“No voy a ponerme nervioso”, se dijo Kapsi. Pero como en tantas otras ocasiones, era mĂ¡s fĂ¡cil decirlo que hacerlo. Apenas los d...

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     “No voy a ponerme nervioso”, se dijo Kapsi. Pero como en tantas otras ocasiones, era mĂ¡s fĂ¡cil decirlo que hacerlo. Apenas los desconocidos llamaron a la puerta, el joven impĂ­o supo que estaba ante un buen lĂ­o. Aquellos tipos olĂ­an a policĂ­a a la legua, su tĂ­o aĂºn estaba durmiendo y Ă©l no sabĂ­a mentir como su pariente, siempre se le notaba. Por un momento pensĂ³ en fingir que no estaba en casa, pero sin duda si no abrĂ­a ahora, aquellos tipos volverĂ­an mĂ¡s tarde y, cuando su tĂ­o se enterase de que habĂ­a rehuido un enfrentamiento OTRA VEZ, su culo iba a pagar las consecuencias. Con la mejor sonrisa que pudo componer, hizo de tripas corazĂ³n y abriĂ³ la puerta. 

     —¿Buenos dĂ­as…?

    —¿El sr. AiscisiasmĂ³ vive aquĂ­? — preguntĂ³ a bocajarro el mĂ¡s alto, un tipo con cazadora y con la cara tan cuadrada como si se la hubieran hecho con un nivel. 

     —SĂ­, es mi tĂ­o — repuso el joven con un hilito de voz. “El tĂ­o no dejarĂ­a que le hablasen asĂ­, Ă©l habrĂ­a dicho otra vez “buenos dĂ­as”, y no hubiese dejado que la conversaciĂ³n se moviese de ahĂ­ hasta que le contestaran”, pensĂ³ — ¿Por quĂ©? ¿Venden algo?

     El segundo tipo, bajito y con cara de malhumor, sacĂ³ la placa y murmurĂ³ su cargo. 

     —Estamos investigando el incendio de la casa del final de la calle. Los vecinos dicen que tĂº y tu tĂ­o llevĂ¡is poco tiempo viviendo aquĂ­. 

     —¿Es eso un delito? — intentĂ³ sonreĂ­r, pero su simpatĂ­a cayĂ³ en saco roto. 
   
     —En el poco tiempo que tu tĂ­o lleva aquĂ­, parece haberse ganado una reputaciĂ³n entre las mujeres del barrio. En esa casa vivĂ­a una joven, ¿la conocĂ­a tu tĂ­o?

     —Yo… no sĂ© si la conocĂ­a o no. No habla conmigo de sus lĂ­os. 

     —¿Podemos hablar con Ă©l?—Era la pregunta que habĂ­a estado temiendo.

     —No — EspetĂ³, pero temiĂ³ haber sido demasiado seco, y continuĂ³ —. Mi tĂ­o trabaja de noche, y duerme todo el dĂ­a. 

     —Entiendo, ¿y si volvemos esta tarde, estarĂ¡?

     —Supongo que sĂ­, a eso de las siete — AdmitiĂ³ Kapsi. Los policĂ­as asintieron y se marcharon sin mĂ¡s despedida. El joven impĂ­o tenĂ­a un nudo en el estĂ³mago. Cuando su tĂ­o se levantara, no se iba a tomar muy bien el que no hubiera sabido librarse de ellos definitivamente. 





     —Por favor, pasen y siĂ©ntese. Insisto. Kapsi, hijo, prepara cafĂ© — Eran casi las siete, el cielo llevaba cerca de una hora oscurecido por completo cuando volvieron los agentes. Kapsi intentĂ³ sonreĂ­r y se dirigiĂ³ con pasitos cortos hacia la cocina, para hacer el cafĂ©. —. Por favor, disculpen a mi sobrino; el chico es muy voluntarioso y yo le quiero como a un hijo, pero el pobrecito es un poco… lento, digamos. ¿En quĂ© les puedo ser Ăºtil? Me dijo el niño que estaban investigando el incendio de la Ăºltima casa, debe ser un asunto horrible, ¿verdad?

     “Haaaaah… No podrĂ© aguantar mucho mĂ¡s con esto ahĂ­ metido, ¡no podrĂ©!”. En la cocina, Kapsi temblaba. Apenas habĂ­a atinado a poner el agua y el cafĂ© en la cafetera, y ahora que la habĂ­a puesto al fuego y esperaba pacientemente a que hirviera, pensaba que lo que estaba hirviendo, era Ă©l. Una deliciosa y torturadora vibraciĂ³n se extendĂ­a por su ano, desplegando sus tentĂ¡culos como una red fina y suave de cosquillas enloquecedoras. Con delicadeza, la vibraciĂ³n habĂ­a crecido desde un agradable bienestar, hasta un picor casi irresistible, y Ă©l sabĂ­a bien que aĂºn estaba sĂ³lo a medio gas; para cuando llegase al punto mĂ¡ximo, no podrĂ­a aguantarse derecho. Pero aĂºn habĂ­a algo que le excitaba mĂ¡s aĂºn: el saber quiĂ©n estaba operando el vibrador.

     “Yo he llegado hasta el nivel tres”, le habĂ­a dicho a Violeta el tĂ­o TĂ¡naso. “Generalmente, no aguanta mĂ¡s allĂ¡, es subir al cuarto, y se corre sin remedio”. Violeta le habĂ­a tenido en el primer nivel mucho rato, apagando y conectando el juguete alternativamente. Por lo que veĂ­a en la cĂ¡mara, Kapsi parecĂ­a sufrir tanto como pasarlo bien. 

     Al sr. TĂ¡naso no le gustaba la tecnologĂ­a moderna, decĂ­a que le daba jaquecas, pero algunos adelantos pasados ya de moda sĂ­ parecĂ­a tolerarlos, como la televisiĂ³n o la radio. Por eso tenĂ­a una vieja cĂ¡mara de vĂ­deo que podĂ­a a la vez grabar y reproducir, y enviar las imĂ¡genes a travĂ©s de un circuito interno. AsĂ­ era como Violeta podĂ­a ver a Kapsi retorcerse de gusto en la cocina mientras hacĂ­a el cafĂ©. El joven impĂ­o daba golpes con las caderas y se le escapaban las sonrisas, ¡quĂ© gustito! MirĂ³ a la cĂ¡mara con carita de desamparo y susurrĂ³: “Basta…”, mientras se mordĂ­a el labio inferior. Violeta sonriĂ³ y subiĂ³ de golpe al nivel dos. 

     Un involuntario gemido de derrotado placer se escapĂ³ de los labios de Kapsi, y su mano derecha volĂ³ a su entrepierna, de donde la quitĂ³ con la misma rapidez, pero el zumbido cosquilleante que se extendiĂ³ por todo su bajo vientre, no desapareciĂ³ igual. La cafetera silbĂ³, y el joven la retirĂ³ del fuego, con el lĂ­quido borboteando en su interior. Temerosa de que pudiera quemarse, Violeta bajĂ³ de nuevo la intensidad al primer nivel. Kapsi suspirĂ³ de alivio y sonriĂ³. 
  
     —Gracias — musitĂ³ y lanzĂ³ un besito a la cĂ¡mara. Violeta notĂ³ que se ponĂ­a colorada y su rajita, hĂºmeda desde hacĂ­a un buen rato, picaba y cosquilleaba, le exigĂ­a tocarse. Pero no lo hizo. Si Kapsi sufrĂ­a un poco, ella querĂ­a hacerlo tambiĂ©n.

     La joven vio como su amigo disponĂ­a la cafetera, acompañada del azucarero y la jarrita de leche tibia, en una bandeja con tres tacitas y sus platitos. Todos el juego era de una delicada porcelana inglesa, decorada con pequeñas flores y bordecitos de oro. Violeta pensĂ³, divertida, que su vieja abuela se morirĂ­a de envidia si viera aquellas preciosidades. Es decir, si no estuviera ya muerta, claro estĂ¡.

     Kapsi tomĂ³ aire y le guiño un ojo a la cĂ¡mara antes de salir. ParecĂ­a saber que mientras estuviera haciendo equilibrios con la bandeja, estarĂ­a a salvo. Y no sĂ³lo por las posibles quemaduras; la verdad era tambiĂ©n que Violeta no querĂ­a saber cĂ³mo podĂ­a tomarse el sr. TĂ¡naso que parte de su preciosa vajilla se rompiera por causa suya.

     —¿Leche? ¿Un terrĂ³n de azĂºcar? — dijo Kapsi, intentando no mirar a los ojos a los policĂ­as, convencido de que se darĂ­an cuenta de que ocultaba algo. 

     —Tres terrones para mĂ­ — contestĂ³ el bajito malacara. El tĂ­o TĂ¡naso tomĂ³ su taza, sola y sin azĂºcar.

     —Entonces, ¿lo que me estĂ¡n diciendo es que esa pobre chica, que parecĂ­a una mosquita muerta, pudo haber matado a su propia abuela? — la voz del tĂ­o parecĂ­a traviesa, como si estuviese compartiendo un cotilleo delicioso y no un crimen.

     —Si, eso es lo que parece — el policĂ­a asintiĂ³ con cierta gravedad, pero el bajito sonriĂ³, malicioso —. Pero no sĂ³lo lo hizo ella, es que no lo hizo hace un dĂ­a ni dos. Por los restos que hemos encontrado, es probable que esa pobre mujer llevase ya muerta varios años. 

     El tĂ­o fingiĂ³ sorprenderse mientras se llevaba la taza a los labios. 

     —Pero… entonces esa chica, ¿quĂ© años tenĂ­a cuando matĂ³ a la anciana? ¿Quince, o diecisĂ©is…?

     La pareja de policĂ­as compartiĂ³ una sonrisa y contestaron con cierta superioridad.

     —Bastantes menos, señor. Puede que apenas llegase a los diez — el tĂ­o puso cara de horror. —. SĂ­, don TĂ¡naso. Me temo que nos encontramos ante una pequeña psicĂ³pata, cruel y muy astuta.

     —Ya veo… Perdonen — se volviĂ³ hacia Kapsi y le dedicĂ³ una sonrisa paternal —, Kapsi, vete a la cocina y corta patatas para la cena y, cuando termines, destiendes la ropa, ¿quieres, hijo? — el impĂ­o asintiĂ³ y se marchĂ³, sonriente —. Disculpen, pero se trata de cosas que prefiero que Ă©l no oiga, ¡es un muchacho tan delicado!

     De nuevo a solas en la cocina el “muchacho delicado” notĂ³ que el placer crecĂ­a y subĂ­a en vertical como un yo-yĂ³. Huy-huy-huy… Violeta le estaba dando caña.

     En la alcoba, Violeta, con las piernas cruzadas, se frotaba contra la silla. TenĂ­a la cara muy colorada y unas ganas tremendas de tocarse. O mejor aĂºn, de bajar a la cocina con Kapsi y tocarse frente a Ă©l, bajarle los pantalones y terminarle a base de caricias. “Pero no puedo ir, no puedo dejar que la policĂ­a me vea”. Oh, pero si hubiera un medio para ir sin que la vieran, si pudiera pasar desapercibida… Y entonces cayĂ³ en que sĂ­ lo habĂ­a. QuizĂ¡ no lo lograra, pero lo podĂ­a intentar. SubiĂ³ de golpe el vibrador al mĂ¡ximo, y, sin quitarse el pantalĂ³n, se metiĂ³ la mano entre las piernas, apretĂ³, y dejĂ³ que el dulce escalofrĂ­o de placer recorriera todo su cuerpo y se centrĂ³ en Ă©l. Pensando sĂ³lo en saborear el hormigueo estremecedor y en Kapsi.



      —…desde luego, despuĂ©s de tanto tiempo, no hay un modo exacto de descubrir la causa de la muerte, pero al menos, se pueden descartar algunos mĂ©todos — decĂ­a el policĂ­a caracubo —. Por lo que hemos visto, no hay señales de golpes o lesiones en los huesos, asĂ­ que no la matĂ³ de un golpe en la cabeza, ni de una paliza. Tampoco hay señales de falta de nutrientes, sĂ³lo el desgaste propio de la edad, asĂ­ que no muriĂ³ de hambre…

     —¿Es suyo ese gato?

     —¿PerdĂ³n? — el sr. TĂ¡naso se volviĂ³ y reparĂ³ en ella, ¡quĂ© mala pata! IntentĂ³ escabullirse, pero en el acto el vampiro sonriĂ³ y la tomĂ³ en brazos. Él llevaba mucho mĂ¡s tiempo siendo vampiro que ella siendo gato, de modo que era mucho mĂ¡s rĂ¡pido — ¡Metiche! ¿QuĂ© haces aquĂ­, traviesa? Mala, mala, mala, ¡sabes que debes quedarte arriba si hay visitas, cariño!

     —Miaaau… — A Violeta no se le escapaba el tonillo de reconvenciĂ³n que habĂ­a bajo las melosas palabras del sr. TĂ¡naso, asĂ­ que decidiĂ³ hacerse la buenecita y se dejĂ³ tomar en brazos dĂ³cilmente.

     —SĂ­, es mi gata — sonriĂ³ el vampiro, tomando asiento de nuevo —. La encontrĂ³ mi sobrino, se nos colĂ³ en casa con toda la desfachatez  del mundo, y no tuvimos corazĂ³n para echarla a la calle, por eso la llamamos Metiche. ¿DĂ³nde estĂ¡bamos?

     En el regazo del sr. TĂ¡naso, Voleta se encontraba muy a gusto. Demasiado. Su intenciĂ³n habĂ­a sido la de empezar a revolverse pasado un breve rato, para que la dejara en el suelo asĂ­ poder llegar a la cocina con Kapsi, pero apenas el vampiro comenzĂ³ a hacerle caricias, no fue capaz. TĂ¡naso la acariciaba y rascaba tan dulcemente que le pareciĂ³ que se podĂ­a desmayar de gusto. “Debo… ir… Kapsi…” intentĂ³ pensar, pero no lo logrĂ³, y sĂ³lo un ronroneo saliĂ³ de su garganta. 


     —Bastaaaaa… Violeta, piedad. Basta…— susurraba Kapsi en la cocina, inĂºtilmente. Por lo que podĂ­a sentir, la joven estaba muy cerca de Ă©l, habĂ­a ido hacia Ă©l, pero se habĂ­a detenido. Sin saberlo, mucho sospechaba el impĂ­o que algo tenĂ­a que ver con eso su tĂ­o, pero lo grave no era eso. Lo grave es que habĂ­a puesto el vibrador al nivel cuatro, y ella no lo controlaba ya. Apenas notĂ³ la subida de la vibraciĂ³n, supo quĂ© iba a sucederle, ¡odiaba y adoraba ese nivel por igual! Lo adoraba porque el placer era dulcĂ­simo, elĂ©ctrico, irresistible. Y lo odiaba por la misma razĂ³n, no podĂ­a controlarse en Ă©l, no aguantaba ni un segundo sin terminar como un burro, ¡y querĂ­a aguantar! ¡QuerĂ­a que ella le viera correrse (o quizĂ¡s hasta le acariciase, ¡sĂ­iiiiiiiii!)! Pero apenas notĂ³ el potente terremoto hacer estragos en su culo, el aguantar se hizo imposible. Se agarrĂ³ al borde de la encimera y apretĂ³ los dientes para no gritar, ¡quĂ© placer tan dulce y picante! Se cebaba en su ano y se comunicaba a su polla, dulcemente pero con fuera, imparable. Las olas de cosquilleas eran demasiado agradables, y no pudo resistir mĂ¡s. 

     Feroces convulsiones tiraron de sus caderas y le bañaron en un bienestar delicioso, a la vez que su polla se derretĂ­a como mantequilla en un horno, y estallaba en un abundante borbotĂ³n de esperma que inundĂ³ sus pantalones. Pero el joven apenas pudo saborear el placer porque, sin nadie que lo controlase, el vibrador no se detenĂ­a. Su hombrĂ­a no llegĂ³ ni a iniciar la bajada cuando ya estaba de nuevo a punto de caramelo. 




     “Mmmmmmh… el Nirvana tiene que parecerse a estooo…” pensĂ³, con mucha lentitud, Violeta, bajo los efectos de las caricias del sr. TĂ¡naso. La joven no podĂ­a explicĂ¡rselo, ¿cĂ³mo podĂ­a sentir tanto gusto? Si Ă©l sĂ³lo le rascaba el cuello y las orejas y… oooh, y un poco la espalda, ahĂ­, por favor, justo ahĂ­. No le tocaba ni siquiera su sensible pezĂ³n mordido, pero ella sentĂ­a un placer intenso y desconocido que la dejaba completamente incapaz, desmadejada. “Lo siento, Kapsi. PerdĂ³name, pero no… puedo… ronronronronronronronnn”




     “¡Aaah, no! ¡NO! Noooo… ¡otro mĂ¡s no, otro mĂ¡s no!”. Arrodillado en el suelo de la cocina, tembloroso como una gelatina barata y con los pantalones empapados hasta medio muslo, Kapsi habĂ­a perdido ya la cuenta de los orgasmos que le habĂ­an sacudido. Al principio no se habĂ­a atrevido a sacarse el vibrador, porque lo llevaba puesto por orden de su tĂ­o, pero ahora directamente no podĂ­a ya. El placer le hacĂ­a sudar, temblar y poner los ojos en blanco en medio de una sonrisa idiota (la habitual en Ă©l, habrĂ­a dicho su tĂ­o), y el picorcito de un nuevo orgasmo comenzaba a mordisquearle el culo, para expandirse al momento por su polla. Si no supiese que era inmortal, empezarĂ­a a preocuparse la posibilidad de palmarla de gusto… o de deshidrataciĂ³n, porque dudaba que le quedase una gota de lĂ­quido en el cuerpo. 




     —Bien, encantado de haberles ayudado — sonriĂ³ el sr. TĂ¡naso mientras estrechaba la mano de los policĂ­as. —. Mucho me temo que esa joven no volverĂ¡ a aparecer por aquĂ­, pero si llego a verla, les informarĂ© enseguida. 

     Los agentes asintieron y convinieron que ellos tampoco lo creĂ­an. “Si ha sido lo bastante lista como para tener a todo el mundo engañado tantos años, no cometerĂ¡ un error tan estĂºpido como el de quedarse por aquĂ­, desaparecerĂ¡. Pero hemos de intentar apresarla lo antes posible, antes de que se le ocurra volver a matar”. 

     —¿La creen capaz de ello?

     —Naturalmente. Es una chica muy inteligente, frĂ­a y lĂ³gica. Sabe que puede matar sin ser atrapada y salirse con la suya, ya lo ha hecho una vez. En el momento que alguien sospeche de ella, o simplemente la molesten, no le queda duda que volverĂ¡ a hacerlo.

     El sr. TĂ¡naso se despidiĂ³ por fin de los policĂ­as y aguardĂ³ unos segundos, hasta que estuvo seguro de que se habĂ­an largado. SĂ³lo entonces soltĂ³ a Violeta y ella, aĂºn bajo la apariencia felina, corriĂ³ a grandes saltos hacia la cocina. 



     Kapsi apenas fue consciente de que alguien le bajaba los pantalones sĂ³lo lo justo para descubrirle el culo, y notĂ³ arañazos y mordiscos suaves en sus nalgas. Pese al agotamiento, aquello le hizo sonreĂ­r mĂ¡s aĂºn. NotĂ³ un tirĂ³n en el cable del vibrador, y a pesar de que un pequeño sonido de decepciĂ³n saliĂ³ de su garganta, le invadiĂ³ una infinita sensaciĂ³n de alivio cuando el juguete al fin abandonĂ³ su ano. Se dejĂ³ caer de espaldas, deshecho. AĂºn sus mĂºsculos se estremecĂ­an y temblaban, pero la relajaciĂ³n habĂ­a llegado. Se sentĂ­a agotado y le quemaba todo el bajo vientre, su pene escocĂ­a y ardĂ­a… pero se sentĂ­a tan a gusto, tan bien, ¡no recordaba haber gozado nunca tanto!

     —¿Miau? — un gato negro de ojos color lila apareciĂ³ borroso ante su cara. Llevaba el vibrador colgando por el cable, entre los dientes, y le golpeĂ³ delicadamente la cara con una de sus patitas. 

     —¿…´oleta? — balbuceĂ³, la boca llena de babas, con voz pastosa. 

     —SĂ­, pequeño inĂºtil, Violeta — contestĂ³ el tĂ­o mientras se arrodillaba y rascaba las orejas del animal. — A ver si tomas ejemplo de ella. Mi niña, has sido muy desobediente, pero has Cambiado por primera vez. Estoy orgulloso de ti. 

    El gato agachĂ³ la cabeza y en pocos segundos, tomĂ³ de nuevo la forma de la joven. Ésta respingĂ³ y se cubriĂ³, ¿cĂ³mo es que estaba desnuda? El tĂ­o sonriĂ³, y acariciĂ³ los hombros y la espalda de Violeta, mientras ella se estremecĂ­a y se le escapaba un gemido.

     —Tu ropa estĂ¡ en la habitaciĂ³n. Cuando Cambiamos, los vampiros machos conservamos la ropa, pero las hembras, no. Su ropa se queda en el sitio donde estuvieran. Es… una de esas pequeñas particularidades que dan diversiĂ³n a la vida. 

    El sr. TĂ¡naso inspirĂ³ profundamente, y Violeta sabĂ­a por quĂ©. Ella estaba muy excitada, llevaba mucho tiempo hĂºmeda. MentirĂ­a si dijera que no tenĂ­a ganas. Colorada como un tomate, pero se inclinĂ³, elevando el culo para que Ă©l le diese gusto. El vampiro dejĂ³ ver sus colmillos en la sonrisa hambrienta que le dedicĂ³. 

     —Gatita — musitĂ³, y se colocĂ³ tras ella. Mientras se abrĂ­a el pantalĂ³n, no dejaba de acariciar hasta las nalgas la espalda de su niña —. Mi gatita inocente, que no sabe que cuando toma la forma de un animal, toma tambiĂ©n sus caracterĂ­sticas. ¿Verdad que el señor TĂ¡naso sabe acariciarte, Metiche? 

     —Miaaaaaau… — fue lo Ăºnico que pudo decir. Le pareciĂ³ que tocaba el cielo cuando la polla del vampiro se deslizĂ³, lenta y dulce, al interior de su coño deseoso, ¡quĂ© plenitud! ¡QuĂ© extraordinaria sensaciĂ³n de estar completa, llena! El cosquilleo dulce le picĂ³ hasta las orejas, y se inclinĂ³ sobre Kapsi, para meterle en la boca el pezĂ³n. Apenas el joven impĂ­o lo abrazĂ³ entre sus labios, la joven arqueĂ³ la espalda y puso los ojos en blanco, invadida por el orgasmo mĂ¡s cĂ¡lido y deliciosamente dulce que habĂ­a sentido en toda su vida. ¡QuĂ© placer! ¡QuĂ© calor! ¡QuĂ© gustooo!

    Perezosa, cubriĂ³ de besitos suaves la cara de Kapsi. El pobre impĂ­o apenas podĂ­a moverse y reventaba de celos viendo a su chica gozar con la polla del tĂ­o. Pero se obligĂ³ a pensar que en realidad, le daba igual, todo le daba igual, los celos, su impiedad, su incapacidad de Cambiar, su pinta de bobo, la regañina del tĂ­o… todo. Mientras ella siguiera besĂ¡ndole asĂ­, le daba igual todo. 




     —He cumplido, madame. Es Ă©l. Ahora se llama AiscisiasmĂ³, pero sigue llamĂ¡ndose TĂ¡naso, es el hombre del dibujo. Vive con Ă©l un chico que parece lelo, le llama “Kaxi”, y dice que es su sobrino. Si me pregunta, madame, yo dirĂ­a que tienen un rollo.

     —¿QuĂ© te hace pensar eso? — el policĂ­a bajito, el malacara, no habĂ­a visto nunca a la madame, sĂ³lo hablaba con ella por telĂ©fono. Y Ă©l sabĂ­a que las voces, con frecuencia, no van parejas a la apariencia fĂ­sica, pero Ă©l estaba dispuesto a dejarse cortar un brazo si esa voz no iba acompañando a una puta escultura. La madame tenĂ­a una manera grave y cĂ¡lida de arrastrar las sĂ­labas que ponĂ­a cachondo a la primera palabra.

     —Instinto de policĂ­a. Maneras de mirarle, o de tocarle cuando se dirige a Ă©l. Uno no habla a un sobrino como ese tĂ­o lo hace, mĂ¡s bien parece su “sobrinito”, no sĂ© si me entiende. 

     —Perfectamente. ¿Vive alguien mĂ¡s en la casa?

     —Nah, ellos dos y el gato. La gata, mĂ¡s bien.

    —AsĂ­ que una gata. 

     —SĂ­, una gata negra, la llama “Metiche”, ¿es importante?

    —No, en absoluto. Has trabajado bien. Sigue asĂ­ y recibirĂ¡s tu premio.

    —No quiero meterle prisas, madame, pe…

   —Desde luego que no. Te garantizo que NO quieres meterme prisa. — el policĂ­a aĂºn quiso añadir algo, pero la madame se le adelantĂ³ —. Te concederĂ© el don que deseas, pero cuando yo lo considere oportuno. Ni un segundo mĂ¡s tarde, pero tampoco un segundo antes. Hoy has dado un gran paso, te lo aseguro. AdiĂ³s.

    La madame colgĂ³. Todo su cuarto estaba en la mĂ¡s completa oscuridad, salvo una zona pequeña, iluminada bajo una lamparita redonda, donde se veĂ­a el telĂ©fono que acababa de colgar, un viejo modelo, y un retrato. Si su contacto en la policĂ­a estaba satisfecho con ella o no, a ella le era completamente indiferente, pero el hallazgo… El hallazgo habĂ­a sido mucho mejor de lo que ella esperaba. Cuando la niña desapareciĂ³, la madame montĂ³ en cĂ³lera y creyĂ³ que morirĂ­a de tristeza, pero cuando le llegaron los rumores de un hombre llamado TĂ¡naso viviendo en el barrio, concibiĂ³ esperanzas. Ahora sus esperanzas se habĂ­an confirmado mĂ¡s allĂ¡ de lo que la madame se hubiese atrevido a soñar. En su escritorio, su mano saliĂ³ de la oscuridad hasta la zona que iluminaba la pequeña lĂ¡mpara, y tomĂ³ en ella el retrato, la fotografĂ­a enmarcada de una niña de unos tres años de edad, y la acariciĂ³. La madame se levantĂ³ de la silla. Por menos de un segundo, parte de su rostro fue herido por la luz. Si alguien aĂºn hubiese querido mirarlo, se hubiera dado cuenta de que la madame y la niña de la foto, tenĂ­an los ojos exactamente del mismo color. Violeta. 




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3 comentarios:

  1. Hola, ¿quĂ© tal? Me presento, soy escritora fantasma, me encantarĂ­a poder conversar en privado contigo. Mi nombre es Ina.

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  3. Mi correo es, i.katherina.y.g@gmail.com

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