Es fĂ¡cil decir que la sangre no te da asco mientras no has tenido nunca que comĂ©rtela, pensĂ³ Violeta. La joven dejĂ³ escapar un sus...

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     Es fĂ¡cil decir que la sangre no te da asco mientras no has tenido nunca que comĂ©rtela, pensĂ³ Violeta. La joven dejĂ³ escapar un suspiro y alzĂ³ la vista. Delante de ella, el sr. TĂ¡naso partĂ­a en pequeños pedazos un filete de corazĂ³n crudo y se lo llevaba a la boca con el tenedor de plata, como si estuviera tomando su cena en el Ritz. Su sobrino Kapsi le miraba con cierta envidia mientras comĂ­a con cara aburrida su ensalada de frutas. A Violeta no le hubiera importado cambiar el plato con Kapsi.


     Como impĂ­o, su amigo KĂ¡psimo no era un vampiro de pleno derecho, estaba maldito y no podĂ­a atravesar la carne de otro ser. Ello implicaba que no podĂ­a comer carne, ni pescado, ni podĂ­a morder o beber sangre, y ni siquiera podĂ­a hacer el amor o besar con lengua; estaba condenado a alimentarse de fruta y verdura, y eso no le hacĂ­a demasiada gracia, porque el que estuviera imposibilitado para satisfacerlos, no implicaba que no tuviese apetitos. Violeta en cambio, habĂ­a sido humana hasta hacĂ­a escasos dĂ­as. Entre Kapsi y su tĂ­o la habĂ­an vampirizado y liberado de su existencia mortal, de su dominante abuela y muchas cosas mĂ¡s, sĂ­, pero tambiĂ©n la habĂ­an condenado a muchas otras. La alimentaciĂ³n era una de ellas. 


     Viioleta habrĂ­a dado cualquier cosa por un poco de pollo frito bien crujiente y un cuenco de sabrosa ensalada con pepino y mucho queso. Pero no podĂ­a ser. El sr. TĂ¡naso decĂ­a que necesitaba comer como la vampiresa que ya era para ir adquiriendo poder y fuerza, y eso significaba vĂ­sceras y sangre.


     —Violeta, te garantizo que el filete no a desgastarse por mucho que lo mires — sonriĂ³ el sr. TĂ¡naso, mientras se limpiaba los labios con una esquina de la servilleta de hilo. La joven pinchĂ³ un extremo de la loncha de carne, rojiza y cruda, con el tenedor y la levantĂ³. Se escurriĂ³ y volviĂ³ a caer al plato con un “plotch” nada apetecible.


     —Es que no me gusta… — No, Violeta no habĂ­a sido criada precisamente con caprichos; la vieja abuela acostumbraba a echarla del comedor si ponĂ­a el mĂ­nimo gesto de asco y la dejaba sin comer. La joven, siempre de escaso apetito, habĂ­a hecho ayuno muchos dĂ­as de su vida y se habĂ­a acostumbrado a comer lo que le gustaba o no comer en absoluto; el hambre no le picaba por pasarse un dĂ­a entero con un vaso de leche y dos manzanas, y a la vieja le daba igual lo que hiciera. Pero el sr. TĂ¡naso no era la vieja. La mirĂ³ con gesto paternal.


     —Ni siquiera lo has probado, ¿cĂ³mo vas a saber si te gusta o no, si no lo pruebas? — Violeta pareciĂ³ a punto de discutir, pero el tĂ­o hablĂ³ antes — Es una carne muy cara, de primera calidad, ¿sabes a cuĂ¡ntos cretinos he de meter en el Carmilla´s para ponerla en la mesa?


     Violeta le mirĂ³ con carita de pena, y el tĂ­o le dedicĂ³ una tierna sonrisa, pero insistiĂ³:


     —Mi niña, es que tienes que comer vĂ­sceras. Tienes que alimentarte. Un vampiro saca sus fuerzas y su poder sobre todo de dos sitios: dormir en el ataĂºd y comer bien. Mira, esto es un poco como el sexo: la primera vez duele un poco, pero enseguida te encanta. Anda, pruĂ©balo… dale ese gusto al tĂ­o.


     Violeta sonriĂ³, no podĂ­a evitarlo. A ella jamĂ¡s la habĂ­an tratado como a una niña, ni mimado para nada. Cuando el sr. TĂ¡naso la trataba asĂ­, era difĂ­cil negarle nada. Kapsi lo sabĂ­a tambiĂ©n. Odiaba el modo en que ella miraba al tĂ­o, pero sabĂ­a por experiencia que era inevitable: cuando su tĂ­o se proponĂ­a ser amable, derramaba encanto como quien abrĂ­a un grifo. La joven cortĂ³ un pedacito minĂºsculo del filete, cerrĂ³ los ojos y se lo acercĂ³ a la boca. SacĂ³ la lengua y lo lamiĂ³, recogiĂ³ la lengua e iniciĂ³ un gesto de repulsiĂ³n, pero no llegĂ³ a terminarlo. De inmediato relajĂ³ la cara en una sonrisa de placer.


     Era como si su paladar hubiera descubierto la ambrosĂ­a. Un maravilloso sabor empezĂ³ a expandirse por su lengua, creciĂ³ en su boca y se extendiĂ³, cĂ¡lido, hacia su garganta, conforme masticaba y tragaba. ¡Nunca habĂ­a probado nada tan exquisito! La risa del sr. TĂ¡naso le hizo abrir los ojos.


     —¿Ves como te gusta, boba? — sonriĂ³, cariñoso — Es imposible que seas vampiro y que no te guste.


     —EstĂ¡ delicioso, señor TĂ¡naso — asintiĂ³ la joven, sus ojos violetas llenos de chispas traviesas, y atacĂ³ otra porciĂ³n. El vampiro asintiĂ³, satisfecho, y el impĂ­o se la quedĂ³ mirando, embobado. QuĂ© bien se movĂ­an sus mandĂ­bulas, quĂ© preciosa era su sonrisa cuando saboreaba. Cuando un hilillo de sangre se deslizĂ³ por la comisura de sus labios, Kapsi se descubriĂ³ a sĂ­ mismo relamiĂ©ndose y sintiĂ³ un feroz tirĂ³n en los pantalones. Ay.




***************



     —EstarĂ© de vuelta sobre las seis o seis y media de la mañana — dijo el tĂ­o mientras se ponĂ­a los guantes blancos y se preparaba para salir. Con su abrigo blanco, sus pantalones impecables y su peinado perfecto, estaba hecho un pincel, pensĂ³ Kapsi. No era extraño que tuviese tanto Ă©xito como relaciones pĂºblicas, y mĂ¡s sabiendo que le daba a mujeres tanto como a hombres. Kapsi nunca habĂ­a ido al Carmilla´s, ni a ningĂºn otro local nocturno, porque su tĂ­o no le dejaba, pero no le costaba imaginarse a chicos humanos de ambos sexos poco menos que haciendo cola para acercarse al tĂ­o —. PodĂ©is jugar un rato, pero recordad que no debĂ©is salir de la casa bajo ninguna circunstancia. Y, Violeta, como muy tarde a las cuatro, quiero que estĂ©s en el ataĂºd.


     —¡Oh! Por favor, señor TĂ¡naso, ¿no puedo esperarle? — la joven hizo un puchero. El deseo que se leĂ­a en sus ojos, no era nada compatible con la inocencia de su semblante, pero ambos sabĂ­an que si ella estaba ya en trance cuando Ă©l llegase, no despertarĂ­a hasta el anochecer y no podrĂ­an jugar. TĂ¡naso pareciĂ³ a punto de negarse, pero aquellos enormes y suplicantes ojos violetas le desarmaron.


     —No debe… Bah, mira, si ves que dan las seis y no he llegado, mĂ©tete en el ataĂºd, pero puedes esperarme despierta. Y sola — añadiĂ³ mirando a Kapsi, y Ă©ste asintiĂ³. TenĂ­an muchas horas por delante para divertirse, Ă©l y Violeta. Es cierto que le daba rabia que ella jugase tambiĂ©n con su tĂ­o, sobre todo porque Ă©l podrĂ­a follarla, pero los orgasmos que iba a tener con ella no dejaban de ser orgasmos porque no pudiese penetrarla.




     TĂ¡naso abriĂ³ la puerta y respirĂ³ el Ă¡spero aire de la noche invernal. HacĂ­a mucho frĂ­o y la humedad calaba hasta los huesos, pero para Ă©l era agradable; le pareciĂ³ que aquel aire gĂ©lido le acariciaba con una violencia extrañamente agradable, "como si te besase un cuchillo", pensĂ³. PodĂ­a oler en Ă©l la tierra hĂºmeda, el verdĂ­n, el musgo fresco. Y entonces su corazĂ³n pareciĂ³ volverse del revĂ©s.


      Su mirada recorriĂ³ la calle de punta a punta. HabĂ­a sido una vaharada tenue, levĂ­sima, pero creyĂ³ notar un perfume que llevaba mĂ¡s de treinta años sin oler y que le golpeaba el corazĂ³n con la misma cruel ternura que el aire frĂ­o. Su nariz buscĂ³ de nuevo, pero ya no estaba allĂ­. Y nunca habĂ­a estado, se dijo. SĂ³lo era nostalgia. TĂ¡naso se encogiĂ³ de hombros con una pequeña sonrisa triste, y echĂ³ a andar.



     —Haaaah… aaah, Violeta, ¿no estarĂ­amos mĂ¡s cĂ³modos arriba, e-en la camita? — logrĂ³ musitar Kapsi. La risita de su amiga le acariciĂ³ las orejas y le puso la piel de gallina en la nuca. Apenas el tĂ­o hubo salido por la puerta, la joven se le echĂ³ encima allĂ­ mismo, en el recibidor, y no dejaba de besarle, mientras sus manos le acariciaban sin parar.


     —Kapsi, mi juguete — su voz quemaba como las gotitas de cera derretida que a veces el tĂ­o le vertĂ­a para divertirse. Le pareciĂ³ que las piernas no le iban a sostener —. Voy a acariciarte tanto que te despellejarĂ©, voy a darte tanto placer que querrĂ¡s ir corriendo a ponerte un cinturĂ³n de castidad, no querrĂ¡s ni dejar que me acerque a ti, te la dejarĂ© tan escocida como si hubieras querido follarte un montĂ³n de ortigas… ¿quieres eso, verdad que sĂ­?


      El impĂ­o estaba tan caliente que le parecĂ­a que su cerebro se derretĂ­a, y su polla, dentro aĂºn de las ropas, le estaba mojando hasta los pantalones. Incapaz de hablar, asintiĂ³, goloso, saboreando por anticipado la idea de que ella le masturbase. Pero cuando la joven se agachĂ³ y le abriĂ³ el pantalĂ³n tirando de la cremallera con los dientes, se horrorizĂ³.


     —¡No! ¡Con la boca, no! ¡Me quemarĂ© vivo! — chillĂ³, pero Violeta siseĂ³ para acallarle mientras tiraba de su pantalĂ³n y le acariciaba los muslos. Kapsi temblaba. Si a ella se le ocurrĂ­a chuparle, su maldiciĂ³n le harĂ­a arder por el pene. Su erecciĂ³n habĂ­a bajado tan deprisa como si su miembro quisiera esconderse dentro de su vientre, pero no podĂ­a desobedecer. Por primera vez, tuvo miedo de Violeta.


     La joven lo notĂ³. Una parte de sĂ­ misma querĂ­a calmar a Kapsi, abrazarle contra su pecho y asegurarle que no tenĂ­a nada que temer. Otra, en cambio, querĂ­a abofetearle por ser tan pusilĂ¡nime y no confiar en ella, ¿la creĂ­a estĂºpida? …Y ahĂ­ fue donde la propia Violeta se asustĂ³, porque a esa otra parte, no la conocĂ­a de nada. “Yo no quiero hacerle daño”, pensĂ³, pero notĂ³ que sus colmillos crecĂ­an y le pedĂ­an, le exigĂ­an morder a su amigo, atravesarle y alimentarse de Ă©l. Violeta vio frente a sĂ­ el muslo de Kapsi, donde sabĂ­a que estaba la femoral, y sus ojos parecieron arder. Todo su cuerpo ardĂ­a en algo que iba mucho mĂ¡s allĂ¡ de la mera excitaciĂ³n sexual o aĂºn de la lascivia. Ansia. QuizĂ¡s aquello era lo que mĂ¡s se acercase.


     Kapsi vio la mirada de su amiga brillar en rojo, como un vampiro hambriento, ¡era la primera vez que lo hacĂ­a! Estaba preciosa, pero supo que le iba a morder, y resistiĂ³ la tentaciĂ³n de cambiar a murciĂ©lago y escaparse, pero no hizo falta; Violeta se tapĂ³ la boca con ambas manos, apartĂ³ la cara y, en medio de un rugido de frustraciĂ³n, se inclinĂ³ sobre el sofĂ¡ y mordiĂ³ con fuerza el cabecero. Segundos despuĂ©s, soltĂ³ y escupiĂ³ un pedazo del tapizado. Su mirada volvĂ­a a ser violeta y, cuando se posĂ³ en Kapsi, decĂ­a muchas cosas. Y preguntaba aĂºn muchas mĂ¡s.


      —Es normal — titubeĂ³ el impĂ­o —. Conforme pase el tiempo, te harĂ¡s mĂ¡s fuerte, tendrĂ¡s mĂ¡s poder… te harĂ¡s mĂ¡s vampiro, y querrĂ¡s morder. No pasa nada. — “Y es probable que yo deje de gustarte y sĂ³lo te guste el tĂ­o”, pensĂ³, pero prefiriĂ³ no decirlo.


     —Kapsi, yo… yo no quiero hacerte daño, pero si alguna vez te lo hago, tienes que prometerme que me lo devolverĂ¡s, ¿de acuerdo? ¡No te dejes que te pegue!


     —¿EstĂ¡s loca? ¿Para que cobre por el tĂ­o tambiĂ©n? ¡Ni harto de ajo harĂ­a algo asĂ­!


     Violeta sonriĂ³. Suavemente, besĂ³ los muslos desnudos de Kapsi y comenzĂ³ a subir por ellos a besos hĂºmedos. El deseo de morderle apareciĂ³ de nuevo, pero enseguida lo reprimiĂ³. El pene de su amigo, aĂºn asustado, colgaba lĂ¡nguido y pequeñito entre sus piernas, y Violeta le dio un beso suave, sin abrir los labios, pero conservando su boca pegada a Ă©l. El impĂ­o dejĂ³ escapar un gemido, y un dulce cosquilleo se extendiĂ³ por su bajo vientre. Violeta sabĂ­a que no podĂ­a mamar a su amigo, pero sĂ­ podĂ­a hacerle mimos, y se los dedicĂ³ sin pausa. AcariciĂ³ y besĂ³ los muslos de Kapsi, cosquilleĂ³ su bajo vientre y apretĂ³ sus nalgas, y en pocos segundos su polla se alzĂ³ nuevamente, orgullosa, y la joven la tomĂ³ entre sus manos y la restregĂ³ contra su cara.


     Kapsi estaba en el cielo, ¡en el SĂ©ptimo Cielo! Su cuerpo era mantequilla tibia, una deliciosa sensaciĂ³n de bienestar le habĂ­a gemir a cada exhalaciĂ³n, y la erecciĂ³n parecĂ­a chispearle. Un hormigueo de cosquillas le recorrĂ­a de las corvas a la nuca cada vez que ella le tocaba, ¡no recordaba haber gozado tanto desde la primera vez que se tocĂ³! Una caricia hĂºmeda le hizo temblar de pies a cabeza y le forzĂ³ a abrir los ojos, ¡Violeta le estaba lamiendo! Al no poder alojarle en la boca, pero sĂ­ acariciarle, le estaba acariciando con la lengua, haaaah… un calor impresionante se extendĂ­a por su cuerpo y su polla comenzĂ³ a echar humo, como cada vez que bordeaban los lĂ­mites de la maldiciĂ³n, pero ninguno de los dos se detuvo. La lengua cĂ¡lida de Violeta hacĂ­a pasadas interminables por la polla de Kapsi, desde los testĂ­culos al glande. El joven estuvo tentado de pedirle que le lamiera el ano, pero se callĂ³. Que hiciera con Ă©l lo que quisiera, era tan agradable…


     La joven sonreĂ­a, sin parar de lamer. La verdad era que se morĂ­a de ganas por chuparle entero, meterse la polla de Kapsi en la boca hasta la garganta y succionar, mamarle sin descanso hasta dejarle seco (¡oh, sĂ­, por favor, toda su leche espesa en mi garganta!), pero el jugar asĂ­, esa manera de tortura tambiĂ©n era muy excitante. Kapsi no paraba de gemir y tiritar, su pierna derecha temblaba sin que Ă©l pudiera evitarlo. La joven metiĂ³ la cara bajo su polla e hizo aletear su lengua directamente contra el frenillo de su amigo.


     Los gemidos de Kapsi se volvieron grititos, ¡quĂ© gusto! ¡QuĂ© ardor tan insoportable! ¡Insoportablemente deliciooooooso! ApretĂ³ los puños y reprimiĂ³ el deseo de pajearse sin piedad. La lengua de Violeta, sus labios pegados a su polla, le acariciaban sin cesar un punto dulcĂ­simo, que Ă©l apenas habĂ­a tocado, y es cierto que quemaba y era torturador en su irritante cosquilleo, ¡pero quĂ© placer daba ese cosquilleo!


     Violeta sonreĂ­a y lamĂ­a apretando su lengua, sin aumentar la velocidad, cuidando que la polla, cada vez mĂ¡s roja, de Kapsi no traspasase la frontera de sus labios. Notaba las bragas empapadas y tenĂ­a muchĂ­simas ganas de tocarse, pero en aquel momento el placer de Kapsi era mucho mĂ¡s bonito. La polla erecta del impĂ­o goteaba de puro gusto y, cuando un hilillo transparente se escurriĂ³ por la cara de Violeta, un gemido escapĂ³ de la garganta de la joven vampiresa, ¡cĂ³mo le gustaba darle placer! Las rodillas del impĂ­o temblaban y sus gritos ya eran incontenibles. Violeta le clavĂ³ la mirada.


     Kapsi veĂ­a que se caĂ­a de culo, notaba la polla empapada, inundada por igual de jugos, saliva y placer. El cosquilleo, convertido ya en picor tĂ³rrido, crecĂ­a sin parar, y en ese momento, su chica le mirĂ³ a los ojos. Ternura y deseo. Cariño y vicio. ¡Y su lengua justo en el capulloooOOOOh…! Una poderosa ola de placer le hizo estremecerse, sus caderas dieron un empellĂ³n, y sensaciones de gozo maravilloso explotaron en la punta de su polla y se expandieron en segundos por todo su cuerpo, a la vez que un espeso chorretĂ³n de esperma (y enseguida otro, y otro), saliĂ³ disparado y cayĂ³ en las mejillas y la cara de su compañera.




      Al impĂ­o le llegĂ³ la risa de Violeta como si estuviera a kilĂ³metros de distancia. Se dio cuenta que estaba sentado en el suelo; en el orgasmo al fin le fallaron las piernas y habĂ­a caĂ­do al suelo, casi al borde de la inconsciencia. Uffffff… quĂ© delicia. HabĂ­a sido maravilloso, perfecto, de primera. Cuando logrĂ³ enfocar la mirada y vio la cara de Violeta bañada en su esperma, un travieso bordoneo cosquilleĂ³ sus testĂ­culos. QuerĂ­a mĂ¡s. La joven sonriĂ³ y se dirigiĂ³ a besarle, y entonces el mundo estallĂ³.


     Un estruendo, y la puerta de entrada saltĂ³ en mil astillas, y Violeta se echĂ³ sobre Kapsi, intentando protegerle con su cuerpo, a la vez que el impĂ­o la apretaba contra sĂ­, pero no le dio tiempo a preguntarse quĂ© sucedĂ­a, cuando el dolor llegĂ³. Algo le sacĂ³ a rastras de debajo de la joven, le levantĂ³ en vilo por la nuca y la pierna, y le dejĂ³ caer como lo harĂ­an con una rama para partirla por la mitad contra una rodilla. El resultado fue el mismo. Un chasquido espantoso, y un dolor tan horrible que Kapsi no pudo ni gritar, pero supo que su columna se habĂ­a partido. El chillido de Violeta no fue tanto de dolor como de ira, de rabia, cuando se lanzĂ³ contra la figura que habĂ­a entrado en la casa, pero esta le dio un bofetĂ³n con tal fuerza que la nariz de la joven reventĂ³ en un arco rojo. InĂºtilmente tratĂ³ Kapsi de agarrar a la figura por los tobillos; Ă©sta le pateĂ³ desdeñosa, agarrĂ³ el cuerpo inerte de Violeta, y se marchĂ³.


     Kapsi sabĂ­a que no valĂ­a gran cosa como vampiro, pero nunca hasta ese momento se habĂ­a dado cuenta de lo terriblemente indefenso e inĂºtil que era. Apenas podĂ­a respirar, y descubriĂ³ con horror que no sentĂ­a ningĂºn tipo de dolor. Toda la mitad inferior de su cuerpo estaba por completo insensible. Sus piernas estaban tan vacĂ­as de dolor como lleno de ello estaba su corazĂ³n. ¿QuĂ© habĂ­a pasado? ¿QuĂ© habĂ­a pasado? ¿QuiĂ©n se habĂ­a llevado a Violeta y por quĂ©? Las lĂ¡grimas le quemaban los ojos, y el dolor fue aĂºn mĂ¡s intenso cuando recordĂ³ que, hacĂ­a sĂ³lo unos segundos, otra quemazĂ³n, pero en su polla, habĂ­a sido tan agradable y placentera. SĂ³lo unos segundos… eso habĂ­a tardado su pobre vida en irse a pique. No es que no hubiera sido capaz de defender a Violeta, es que ni siquiera habĂ­a sido capaz de presentar batalla, o de identificar a lo que fuera que se la habĂ­a llevado.


       Notaba sus Ă³rganos internos perforados por astillas de hueso, sabĂ­a que tenĂ­a hemorragias internas y podĂ­a morir, pero se sentĂ­a tan inĂºtil y miserable que, de haber sido sĂ³lo Ă©l, allĂ­ se hubiera quedado a esperar la muerte, pero si aĂºn habĂ­a alguien que podĂ­a ayudar a Violeta, ese era el tĂ­o. TenĂ­a que avisarle como pudiera. TirĂ³ de los brazos hasta que logrĂ³ darse la vuelta y empezĂ³ a arrastrarse hacia el telĂ©fono. A cada movimiento, sus pulmones le enviaban agujas de dolor, y poco despuĂ©s notĂ³ un sabor salado en la boca. SabĂ­a que era su propia sangre. EscupiĂ³, pero siguiĂ³ saliendo. Maldijo sus piernas, muertas y que le pesaban tanto. La mesita del telĂ©fono estaba sĂ³lo a tres metros. TenĂ­a que poder llegar, vamos, pequeño inĂºtil, arrĂ¡strate y luego podrĂ¡s morir en paz…





      —Piernas, pechos, ¡todo eso es tan obvio! En occidente no se entiende la verdadera naturaleza del erotismo, que estĂ¡ basada en la insinuaciĂ³n, y no en la visiĂ³n. Son los orientales quienes lo comprenden bien — TĂ¡naso estaba echando chĂ¡chara, pero a la chica que le miraba con ojos embobados, tanto le darĂ­a que le estuviese hablando de la cotizaciĂ³n del berberecho. En medio del estruendo musical, la voz del vampiro era perfectamente audible para ella, sĂ­, pero ella estaba sobre todo hechizada por sus espesos cabellos negros y sus ojos azules — el verdadero erotismo no estĂ¡ ahĂ­. EstĂ¡ en el cuello —TĂ¡naso acariciĂ³ el cuello de la joven con la punta de los dedos, y esta temblĂ³ de pies a cabeza. El vampiro acercĂ³ la cara para Besarla, cuando un infernal aparatejo negro fue puesto frente a sus ojos.


     —Llamada para ti, TĂ¡naso — Iana, la dueña del local, le extendĂ­a un telĂ©fono mĂ³vil. De no ser una vampiresa como Ă©l, se hubiera llevado una mala contestaciĂ³n aĂºn siendo su jefa, pero iba de pillo a pillo. Y ademĂ¡s, alguna travesura habĂ­a que concederle a una joven con un embarazo tan avanzado. PidiĂ³ disculpas a la joven y tomĂ³ el telĂ©fono con cara de fastidio.

     —KĂ¡psimo ImpĂ­o, espero por tu bien que sea importante.


     —…Se la ha llevado, tĂ­o — sĂ³lo la vocecita rota y estrangulada de su sobrino ya le hizo sentirse un poco culpable, pero el dato era peor aĂºn.


     —¿QuĂ© dices? ¿QuiĂ©n se ha llevado a Violeta? ¿¡QuĂ© ha pasado!?


     —No sĂ© quiĂ©n… ayĂºdame, tiĂ­to… ven, por favor — pero TĂ¡naso no estaba ya al telĂ©fono. Kapsi tuvo miedo de que le hubiera colgado, pero no. VendrĂ­a, estaba seguro. De lo que no lo estaba tanto, era de si Ă©l seguirĂ­a vivo para entonces.


(¿ContinuarĂ¡?)



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3 comentarios:

  1. Me ha gustado bastante, Y por supuesto que debe continuar, al menos en mi opiniĂ³n.
    Me gustarĂ­a intercambiar algunas ideas contigo si es posible.
    Felicidades por tu blog y tu libro publicado.

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    1. ¡Muchas gracias por tu comentario! Hoy mismo acabo de colgar la continuaciĂ³n, espero que te guste :)

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  2. Hola

    Me ha parecido buen relato. Soy escritor de relatos eroticos tambiĂ©n y te querria pedir consejo de como publicar en AmazĂ³n. Te dejo mi correo electronico pucelitova@gmail.com por si me puedes orientar.

    Un saludo

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