Agua y aceite. Hielo y fuego. NitrĂ³geno y glicerina. Venus y Marte. Hay cosas que, simplemente, no pueden mezclarse. O no deben. La...

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     Agua y aceite. Hielo y fuego. NitrĂ³geno y glicerina. Venus y Marte. Hay cosas que, simplemente, no pueden mezclarse. O no deben. Las brujas y los sĂ¡tiros son una de esas cosas que no debes mezclar jamĂ¡s. A no ser, claro estĂ¡, que quieras verte en un buen lĂ­o con los poderes de ambos. Y no me refiero sĂ³lo a los suyos, sino a todos los que tienen detrĂ¡s, lĂ©ase sororidades de brujas o hermandades del bosque. Aquello Tremor lo sabĂ­a bien, lo sabĂ­a desde que su madre, una drĂ­ade del lago, le contaba cuentos acerca de las brujas malas que se llevaban a los sĂ¡tiros bebĂ©s para cortarles el pito y las orejas. Tremor sabĂ­a que las brujas eran mujeres espantosas que se volvĂ­an viejas antes de los veinte años por su tremenda maldad y sĂ³lo bebiendo niños conseguĂ­an parecer otra vez jĂ³venes, mujeres que detestaban a los hombres y a todos los machos de cualquier especie, que vivĂ­an castrando y torturando a todo lo masculino en su rabia por no ser amadas por nadie. Por eso las detestaba y temĂ­a, aunque en realidad nunca habĂ­a dado con ninguna. Se decĂ­a que estaban en extinciĂ³n, la tecnologĂ­a del siglo XXI las estaba exterminando a todas.

    O eso habĂ­a creĂ­do Ă©l.

 

 

     —Eso es asqueroso —Valentina torciĂ³ el gesto. La mesa que compartĂ­an le permitĂ­a estar a prudente distancia de Ă©l, aunque bastante cerca como para que lo oyera. La joven de cabellos rojos y anaranjados le mirĂ³ con repulsiĂ³n. Tremor, en forma humana, se volviĂ³ hacia ella con una sonrisa de suficiencia.

     —¿Celosa, cielo?

    —Oh, sĂ­, tienes mucha razĂ³n. Tengo unos celos tremendos de que un repulsivo hĂ­brido peludo con nariz de quilla de barco me dedique una mirada lasciva acompañada de gruñidos como un cerdo con vegetaciones. No sĂ© cĂ³mo he podido vivir sin algo asĂ­.

    —Ah, porque nunca lo has tenido, por eso no sabes lo que te pierdes… pero ellas sĂ­.

    —Si la ilusiĂ³n la cobraran, ya tendrĂ­as seis hipotecas —Valentina tomĂ³ un sorbo de su bebida. El ambiente en el bar era ruidoso, aunque no desagradable. Tremor, como todos los sĂ¡tiros, podĂ­a adoptar forma humana deshaciĂ©ndose de sus patas de cabra, sus cuernos retorcidos y su cola en forma de as de picas, algo que hacĂ­a con cierta frecuencia para acercarse al camping que estaba en un claro del bosque en el que vivĂ­a y tomar un trago allĂ­. Le encantaba la cerveza humana, mucho mĂ¡s amarga que la que destilaban las hadas. Antes, los duendes que vivĂ­an en las cuevas sĂ­ que sabĂ­an hacer una cerveza de esas que hacĂ­an salir pelo en el pecho, era una lĂ¡stima que hubiesen decidido mudarse mĂ¡s abajo, hacia el interior de la tierra. La cercanĂ­a de los humanos no era para Ă©l mĂ¡s allĂ¡ de una molestia, pero para otras criaturas era incompatible con la vida. Cada año, el borde del mundo civilizado parecĂ­a acercarse mĂ¡s, y con Ă©l, las criaturas del bosque —no sĂ³lo hadas o duendes, sino tambiĂ©n lobos, osos y jabalĂ­es— tenĂ­an que alejarse de ellos para vivir en paz. Tremor tenĂ­a suerte de poder pasar por una criatura humana, asĂ­ nadie se metĂ­a con Ă©l. Salvo por el detalle de la ropa, claro.

    —¿QuĂ© llevas bajo la servilleta…? —una de las chicas a las que Tremor habĂ­a dedicado su Mirada (un elevamiento de una sola ceja acompañado de sonrisa por el colmillo y rugido de lobo asombrosamente real) se volviĂ³ para hacerle aquella pregunta. Tremor iba desnudo, sĂ³lo llevaba una servilleta de papel abierta en cuatro sobre la entrepierna. Habitualmente, solĂ­a hacerse con un bañador que encontrase tendido que despuĂ©s dejaba tirado por ahĂ­. Sin embargo, en una noche como aquella, que se celebraba la fiesta del camping, no era el Ăºnico en ir ligero de ropa. Era lo bastante tarde como para que las familias con niños se hubieran retirado ya, y habĂ­a al menos un par de chicos bailando desnudos en torno a la hoguera que habĂ­an prendido en el exterior del bar— ¿Puedo verlo?

    —A no ser que lleves un microscopio en el bolsillo, no —se apresurĂ³ a contestar Valentina— Pero te lo puedo decir yo. Lo que tiene se llama Wally porque tardas mucho en encontrarlo y luego no vale la pena. Aire, nena —chasqueĂ³ un par de veces los dedos. La joven la mirĂ³ con cara de desprecio.

    —¡No hagas caso, no es…! —quiso decir Tremor, pero la chica ya se habĂ­a marchado— Oye, hermana Palizas, ¿piensas chafarme todos los ligues? ¡Si estĂ¡s amargada, bĂºscate un palo de escoba y Ăºntalo de vaselina, a mĂ­ dĂ©jame en paz!

    —Cuando te pones tĂ©cnico, es que no te cojo ni palabra —el tono de Valentina despedĂ­a hielo suficiente como para abastecer a todo el bar, aunque una chispa de diversiĂ³n asomĂ³ a sus ojos sin que pudiera contenerla—. No he venido a este bosque para malgastar ingenio con un cabrito como tĂº. Y conste que lo de cabrito sĂ­ va con segundas.

    —Te recuerdo que este bosque es MI territorio, bruja. Que vengas con rango de embajadora, no te convierte en su dueña.

    Valentina se permitiĂ³ sonreĂ­r. O al menos, los mĂºsculos del lado derecho de su cara elevaron una micra sus labios rosados y brillantes. Nada en su minifaldero vestido oscuro la delataba como bruja, salvo la leve, constante emisiĂ³n de poder que alguien igualmente mĂ¡gico como Tremor podĂ­a percibir. Sin embargo, en su muñeca lucĂ­a una pulsera de plata con el sĂ­mbolo del caduceo. Aquello la identificaba como alguien neutral, venĂ­a con una misiĂ³n mayor y no le atacarĂ­a. Lo que significa que Ă©l tampoco podĂ­a atacarla.

    —De momento —recalcĂ³ ella—. Mientras dure mi misiĂ³n aquĂ­, todos los inquilinos del bosque tienen obligaciĂ³n de prestarme toda la ayuda posible, y eso te incluye a ti. Lo sĂ©, estĂ¡s pensando «oh, vaya, ¿quĂ© puedo hacer yo, un pobre inĂºtil, desgarbado, idiota, lĂºbrico, libertino, cretino, imbĂ©cil, lento, palurdo, atontado…?»

    —Va-le-ya.

    —Pues eso… «¿quĂ© puedo hacer yo, un simple zopenco, mentecato, mameluco… sĂ¡tiro para ayudar a toda una bruja tan hermosa e inteligente como ella?» —una risotada sarcĂ¡stica saliĂ³ de la garganta de Tremor— No mucho en realidad. Pero algo. Y ese algo requiere dos cosas. Primera, que tu atenciĂ³n, por escasa que sea, me la prestes a mĂ­ y no a tu ridĂ­culo pinguilĂ­n.

    —¿RidĂ­culo? —saltĂ³ el sĂ¡tiro, picado en lo mĂ¡s vivo— Me cago en la leche que mamĂ³ OberĂ³n, ¿quieres ver lo ridĂ­culo que es?

    —¡Te garantizo que cuando tratĂ© de diarrea a toda una colonia de murciĂ©lagos, quedĂ© servida de asquerosidades para el resto de mi vida, siĂ©ntate! —Con gesto fastidiado, Tremor volviĂ³ la servilleta a su sitio y tomĂ³ asiento de nuevo tras la mesa que los separaba. Su pequeño levantamiento de voz apenas habĂ­a sido percibido por un par de personas en el bar, nadie le dio importancia. Valentina miraba a un punto en el vacĂ­o.  Bendita Isobel Dowdey, seguro que ella nunca que tuvo que tratar con semejante ganado. Tantos años de estudio y trabajo, para esto. Un sĂ¡tiro no tiene realmente cerebro, sĂ³lo es capaz de pensar con el pene o como mucho, con el estĂ³mago, no le pidas mĂ¡s. Todas las brujas saben eso, son criaturas inferiores, pueden hablar sĂ³lo con un poco mĂ¡s de acierto que los loros. Son capaces de algunos pensamientos simples como entender que no deben orinar cerca del agua que beben o recordar quĂ© setas son comestibles. Sin embargo, son incapaces de llevar a cabo un proyecto largo, de hacer un plan con sentido que tenga mĂ¡s de dos pasos. Su mĂ¡ximo orgullo reside en su hombrĂ­a, de la que piensan que es maravillosa, mĂ¡gica, capaz de procurar placeres inimaginables a una hembra de cualquier especie, y por eso no dudan en tratar de copular con todo lo que se les pone al alcance, desde humanas a hadas pasando por ciervas o cabras. Pueden infundir deseo y hasta placer en cualquier hembra sĂ³lo con mirarla, algo que les gusta pensar que es magnetismo, pero en realidad sĂ³lo es magia.

    Para Valentina, aquello era violar. Era equiparable a emborrachar a una persona hasta que perdiera el control y entonces aprovecharse de ella. Para Tremor en cambio era simplemente atracciĂ³n, deseo natural, que su magia liberaba. Él nunca habĂ­a tocado a una hembra que no lo deseara. Y decĂ­a bien «tocar» porque, como todos los sĂ¡tiros en particular y criaturas mĂ¡gicas en general, tenĂ­a un poder personal que era justo ese, tocar. Cuando Tremor tocaba a alguien o a algo podĂ­a hacerlo temblar de placer o de alegrĂ­a si era su deseo, por eso su madre le puso aquel nombre. La primera vez que lo tomĂ³ en brazos, se sintiĂ³ tan transportada de felicidad que le pareciĂ³ que nunca podrĂ­a soltar al bebĂ©. Cuando Tremor tenĂ­a ganas de comer fruta, no necesitaba trepar a los Ă¡rboles, le bastaba con tocarlos; estos se agitaban de tal modo que los frutos caĂ­an a sus pezuñas. Cuando ponĂ­a un dedo en una mujer, esta sentĂ­a tales escalofrĂ­os de placer que necesitaba desesperadamente poseerle, unirse a Ă©l. Era imposible resistirse, el placer era inenarrable. Por eso se aseguraba siempre de que las hembras le tocasen primero a Ă©l. De ese modo, podĂ­a estar seguro de que jamĂ¡s habĂ­a obligado a nadie a nada.

    —Algo estĂ¡ pasando en este bosque. No sĂ© quĂ© es, pero no es bueno —prosiguiĂ³ Valentina—. SĂ© que tĂº tambiĂ©n lo sientes. Tus amigos se marchan, los enanos, las hadas, los duendes… todos se van mĂ¡s arriba o mĂ¡s abajo, pero huyen. No es normal sĂ³lo por un camping y un pueblo a treinta kilĂ³metros. Hay algo detrĂ¡s y si sientes un poco de aprecio por este que llamas tu territorio, me ayudarĂ¡s.

    Tremor resoplĂ³. Que se metieran con su virilidad era lo peor que nadie podrĂ­a decirle, ¡la habĂ­a heredado de su padre, asĂ­ que era como si lo maldijeran a Ă©l! Sin embargo, la bruja tenĂ­a razĂ³n. Llevaba un año largo notando las huidas. La Ăºltima habĂ­a sido PardoRojizo, un hada del otoño. HabĂ­a sido su amiga durante varios años y muchas noches frĂ­as se habĂ­an dado mutuo calor, recordĂ³ con una sonrisa. HacĂ­a apenas dos semanas le dijo que se iba. Que el bosque ya no era seguro para ella, que los humanos se acercaban demasiado… que traĂ­an con ellos demasiado ruido y luz. Pero habĂ­a otra cosa. Algo que PardoRojizo no le decĂ­a, y que ni a cosquillas le logrĂ³ sonsacar.

    —Sea. ¿QuĂ© hay que hacer?

    —Necesito que me des tu semilla.

    Tremor permaneciĂ³ un par de segundos procesando aquello. Otro mĂ¡s en comprensible estupor. Finalmente estallĂ³ en una carcajada tal que parte de la cerveza se le saliĂ³ por la nariz. Muy divertido debĂ­a parecerle cuando, a pesar del terrible escozor que le quemaba las narices, no podĂ­a dejar de reĂ­rse mientras se abanicaba y le lloraban los ojos.

    —Venga, ahora en serio, ¿quĂ©?

    —Ah, ¿has terminado ya? Albergaba la esperanza de que me deleitaras con tu trino melodioso un poco mĂ¡s. Exactamente lo que he dicho. Necesito tu esperma lo antes posible.

    —Eh… pero ¿que no va en coña?

   —El semen es un poderoso potenciador, lo necesito para una pociĂ³n de Omnisciencia que me permita averiguar quĂ© estĂ¡ pasando —ignorĂ³ la pregunta Valentina—. Al vivir en el bosque a medio camino entre humanos y entes y ademĂ¡s ser tĂº mismo una criatura mĂ¡gica, es el ingrediente perfecto para ver todos los Ă¡ngulos.

    Tremor se quedĂ³ estupefacto. Nunca se le hubiera ocurrido que la bruja necesitase su esperma. Enseguida la mirĂ³ de una forma distinta. Puede que la bruja usase un elaborado disfraz y debajo de Ă©l fuese una vieja horripilante, verrugosa y con pelo de cardos, pero tenĂ­a la apariencia de una treintañera bastante apetecible. SonriĂ³.

    —Y… ¿dĂ³nde vas a querer que te lo dĂ©?

    —AquĂ­ —Valentina sacĂ³ un bote con tapa roja y se lo acercĂ³ sobre la mesa.

    —¿Pretendes que…? ¡Nunca en mi vida me lo he hecho yo sĂ³lo, quĂ© asco! —torciĂ³ el gesto el sĂ¡tiro— ¡Eso estĂ¡ para compartirlo! ¡No se caza solo, no se bebe solo y no se folla solo!  ¡Es antinatural!

    —Entiendo entonces que prefieres perder tu bosque, a tus amigos y todo tu modo de vida porque no eres capaz de darle tĂº solo unos cuantos meneos a tu cosita —la joven tomĂ³ de nuevo el bote e hizo ademĂ¡n de levantarse—. DebĂ­ suponer que una criatura tan egocĂ©ntrica como tĂº sĂ³lo sabrĂ­a pensar en sĂ­ mismo, es inĂºtil pediros ayuda. En fin, suerte viviendo en un tĂºnel de autopista, serĂ¡ lo que te quede cuando el bosque muera.

    —¡Espera…! Aguarda, mujer —Tremor se retorcĂ­a las manos. Le estaba pidiendo algo que iba en contra de sus principios. Para Ă©l, pedirle que se masturbara, era tan incĂ³modo como pedirle a otra persona que tuviera sexo de buenas a primeras con un completo desconocido. Aun asĂ­, la bruja tenĂ­a razĂ³n, el Ă©xodo de criaturas mĂ¡gicas era evidente, y un bosque necesita de magia como un ser humano necesita aficiones, distracciĂ³n y amor. Sin ello, se vuelve un ente mecĂ¡nico que simplemente funciona, pero no vive realmente y que en poco tiempo acaba por apagarse y morir. Por mĂ¡s que Ă©l se quedase, su sola presencia no serĂ­a suficiente para alimentar al bosque, ni Ă©l tampoco querrĂ­a quedarse si no quedaba ninguna otra criatura con quien hablar, jugar, cazar y revolcarse. TenĂ­a que haber alguna soluciĂ³n que no implicase… sonriĂ³—. Lo harĂ©. Lo harĂ© pero con una condiciĂ³n. Te propongo un trato.

    Valentina se acomodĂ³ de nuevo en su asiento y cruzĂ³ las manos bajo la barbilla. Sus ojos verdes parecieron sonreĂ­r.

    —TendrĂ¡s que vencerme en un duelo —dijo, confidencial—. Si gano yo, tendrĂ¡s que revelarme tu forma verdadera y ademĂ¡s, tendrĂ¡s que ser tĂº quien me saque… ya sabes—señalĂ³ la servilleta que le tapaba.

    —DiscĂºlpame, he creĂ­do entender que me estĂ¡s pidiendo que tenga que tocarte. Lo que quieres entonces es que te castre, ¿verdad? No hay inconveniente.

    —¿Nunca se te acaba el sarcasmo?

    —El vinagre me empalaga.

   —Titania… —lo dijo como otra persona hubiera dicho «JesĂºs»—. De todos modos me has entendido, el trato es ese: un duelo. Si pierdes, quiero verte como eres y que tĂº me lo saques.

    —¿Y si gano yo?

    —Le harĂ© al amor al tarro ese.

    —No basta —Valentina tomĂ³ un trago de su propia cerveza—. TĂº ganas dos cosas, yo sĂ³lo una y que ademĂ¡s es necesaria. Si gano yo, ademĂ¡s de hacĂ©rtelo tĂº solito… dejarĂ¡s que haga un experimento contigo.

    —Eh, eh, alto, ¿quĂ© clase de experimento?

    —Te prometo que no te dolerĂ¡ nada.

    —¡Eso le dijeron a un muerto!

    —¿Eso es miedo a perder?

    —¡Eso es prudencia, señora! ¿QuĂ© experimento?

    Valentina suspirĂ³ y junto las manos, buscando las palabras adecuadas para expresar su curiosidad. No hay que olvidar que la joven era bruja y como tal, su primera motivaciĂ³n era siempre la investigaciĂ³n. El sĂ¡tiro le ofrecĂ­a la posibilidad de dar con una nueva lĂ­nea de conocimiento y ademĂ¡s, dicho sea de paso, divertirse un poco.

    —Me propongo estudiar los lĂ­mites del acercamiento y el deseo entre sujetos inhabituados a prĂ¡cticas mĂ¡gicas equivalentes aplicadas a terceros.

    La cara de Tremor permaneciĂ³ inmĂ³vil, sĂ³lo su boca entreabierta delataba su ayuna absoluta de cuanto dijo Valentina. AguardĂ³ unos segundos antes de contestar.

    —…¿Eh?

    —Que quiero ver quĂ© pasa cuando eres tĂº el seducido en lugar del seductor.

    Tremor se imaginĂ³ enseguida en medio de un harĂ©n de hermosas hembras de toda raza peleando por sus atenciones, colmĂ¡ndole de regalos, ansiosas por disfrutar de Ă©l… el brillo de sus ojos ilusionados hubiera enternecido a las piedras. AsintiĂ³ y extendiĂ³ su jarra.

    —¡Hecho! —brindaron. Cada uno de ellos sonreĂ­a. Tremor confiado. Valentina maliciosa.

 

 

    Media hora mĂ¡s tarde ambos estaban en el interior del bosque, a una distancia prudente del camping y cualquier presencia humana. Tremor habĂ­a recobrado su forma de sĂ¡tiro, sus patas de cabra eran mucho mĂ¡s prĂ¡cticas para caminar por el bosque que los pies humanos. Los cuernos retorcidos y afilados que salĂ­an de sus sienes podĂ­an parecer pequeños, pero la bruja sabĂ­a que eran un arma a tener en cuenta, igual que su cola. Esta, de mĂ¡s de un metro de longitud era completamente funcional, podĂ­a agarrar una pierna y hacer caer a un enemigo, o enrollarse en torno al cuello de una presa hasta estrangularla. La pica en la que terminaba era dura y afilada como una espina de rosal; lanzada a la cara podĂ­a ser una distracciĂ³n o sacar un ojo en segundos. Sin embargo, nada de esto preocupaba a Valentina. No eran las armas fĂ­sicas las que el sĂ¡tiro iba a utilizar, sino las psĂ­quicas. Su poder de seducciĂ³n.

    —Un Ăºnico asalto —manifestĂ³ la bruja a una distancia como de tres pasos del sĂ¡tiro—. Nada de armas ni conjuros letales. El primero que dĂ© con la rodilla en tierra, serĂ¡ el perdedor.

    —No, no, nada de rodillas en tierra, que luego ya sĂ© yo lo que pasa, alguien hace el pino, o lleva rodilleras y todo es «no, no, mi rodilla no ha tocado la tierra, es empate, te he ganado yo» —protestĂ³ Tremor—. HagĂ¡moslo mĂ¡s clarito: el primero que se corra, pierde.

    —No sĂ© porquĂ© he traĂ­do varita. Me parece con un viejo Penthouse, me sobrarĂ­a, pero dime, ¿exactamente cĂ³mo piensas producir algĂºn efecto en mĂ­?

    —Nunca preguntes, estropea la sorpresa.

    «No le creo tan loco como para intentar forzarme, pero si se le ocurre, lo pagarĂ¡ caro. Me fastidiarĂ¡ perder su semen como potenciador, no me servirĂ¡ si lo mato. AĂºn asĂ­, si lo intenta, lo matarĂ©, Madre Alerce no podrĂ¡ objetar nada por ello, serĂ¡ defensa propia».

    —A la cuenta de tres —Valentina y el sĂ¡tiro tenĂ­an las manos relajadas a ambos lados del cuerpo. La mujer contĂ³ en voz alta— Uno… dos… ¡tres!

    El aire se ondulĂ³ por efecto de la magia chocando y los pĂ¡jaros huyeron de los Ă¡rboles cercanos pese a que todo seguĂ­a en silencio. Valentina se sonrojĂ³ hasta la raĂ­z del cabello. HabĂ­a usado un escudo de protecciĂ³n, lo sentĂ­a alzado frente a ella, y aĂºn asĂ­ sintiĂ³ tal oleada de deseo recorrer su columna que sus muslos parecieron volverse de gelatina y sintiĂ³ empaparse su ropa interior.

    Tremor sonreĂ­a. Por mĂ¡s que el Toque fuese la guinda de su poder, ni remotamente era la Ăºnica. Le bastaba con mirar para extender Deseo delante de Ă©l como un lanzallamas vomitaba fuego. Se acercĂ³ un paso a la bruja con la mano extendida. Valentina no retrocediĂ³. SacudiĂ³ la cabeza. Sus cabellos rojizos desprendieron chispas y cada una de ellas se transformĂ³ en una mariposa granate, juntas volaron en forma de nube hacia el sĂ¡tiro.

    —¡No! ¡Cosquillas no, bastaaaaah! —Tremor no echĂ³ pezuña atrĂ¡s, aunque las cosquillas le hacĂ­an reventar de risa. Durante el primer segundo. Apenas las alas de mariposas (suaves, ligeras) rozaban su piel, dejaban un beso cĂ¡lido en la zona que se extendĂ­a en una corriente de placer por todo su cuerpo. En vano intentĂ³ cubrirse la entrepierna, las traviesas mariposas besaban su piel y sabĂ­an buscar por entre sus dedos hasta llegar a sus puntos dĂ©biles— Noooo…

    Valentina creyĂ³ haber ganado ya, estuvo a punto de lanzar el que creĂ­a el Ăºltimo conjuro. Tremor la mirĂ³ a los ojos y un profundo gemido escapĂ³ de su garganta. ¿QuĂ© habĂ­a hechoooooh… quĂ© habĂ­a hecho el sĂ¡tiro? No lo sabĂ­a, pero su mirada, ¡aquella mirada! Esos ojos castaños como las hojas en otoño eran tan hermosos, tan dulces, que se sintiĂ³ cautivada al momento, ¡necesitaba besarle, querĂ­a ponerse debajo de Ă©l y que aplacase el fuego abrasador que nacĂ­a en sus entrañas! ¡SĂ³lo Ă©l podĂ­a hacerlo, estaba segura, porque era Ă©l mismo quien lo causaba con su apolĂ­nea belleza…!

    «Te tengo, ya te tengo, sĂ³lo un poco mĂ¡s» pensĂ³ Tremor, con la polla echando fuego, hecha un mar de cosquillas calientes y picantes que le abrasaban de las patas hasta el cuello, ¡quĂ© placeeer! SentĂ­a la erecciĂ³n salir de entre los rizos de su pelo de cabra, ansiosa y goteante, y luchĂ³ por separar los muslos, ¡como se rozase con algo (por favor, sĂ­, sĂ­, un roce, una Ăºnica caricia nada mĂ¡s), perderĂ­a sin remedio! AgradeciĂ³ haber quitado la condiciĂ³n de rodilla en tierra y no era el Ăºnico; Valentina apenas podĂ­a tenerse en pie y tambiĂ©n ella permanecĂ­a con las piernas separadas, en parte para aguantar un equilibrio que le fallaba por segundos, en parte para no apretarse el clĂ­toris y ceder al placer.

    Durante casi un largo minuto ambos aguantaron, voluntad contra voluntad, incapaces uno u otra de lanzar un Ăºltimo conjuro, resistiendo los empujones de placer que sufrĂ­an cada pocos momentos, cada uno mĂ¡s dulce que el anterior. Tremor sudaba, incapaz de acercarse mĂ¡s, puesto que mantener la ola de Deseo le exigĂ­a un esfuerzo enorme mientras las chispas en todo su cuerpo lo volvĂ­an loco y apenas podĂ­a mantener el brazo extendido. Valentina jadeaba, manteniendo el escudo a la vez que el hechizo de Mariposas Lascivas. Cada nueva nube le costaba un trabajo mayor, pese a ello no reducĂ­a su nĂºmero. El placer en ondas que Tremor emitĂ­a la hacĂ­a tambalearse, se le escapaban las sonrisas pese a que intentaba contenerlas, pero el cosquilleo que sentĂ­a en su clĂ­toris y sus pezones erectos era demasiado dulce, demasiado picante… ¡tenĂ­a ganas de arrancarse el vestido y apretarse las tetas hasta dejarse marcadas las manos en ellas! Su cuerpo se mecĂ­a sin que pudiera contenerlo y se veĂ­a cada vez mĂ¡s cerca de la mano de Tremor.

    «Nooo… no puedo agacharme, tengo que permanecer de pie, si me roza… si me toca con un dedooooh… ¡quiero perder! ¡Quiero tenerte dentro, Tremor, te deseo!» PensĂ³ Valentina. Se horrorizĂ³. Aquello era lo mĂ¡s sincero que la joven habĂ­a pensado en toda su vida, ¡ella, a quien habĂ­an dado el sillĂ³n del Cinismo en la Academia a una edad en la que otras brujas todavĂ­a piensan en filtros de amor!

    —Tremor, te deseo… —gimiĂ³, toda mejillas coloradas y ojos brillantes. El sĂ¡tiro sonriĂ³, aliviado, y al intentar alzar el brazo un poco mĂ¡s, bajĂ³ la intensidad del Deseo— Te deseo la humillaciĂ³n de la derrota, nene.

    Un grito ahogado surgiĂ³ de la garganta del sĂ¡tiro, en parte sorpresa y en parte placer. Un placer inenarrable que se cebĂ³ en toda la parte inferior de su cuerpo cuando una lengua invisible lo recorriĂ³ desde el ano al glande.

    —¡TramposaaaaaAAAAAAAAAAAH…! —Tremor cayĂ³ de espaldas, agarrando las hojas del suelo en pleno Ă©xtasis a las vez que sus caderas empujaban el aire. Un espeso chorro de esperma saliĂ³ de su polla rojiza describiendo un arco que salpicĂ³ el pecho del propio sĂ¡tiro. AĂºn podĂ­a sentir aquella intensa sensaciĂ³n zumbĂ¡ndole en el pene que le goteaba. En su culo que se contraĂ­a rĂ­tmicamente— Jooooder, sĂ­…

    Valentina jadeaba. No sĂ³lo por el esfuerzo. Ahora mismo tenĂ­a unas ganas tremendas de llegar a su casa y tocarse hasta gritar. La sensaciĂ³n de deseo por el sĂ¡tiro habĂ­a desaparecido igual que el placer, pero no las ganas en sĂ­. La frustraciĂ³n al verse privada de las dulces sensaciones que la habĂ­an inundado hasta hacĂ­a un segundo le daba ganas de gritar de rabia. Pero habĂ­a ganado. Su placer arruinado hacĂ­a que la victoria le supiese mĂ¡s amarga que su propio sarcasmo, pero habĂ­a ganado. Aquello era lo Ăºnico que importaba.

 

 

    —Me estĂ¡ bien empleado por fiarme de una bruja piruja —rezongĂ³ Tremor a la vez que le alcanzaba el frasco, lleno ya.

    —En el amor y en la guerra, todo estĂ¡ permitido, corazĂ³n. Es una de esas miles de millones de cosas que no sabes. Y ahora mi pago. MĂ­rame a los ojos.

    —¿Por qu…? —los ojos verdes de Valentina mataron la pregunta del sĂ¡tiro. Este se quedĂ³ como embobado mirĂ¡ndolos, viĂ©ndose en ellos como reflejado en un espejo. No supo cuanto tiempo fue, si dos segundos o una hora.

    —Ya estĂ¡ —dijo simplemente Valentina.

    —¿QuĂ© estĂ¡? No he sentido nada.

    —Te dije que no te dolerĂ­a. Ahora puedes irte y hacer tu vida. Es mĂ¡s, te agradecerĂ© profundamente que lo hagas. En primera, porque asĂ­ podrĂ© iniciar mi experimento. Y en segunda, porque asĂ­ me verĂ© libre de tu olor. Ya que robas cerveza a los humanos, podrĂ­as estirarte un poco mĂ¡s y robarles tambiĂ©n jabĂ³n.

    Tremor se contentĂ³ con hacer una mueca de desprecio a la bruja. Le fastidiaba haber perdido, mĂ¡s aĂºn por haberse confiado. Sin embargo, tenĂ­a que reconocer que esas maripositas y esa especie de lametĂ³n invisible… habĂ­an estado muy bien. EchĂ³ a trotar por el bosque, en direcciĂ³n al camping de nuevo. Valentina le vio marchar con una sonrisa perversa en sus labios rosados.

    La fiesta en el camping estaba en su punto Ă¡lgido. QuizĂ¡ porque todo el mundo estaba contento, quizĂ¡ porque parte de la magia sexual que tanto Ă©l como la bruja habĂ­an utilizado se habĂ­a quedado en el ambiente, el caso es que tanto hombres como mujeres bailaban desnudos en torno a la hoguera, abrazĂ¡ndose, besĂ¡ndose… habĂ­a un par de parejas tiradas en el suelo, de hecho. Vale. Tremor sonriĂ³, aquĂ©l era justo el ambiente que a Ă©l le gustaba, y si ahora las chicas iban a hacer cola para seducirle, tanto mejor.

    Se fijo en una chica rubia que bailaba con otra mujer de mĂ¡s edad. La joven le mirĂ³ con una gran sonrisa. Tremor estuvo a punto de acercarse, cuando notĂ³ que algo andaba mal. Su corazĂ³n se agitaba y daba saltos como una cierva huyendo de un lobo. Las manos le sudaban, las tripas se le retorcĂ­an. SentĂ­a… ¿quĂ© era aquello? ¿¿¿Timidez???

    —Hola —la joven se acercĂ³ a Ă©l y le tendiĂ³ la mano— ¿Vienes a bailar?

    Tremor intentĂ³ asentir. Apenas la joven le rozĂ³ la mano con la suya, fue como si le hubieran dado fiebres, ¡no podĂ­a dejar de temblar! Fue como un picor rabioso que se extendiĂ³ por su cuerpo y se alojĂ³ en su entrepierna anhelante en un deseo como jamĂ¡s habĂ­a sentido. Un ansia que quemaba, hambre viva. La tiritona fue tan intensa que apenas pudo tenerse de pie.

    —¿EstĂ¡s bien? —preguntĂ³ la rubia.

    —Por favor… por favor, fĂ³llame —rogĂ³ el sĂ¡tiro.

    —¿QuĂ©?

    —Te lo ruego, tĂ³came otra vez y luego fĂ³llame, ¡serĂ© tu esclavo, harĂ© lo que tĂº quieras, pero fĂ³llame, no puedo soportarlo!

    La joven levantĂ³ las manos y se alejĂ³ un par de pasos. La mujer que habĂ­a estado bailando con ella se acercĂ³.

    —Este tĂ­o es muy raro, ¡vĂ¡monos!

    —¡No! ¡Espera, por favor, no te vayas! ¡No me dejes asĂ­ ahora, tĂ³came de nuevo, fĂ³llame, no me dejes asĂ­!

    —¡DĂ©janos en paz! ¡LĂ¡rgate!

    —¡No… esto no es… no! ¡NO! —SĂ³lo entonces comprendiĂ³ Tremor lo que la bruja habĂ­a querido decir con que fuese el seducido en lugar del seductor. Ahora todo su poder de seducciĂ³n, deseo, incluso el toque mĂ¡gico que hacĂ­a temblar ya no emanaba de Ă©l, sino que se volcaba en Ă©l, le venĂ­a reflejado como un rayo de luz en un espejo y le hacĂ­a ser tan receptor como siempre habĂ­an sido las hembras con Ă©l. Horrorizado, clavĂ³ la vista en cuanta mujer pudo ver en la fiesta. Se sintiĂ³ pequeño y tĂ­mido. Le dio la sensaciĂ³n de que todas le miraban, le juzgaban y se reĂ­an. SentĂ­a como si quemase de dentro afuera, con un miedo a la vez a la que le miraran y a que no lo hicieran, a que le ignorasen. Su corazĂ³n iba a mil por hora. Por primera vez en su vida sintiĂ³ vergĂ¼enza y pĂ¡nico de su propia desnudez, inseguridad ante su cuerpo, su cara e incluso su pene.

    —¿Te encuentras bien?

    —¡AAAAH! —una chica le puso la mano en el hombro para preguntarle y Tremor saltĂ³ como si le hubieran pinchado, presa de feroces temblores que le hicieron caer de rodillas.

    —¡OĂ­d, avisad a alguien! ¡Creo que este hombre tiene epilepsia!

    —¡No, no es nada, no es nada, por favor, no me mires! —El sĂ¡tiro trastabillĂ³ hasta levantarse y echar a correr como un loco. Apenas ganĂ³ la zona de Ă¡rboles, volviĂ³ a recuperar su forma de ser mĂ­tico. Estaba muy cabreado.

    «Esta me la pagas, bruja maldita, ¡esto no es leal! ¡Es una guarrada, vas a devolverme mi vida o te arrancarĂ© la tuya!»

 

 

    En su casa, mirando su bola de cristal, a travĂ©s de la cual podĂ­a ver todo lo que se le antojara, Valentina no podĂ­a parar de reĂ­r. SuponĂ­a que, cuando hiciera la pociĂ³n de Omnisciencia para saber quĂ© le sucedĂ­a al bosque, las noticias no serĂ­an tan buenas, asĂ­ que mejor que disfrutase la risa mientras pudiera.



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