia que era Malaquías el que fue atropellado. Pretendí fingir para siempre que era Zacarías, pero la cosa resultó mucho más fácil de lo que yo pensaba. Creo… creo que debes sentarte, te estás poniendo del color de la leche.

La mujer obedeció maquinalmente. Que su jefe estaba un poco perjudicado de la cabeza era algo que había sabido siempre, de acuerdo, ¡pero esto! ¡Esto era demasiado hasta para Zacarías Fíguerez! Claro que, si decía la verdad, no era Zacarías Fíguerez.

—Antes incluso de contarlo en casa, antes de regresar, ya me di cuenta de que Zaca seguía conmigo. No se había ido. Sé que da miedo, a nosotros también nos lo dio al principio. Una vez hasta se le confesé todo a mi madre, que yo no era Zaca, sino Mala, que mi hermano me hablaba y estaba aquí —se señaló el pecho—. Pero no me creyó. Nadie lo hizo nunca.

—Una vez, hasta fuimos a un loquero privado.

—Un psicólogo, Zaca.

—Ña, loquero y gracias, ¡he visto a tarotistas con más idea de psicología que ese tío!

Cada vez era más extraño estar allí con los dos. Era cierto que daba miedo. Pese a todo, Gertrudis no se sentía capaz de irse ahora que creía empezar a entender.

—Bien, lo que cuenta es que el psicólogo dijo que teníamos un problema de negación de la muerte de alguien que considerábamos imprescindible. Lo llamó duplicación de personalidad ante el duelo, trastorno obsesivo, falta de afrontamiento de la realidad… Lo llamó muchas cosas, pero eso no impidió que mi hermano siguiese aquí. Después de muchas sesiones, acabó por decirnos que, si así nos sentíamos a gusto, siguiésemos actuando como lo hacíamos.

—¡Y por esa gilipollada, estuvo cobrando cuatro sesiones al mes a razón de sesenta napos la sesión durante casi un año! ¡Y aún tuvo el cinismo de decir que, claro, si uno no quería progresar, él no podía hacer nada! ¡Te voy a decir yo que la normalidad es estar soltero y que mates a tu mujer, a ver si progresas tú, no te jode!

—El caso es… —Mala miraba hacia la izquierda cuando se dirigía a su hermano—. Que estamos aquí los dos. Cuando crecimos, bueno, yo estaba dispuesto a meterme como dependiente en una tienda de recuerdos y mermeladas artesanales y que allí acabar mi porvenir. Una vida cómoda, tranquila y aburrida en el buen sentido de la palabra. Sin embargo, en el año que trabajamos allí, Zacarías se quedó con todo lo que se precisaba saber de contabilidad, pedidos, seguros, legalidad… y hasta ayudas que podían solicitarse para abrir un local propio. Y como su principal interés siempre ha sido el sexo, decidió abrir este sitio.

—Sitio por el que la familia siempre nos ha despreciado pero que, cuando han necesitado pasta para esto o aquello, nunca les ha dado asco ni pedirla, ni aceptarla. Tienen unos escrúpulos muy extraños: aparecen y desaparecen cuando les conviene.

Mala puso gesto de incomodidad ante el agrio cinismo de su hermano al que, no obstante, nada podía objetar. Trudy no podía evitar darse cuenta de que no había la menor transición entre las reacciones de uno y otro, ni una pizca de teatralidad; la sucesión era instantánea y completamente natural.

—He de admitir que es verdad —suspiró Mala—. Hace años que no vamos por casa. No nos invitan a la cena de Navidad, la última vez que fuimos la situación era tan tensa que nadie hablaba, todo el mundo se fue sin cenar.  Otra vez nos echaron del cumpleaños de Mamá… pero cada vez que a nuestro hermano mayor le han encarcelado por maltratar a su mujer, por conducir borracho, nos llaman a nosotros para pagar la fianza y el abogado. Cuando nuestro sobrino desapareció, fuimos nosotros quienes movimos cielo y tierra por intentar encontrarlo.

La voz de Malaquías se ahogó. Trudy se levantó de la silla. El hombre (los hombres) se apartaron de la puerta para dejarla salir.

 

 

Todo el mundo tiene alguna pasión. Es sano tener algo que llene nuestros días, aparte del trabajo, y Cardo no era una excepción. Su pasión era precisamente la cocina. No se tenía por un gran chef y detestaba lavar platos, pero le encantaba cocinar, tanto para el día a día como para fiestas (sobre todo para fiestas. No da la misma ocasión de lucirse hacer unas lentejitas con chorizo que picantones asados rellenos de carne trufada con ciruelas). Por eso, y puesto que se trataba de una cena en torno a un asunto grave, quería que su costillar quedase lo mejor posible. Ya había dudado mucho entre si poner un jamoncito o un costillar, y aunque el jamoncito era de mejor tono, Alvarito y su Lota estaban más acostumbrados a las costillas. Era preferible que la comida llamase la atención sólo cuando se la metiesen en la boca… que, si Dios quiere, para entonces, ya se habría arreglado la cosa. Sólo esperaba que su costillar a la miel no acabase estampanado en la cara de alguien, cosa para la que, no nos engañemos, existía una posibilidad digna de ser tomada en cuenta.

Eso sí, para que el asado llamase la atención al ser comido, era preciso que los ingredientes fuesen de lo mejorcito. Por eso había hablado con el carnicero dos días antes y había recogido dos costillares que ya tenía troceados y puestos a marinar en cerveza con especias. Cerveza triple malta, nada de Mahou baratita, y especias del herbolario, de a granel, nada de porquerías envasadas hace seis meses que ya no huelen a nada. Y ahora quedaba la guinda: la miel.

Como buen goloso, a Cardo le encantaba la miel. Por eso nunca compraba la de los supermercados, que es puro jarabe mezclado con agua, de abejas que no han visto una flor ni por San Valentín. Él sabía dónde comprar miel digna de llevar ese nombre, miel de esa que se queda hecha un ladrillo y hasta tiene trocitos de panal a veces. En casa de su prima Charito, que se dedicaba a criar abejas.

—¿Tú qué haces aquí? —Gruñó, apenas le abrió la puerta. A Cardo no dejaba de asombrarle que una mujer con un oficio tan dulce tuviese siempre tan agrio el carácter.

—¡Venir a verte! Y comprarte un tarro de miel, claro, ¿los sigues teniendo a nueve el kilo?

—Do-ce. Sólo para miel venís alguno a verme, para el resto de cosas no estoy en el mundo, parece ser.

—¡Pero, Charito, si hablamos por el grupo de wasap todos los primos!

—Mandar chistes estúpidos no es hablar —alzó la mano para acallarle—. Mira, no me enrolles, quieres miel, vale, yo te vendo miel, pero no quieras hacerme creer que te importo.

—Rosario, eso no es justo. Precisamente, mira, tú vas a ser la primera en enterarte de la noticia: ¡tengo novia!

La mujer abrió mucho los ojos, primero con sorpresa, después con rencor.

—¿Tú? ¡Bah! ¡Si piensas hacer la gilipollez de casarte, ahórrate invitarme! ¡Ya sabemos todos cómo terminan las bodas, en especial la mía! ¿Tienes que restregarme tu parejita en las narices? ¿Justo a mí? ¡Eres un egoísta, con la sensibilidad de un ladrillo! ¡Estúpido!

—¡Pero, Charito… amor, si aquello fue hace como mil años! —Charito había tenido uno de los matrimonios más cortos de la Historia. En el banquete de bodas, su novio se ausentó para ir al baño. Después de un rato prudente, y visto que había que cortar la tarta, fue a buscarle. Le encontraron en los lavabos follando con otra de las primas de Cardo y de ella. Claro está que firmaron el divorcio al día siguiente, pero el ex siguió frecuentando la compañía de la prima y, por esos azares de la vida, se casaron tres años después. El resto de la familia decidió hacer vista gorda y acudir a la boda con mejor o peor cara y eso Charito nunca pudo perdonarlo. Decía que aún tenía guardada la botella de champán del año de su nacimiento que debió haberse abierto en su boda; la abriría el día en que su ex y su prima se divorciaran y se la bebería de un trago—. Prima, no puedes seguir con ese resentimiento, no es bueno para ti.

—Lo que es bueno para mí o no, lo decido yo. Tú págame el bote de miel y desaparece de mi casa.

Cardo sabía que era inútil tratar de decir algo más, demasiadas veces lo había intentado sin recibir a cambio más que borderías, comprensibles sí, pero desagradables y estériles. Salió de allí con un bote de un kilo de miel tan espesa que no se movía cuando inclinaba el bote, y un peso en el corazón. Cuando se arreglase lo de Alvarito, hablaría con Lota de su prima. Al fin y al cabo, ella era mujer y además muy fuerte emocionalmente, quizá se le ocurriera algo para ayudarla.

Después de eso, sólo quedaban decidir pequeños detalles, como la organización de la cena. «Será mejor que yo me ocupe en todo lo posible de la mesa, la cena y las copas» se decía «Si paso sentado con ellos sólo el rato  de la cena, tendrán más libertad para hablar. Con esa idea en la mente abrió la puerta apenas sonó el timbre.

La idea era buena, desde luego. La pega era que Alvarito el Jeta tenía sospechas acerca de aquella cena, ¿a qué venía, así, de golpe y porrazo, invitarle a una cena casera a base de costillar? No era Navidad, ni su cumpleaños, ni siquiera el día de Halloween que a Lota, gran amante del cine de terror, le gustaba celebrar. Pues si no era ninguna fecha señalada, es que ocurría algo serio.

«Lo más seguro, que querrá pedirme dinero o que le devuelva algo de lo que le debo», pensó. Enseguida se vio asaltado por otro pensamiento mucho más aterrador. ¿Y si… si el cabrón de Zafi, para vengarse, le había soplado lo del vídeo? Visto así, sería mejor que no se quedase a solas con Lota en ningún momento.

«Como todavía traiga una botella barata, soy capaz de metérsela por el culo, ¡por el lado del culo de la botella también!», pensó Lota. No obstante, cuando sonó el timbre procuró dominarse. A fin de cuentas, Alvarito tenía derecho a explicarse. Antes de morir, porque luego lo iba a matar de todas formas así explicase que había subido ese vídeo para salvar a la Humanidad del Apocalipsis, pero el derecho a explicarse, ella no se lo iba a quitar.

—¡Alvarito, ¿cómo estás?! ¡Pasa! —Al Jeta le extrañó aquella efusividad por parte del Cardo; no sabía a qué venía tanta sorpresa si le habían invitado ellos mismos. «Lo mismo me estoy pasando de desconfiado» se dijo— ¡Pero si has traído pasteles! ¿Por qué te has molestado? ¡Lota! ¡Alvarito nos ha traído el postre!

—¿Tortas…? —preguntó con cierto veneno mientras también salía al recibidor con una gran sonrisa y dio dos besos al Jeta. La cajita de pasteles mostraba el logotipo de una encantadora casita de cuento, y la mujer la reconoció, era de las más caras de la zona— Pasteles de La Casita de Chocolate, ¡hemos tirado la casa por la ventana! Parece que no vamos mal de pasta, ¿no?

—Bueno, no puedo quejarme, ya sabes… una chapucilla aquí, otra allá —«vamos, que los he pagado yo con mi sudor y nunca mejor dicho», pensó la mujer. Cardo estuvo a punto de desaparecer  hacia la cocina con alguna disculpa, pero Alvarito le tomó del hombro y fue tras él— Oye, eso… eso del costillar a la miel, déjame ver cómo lo haces, porque hay quien dice que hay que aguar la miel y otros que dicen que hay que echarla pura, ¿tú la aguas o la pones pura?

—Oh, ¡no, no, no! ¡Eso de aguar la miel es un error, puagh! A ver, hay quien lo hace porque así es más fácil barnizar la carne, sí, pero así no coge bien el sabor, dónde va a parar. El truco está en calentar la miel, porque al estar caliente, se licúa ella solita y entonces es fácil trabajarla, pero eso de echarle agua, y más a una miel buena, de estas que cristalizan en frío, es una chapuza y hasta te diría que un delito, vamos… ¡peronoquerrásquedéunaclasedecocinasiendotúelinvitado! —Cardo se dio cuenta de la mirada que Lota le estaba echando y se corrigió a toda velocidad—. Tú y Lota os quedáis en el salón, que yo me ocupo de la cena.

—¡Ni hablar, hombre! —Alvarito le agarró del hombro con tal fuerza que le hizo retroceder por el aire los dos pasos que había dado— ¡No te vamos a tener sólo en la cocina, como si fueras la chacha!

—Quizá podríamos tomar un copazo en el salón primero, ¿no te apetece, Alvarito? —le tentó Lota. Para su sorpresa, el Jeta negó con una gran sonrisa meneando su calva cabezota.

—¡Naaaaah, lo podemos tomar en la cocina! ¡Los tres juntitos! O sea, que hay que calentar la miel… —tomó a Cardo bajo su brazo de gorila—. Vaya, ¡qué interesante! Oye, y… ¿y las especias? ¿Cuándo añades tú la especias? ¿Hay que marinar la carne primero, o basta con echarlas antes de hornear…?

Lota resopló. Alvarito se dirigió a la cocina llevando a Cardo del hombro y éste apenas logó echar una mirada fugaz a Lota para recomendarle calma. El Jeta acababa de llegar, seguro que lograrían despacharle para el salón en segundos.

 

 

 

 

 

 

 

 

Si alguien le hubiera preguntado a Malaquías cuál era la reacción de Trudy que menos podía esperarse, la que creía más absurda, sin duda habría sido aquella, la que precisamente sucedió. Si le hubieran preguntado a Zacarías, él habría dicho algo peor y que implicase abrirse la bragueta, y aunque a tanto no llegó la cosa, sí que le pescó de sorpresa. Trudy se alzó de la silla, Zaca y Mala se retiraron de la puerta para dejarle paso libre hacia ella. Contra todo pronóstico, la mujer no salió del despacho. Se dirigió hacia ellos y les abrazó. Un abrazo fraternal, de cariño y ánimo, pero estrechó su cuerpo contra el suyo, acariciando suavemente la nuca y espalda de los hermanos.

A Mala se le escapó un suspiro infinito, se dejó mimar en medio de una sonrisa y hasta le pareció que se emocionaba. Zaca trató como pudo de retirar la cadera sin alejarse para que ella no notase que se le estaba montando una erección del tamaño de un campanario y arruinar el momento.

—Lo siento —musitó ella—. Siento todo lo que os ha sucedido. La muerte de Zaca, los malos tratos de vuestro hermano, la desaparición de vuestro sobrino… lo siento mucho. Habéis pasado por muchas cosas desde niños, y no merecíais ninguna.

«¿Te fijas, hermano? ¡Nos habla a los dos!»

«No te confíes, ahora viene el pero»

—Pero yo no puedo vivir con todo esto. Ya es excesivo para vosotros mismos, y aún más para mí.

«¿Qué te dije? La verdad no arregla nada, la hemos perdido.»

«No estoy de acuerdo. Si vamos a ser sinceros, vamos allá hasta el final».

—Trudy, lo sé, y no te puedo pedir que estés conmigo. No cuando lo sabes todo. Tú has sido para mí un precioso sueño del que yo sabía que debía despertar. El sueño de volver a ser yo mismo, Malaquías, y de que alguien me quisiera por mí mismo y no por poder prestarle dinero que le sacase de apuros. Me duele que se haya acabado, pero me siento feliz de haberlo vivido, siquiera una vez. Me has hecho más feliz de lo que puedes imaginar.

A Gertrudis le temblaba la barbilla, y ahora fue Mala quien la abrazó, casi acunándola entre los brazos.

—Sí que me gustaría, si puedes, que sigamos siendo amigos. Bueno, tú eres de las pocas personas que conoce mi secreto, fuera de ti, sólo Lota lo sabe, y es un alivio poder contar con alguien con quien hablar sin tapujos, con alguien que sabe exactamente quiénes somos.

—Claro que sí —contestó ella de inmediato, a la vez que secó una lágrima con el dorso de la mano—. Eso ni se pregunta.

—Eh, ¿y mi secretaria, seguirás siendo mi secretaria? —la voz ronca de Zaca apareció—. Ya no será tan divertido como cuando intentaba seducirte a todas horas, pero oye, nadie ha llevado mis asuntos mejor arreglados que tú.

Trudy sonrió y asintió. A fin de cuentas, para ella sería mucho más cómodo librarse de las casposas intentonas de Zaca, y era un buen trabajo bien pagado. No había razón para dejarlo.

«¿Qué te dije yo a ti, hermanito? Ya no la perdemos. Se quedará contigo por el jornal, y conmigo por la amistad. Saldremos a tomar café, a charlar, y la escucharé como ella me escucha a mí siempre. Trudy nos quiere, Zaca, y caerá en nuestros brazos. Ya ha caído, de hecho, aunque ella no lo sepa todavía».

«Me fastidia reconocerlo, pero tienes razón, Mala. Me descubro. Hay ocasiones en las que no sé quién es el peor de los dos».

«Llevamos tanto tiempo juntos, hermano que ya… no importa».

 

 

 

 

 

 

Cardo había intentado deshacerse de Alvarito como seis veces. Cada vez que le ponía una cerveza en el salón, cogía y volvía a llevársela él mismo a la cocina. Llevó el plato de aperitivos e hizo lo mismo. Resopló, diciendo que era mejor que le dejasen la cocina para él solo, que tenía mucho trajín, y antes de que Lota pudiese asentir, a Alvarito le faltó tiempo para ponerse un delantal y empezar a pelar verduras para la ensalada.

—¡No vas a tener que decirme dónde está nada, ni hacer otra cosa que echarme una mirada; he cocinado mil veces aquí con Lota, sé dónde lo pone todo! —aseguró el puerta. Cardo vio con horror cómo su novia apretaba la mandíbula, dispuesta a empezar La Conversación allí mismo. Y eso no debía suceder, no allí en la cocina. En primera porque no querían que Alvarito pensase que le habían metido en una encerrona como sí había sido, en segunda porque si había algo más peligroso que una Lota furiosa, era una Lota furiosa en una habitación llena de cuchillos, mazos, trinchantes y fuegos. Así que tiró por lo directo:

—Lota, mi vida, ¿tú no querías decirle algo a Alvarito? ¿Por qué no vais a tomar una copa al salón mientras yo termino, eh?

«Apareció el peine», se dijo el Jeta. Antes de poderse dar cuenta, Lota le tomó del brazo con una sonrisa que recordaba más a un tigre enseñando los dientes y tiró de él hacia el salón.

—Que, bueno, podríamos hablar en la cocina, pod…

—Podrías sentarte y callarte, Álvaro —Lota le empujó al sofá. El Jeta resopló. Bueno, vale, quería pedirle dinero o encarar alguna bobada, porque era imposible que se hubiera enterado de…—. Me vas a explicar por qué hay un vídeo mío en las cabinas del GirlZ. Y más vale que sea una explicación cojonudamente buena.

—¡Será…! ¡Te lo ha dicho! ¡El siguiente que suba, será el suyo con Trudy, qué mamón!

—¡Zafi no me ha dicho nada! ¡Que te sientes! —el empujón le tiró de nuevo al sofá y desplazó el mueble— ¡Lo vi yo misma en el club! ¿Por qué está ahí?

—Ya, claro y yo me lo voy a creer —sacó el móvil—. ¡Ahora mismo subo el suyo, vamos, hombre, se va cag… EH!

Lota le apañó el móvil, lo arrojó al suelo y saltó encima con los dos pies. Y con las botas Chiruca que llevaba.

—Lo siguiente que aplaste será tu cabeza, ¡que quiero saber qué hace ese vídeo allí!

—¡Bueno, hacer, pues hace las delicias de todo el barrio, creo yo! —Alvarito estaba cabreado por lo del móvil, pero se arrepintió en el acto de haber sacado el sarcasmo. Antes de acabar la frase, la mano de su amiga agarró la fuente de aperitivos y la estrelló contra su mejilla. La porcelana se partió en dos, canapés y croquetas volaron por los aires.

El Jeta no se quedó atrás, de inmediato se alzó, su pie del 46 salió disparado al pecho de Lota, esta lo agarró en el aire y le tiró un directo a la entrepierna con la mano del anillo. Alvarito aún se quejaba cuando la mujer le alzó la pierna y le hizo caer de espaldas. Antes de soltarle una patada al estómago, los gritos de Cardo la pararon

—¡Alto, basta! ¡BASTA! —el hombre salió de la cocina con una jarra de agua helada. Como previsor que era, la había tenido preparada apenas escuchara el primer golpe. Lota hizo ademán de cubrirse, así que no hizo falta que su novio la regara de agua con hielo. Aún así, no se aplacó.

—¡No he terminado con él!

—Yo creo que ni has empezado. He oído… —contó para sí— tres quejidos y ninguna explicación. ¿Quizá sea un buen momento para el diálogo? Por variar un poco, más que nada.

—A… apoyo la moción… —Alvarito en el suelo, con un lado de la cara que sabía lo que podía haber sentido un boxeador que hubiese recibido una caricia de Mike Tysson, hubiera dialogado hasta una liberación de rehenes con tal de no recibir más. Entre Lota y él eran comunes las peleas físicas, pero esta vez le había dado con saña—. Lota, ¿qué pasa?

—¿Aún tienes la cara de preguntarlo? —la patada que tenía preparada salió sola. Cardo tomó agua en los dedos y la salpicó. La mujer apenas hizo un ademán para limpiarse la cara— ¿Por qué andas subiendo vídeos X míos, so pedazo de mamón?

—Ah, ¿esas tenemos? —Alvarito se arrodilló, tomo aire y se alzó de un salto. Lo que en alguien de su estatura, impresionaba bastante— ¿De quién era la tarjeta de todo incluido que usaste con éste en el hotel?

—¡Tú te la dejaste! ¡Para cuando preguntaste por ella, ya estabas a tres horas de viaje!

—¡Pues tú te dejaste la puerta de la habitación abierta! ¡Para cuando te diste cuenta, ya estaba grabado el vídeo!

—¡No se puede ser más ruin, ni más cabrón, ni más…! —Lota estuvo a punto de largarle otro directo, pero Cardo salpicó a ambos con el agua de la jarra.

—¡Y tú deja ya quieta el agüita, que parece que nos estás bendiciendo, cojoooones, ¿no ves que estamos discutiendo?! —ladró Alvarito.

—¡No te atrevas a hablarle así!

—¡Yo le hablo así a quien me da la gana, perdón, no se puede tocar al mamarracho este, por favor, que se rompe, por Diosss! ¡Pareces su madre, no sabe ni hacer pis solito, si tú no le aguantas la ch…EEEH! —el grito del Jeta tenía más de sorpresa que de dolor. Ricardo le volcó encima toda la jarra con hielo. Antes de que pudiera reaccionar, Cardo echó atrás el brazo y lo lanzó con jarra y todo a la mandíbula del Jeta en un zurdazo fenomenal. Alvarito dio vuelta y media y se cayó de culo.

—¡«Mamarracho»! —se indignó Cardo, estirándose el delantal rosa— ¡Con lo pintón que voy yo siempre, a mí nadie me llama mamarracho! —iba a añadir «¿te enteras?», pero no pudo. Se encontró la boca de Lota invadiendo la suya y su mano en la entrepierna.

—Cardito… —jadeó ella— ¡Me has puesto a cien!

—¡Puagh! ¡Y encima, eso! —se quejó Alvarito desde el suelo— ¡Desde que estás con este pavo, no hay quien te aguante el meloseo! ¡Vayas donde vayas, siempre tiene que ir él! ¿Y a los amigos, qué, que nos den por saco?

A Lota se le encendió la bombilla. Alvarito el Jeta había sido capaz de algo así, ¿por celos?

—¿Me estás diciendo que te da rabia que esté con él? ¡Pero si tú y yo no somos nada!

—¡Sí lo somos, Lota, o lo éramos! ¡Amigos! ¿Te suena esa palabra o te la explico? —se quejó con amargura en la voz—. Desde que llegó el ovejo este a tu vida, no se puede hacer un plan contigo, ¡todo siempre le incluye a él, y es un pesado, un cuñado que siempre quiere ir de protagonista en todo, y quedar siempre de buenecito! ¡Como hoy! ¡Me juego un ojo a que la idea de la comida ha sido suya! ¡Tú hubieras venido a mí directamente y me hubieras estrellado una litrona en la cara! —sollozó— ¡Y yo quiero a esa Lotaaaaaaaaaa…!

—¡Alvarito! —Lota no se lo podía creer, ¡el Jeta estaba llorando! Cardo se fue disimuladamente al baño. En parte para dejarlos a solas. En parte porque tenía una erección de caballo y no quería que se le notara—. Oye, si era eso, ¿por qué no me lo dijiste? ¡Yo hubiera quedado contigo y los chicos sin llevarme a Cardo, podíamos haber quedado sin él alguna vez…!

—¿Cómo te iba a decir que tu novio no me cae bien? ¡Sería muy cruel!

—Ah, ¿y sacarme un vídeo porno y vendérselo a Zafi te parece mejor?

—Me pareció más divertido… —El Jeta hizo un puchero—. Lo siento, Lota. Zafi me debe un par de favores, le diré que quite el vídeo. A fin de cuentas, de su local no puede salir, no se puede descargar, así que en cuanto se borre, nadie lo verá más. Y te daré toda la pasta que he sacado de él, que son un par de verdes.

—Te lo agradezco, Alvarito —la mujer sonrió maliciosamente—. Pero si quieres que te perdone, a ver, esto ha sido gordo, si quieres que te perdone, vas a tener que hacer algo más.

—¿Qué? —Lota estuvo a punto de contestar. Sin embargo, se dio cuenta de que su Cardito había desaparecido.

—De momento, esperar —le guiñó un ojo—. Parece que tengo la leche en el fuego y he de ver que no se salga.

—Joder, qué par de viciosos, veeeeeenga, ¡pondré música!

 

 

En el cuarto de baño, Cardo se acariciaba tratando de no hacer ruido. ¡Si hubiera sabido que sacar el genio producía ese efecto en Carlota, se hubiera defendido mucho antes! El chasquido de la puerta al abrirse le hizo brincar del susto, aunque al ver entrar a Lota se tranquilizó. Sólo un segundo, hasta que ella cerró de nuevo, echó el pestillo y dijo:

—Ni te muevas —la mujer se bajó los vaqueros y se sentó sobre él, de espaldas, todo uno.

—¡MMMMH! —Cardo se tapó la boca con las dos manos intentando retener el gemido de intenso placer que le subió por el pecho, ¡Dios! ¡Esa primera penetración, esa sensación deslizante al hundirse en sus entrañas como en un bote de miel caliente… era celestial! Lota gimió a su vez con una sonrisa de placer, sonrisa que él no pudo ver ya que ella le daba la espalda. Le apretó más aún dentro de ella, y un segundo después, comenzó a moverse.

Las caderas de la mujer hacían círculos húmedos en la entrepierna de Cardo. Este le agarró las nalgas y las apretó mientras Lota jadeaba sin cortarse un pelo. Del salón llegaba un tema de AC/DC a todo volumen, de modo que él tampoco se cortó.

—¡Ah… así, ASÍ! ¡Úsame! ¡Soy tu juguete, úsame para tu placer! —Lota rio al oírle, encantada con la situación. La mujer no había dicho ni con permiso, y él no iba a poner la menor pega. La tatuadora le llevó las manos a sus tetas, libres bajo la camiseta negra de Metallica y le hizo apretárselas con fuerza.

Cardo veía el culo de Lota, firme y gordo, botando sobre su polla, haciendo un obsceno ruido de chapoteo a cada envite, a la vez que sentía sus tetas en las manos, los pezones duros… Lota gemía de placer. La mujer echó hacia atrás la cabeza, embriagada de gusto, ese gozo inmenso que le llenaba las entrañas y cosquilleaba su intimidad cachonda con una intensidad irresistible, cebándose en ese punto mágico interior, hasta que fue incapaz de resistir el dulcísimo hormigueo.

Un grito tartamudeado, a medio camino entre el placer y el asombro, salió de la garganta de la mujer, haciéndola temblar a medio rebote, presa de olas de lujuria saciada de una modo maravilloso. Cardo pudo jurar que notó una espesa ola de flujo muy caliente bañarle hasta los huevos, el coño de Lota cerrarse en espasmos en torno a él, en un abrazo pícaro, libidinoso. La recostó sobre su pecho, abrazándole las tetas con una mano mientras con la otra le acarició la cara sudada y los cabellos.

—Oooooh… mi nene, ha sido deliciooooooso… —murmuró, la voz blanda, apenas capaz de girar la cara para mirarle.

—Estabas muy a punto, ¿eh? ¡Estabas peor que yo! —rio. Lota sonrió a su vez y en segundos volvió a moverse, cabalgándole con más intensidad— ¡Oh, sí, hazme eso! ¡Un… un poquito más!

La mujer casi se sacaba por completo la polla de Cardo de su interior y se empalaba hasta el fondo el segundo siguiente. Apenas a la cuarta embestida el intenso picor que recorría el cuerpo de su compañero fue excesivo para él y se dejó ir en medio de un suspiro derrotado que Lota acompañó con el suyo propio, ¡era tan tierno sentir los latidos de su novio dentro de ella, y la descarga caliente… haaaah… desbordándose por entre sus piernas!

Ambos estaban en la gloria. Cardo tenía la sensación de que media vida se le había escapado por la polla, que no podría ni ponerse en pie, que ojalá pudiera quedarse así para siempre, sí, para siemp… ¡No, mierda, él tenía que vigilar el costillar asado!

—¡Se quemará la carne! —gritó. Lota ahogó un grito y también ella volvió a la realidad. A velocidad de vértigo se vistieron y salieron corriendo hacia la cocina.

—¿Buscabais esto, tortolitos? —de la cocina salió un muy sonriente Alvarito llevando con las manoplas de la cocina la fuente del horno, en la que brillaba un sabroso costillar a la miel recién sacado, aún humeante.

—Gracias —susurró Lota— ¡Pero eso no va a reducir tu pago, encanto!

 

 

 

—¿Que tengo que hacer QUÉ? —pese a tener la barriga llena de costillas, patatas asadas, cerveza y tarta de chocolate y crema, ni Alvarito se sorprendió menos, ni Lota se apiadó lo más mínimo.

—Ya me has oído —dijo Lota—. Eso, o se acabó nuestra amistad y esta ha sido nuestra última cena. Y tendrá que estar colgado las mismas semanas que ha estado el mío.

—Venga, Alvarito, ¡si hasta será divertido! —Dios, qué cara de tonto tenía el Cardo cuando pretendía hacerse el simpático.

—¡Zafi no lo tendrá ni una hora!

—¿Apostamos?

 

 

 

 

«Nuevo vídeo especial» decía la pantalla en las cabinas del GirlZ. Y muchos de los habituales, decepcionados al ver que el vídeo de Lota había desaparecido, pincharon, con la ilusión de encontrar otro nuevo. La reacción, digamos que no fue correspondida a las expectativas:

—¡Aaaaaaaaaaaaaaaarráncame los ojooooooooooooos! ¡Voy a lavármelos en lejía, por favor, quiero DESVERLO!

Bueno, aunque algo exagerado, la cosa no era para menos. El vídeo mostraba a Alvarito vestido con un uniforme rosa y blanco de doncellita sexy, con minifalda, lleno de encajes y unas orejitas de conejita Playboy. Habían usado un sostén de Lota que habían tenido que apañar por la espalda añadiéndole cordón de zapatos, porque el sostén adecuado para las espaldas del Jeta hubiera requerido unos melones para llenarlo; en su lugar usaron globos con agua. La mujer le había comprado un tanga rojo y hasta le había maquillado y puesto una peluca rosa con moñitos sujetos por grandes lazos caídos y espeso flequillo. Le había pintado línea de ojos, mofletes colorados y boquita de rubí. Con vocecita aflautada decía cosas como «he sido una niña muy mala, y este es mi castigo», se sacaba todo el asunto fuera (la verdad que, debido a los escasos centímetros de la falda, parte quedaba visible ya) y se cascaba una gallarda. Por lo bajini, se le oía decir «lamataréporesto, lamataréporesto».

Ni se confirma ni se desmiente que Alvarita (sí, está bien escrito) no encontrase, muy a su pesar, algo excitante en la situación de saber que todo el mundo le estaba mirando.

Zaca sí dejó que el vídeo se quedara. Alvarito estaba tan seguro como Lota, en su red no se podía descargar y no se podía tampoco grabar usando un teléfono para grabar o fotografiar la pantalla porque la imagen se descomponía gracias al sistema de seguridad. Sin embargo, no era mala idea tener algo así de un futuro socio. Y menos de uno tan vengativo como el Jeta.



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