La ventana estaba cubierta de vaho a tal punto que el cristal lloraba. Los bufidos de Lota, rítmicos y esforzados, hacían que todo aquel l...

 




La ventana estaba cubierta de vaho a tal punto que el cristal lloraba. Los bufidos de Lota, rítmicos y esforzados, hacían que todo aquel lado de la estancia estuviese caliente. La camiseta se le caía casi hasta las tetas cada vez que bajaba, aunque volvía a subir con tanta rapidez que Cardo no tenía ocasión de ver nada, si bien no es que tuviera ganas de alegrarse la vista. No en aquel momento.

Él y Lota, en una visita a una de las cabinas de vídeos x del GirlZ, el bar-strip-tease-sexshop de Zacarías Fíguerez, habían descubierto que protagonizaban uno de los vídeos x más vistos del local, hecho que les había resultado -comprensiblemente- en extremo desagradable. Sobre todo porque el sospechoso Número Uno de haber grabado y subido aquello no era otro que Alvarito el Jeta, el mejor amigo (o eso había creído ella) de Lota.

Esta, indignada y llena de cabreo, no dejaba de darle vueltas a cómo devolverle aquello y, para tratar de pensar con frialdad (en lugar de coger el bate de aluminio y dejar la columna del Jeta como la harina de tapioca, que era lo que le pedía el cuerpo), se encontraba colgada por los pies de la barra horizontal que, entre otros aparatos gimnásticos y de pesas tenía en su casa, y hacía abdominales alzándose hasta casi tocarse las rodillas con la nariz. Goteaba de sudor formando un charquito en el suelo y aquello, unido a su obstinado silencio, ya empezaba a asustar a Cardo. Sabía que en medio del ejercicio ella no podía hablar, de modo que intentó hacerla parar.

—Lota, nenita… bomboncito de café —dijo, tratando de capturar su mirada, para lo que se inclinó varias veces, cuidando de no tirar la bandejita que llevaba— ¿Por qué no paras un ratito? Debes estar exhausta. Mira, te he traído una cerveza y un bocadito.

Lota ni siquiera le miró. Si acaso, continuó sus abdominales con mayor obstinación, la cara colorada, la mandíbula tensa, los ojos brillantes. Cardo resopló.

—Nena, no puedes seguir así, te va a dar algo. O paras, o te agarro y te bajo yo.

La tatuadora dejó escapar el aire y al fin permaneció boca abajo, detenida. Suspiró, apoyó las manos en el suelo de tatami para descolgarse de la barra y se incorporó tan rápido que se tambaleó ligeramente. Cardo la tomó del brazo de inmediato.

—¡Lota!

—No, no pasa nada, estoy bien. Llevaba mucho tiempo boca abajo, me he puesto de pie muy deprisa y me he mareado un poco, ya estoy bien.

—Siéntate —Cardo la acompañó al sofá y la mujer poco menos que se derrumbó en el asiento. Agarró la cerveza que le trajera su novio y la bebió a grandes tragos, disfrutando del modo en que apagaba la sed. Enseguida tomó el sándwich de chorizo con queso y lo engulló. Le supo a gloria. Sin embargo aquello no eliminaba el problema.

—Lotita, nena, sé que estás disgustada. Yo también lo estoy. Pero matarte haciendo dominadas como un marine no veo en qué va a ayudarte.

La mujer se restregó el brazo contra la frente empapada en sudor.

—Intento calmarme y pensar en frío, Cardito —explicó—. Necesito pensar. Saber qué ha llevado a hacer algo así a un hombre que es como un hermano para mí. ¡Si necesitaba dinero, podía habérmelo dicho! ¡No será la primera vez que se lo presto a fondo perdido! Pero semejante charranada, vender un vídeo en el que se me ve follando contigo, ¡hacer que todos me vean, venderme por quilos como si yo fuera ganado…! —se alzó de un salto y le pegó una patada al saco de arena que colgaba del techo. Y después un puñetazo, otro y otro, hasta que Ricardo la abrazó por los hombros.

—Basta, por favor —rogó él, con sus acuosos ojos azules de pez llenos de preocupación—. Ya vale, cielo. Mira, ¿por qué no le llamas y… le invitas a cenar en casa, por ejemplo? ¡Cocino yo! Hago un asado a la miel que está de pecado mortal. Y mientras yo guiso, pongo la mesa y tal, vosotros habláis.

Puede que al Cardo no le cayese especialmente bien Alvarito el Jeta, sin embargo sabía en cuánta estima le tenía Lota. También él mismo se sentía humillado por el asunto del vídeo. Al principio pensó que no, que era estupendo presumir por ahí de que había un vídeo x suyo con Lota, ¡nadie podría poner en duda que estaban juntos! Claro, pero cuando vio lo gordo que salía, su cuerpo blandito y fofo carente de  definición alguna, cuando oyó que se referían a él como «el gordo cabrón con suerte, el cara de pez que se tira a nuestra Lota, a ver si es que la está chantajeando», ya no le hizo tanta gracia. Quería que el vídeo desapareciera por Lota, pero no iba a mentir: también por orgullo propio. La mujer pareció reflexionar.

—La verdad, lo último que me apetece hacerle a ese cerdícolo ahora mismo, es darle de comer, como no sea para cebarlo y darlo de comer a sus congéneres, los puercos —admitió—. Me gustaría más ponerle ipecacuana en la comida y que vomite hasta los higadillos —se tronó los dedos—. Pero a veces, lo que no se arregla a puñetazos, se puede arreglar por las buenas.

—¡Claro que sí! Mi abuelita decía siempre que todo el mundo es más propenso a razonar con el estómago lleno.

—Tu abuelita, ¿era esa que regalaba matanza al profesor de Matemáticas antes de la evaluación, no?

—¡Sí, ella! —A Cardo se le borró la sonrisa de golpe— ¡Y eso no significa nada, ¿eh?! ¡Yo me gané todos mis sobresalientes!

Lo cual era cierto. Ganárselos, lo que se dice ganárselos, se los ganó. Lo de merecerlos ya daría para otro debate que no tiene cabida aquí.

 

 

 

Si el hombre que tenía frente a ella hubiera hecho el más mínimo intento de tocarla, de acercarse a ella, Gertrudis hubiera huido, ahora con más miedo que ira. Sin embargo, no lo hizo. Se limitó a pedirle, rogarle que le permitiera explicarse. Así que permaneció quieta, y los ojos de Malaquías la miraron con gratitud.

—Sé que piensas que te hemos engañado, pero no es así —Comenzó—. Zacarías y yo somos gemelos, es sólo que compartimos el cuerpo. Sé lo raro que suena, sí.

—Desde el principio, Mala. Ya es bastante cojonudo para que te enrolles —La voz de Zacarías, ronca y cascada, salió de la misma boca. Gertrudis no sabía si llamar a un médico, a la policía, o echarse a llorar.

—Nacimos juntos —tomó de nuevo la voz Malaquías—. Como te conté, yo era el niño perfecto, y Zaca era un trasto revoltoso que se llevaba castigos y bofetones a cada momento, al que le ataban las manos para que no se tocase, pero también el que era capaz de enfrentarse a chicos mucho mayores que nosotros para ayudar a chicos pequeños. A nuestro hermano mayor para proteger a los demás. Supongo que por eso pasó lo que pasó.

Viendo que Trudy les interrogaba con la mirada, continuó:

—Zaca murió a los once años. Atropellado por un coche cuando se lanzó a la carretera para empujar a otro niño y quitarlo del camino.

—¿Qué? —la mujer apenas podía hablar— Pero… Pero… él… ¿quién es mi jefe?

—Tu jefe soy yo, Trudy, cariño —contestó la voz de Zaca—. Aquí estamos los dos. Murió mi cuerpo, digamos.

—Trudy, cuando vi a mi hermano tirado en la carretera, inerte, sangrando y roto… quise ser yo quien hubiera muerto. Y eso fue lo que hice. Le dije a mi familia que era Malaquías el que fue atropellado. Pretendí fingir para siempre que era Zacarías, pero la cosa resultó mucho más fácil de lo que yo pensaba. Creo… creo que debes sentarte, te estás poniendo del color de la leche.

La mujer obedeció maquinalmente. Que su jefe estaba un poco perjudicado de la cabeza era algo que había sabido siempre, de acuerdo, ¡pero esto! ¡Esto era demasiado hasta para Zacarías Fíguerez! Claro que, si decía la verdad, no era Zacarías Fíguerez.

—Antes incluso de contarlo en casa, antes de regresar, ya me di cuenta de que Zaca seguía conmigo. No se había ido. Sé que da miedo, a nosotros también nos lo dio al principio. Una vez hasta se le confesé todo a mi madre, que yo no era Zaca, sino Mala, que mi hermano me hablaba y estaba aquí —se señaló el pecho—. Pero no me creyó. Nadie lo hizo nunca.

—Una vez, hasta fuimos a un loquero privado.

—Un psicólogo, Zaca.

—Ña, loquero y gracias, ¡he visto a tarotistas con más idea de psicología que ese tío!

Cada vez era más extraño estar allí con los dos. Era cierto que daba miedo. Pese a todo, Gertrudis no se sentía capaz de irse ahora que creía empezar a entender.

—Bien, lo que cuenta es que el psicólogo dijo que teníamos un problema de negación de la muerte de alguien que considerábamos imprescindible. Lo llamó duplicación de personalidad ante el duelo, trastorno obsesivo, falta de afrontamiento de la realidad… Lo llamó muchas cosas, pero eso no impidió que mi hermano siguiese aquí. Después de muchas sesiones, acabó por decirnos que, si así nos sentíamos a gusto, siguiésemos actuando como lo hacíamos.

—¡Y por esa gilipollada, estuvo cobrando cuatro sesiones al mes a razón de sesenta napos la sesión durante casi un año! ¡Y aún tuvo el cinismo de decir que, claro, si uno no quería progresar, él no podía hacer nada! ¡Te voy a decir yo que la normalidad es estar soltero y que mates a tu mujer, a ver si progresas tú, no te jode!

—El caso es… —Mala miraba hacia la izquierda cuando se dirigía a su hermano—. Que estamos aquí los dos. Cuando crecimos, bueno, yo estaba dispuesto a meterme como dependiente en una tienda de recuerdos y mermeladas artesanales y que allí acabar mi porvenir. Una vida cómoda, tranquila y aburrida en el buen sentido de la palabra. Sin embargo, en el año que trabajamos allí, Zacarías se quedó con todo lo que se precisaba saber de contabilidad, pedidos, seguros, legalidad… y hasta ayudas que podían solicitarse para abrir un local propio. Y como su principal interés siempre ha sido el sexo, decidió abrir este sitio.

—Sitio por el que la familia siempre nos ha despreciado pero que, cuando han necesitado pasta para esto o aquello, nunca les ha dado asco ni pedirla, ni aceptarla. Tienen unos escrúpulos muy extraños: aparecen y desaparecen cuando les conviene.

Mala puso gesto de incomodidad ante el agrio cinismo de su hermano al que, no obstante, nada podía objetar. Trudy no podía evitar darse cuenta de que no había la menor transición entre las reacciones de uno y otro, ni una pizca de teatralidad; la sucesión era instantánea y completamente natural.

—He de admitir que es verdad —suspiró Mala—. Hace años que no vamos por casa. No nos invitan a la cena de Navidad, la última vez que fuimos la situación era tan tensa que nadie hablaba, todo el mundo se fue sin cenar.  Otra vez nos echaron del cumpleaños de Mamá… pero cada vez que a nuestro hermano mayor le han encarcelado por maltratar a su mujer, por conducir borracho, nos llaman a nosotros para pagar la fianza y el abogado. Cuando nuestro sobrino desapareció, fuimos nosotros quienes movimos cielo y tierra por intentar encontrarlo.

La voz de Malaquías se ahogó. Trudy se levantó de la silla. El hombre (los hombres) se apartaron de la puerta para dejarla salir.

 

 

Todo el mundo tiene alguna pasión. Es sano tener algo que llene nuestros días, aparte del trabajo, y Cardo no era una excepción. Su pasión era precisamente la cocina. No se tenía por un gran chef y detestaba lavar platos, pero le encantaba cocinar, tanto para el día a día como para fiestas (sobre todo para fiestas. No da la misma ocasión de lucirse hacer unas lentejitas con chorizo que picantones asados rellenos de carne trufada con ciruelas). Por eso, y puesto que se trataba de una cena en torno a un asunto grave, quería que su costillar quedase lo mejor posible. Ya había dudado mucho entre si poner un jamoncito o un costillar, y aunque el jamoncito era de mejor tono, Alvarito y su Lota estaban más acostumbrados a las costillas. Era preferible que la comida llamase la atención sólo cuando se la metiesen en la boca… que, si Dios quiere, para entonces, ya se habría arreglado la cosa. Sólo esperaba que su costillar a la miel no acabase estampanado en la cara de alguien, cosa para la que, no nos engañemos, existía una posibilidad digna de ser tomada en cuenta.

Eso sí, para que el asado llamase la atención al ser comido, era preciso que los ingredientes fuesen de lo mejorcito. Por eso había hablado con el carnicero dos días antes y había recogido dos costillares que ya tenía troceados y puestos a marinar en cerveza con especias. Cerveza triple malta, nada de Mahou baratita, y especias del herbolario, de a granel, nada de porquerías envasadas hace seis meses que ya no huelen a nada. Y ahora quedaba la guinda: la miel.

Como buen goloso, a Cardo le encantaba la miel. Por eso nunca compraba la de los supermercados, que es puro jarabe mezclado con agua, de abejas que no han visto una flor ni por San Valentín. Él sabía dónde comprar miel digna de llevar ese nombre, miel de esa que se queda hecha un ladrillo y hasta tiene trocitos de panal a veces. En casa de su prima Charito, que se dedicaba a criar abejas.

—¿Tú qué haces aquí? —Gruñó, apenas le abrió la puerta. A Cardo no dejaba de asombrarle que una mujer con un oficio tan dulce tuviese siempre tan agrio el carácter.

—¡Venir a verte! Y comprarte un tarro de miel, claro, ¿los sigues teniendo a nueve el kilo?

—Do-ce. Sólo para miel venís alguno a verme, para el resto de cosas no estoy en el mundo, parece ser.

—¡Pero, Charito, si hablamos por el grupo de wasap todos los primos!

—Mandar chistes estúpidos no es hablar —alzó la mano para acallarle—. Mira, no me enrolles, quieres miel, vale, yo te vendo miel, pero no quieras hacerme creer que te importo.

—Rosario, eso no es justo. Precisamente, mira, tú vas a ser la primera en enterarte de la noticia: ¡tengo novia!

La mujer abrió mucho los ojos, primero con sorpresa, después con rencor.

—¿Tú? ¡Bah! ¡Si piensas hacer la gilipollez de casarte, ahórrate invitarme! ¡Ya sabemos todos cómo terminan las bodas, en especial la mía! ¿Tienes que restregarme tu parejita en las narices? ¿Justo a mí? ¡Eres un egoísta, con la sensibilidad de un ladrillo! ¡Estúpido!

—¡Pero, Charito… amor, si aquello fue hace como mil años! —Charito había tenido uno de los matrimonios más cortos de la Historia. En el banquete de bodas, su novio se ausentó para ir al baño. Después de un rato prudente, y visto que había que cortar la tarta, fue a buscarle. Le encontraron en los lavabos follando con otra de las primas de Cardo y de ella. Claro está que firmaron el divorcio al día siguiente, pero el ex siguió frecuentando la compañía de la prima y, por esos azares de la vida, se casaron tres años después. El resto de la familia decidió hacer vista gorda y acudir a la boda con mejor o peor cara y eso Charito nunca pudo perdonarlo. Decía que aún tenía guardada la botella de champán del año de su nacimiento que debió haberse abierto en su boda; la abriría el día en que su ex y su prima se divorciaran y se la bebería de un trago—. Prima, no puedes seguir con ese resentimiento, no es bueno para ti.

—Lo que es bueno para mí o no, lo decido yo. Tú págame el bote de miel y desaparece de mi casa.

Cardo sabía que era inútil tratar de decir algo más, demasiadas veces lo había intentado sin recibir a cambio más que borderías, comprensibles sí, pero desagradables y estériles. Salió de allí con un bote de un kilo de miel tan espesa que no se movía cuando inclinaba el bote, y un peso en el corazón. Cuando se arreglase lo de Alvarito, hablaría con Lota de su prima. Al fin y al cabo, ella era mujer y además muy fuerte emocionalmente, quizá se le ocurriera algo para ayudarla.

Después de eso, sólo quedaban decidir pequeños detalles, como la organización de la cena. «Será mejor que yo me ocupe en todo lo posible de la mesa, la cena y las copas» se decía «Si paso sentado con ellos sólo el rato  de la cena, tendrán más libertad para hablar. Con esa idea en la mente abrió la puerta apenas sonó el timbre.

La idea era buena, desde luego. La pega era que Alvarito el Jeta tenía sospechas acerca de aquella cena, ¿a qué venía, así, de golpe y porrazo, invitarle a una cena casera a base de costillar? No era Navidad, ni su cumpleaños, ni siquiera el día de Halloween que a Lota, gran amante del cine de terror, le gustaba celebrar. Pues si no era ninguna fecha señalada, es que ocurría algo serio.

«Lo más seguro, que querrá pedirme dinero o que le devuelva algo de lo que le debo», pensó. Enseguida se vio asaltado por otro pensamiento mucho más aterrador. ¿Y si… si el cabrón de Zafi, para vengarse, le había soplado lo del vídeo? Visto así, sería mejor que no se quedase a solas con Lota en ningún momento.

«Como todavía traiga una botella barata, soy capaz de metérsela por el culo, ¡por el lado del culo de la botella también!», pensó Lota. No obstante, cuando sonó el timbre procuró dominarse. A fin de cuentas, Alvarito tenía derecho a explicarse. Antes de morir, porque luego lo iba a matar de todas formas así explicase que había subido ese vídeo para salvar a la Humanidad del Apocalipsis, pero el derecho a explicarse, ella no se lo iba a quitar.

—¡Alvarito, ¿cómo estás?! ¡Pasa! —Al Jeta le extrañó aquella efusividad por parte del Cardo; no sabía a qué venía tanta sorpresa si le habían invitado ellos mismos. «Lo mismo me estoy pasando de desconfiado» se dijo— ¡Pero si has traído pasteles! ¿Por qué te has molestado? ¡Lota! ¡Alvarito nos ha traído el postre!

—¿Tortas…? —preguntó con cierto veneno mientras también salía al recibidor con una gran sonrisa y dio dos besos al Jeta. La cajita de pasteles mostraba el logotipo de una encantadora casita de cuento, y la mujer la reconoció, era de las más caras de la zona— Pasteles de La Casita de Chocolate, ¡hemos tirado la casa por la ventana! Parece que no vamos mal de pasta, ¿no?

—Bueno, no puedo quejarme, ya sabes… una chapucilla aquí, otra allá —«vamos, que los he pagado yo con mi sudor y nunca mejor dicho», pensó la mujer. Cardo estuvo a punto de desaparecer  hacia la cocina con alguna disculpa, pero Alvarito le tomó del hombro y fue tras él— Oye, eso… eso del costillar a la miel, déjame ver cómo lo haces, porque hay quien dice que hay que aguar la miel y otros que dicen que hay que echarla pura, ¿tú la aguas o la pones pura?

—Oh, ¡no, no, no! ¡Eso de aguar la miel es un error, puagh! A ver, hay quien lo hace porque así es más fácil barnizar la carne, sí, pero así no coge bien el sabor, dónde va a parar. El truco está en calentar la miel, porque al estar caliente, se licúa ella solita y entonces es fácil trabajarla, pero eso de echarle agua, y más a una miel buena, de estas que cristalizan en frío, es una chapuza y hasta te diría que un delito, vamos… ¡peronoquerrásquedéunaclasedecocinasiendotúelinvitado! —Cardo se dio cuenta de la mirada que Lota le estaba echando y se corrigió a toda velocidad—. Tú y Lota os quedáis en el salón, que yo me ocupo de la cena.

—¡Ni hablar, hombre! —Alvarito le agarró del hombro con tal fuerza que le hizo retroceder por el aire los dos pasos que había dado— ¡No te vamos a tener sólo en la cocina, como si fueras la chacha!

—Quizá podríamos tomar un copazo en el salón primero, ¿no te apetece, Alvarito? —le tentó Lota. Para su sorpresa, el Jeta negó con una gran sonrisa meneando su calva cabezota.

—¡Naaaaah, lo podemos tomar en la cocina! ¡Los tres juntitos! O sea, que hay que calentar la miel… —tomó a Cardo bajo su brazo de gorila—. Vaya, ¡qué interesante! Oye, y… ¿y las especias? ¿Cuándo añades tú la especias? ¿Hay que marinar la carne primero, o basta con echarlas antes de hornear…?

Lota resopló. Alvarito se dirigió a la cocina llevando a Cardo del hombro y éste apenas logó echar una mirada fugaz a Lota para recomendarle calma. El Jeta acababa de llegar, seguro que lograrían despacharle para el salón en segundos.

 

 

 

 

 

 

 

 

Si alguien le hubiera preguntado a Malaquías cuál era la reacción de Trudy que menos podía esperarse, la que creía más absurda, sin duda habría sido aquella, la que precisamente sucedió. Si le hubieran preguntado a Zacarías, él habría dicho algo peor y que implicase abrirse la bragueta, y aunque a tanto no llegó la cosa, sí que le pescó de sorpresa. Trudy se alzó de la silla, Zaca y Mala se retiraron de la puerta para dejarle paso libre hacia ella. Contra todo pronóstico, la mujer no salió del despacho. Se dirigió hacia ellos y les abrazó. Un abrazo fraternal, de cariño y ánimo, pero estrechó su cuerpo contra el suyo, acariciando suavemente la nuca y espalda de los hermanos.

A Mala se le escapó un suspiro infinito, se dejó mimar en medio de una sonrisa y hasta le pareció que se emocionaba. Zaca trató como pudo de retirar la cadera sin alejarse para que ella no notase que se le estaba montando una erección del tamaño de un campanario y arruinar el momento.

—Lo siento —musitó ella—. Siento todo lo que os ha sucedido. La muerte de Zaca, los malos tratos de vuestro hermano, la desaparición de vuestro sobrino… lo siento mucho. Habéis pasado por muchas cosas desde niños, y no merecíais ninguna.

«¿Te fijas, hermano? ¡Nos habla a los dos!»

«No te confíes, ahora viene el pero»

—Pero yo no puedo vivir con todo esto. Ya es excesivo para vosotros mismos, y aún más para mí.

«¿Qué te dije? La verdad no arregla nada, la hemos perdido.»

«No estoy de acuerdo. Si vamos a ser sinceros, vamos allá hasta el final».

—Trudy, lo sé, y no te puedo pedir que estés conmigo. No cuando lo sabes todo. Tú has sido para mí un precioso sueño del que yo sabía que debía despertar. El sueño de volver a ser yo mismo, Malaquías, y de que alguien me quisiera por mí mismo y no por poder prestarle dinero que le sacase de apuros. Me duele que se haya acabado, pero me siento feliz de haberlo vivido, siquiera una vez. Me has hecho más feliz de lo que puedes imaginar.

A Gertrudis le temblaba la barbilla, y ahora fue Mala quien la abrazó, casi acunándola entre los brazos.

—Sí que me gustaría, si puedes, que sigamos siendo amigos. Bueno, tú eres de las pocas personas que conoce mi secreto, fuera de ti, sólo Lota lo sabe, y es un alivio poder contar con alguien con quien hablar sin tapujos, con alguien que sabe exactamente quiénes somos.

—Claro que sí —contestó ella de inmediato, a la vez que secó una lágrima con el dorso de la mano—. Eso ni se pregunta.

—Eh, ¿y mi secretaria, seguirás siendo mi secretaria? —la voz ronca de Zaca apareció—. Ya no será tan divertido como cuando intentaba seducirte a todas horas, pero oye, nadie ha llevado mis asuntos mejor arreglados que tú.

Trudy sonrió y asintió. A fin de cuentas, para ella sería mucho más cómodo librarse de las casposas intentonas de Zaca, y era un buen trabajo bien pagado. No había razón para dejarlo.

«¿Qué te dije yo a ti, hermanito? Ya no la perdemos. Se quedará contigo por el jornal, y conmigo por la amistad. Saldremos a tomar café, a charlar, y la escucharé como ella me escucha a mí siempre. Trudy nos quiere, Zaca, y caerá en nuestros brazos. Ya ha caído, de hecho, aunque ella no lo sepa todavía».

«Me fastidia reconocerlo, pero tienes razón, Mala. Me descubro. Hay ocasiones en las que no sé quién es el peor de los dos».

«Llevamos tanto tiempo juntos, hermano que ya… no importa».

 

 

 

 

 

 

Cardo había intentado deshacerse de Alvarito como seis veces. Cada vez que le ponía una cerveza en el salón, cogía y volvía a llevársela él mismo a la cocina. Llevó el plato de aperitivos e hizo lo mismo. Resopló, diciendo que era mejor que le dejasen la cocina para él solo, que tenía mucho trajín, y antes de que Lota pudiese asentir, a Alvarito le faltó tiempo para ponerse un delantal y empezar a pelar verduras para la ensalada.

—¡No vas a tener que decirme dónde está nada, ni hacer otra cosa que echarme una mirada; he cocinado mil veces aquí con Lota, sé dónde lo pone todo! —aseguró el puerta. Cardo vio con horror cómo su novia apretaba la mandíbula, dispuesta a empezar La Conversación allí mismo. Y eso no debía suceder, no allí en la cocina. En primera porque no querían que Alvarito pensase que le habían metido en una encerrona como sí había sido, en segunda porque si había algo más peligroso que una Lota furiosa, era una Lota furiosa en una habitación llena de cuchillos, mazos, trinchantes y fuegos. Así que tiró por lo directo:

—Lota, mi vida, ¿tú no querías decirle algo a Alvarito? ¿Por qué no vais a tomar una copa al salón mientras yo termino, eh?

«Apareció el peine», se dijo el Jeta. Antes de poderse dar cuenta, Lota le tomó del brazo con una sonrisa que recordaba más a un tigre enseñando los dientes y tiró de él hacia el salón.

—Que, bueno, podríamos hablar en la cocina, pod…

—Podrías sentarte y callarte, Álvaro —Lota le empujó al sofá. El Jeta resopló. Bueno, vale, quería pedirle dinero o encarar alguna bobada, porque era imposible que se hubiera enterado de…—. Me vas a explicar por qué hay un vídeo mío en las cabinas del GirlZ. Y más vale que sea una explicación cojonudamente buena.

—¡Será…! ¡Te lo ha dicho! ¡El siguiente que suba, será el suyo con Trudy, qué mamón!

—¡Zafi no me ha dicho nada! ¡Que te sientes! —el empujón le tiró de nuevo al sofá y desplazó el mueble— ¡Lo vi yo misma en el club! ¿Por qué está ahí?

—Ya, claro y yo me lo voy a creer —sacó el móvil—. ¡Ahora mismo subo el suyo, vamos, hombre, se va cag… EH!

Lota le apañó el móvil, lo arrojó al suelo y saltó encima con los dos pies. Y con las botas Chiruca que llevaba.

—Lo siguiente que aplaste será tu cabeza, ¡que quiero saber qué hace ese vídeo allí!

—¡Bueno, hacer, pues hace las delicias de todo el barrio, creo yo! —Alvarito estaba cabreado por lo del móvil, pero se arrepintió en el acto de haber sacado el sarcasmo. Antes de acabar la frase, la mano de su amiga agarró la fuente de aperitivos y la estrelló contra su mejilla. La porcelana se partió en dos, canapés y croquetas volaron por los aires.

El Jeta no se quedó atrás, de inmediato se alzó, su pie del 46 salió disparado al pecho de Lota, esta lo agarró en el aire y le tiró un directo a la entrepierna con la mano del anillo. Alvarito aún se quejaba cuando la mujer le alzó la pierna y le hizo caer de espaldas. Antes de soltarle una patada al estómago, los gritos de Cardo la pararon

—¡Alto, basta! ¡BASTA! —el hombre salió de la cocina con una jarra de agua helada. Como previsor que era, la había tenido preparada apenas escuchara el primer golpe. Lota hizo ademán de cubrirse, así que no hizo falta que su novio la regara de agua con hielo. Aún así, no se aplacó.

—¡No he terminado con él!

—Yo creo que ni has empezado. He oído… —contó para sí— tres quejidos y ninguna explicación. ¿Quizá sea un buen momento para el diálogo? Por variar un poco, más que nada.

—A… apoyo la moción… —Alvarito en el suelo, con un lado de la cara que sabía lo que podía haber sentido un boxeador que hubiese recibido una caricia de Mike Tysson, hubiera dialogado hasta una liberación de rehenes con tal de no recibir más. Entre Lota y él eran comunes las peleas físicas, pero esta vez le había dado con saña—. Lota, ¿qué pasa?

—¿Aún tienes la cara de preguntarlo? —la patada que tenía preparada salió sola. Cardo tomó agua en los dedos y la salpicó. La mujer apenas hizo un ademán para limpiarse la cara— ¿Por qué andas subiendo vídeos X míos, so pedazo de mamón?

—Ah, ¿esas tenemos? —Alvarito se arrodilló, tomo aire y se alzó de un salto. Lo que en alguien de su estatura, impresionaba bastante— ¿De quién era la tarjeta de todo incluido que usaste con éste en el hotel?

—¡Tú te la dejaste! ¡Para cuando preguntaste por ella, ya estabas a tres horas de viaje!

—¡Pues tú te dejaste la puerta de la habitación abierta! ¡Para cuando te diste cuenta, ya estaba grabado el vídeo!

—¡No se puede ser más ruin, ni más cabrón, ni más…! —Lota estuvo a punto de largarle otro directo, pero Cardo salpicó a ambos con el agua de la jarra.

—¡Y tú deja ya quieta el agüita, que parece que nos estás bendiciendo, cojoooones, ¿no ves que estamos discutiendo?! —ladró Alvarito.

—¡No te atrevas a hablarle así!

—¡Yo le hablo así a quien me da la gana, perdón, no se puede tocar al mamarracho este, por favor, que se rompe, por Diosss! ¡Pareces su madre, no sabe ni hacer pis solito, si tú no le aguantas la ch…EEEH! —el grito del Jeta tenía más de sorpresa que de dolor. Ricardo le volcó encima toda la jarra con hielo. Antes de que pudiera reaccionar, Cardo echó atrás el brazo y lo lanzó con jarra y todo a la mandíbula del Jeta en un zurdazo fenomenal. Alvarito dio vuelta y media y se cayó de culo.

—¡«Mamarracho»! —se indignó Cardo, estirándose el delantal rosa— ¡Con lo pintón que voy yo siempre, a mí nadie me llama mamarracho! —iba a añadir «¿te enteras?», pero no pudo. Se encontró la boca de Lota invadiendo la suya y su mano en la entrepierna.

—Cardito… —jadeó ella— ¡Me has puesto a cien!

—¡Puagh! ¡Y encima, eso! —se quejó Alvarito desde el suelo— ¡Desde que estás con este pavo, no hay quien te aguante el meloseo! ¡Vayas donde vayas, siempre tiene que ir él! ¿Y a los amigos, qué, que nos den por saco?

A Lota se le encendió la bombilla. Alvarito el Jeta había sido capaz de algo así, ¿por celos?

—¿Me estás diciendo que te da rabia que esté con él? ¡Pero si tú y yo no somos nada!

—¡Sí lo somos, Lota, o lo éramos! ¡Amigos! ¿Te suena esa palabra o te la explico? —se quejó con amargura en la voz—. Desde que llegó el ovejo este a tu vida, no se puede hacer un plan contigo, ¡todo siempre le incluye a él, y es un pesado, un cuñado que siempre quiere ir de protagonista en todo, y quedar siempre de buenecito! ¡Como hoy! ¡Me juego un ojo a que la idea de la comida ha sido suya! ¡Tú hubieras venido a mí directamente y me hubieras estrellado una litrona en la cara! —sollozó— ¡Y yo quiero a esa Lotaaaaaaaaaa…!

—¡Alvarito! —Lota no se lo podía creer, ¡el Jeta estaba llorando! Cardo se fue disimuladamente al baño. En parte para dejarlos a solas. En parte porque tenía una erección de caballo y no quería que se le notara—. Oye, si era eso, ¿por qué no me lo dijiste? ¡Yo hubiera quedado contigo y los chicos sin llevarme a Cardo, podíamos haber quedado sin él alguna vez…!

—¿Cómo te iba a decir que tu novio no me cae bien? ¡Sería muy cruel!

—Ah, ¿y sacarme un vídeo porno y vendérselo a Zafi te parece mejor?

—Me pareció más divertido… —El Jeta hizo un puchero—. Lo siento, Lota. Zafi me debe un par de favores, le diré que quite el vídeo. A fin de cuentas, de su local no puede salir, no se puede descargar, así que en cuanto se borre, nadie lo verá más. Y te daré toda la pasta que he sacado de él, que son un par de verdes.

—Te lo agradezco, Alvarito —la mujer sonrió maliciosamente—. Pero si quieres que te perdone, a ver, esto ha sido gordo, si quieres que te perdone, vas a tener que hacer algo más.

—¿Qué? —Lota estuvo a punto de contestar. Sin embargo, se dio cuenta de que su Cardito había desaparecido.

—De momento, esperar —le guiñó un ojo—. Parece que tengo la leche en el fuego y he de ver que no se salga.

—Joder, qué par de viciosos, veeeeeenga, ¡pondré música!

 

 

En el cuarto de baño, Cardo se acariciaba tratando de no hacer ruido. ¡Si hubiera sabido que sacar el genio producía ese efecto en Carlota, se hubiera defendido mucho antes! El chasquido de la puerta al abrirse le hizo brincar del susto, aunque al ver entrar a Lota se tranquilizó. Sólo un segundo, hasta que ella cerró de nuevo, echó el pestillo y dijo:

—Ni te muevas —la mujer se bajó los vaqueros y se sentó sobre él, de espaldas, todo uno.

—¡MMMMH! —Cardo se tapó la boca con las dos manos intentando retener el gemido de intenso placer que le subió por el pecho, ¡Dios! ¡Esa primera penetración, esa sensación deslizante al hundirse en sus entrañas como en un bote de miel caliente… era celestial! Lota gimió a su vez con una sonrisa de placer, sonrisa que él no pudo ver ya que ella le daba la espalda. Le apretó más aún dentro de ella, y un segundo después, comenzó a moverse.

Las caderas de la mujer hacían círculos húmedos en la entrepierna de Cardo. Este le agarró las nalgas y las apretó mientras Lota jadeaba sin cortarse un pelo. Del salón llegaba un tema de AC/DC a todo volumen, de modo que él tampoco se cortó.

—¡Ah… así, ASÍ! ¡Úsame! ¡Soy tu juguete, úsame para tu placer! —Lota rio al oírle, encantada con la situación. La mujer no había dicho ni con permiso, y él no iba a poner la menor pega. La tatuadora le llevó las manos a sus tetas, libres bajo la camiseta negra de Metallica y le hizo apretárselas con fuerza.

Cardo veía el culo de Lota, firme y gordo, botando sobre su polla, haciendo un obsceno ruido de chapoteo a cada envite, a la vez que sentía sus tetas en las manos, los pezones duros… Lota gemía de placer. La mujer echó hacia atrás la cabeza, embriagada de gusto, ese gozo inmenso que le llenaba las entrañas y cosquilleaba su intimidad cachonda con una intensidad irresistible, cebándose en ese punto mágico interior, hasta que fue incapaz de resistir el dulcísimo hormigueo.

Un grito tartamudeado, a medio camino entre el placer y el asombro, salió de la garganta de la mujer, haciéndola temblar a medio rebote, presa de olas de lujuria saciada de una modo maravilloso. Cardo pudo jurar que notó una espesa ola de flujo muy caliente bañarle hasta los huevos, el coño de Lota cerrarse en espasmos en torno a él, en un abrazo pícaro, libidinoso. La recostó sobre su pecho, abrazándole las tetas con una mano mientras con la otra le acarició la cara sudada y los cabellos.

—Oooooh… mi nene, ha sido deliciooooooso… —murmuró, la voz blanda, apenas capaz de girar la cara para mirarle.

—Estabas muy a punto, ¿eh? ¡Estabas peor que yo! —rio. Lota sonrió a su vez y en segundos volvió a moverse, cabalgándole con más intensidad— ¡Oh, sí, hazme eso! ¡Un… un poquito más!

La mujer casi se sacaba por completo la polla de Cardo de su interior y se empalaba hasta el fondo el segundo siguiente. Apenas a la cuarta embestida el intenso picor que recorría el cuerpo de su compañero fue excesivo para él y se dejó ir en medio de un suspiro derrotado que Lota acompañó con el suyo propio, ¡era tan tierno sentir los latidos de su novio dentro de ella, y la descarga caliente… haaaah… desbordándose por entre sus piernas!

Ambos estaban en la gloria. Cardo tenía la sensación de que media vida se le había escapado por la polla, que no podría ni ponerse en pie, que ojalá pudiera quedarse así para siempre, sí, para siemp… ¡No, mierda, él tenía que vigilar el costillar asado!

—¡Se quemará la carne! —gritó. Lota ahogó un grito y también ella volvió a la realidad. A velocidad de vértigo se vistieron y salieron corriendo hacia la cocina.

—¿Buscabais esto, tortolitos? —de la cocina salió un muy sonriente Alvarito llevando con las manoplas de la cocina la fuente del horno, en la que brillaba un sabroso costillar a la miel recién sacado, aún humeante.

—Gracias —susurró Lota— ¡Pero eso no va a reducir tu pago, encanto!

 

 

 

—¿Que tengo que hacer QUÉ? —pese a tener la barriga llena de costillas, patatas asadas, cerveza y tarta de chocolate y crema, ni Alvarito se sorprendió menos, ni Lota se apiadó lo más mínimo.

—Ya me has oído —dijo Lota—. Eso, o se acabó nuestra amistad y esta ha sido nuestra última cena. Y tendrá que estar colgado las mismas semanas que ha estado el mío.

—Venga, Alvarito, ¡si hasta será divertido! —Dios, qué cara de tonto tenía el Cardo cuando pretendía hacerse el simpático.

—¡Zafi no lo tendrá ni una hora!

—¿Apostamos?

 

 

 

 

«Nuevo vídeo especial» decía la pantalla en las cabinas del GirlZ. Y muchos de los habituales, decepcionados al ver que el vídeo de Lota había desaparecido, pincharon, con la ilusión de encontrar otro nuevo. La reacción, digamos que no fue correspondida a las expectativas:

—¡Aaaaaaaaaaaaaaaarráncame los ojooooooooooooos! ¡Voy a lavármelos en lejía, por favor, quiero DESVERLO!

Bueno, aunque algo exagerado, la cosa no era para menos. El vídeo mostraba a Alvarito vestido con un uniforme rosa y blanco de doncellita sexy, con minifalda, lleno de encajes y unas orejitas de conejita Playboy. Habían usado un sostén de Lota que habían tenido que apañar por la espalda añadiéndole cordón de zapatos, porque el sostén adecuado para las espaldas del Jeta hubiera requerido unos melones para llenarlo; en su lugar usaron globos con agua. La mujer le había comprado un tanga rojo y hasta le había maquillado y puesto una peluca rosa con moñitos sujetos por grandes lazos caídos y espeso flequillo. Le había pintado línea de ojos, mofletes colorados y boquita de rubí. Con vocecita aflautada decía cosas como «he sido una niña muy mala, y este es mi castigo», se sacaba todo el asunto fuera (la verdad que, debido a los escasos centímetros de la falda, parte quedaba visible ya) y se cascaba una gallarda. Por lo bajini, se le oía decir «lamataréporesto, lamataréporesto».

Ni se confirma ni se desmiente que Alvarita (sí, está bien escrito) no encontrase, muy a su pesar, algo excitante en la situación de saber que todo el mundo le estaba mirando.

Zaca sí dejó que el vídeo se quedara. Alvarito estaba tan seguro como Lota, en su red no se podía descargar y no se podía tampoco grabar usando un teléfono para grabar o fotografiar la pantalla porque la imagen se descomponía gracias al sistema de seguridad. Sin embargo, no era mala idea tener algo así de un futuro socio. Y menos de uno tan vengativo como el Jeta.

  Todas las escritoras eróticas somos así. Y lo sabes.    Te has lanzado a escribir. Tienes tu principio , tu escaleta, tu trama, te has ...

 

Todas las escritoras eróticas somos así. Y lo sabes. 

 

Te has lanzado a escribir. Tienes tu principio, tu escaleta, tu trama, te has preparado unos personajes estupendos, un final de infarto… y llega La Escena. La escena erótica, esa que a la vez temes y deseas, porque quieres que quede más que perfecta. Porque  sabes que es lo que tu lector más ansía, la que ha estado esperando durante capítulos y páginas, quizá durante más de un libro incluso. Si ahora le decepcionas, tirará el libro por la ventana y correrá a las redes para ponerte a parir. Te juegas mucho con esa escena. Por eso vamos a dar hoy unas pautas de cómo tratarla.

 

No tengas prisa.

No quieras correr para llegar a esa escena, deja que tus personajes se conozcan y alimenta el morbo todo cuanto puedas. Tu lector tiene que ilusionarse con los personajes, soñar con ellos y sentirse tan impaciente como ellos, pero para que todo salga bien, también tiene que sentirse tan seguro como ellos para llegar a la cama. Nadie quiere que La Escena, el encuentro por el que llevan esperando diez capítulos, sea un polvo rápido de dos empujones contra la puerta de un pútrido baño de discoteca, ¿verdad que no? Claro que no. Pues no tengas prisa por llegar, deja que la propia historia y tus personajes te marquen el ritmo que, si están bien definidos, lo harán sin problema.

 

Usa un tono coherente con la historia.

Si tu novela es seria, no hagas una escena llena de chistecitos tontos o rimas picantes; si tu novela es cozy, no le metas un montón de pensamientos filosóficos para intentar engrandecerla; si se trata de una historia divertida, no le metas un drama espantoso para tratar de darle profundidad. Cada escena y La Escena han de ser coherentes con el tono general que uses. De acuerdo que puede suceder algo que pretexte ese cambio de tono, pero esto ha de estar justificado, se ha de volver al tono anterior cuanto antes y es preferible no incluir cambios de tono general en La Escena.

«¿Y eso por qué, Dita?»

Pues porque si un lector se acerca a una historia cozy, divertida, ligera… quiere que lo siga siendo y no que le metan moralidad o tristeza justo en el momento al que lleva toda la historia esperando llegar, es un fastidio. La sensación es la misma que si te prometieran un postre delicioso para la cena, se pasasen el día entero hablándote de su exquisitez, contándote cosas acerca de crema, nata, bizcocho ligero, hojaldre crujiente, esponjosidad, suavidad, dulzura… y cuando al fin llegas a la hora de la cena, te planten una infusión de limón y todavía te digan «es que esto es mejor, lo otro es insano y engorda». NO. Ese cambio de tono en La Escena suele esconder dos cosas: moralina (y por favor, no te metas a escribir erótica si no te gusta el sexo) e incapacidad del autor para llevar a cabo la escena. No estafes así a tu lector, no es jugar limpio.

 

No te eternices.

Tan malo es el defecto como el exceso. Ni pongas el fundido en negro, ni te pases ocho páginas hablando de un encuentro sexual. Ni es realista, ni queda bien. Si tienes muchas ideas para usar, es preferible que hagas varios encuentros de duración moderada en lugar de uno solo que aburra a tu lector y hasta a las ovejas, y le haga saltarse páginas. Piensa un momento: ¿alguna vez has estado con una pareja que tardara hora y media en llegar al clímax? Agotador, ¿verdad? Pues no hagas que tu lector pase por ese mismo agotamiento.

 

No te flipes.

El sexo es sexo. Es algo muy agradable, puede colmar a la vez el cuerpo y el corazón, deja muy a gusto, cansa, hace reír… y ya. No es una experiencia mística a través de la cual se desbloquean Los Siete Chakras del Conocimiento Absoluto, ni un viaje astral, ni separa la mente del cuerpo, ni provoca deshidratación, ni… vamos, que ya hay que PASARSE MUCHO para que te dé una pájara chuscando, ¿eh? Que no es una maratón. Y lo mismo para las Revelaciones que parece que algunos tienen y he visto en relatos varios, que en lugar de un revolcón parecía que habían tomado LSD. No. El sexo puede hacerte entender que amas a una persona, que precisas algo de ella, que eres feliz, que tu cuerpo funciona así o asá… pero no vas a ser consciente del sentido de la vida ni a desentrañar los misterios del universo

 

No te flipes, segunda parte.

A ver, cuidado con las exageraciones en lo que a cuerpecitos serranos se refiere, porque nadie quiere -ni se cree- un pene descomunal, ni unos senos germánicos y perdonad la alusión. Cualquier mención respecto a tamaños, formas, turgencias, debe ser ocasional y no ocupar un nivel protagonista o quedará ridículo.

 

Gritos infinitos.

«Me corroooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo». Vale, ha gritado mucho, ha sido un orgasmo largo y estupendo, lo hemos entendido. ¿Sabes qué? Con menos oes, también nos hubiera quedado claro. Si quieres alargar un grito de placer, con cuatro o cinco vocales, basta. Algo como «aaaah…» queda sugerente. En cambio, un «aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah», queda falso y saca de la acción.

Corolario: la cháchara sin final. Autores hay que usan los diálogos para dar color al encuentro, hacerlo más vivo, y eso está perfecto. En su medida. Cuando nos pasamos y más de media escena es diálogo, eso se convierte en cháchara que sólo sirve para ocultar (mal) a nuestro lector que no sabemos llevar la narración de un momento íntimo y en su lugar ponemos frases tópicas que parecen sacadas del doblaje de una cinta X:

—¡Oooooooh, cuánto me gusta, agárrame las tetas!

—¡Síííííííííííííí, mira cómo te pellizco los pezones!

—¡Uuuuuuf, no tan fuerte!

—¡Qué mojada estás, mira cómo entro y salgo!

—¡Más, dame máááááááááááááááááááááááááááás!

Abusar de los diálogos para que sean los personajes y no el autor quienes cuentan lo que sucede produce el Efecto de la Habitación Blanca (en la mente del lector el escenario se desvanece porque el escritor no añade información que rodee a los personajes, de modo que estos parecen estar en una habitación vacía), pero cuando esto sucede en una escena erótica el efecto es mucho más alarmante, la sensación rezuma falsedad y la inmersión se pierde, de modo que cuidado con eso. Diálogos sí, diálogos bien; cháchara no, cháchara MAL.

 

Conclusión: cuidado, mimo y naturalidad. Escribir escenas eróticas no es más difícil ni más fácil que cualquier otra escena, sólo requieren su cuidado especial, como todas. Práctica y lectores betas nos ayudarán. Y si tienes alguna duda, puedes dejármela en comentarios.

  Y en ese momento, que te digan "¡pero sin mariconadas!" Dos palabras que parecen estar poniéndose de moda, pero que en realidad ...

 

Y en ese momento, que te digan "¡pero sin mariconadas!"

Dos palabras que parecen estar poniéndose de moda, pero que en realidad existen desde hace mucho tiempo, sólo que, igual que sucede con otras parejas de palabras como “seguridad vial”, “educación sexual”, o “dieta equilibrada”, no se les hace nunca todo el caso que se les debe. Vamos a ver un poco qué es esto de la responsabilidad afectiva y cómo la llevamos en nuestra vida diaria y sobre todo, de pareja.

 

¿Qué es la responsabilidad afectiva?

Es ser consciente de qué sentimos exactamente por las personas que nos rodean y transmitirlo con sinceridad (¡sin brutalidad!) para que no crean que sentimos por ellas algo distinto a lo que realmente hay. Ser consecuentes con nuestros sentimientos y respetuosos con los del otro en todo momento, sin caer en la compasión, pero tampoco en la crueldad. Dicho más claro: que si somos conscientes, si notamos, si alguien nos dice que le gustamos o incluso que nos ama y no le correspondemos, que no le mintamos ni le demos falsas esperanzas amparándonos en que nos da mucha penita o peor aún: porque queremos sacar provecho de la debilidad que siente por nosotros.

Con esto, no quiero decir que contestemos de mala manera si alguien que no nos gusta se nos insinúa con amabilidad, que le arranquemos el corazón y lo pisoteemos. Tampoco es eso. Es preciso ser capaces de expresar nuestra negativa de tal forma que el otro no se quede destrozado. Al menos, dentro de lo que podemos controlar.

¿Y eso cómo se hace?

Siendo sinceros pero amables. Últimamente me encuentro a muchas personas que presumen de “ser muy sinceros”, eufemismo que utilizan para decir “soy un borde de tres pares”. La sinceridad no implica, ni tiene que implicar el insulto, la humillación o la superioridad. A una persona se le pueden dar calabazas sin necesidad de estrellárselas en la cara. Lo primero que hemos de entender, antes de llegar al rechazo, es que debemos, dentro de nuestro carácter, tratar a las personas como queremos que ellas nos traten.

El interés amoroso y sexual es algo que no depende por completo de nosotros. A veces podemos limitarnos a intercambiar saludos de cortesía con alguien y que ese alguien se encapriche de nosotros sin más ayuda. En ese caso, no tenemos responsabilidad alguna. Pero en ocasiones, a veces por descuido, por un carácter extrovertido o por una excesiva cordialidad, podemos inducir a otra persona a pensar que estamos interesados en ella cuando no es así. Esto es algo que sucede cuando tocamos al otro, le tomamos de la mano o le abrazamos sin dejar claro que no tenemos interés romántico, sólo amistoso o cordial. No es nada malo, no hemos hecho nada espantoso, simplemente hemos cometido un error y, cuando el otro nos pida pasar más allá en una relación que no deseamos, hemos de pedir perdón. Porque ha sido un error nuestro darle unas confianzas que nosotros considerábamos naturales, pero le han hecho pensar que eran privadas.

¿Entonces, tengo que ser un borde y no tocar a nadie?

NO, no he dicho eso. Lo que digo es que no todo el mundo entiende el contacto físico, las bromas picantes o las confianzas de la misma manera. Hay para quien son algo que puede compartir con cualquiera, y quien las considera insinuaciones o algo propio de una pareja, un tonteo que dice “quiero algo contigo”. Si nuestra forma de ser nos lleva a tocar, abrazar o hacer chistes sexuales a los dos minutos de conocer a una persona, es mejor que lo recalques antes de que alguien se llame a engaño y acabe sufriendo. Hay ocasiones en la vida en las que es mejor poner el parche antes que la herida, y esta es una de ellas. Sé siempre amable, educado, simpático… pero advierte que tu simpatía es universal.

¿Y si alguien me dice que le he mandado señales y yo no me he dado cuenta?

Puede que esa persona entienda por señales algo distinto a lo que entiendes tú. Si ha sido así, no pasa nada, pídele perdón, explícale que lo sientes, que no ha sido tu intención y no lo repitas con esa persona, trátala con más distancia. Puede que hieras sus sentimientos, sin embargo no lo has hecho con mala fe. Si le rechazas con delicadeza, no tiene por qué enfadarse pues sólo ha sido un malentendido.

Si es cierto que le has hecho creer lo que no había, tu comportamiento ha sido muy, muy incorrecto. Has sido cruel, has jugado con sus sentimientos, y tu caso es uno muy claro de falta de responsabilidad afectiva; has utilizado a una persona cuyo cariño no te interesaba para subir tu ego, has herido sus sentimientos. No debes volver a hacer algo así, da igual las excusas que pongas, si lo has hecho a sabiendas, nunca puede estar justificado. No sólo debes pedir perdón, también debes no volver a hacerlo nunca.

Es que no sé si me gusta o no, cuando estoy con esta persona me hace sentir bien, a gusto, pero otras personas me encienden más, y no sé.

Sí sabes. El amor no se piensa, el amor se siente, y es una mezcla perfecta de cariño y lujuria. En una relación es normal sentir deseo por otras personas aparte de tu pareja, eso no significa que seamos infieles, ni que estemos pensando en traicionar ni que no amemos a nuestra pareja, significa tan sólo que somos humanos y fantaseamos. Pero si no hay deseo en absoluto, si el deseo sólo nos lo despiertan los demás, no hay amor, sólo amistad. Y hacer creer lo contrario por “no perder la amistad”, nunca lleva a nada bueno. Esa persona acaba hartándose del juego de “ni contigo ni sin ti” y se da cuenta de que no es que no quiera a alguien como así pareja, es que tampoco quiere su amistad, y es normal, ¿qué clase de amigo tiene al otro en una situación tan indecisa en la que ni siquiera sabe si son amigos, algo más o nada en absoluto?

Por favor, no le hagáis eso jamás a nadie. Es agotador, porque no sabes qué tipo de relación tienes y si te llega la ocasión de intimar, de conocer a otra persona, tampoco te ves capaz de aceptarla (cuando sea alguien que quizá sí valga la pena) porque sientes que te debes al otro que no se decide, que le vas a hacer daño, que te va a reprochar… Y si eres tú quien te encuentras en esa disyuntiva, no lo aceptes. Sé también responsable afectivamente contigo mismo, no te dejes someter a eso. Pon bien claros tus sentimientos y exige una respuesta para ellos.

Es que esa persona me hace regalos, me lleva a sitios y no quiero perder eso.

A ver cómo te lo digo… “¿egoísta yo? Y una mierda para mí”. SilvioJosé de mi vida o JenniferMari de mi corazón, eres una mala persona. Si hace dos supuestos decía que “te has portado mal”, aquí ya no hablamos de algo puntual, objetivamente eres un cochino egoísta y sólo piensas en ti. Si estás con una persona a sabiendas de que te quiere y sacas provecho monetario de ese amor que tú finges, no puedo encontrar excusa a tu comportamiento, a no ser que me digas que hizo algo parecido con tu hermano, con tu mejor amiga, y le estás sometiendo a una venganza kármica particular, y aún así no lo vería bien del todo, porque no dejas de convertirte en aquello que odias.

Las personas no somos bienes raíces. Entiendo que tú no tienes la culpa de que alguien se interese por ti y te haga un regalo en una ocasión puntual, un detalle o un favor. Si eres ignorante de sus sentimientos, si crees que sois amigos, puedes aceptarlo. Pero si sabes a ciencia cierta que busca algo más de ti y el “ni contigo ni sin ti” te permite recibir esos regalos, tienes que parar en el acto. Sé que es una situación que halaga la vanidad de uno, pero es algo cruel, te estás aprovechando de una persona por la que no sientes nada y acabarás haciéndole mucho daño.

Soy muy inteligente porque le hago creer a X que le amo y así nos acostamos. Luego digo que he perdido la ilusión y puerta.

Eres tan miserable o más que el ejemplo anterior. Das asquito, así de claro. A esto se le llama “jugar con los sentimientos de una persona” y sólo produce dolor, resentimiento y desconfianza en relaciones futuras. Hacer creer a una persona que la queremos para obtener sexo es una bajeza. No demuestra inteligencia alguna, sólo una forma de ser rastrera. La persona a la que manipulamos de ese modo va a salir no sólo con el corazón hecho trizas, también con la autoestima por los suelos e implícitamente convencida de que hay algo mal en ella y nadie lo querrá nunca.

Si quieres acostarte con una persona, ten narices y dile que te apetece un revolcón sin compromiso, que no le quieres como pareja, pero te apetece como compañero de juegos para una vez o dos. Te sorprenderá cuántas personas aceptan y no piden nada más que precauciones sanitarias. Pero nunca, nunca, nunca, juegues con los sentimientos de una persona. No te gustaría que te lo hicieran a ti, no te gustaría que se lo hiciesen a alguien a quien quieres, así que no se lo hagas a nadie. Jamás. Gracias.

Yo soy esa persona que hace regalos-favores, tengo una amistad con alguien que me dice que me quiere mucho pero sólo como amigos y sin embargo a veces me besa, me toma por los hombros, me dice que soy muy importante y especial…

Tengo una noticia para ti: las personas no somos máquinas expendedoras en las que metes atenciones, regalos, favores y a cambio sale sexo o sale amor. No funciona así. La mejor manera de comprobar si esa amistad es verdadera o interesada es dejar por completo de hacer regalos y favores, aprender a decir no. La próxima vez que te pida los apuntes, o que le acerques a algún sitio, o que vayas a buscarle tal cosa o que le hagas la cena… no lo hagas. Tú tienes una vida también, tienes ocupaciones, tienes cansancio, otros compromisos que hacen que no puedas estar a su disposición constantemente. Cuando le niegues unas cuantas cosas, si sigue a tu lado, realmente sois amigos. Si empieza con las quejas, los reproches o directamente te deja de hablar, ya sabes que esa amistad sólo iba en un sentido.

No dejes que nadie te coloque en esa situación de ser la criadita o el esclavito de nadie. Ten autoestima y plántate. Sé que es difícil, sé que estamos acostumbrados a pensar que el amor lo puede todo, que esa persona se va a dar cuenta de cuánto le queremos y se enamorará de nosotros y que todo va a terminar en un “fueron felices y comieron perdices”, pero la vida real no funciona así. En la vida real, el primer amor que debemos fomentar es el propio. Si nosotros mismos no nos respetamos, nadie lo hará nunca.

         Agua y aceite. Hielo y fuego. Nitrógeno y glicerina. Venus y Marte. Hay cosas que, simplemente, no pueden mezclarse. O no deben. La...

 


     Agua y aceite. Hielo y fuego. Nitrógeno y glicerina. Venus y Marte. Hay cosas que, simplemente, no pueden mezclarse. O no deben. Las brujas y los sátiros son una de esas cosas que no debes mezclar jamás. A no ser, claro está, que quieras verte en un buen lío con los poderes de ambos. Y no me refiero sólo a los suyos, sino a todos los que tienen detrás, léase sororidades de brujas o hermandades del bosque. Aquello Tremor lo sabía bien, lo sabía desde que su madre, una dríade del lago, le contaba cuentos acerca de las brujas malas que se llevaban a los sátiros bebés para cortarles el pito y las orejas. Tremor sabía que las brujas eran mujeres espantosas que se volvían viejas antes de los veinte años por su tremenda maldad y sólo bebiendo niños conseguían parecer otra vez jóvenes, mujeres que detestaban a los hombres y a todos los machos de cualquier especie, que vivían castrando y torturando a todo lo masculino en su rabia por no ser amadas por nadie. Por eso las detestaba y temía, aunque en realidad nunca había dado con ninguna. Se decía que estaban en extinción, la tecnología del siglo XXI las estaba exterminando a todas.

    O eso había creído él.

 

 

     —Eso es asqueroso —Valentina torció el gesto. La mesa que compartían le permitía estar a prudente distancia de él, aunque bastante cerca como para que lo oyera. La joven de cabellos rojos y anaranjados le miró con repulsión. Tremor, en forma humana, se volvió hacia ella con una sonrisa de suficiencia.

     —¿Celosa, cielo?

    —Oh, sí, tienes mucha razón. Tengo unos celos tremendos de que un repulsivo híbrido peludo con nariz de quilla de barco me dedique una mirada lasciva acompañada de gruñidos como un cerdo con vegetaciones. No sé cómo he podido vivir sin algo así.

    —Ah, porque nunca lo has tenido, por eso no sabes lo que te pierdes… pero ellas sí.

    —Si la ilusión la cobraran, ya tendrías seis hipotecas —Valentina tomó un sorbo de su bebida. El ambiente en el bar era ruidoso, aunque no desagradable. Tremor, como todos los sátiros, podía adoptar forma humana deshaciéndose de sus patas de cabra, sus cuernos retorcidos y su cola en forma de as de picas, algo que hacía con cierta frecuencia para acercarse al camping que estaba en un claro del bosque en el que vivía y tomar un trago allí. Le encantaba la cerveza humana, mucho más amarga que la que destilaban las hadas. Antes, los duendes que vivían en las cuevas sí que sabían hacer una cerveza de esas que hacían salir pelo en el pecho, era una lástima que hubiesen decidido mudarse más abajo, hacia el interior de la tierra. La cercanía de los humanos no era para él más allá de una molestia, pero para otras criaturas era incompatible con la vida. Cada año, el borde del mundo civilizado parecía acercarse más, y con él, las criaturas del bosque —no sólo hadas o duendes, sino también lobos, osos y jabalíes— tenían que alejarse de ellos para vivir en paz. Tremor tenía suerte de poder pasar por una criatura humana, así nadie se metía con él. Salvo por el detalle de la ropa, claro.

    —¿Qué llevas bajo la servilleta…? —una de las chicas a las que Tremor había dedicado su Mirada (un elevamiento de una sola ceja acompañado de sonrisa por el colmillo y rugido de lobo asombrosamente real) se volvió para hacerle aquella pregunta. Tremor iba desnudo, sólo llevaba una servilleta de papel abierta en cuatro sobre la entrepierna. Habitualmente, solía hacerse con un bañador que encontrase tendido que después dejaba tirado por ahí. Sin embargo, en una noche como aquella, que se celebraba la fiesta del camping, no era el único en ir ligero de ropa. Era lo bastante tarde como para que las familias con niños se hubieran retirado ya, y había al menos un par de chicos bailando desnudos en torno a la hoguera que habían prendido en el exterior del bar— ¿Puedo verlo?

    —A no ser que lleves un microscopio en el bolsillo, no —se apresuró a contestar Valentina— Pero te lo puedo decir yo. Lo que tiene se llama Wally porque tardas mucho en encontrarlo y luego no vale la pena. Aire, nena —chasqueó un par de veces los dedos. La joven la miró con cara de desprecio.

    —¡No hagas caso, no es…! —quiso decir Tremor, pero la chica ya se había marchado— Oye, hermana Palizas, ¿piensas chafarme todos los ligues? ¡Si estás amargada, búscate un palo de escoba y úntalo de vaselina, a mí déjame en paz!

    —Cuando te pones técnico, es que no te cojo ni palabra —el tono de Valentina despedía hielo suficiente como para abastecer a todo el bar, aunque una chispa de diversión asomó a sus ojos sin que pudiera contenerla—. No he venido a este bosque para malgastar ingenio con un cabrito como tú. Y conste que lo de cabrito sí va con segundas.

    —Te recuerdo que este bosque es MI territorio, bruja. Que vengas con rango de embajadora, no te convierte en su dueña.

    Valentina se permitió sonreír. O al menos, los músculos del lado derecho de su cara elevaron una micra sus labios rosados y brillantes. Nada en su minifaldero vestido oscuro la delataba como bruja, salvo la leve, constante emisión de poder que alguien igualmente mágico como Tremor podía percibir. Sin embargo, en su muñeca lucía una pulsera de plata con el símbolo del caduceo. Aquello la identificaba como alguien neutral, venía con una misión mayor y no le atacaría. Lo que significa que él tampoco podía atacarla.

    —De momento —recalcó ella—. Mientras dure mi misión aquí, todos los inquilinos del bosque tienen obligación de prestarme toda la ayuda posible, y eso te incluye a ti. Lo sé, estás pensando «oh, vaya, ¿qué puedo hacer yo, un pobre inútil, desgarbado, idiota, lúbrico, libertino, cretino, imbécil, lento, palurdo, atontado…?»

    —Va-le-ya.

    —Pues eso… «¿qué puedo hacer yo, un simple zopenco, mentecato, mameluco… sátiro para ayudar a toda una bruja tan hermosa e inteligente como ella?» —una risotada sarcástica salió de la garganta de Tremor— No mucho en realidad. Pero algo. Y ese algo requiere dos cosas. Primera, que tu atención, por escasa que sea, me la prestes a mí y no a tu ridículo pinguilín.

    —¿Ridículo? —saltó el sátiro, picado en lo más vivo— Me cago en la leche que mamó Oberón, ¿quieres ver lo ridículo que es?

    —¡Te garantizo que cuando traté de diarrea a toda una colonia de murciélagos, quedé servida de asquerosidades para el resto de mi vida, siéntate! —Con gesto fastidiado, Tremor volvió la servilleta a su sitio y tomó asiento de nuevo tras la mesa que los separaba. Su pequeño levantamiento de voz apenas había sido percibido por un par de personas en el bar, nadie le dio importancia. Valentina miraba a un punto en el vacío.  Bendita Isobel Dowdey, seguro que ella nunca que tuvo que tratar con semejante ganado. Tantos años de estudio y trabajo, para esto. Un sátiro no tiene realmente cerebro, sólo es capaz de pensar con el pene o como mucho, con el estómago, no le pidas más. Todas las brujas saben eso, son criaturas inferiores, pueden hablar sólo con un poco más de acierto que los loros. Son capaces de algunos pensamientos simples como entender que no deben orinar cerca del agua que beben o recordar qué setas son comestibles. Sin embargo, son incapaces de llevar a cabo un proyecto largo, de hacer un plan con sentido que tenga más de dos pasos. Su máximo orgullo reside en su hombría, de la que piensan que es maravillosa, mágica, capaz de procurar placeres inimaginables a una hembra de cualquier especie, y por eso no dudan en tratar de copular con todo lo que se les pone al alcance, desde humanas a hadas pasando por ciervas o cabras. Pueden infundir deseo y hasta placer en cualquier hembra sólo con mirarla, algo que les gusta pensar que es magnetismo, pero en realidad sólo es magia.

    Para Valentina, aquello era violar. Era equiparable a emborrachar a una persona hasta que perdiera el control y entonces aprovecharse de ella. Para Tremor en cambio era simplemente atracción, deseo natural, que su magia liberaba. Él nunca había tocado a una hembra que no lo deseara. Y decía bien «tocar» porque, como todos los sátiros en particular y criaturas mágicas en general, tenía un poder personal que era justo ese, tocar. Cuando Tremor tocaba a alguien o a algo podía hacerlo temblar de placer o de alegría si era su deseo, por eso su madre le puso aquel nombre. La primera vez que lo tomó en brazos, se sintió tan transportada de felicidad que le pareció que nunca podría soltar al bebé. Cuando Tremor tenía ganas de comer fruta, no necesitaba trepar a los árboles, le bastaba con tocarlos; estos se agitaban de tal modo que los frutos caían a sus pezuñas. Cuando ponía un dedo en una mujer, esta sentía tales escalofríos de placer que necesitaba desesperadamente poseerle, unirse a él. Era imposible resistirse, el placer era inenarrable. Por eso se aseguraba siempre de que las hembras le tocasen primero a él. De ese modo, podía estar seguro de que jamás había obligado a nadie a nada.

    —Algo está pasando en este bosque. No sé qué es, pero no es bueno —prosiguió Valentina—. Sé que tú también lo sientes. Tus amigos se marchan, los enanos, las hadas, los duendes… todos se van más arriba o más abajo, pero huyen. No es normal sólo por un camping y un pueblo a treinta kilómetros. Hay algo detrás y si sientes un poco de aprecio por este que llamas tu territorio, me ayudarás.

    Tremor resopló. Que se metieran con su virilidad era lo peor que nadie podría decirle, ¡la había heredado de su padre, así que era como si lo maldijeran a él! Sin embargo, la bruja tenía razón. Llevaba un año largo notando las huidas. La última había sido PardoRojizo, un hada del otoño. Había sido su amiga durante varios años y muchas noches frías se habían dado mutuo calor, recordó con una sonrisa. Hacía apenas dos semanas le dijo que se iba. Que el bosque ya no era seguro para ella, que los humanos se acercaban demasiado… que traían con ellos demasiado ruido y luz. Pero había otra cosa. Algo que PardoRojizo no le decía, y que ni a cosquillas le logró sonsacar.

    —Sea. ¿Qué hay que hacer?

    —Necesito que me des tu semilla.

    Tremor permaneció un par de segundos procesando aquello. Otro más en comprensible estupor. Finalmente estalló en una carcajada tal que parte de la cerveza se le salió por la nariz. Muy divertido debía parecerle cuando, a pesar del terrible escozor que le quemaba las narices, no podía dejar de reírse mientras se abanicaba y le lloraban los ojos.

    —Venga, ahora en serio, ¿qué?

    —Ah, ¿has terminado ya? Albergaba la esperanza de que me deleitaras con tu trino melodioso un poco más. Exactamente lo que he dicho. Necesito tu esperma lo antes posible.

    —Eh… pero ¿que no va en coña?

   —El semen es un poderoso potenciador, lo necesito para una poción de Omnisciencia que me permita averiguar qué está pasando —ignoró la pregunta Valentina—. Al vivir en el bosque a medio camino entre humanos y entes y además ser tú mismo una criatura mágica, es el ingrediente perfecto para ver todos los ángulos.

    Tremor se quedó estupefacto. Nunca se le hubiera ocurrido que la bruja necesitase su esperma. Enseguida la miró de una forma distinta. Puede que la bruja usase un elaborado disfraz y debajo de él fuese una vieja horripilante, verrugosa y con pelo de cardos, pero tenía la apariencia de una treintañera bastante apetecible. Sonrió.

    —Y… ¿dónde vas a querer que te lo dé?

    —Aquí —Valentina sacó un bote con tapa roja y se lo acercó sobre la mesa.

    —¿Pretendes que…? ¡Nunca en mi vida me lo he hecho yo sólo, qué asco! —torció el gesto el sátiro— ¡Eso está para compartirlo! ¡No se caza solo, no se bebe solo y no se folla solo!  ¡Es antinatural!

    —Entiendo entonces que prefieres perder tu bosque, a tus amigos y todo tu modo de vida porque no eres capaz de darle tú solo unos cuantos meneos a tu cosita —la joven tomó de nuevo el bote e hizo ademán de levantarse—. Debí suponer que una criatura tan egocéntrica como tú sólo sabría pensar en sí mismo, es inútil pediros ayuda. En fin, suerte viviendo en un túnel de autopista, será lo que te quede cuando el bosque muera.

    —¡Espera…! Aguarda, mujer —Tremor se retorcía las manos. Le estaba pidiendo algo que iba en contra de sus principios. Para él, pedirle que se masturbara, era tan incómodo como pedirle a otra persona que tuviera sexo de buenas a primeras con un completo desconocido. Aun así, la bruja tenía razón, el éxodo de criaturas mágicas era evidente, y un bosque necesita de magia como un ser humano necesita aficiones, distracción y amor. Sin ello, se vuelve un ente mecánico que simplemente funciona, pero no vive realmente y que en poco tiempo acaba por apagarse y morir. Por más que él se quedase, su sola presencia no sería suficiente para alimentar al bosque, ni él tampoco querría quedarse si no quedaba ninguna otra criatura con quien hablar, jugar, cazar y revolcarse. Tenía que haber alguna solución que no implicase… sonrió—. Lo haré. Lo haré pero con una condición. Te propongo un trato.

    Valentina se acomodó de nuevo en su asiento y cruzó las manos bajo la barbilla. Sus ojos verdes parecieron sonreír.

    —Tendrás que vencerme en un duelo —dijo, confidencial—. Si gano yo, tendrás que revelarme tu forma verdadera y además, tendrás que ser tú quien me saque… ya sabes—señaló la servilleta que le tapaba.

    —Discúlpame, he creído entender que me estás pidiendo que tenga que tocarte. Lo que quieres entonces es que te castre, ¿verdad? No hay inconveniente.

    —¿Nunca se te acaba el sarcasmo?

    —El vinagre me empalaga.

   —Titania… —lo dijo como otra persona hubiera dicho «Jesús»—. De todos modos me has entendido, el trato es ese: un duelo. Si pierdes, quiero verte como eres y que tú me lo saques.

    —¿Y si gano yo?

    —Le haré al amor al tarro ese.

    —No basta —Valentina tomó un trago de su propia cerveza—. Tú ganas dos cosas, yo sólo una y que además es necesaria. Si gano yo, además de hacértelo tú solito… dejarás que haga un experimento contigo.

    —Eh, eh, alto, ¿qué clase de experimento?

    —Te prometo que no te dolerá nada.

    —¡Eso le dijeron a un muerto!

    —¿Eso es miedo a perder?

    —¡Eso es prudencia, señora! ¿Qué experimento?

    Valentina suspiró y junto las manos, buscando las palabras adecuadas para expresar su curiosidad. No hay que olvidar que la joven era bruja y como tal, su primera motivación era siempre la investigación. El sátiro le ofrecía la posibilidad de dar con una nueva línea de conocimiento y además, dicho sea de paso, divertirse un poco.

    —Me propongo estudiar los límites del acercamiento y el deseo entre sujetos inhabituados a prácticas mágicas equivalentes aplicadas a terceros.

    La cara de Tremor permaneció inmóvil, sólo su boca entreabierta delataba su ayuna absoluta de cuanto dijo Valentina. Aguardó unos segundos antes de contestar.

    —…¿Eh?

    —Que quiero ver qué pasa cuando eres tú el seducido en lugar del seductor.

    Tremor se imaginó enseguida en medio de un harén de hermosas hembras de toda raza peleando por sus atenciones, colmándole de regalos, ansiosas por disfrutar de él… el brillo de sus ojos ilusionados hubiera enternecido a las piedras. Asintió y extendió su jarra.

    —¡Hecho! —brindaron. Cada uno de ellos sonreía. Tremor confiado. Valentina maliciosa.

 

 

    Media hora más tarde ambos estaban en el interior del bosque, a una distancia prudente del camping y cualquier presencia humana. Tremor había recobrado su forma de sátiro, sus patas de cabra eran mucho más prácticas para caminar por el bosque que los pies humanos. Los cuernos retorcidos y afilados que salían de sus sienes podían parecer pequeños, pero la bruja sabía que eran un arma a tener en cuenta, igual que su cola. Esta, de más de un metro de longitud era completamente funcional, podía agarrar una pierna y hacer caer a un enemigo, o enrollarse en torno al cuello de una presa hasta estrangularla. La pica en la que terminaba era dura y afilada como una espina de rosal; lanzada a la cara podía ser una distracción o sacar un ojo en segundos. Sin embargo, nada de esto preocupaba a Valentina. No eran las armas físicas las que el sátiro iba a utilizar, sino las psíquicas. Su poder de seducción.

    —Un único asalto —manifestó la bruja a una distancia como de tres pasos del sátiro—. Nada de armas ni conjuros letales. El primero que dé con la rodilla en tierra, será el perdedor.

    —No, no, nada de rodillas en tierra, que luego ya sé yo lo que pasa, alguien hace el pino, o lleva rodilleras y todo es «no, no, mi rodilla no ha tocado la tierra, es empate, te he ganado yo» —protestó Tremor—. Hagámoslo más clarito: el primero que se corra, pierde.

    —No sé porqué he traído varita. Me parece con un viejo Penthouse, me sobraría, pero dime, ¿exactamente cómo piensas producir algún efecto en mí?

    —Nunca preguntes, estropea la sorpresa.

    «No le creo tan loco como para intentar forzarme, pero si se le ocurre, lo pagará caro. Me fastidiará perder su semen como potenciador, no me servirá si lo mato. Aún así, si lo intenta, lo mataré, Madre Alerce no podrá objetar nada por ello, será defensa propia».

    —A la cuenta de tres —Valentina y el sátiro tenían las manos relajadas a ambos lados del cuerpo. La mujer contó en voz alta— Uno… dos… ¡tres!

    El aire se onduló por efecto de la magia chocando y los pájaros huyeron de los árboles cercanos pese a que todo seguía en silencio. Valentina se sonrojó hasta la raíz del cabello. Había usado un escudo de protección, lo sentía alzado frente a ella, y aún así sintió tal oleada de deseo recorrer su columna que sus muslos parecieron volverse de gelatina y sintió empaparse su ropa interior.

    Tremor sonreía. Por más que el Toque fuese la guinda de su poder, ni remotamente era la única. Le bastaba con mirar para extender Deseo delante de él como un lanzallamas vomitaba fuego. Se acercó un paso a la bruja con la mano extendida. Valentina no retrocedió. Sacudió la cabeza. Sus cabellos rojizos desprendieron chispas y cada una de ellas se transformó en una mariposa granate, juntas volaron en forma de nube hacia el sátiro.

    —¡No! ¡Cosquillas no, bastaaaaah! —Tremor no echó pezuña atrás, aunque las cosquillas le hacían reventar de risa. Durante el primer segundo. Apenas las alas de mariposas (suaves, ligeras) rozaban su piel, dejaban un beso cálido en la zona que se extendía en una corriente de placer por todo su cuerpo. En vano intentó cubrirse la entrepierna, las traviesas mariposas besaban su piel y sabían buscar por entre sus dedos hasta llegar a sus puntos débiles— Noooo…

    Valentina creyó haber ganado ya, estuvo a punto de lanzar el que creía el último conjuro. Tremor la miró a los ojos y un profundo gemido escapó de su garganta. ¿Qué había hechoooooh… qué había hecho el sátiro? No lo sabía, pero su mirada, ¡aquella mirada! Esos ojos castaños como las hojas en otoño eran tan hermosos, tan dulces, que se sintió cautivada al momento, ¡necesitaba besarle, quería ponerse debajo de él y que aplacase el fuego abrasador que nacía en sus entrañas! ¡Sólo él podía hacerlo, estaba segura, porque era él mismo quien lo causaba con su apolínea belleza…!

    «Te tengo, ya te tengo, sólo un poco más» pensó Tremor, con la polla echando fuego, hecha un mar de cosquillas calientes y picantes que le abrasaban de las patas hasta el cuello, ¡qué placeeer! Sentía la erección salir de entre los rizos de su pelo de cabra, ansiosa y goteante, y luchó por separar los muslos, ¡como se rozase con algo (por favor, sí, sí, un roce, una única caricia nada más), perdería sin remedio! Agradeció haber quitado la condición de rodilla en tierra y no era el único; Valentina apenas podía tenerse en pie y también ella permanecía con las piernas separadas, en parte para aguantar un equilibrio que le fallaba por segundos, en parte para no apretarse el clítoris y ceder al placer.

    Durante casi un largo minuto ambos aguantaron, voluntad contra voluntad, incapaces uno u otra de lanzar un último conjuro, resistiendo los empujones de placer que sufrían cada pocos momentos, cada uno más dulce que el anterior. Tremor sudaba, incapaz de acercarse más, puesto que mantener la ola de Deseo le exigía un esfuerzo enorme mientras las chispas en todo su cuerpo lo volvían loco y apenas podía mantener el brazo extendido. Valentina jadeaba, manteniendo el escudo a la vez que el hechizo de Mariposas Lascivas. Cada nueva nube le costaba un trabajo mayor, pese a ello no reducía su número. El placer en ondas que Tremor emitía la hacía tambalearse, se le escapaban las sonrisas pese a que intentaba contenerlas, pero el cosquilleo que sentía en su clítoris y sus pezones erectos era demasiado dulce, demasiado picante… ¡tenía ganas de arrancarse el vestido y apretarse las tetas hasta dejarse marcadas las manos en ellas! Su cuerpo se mecía sin que pudiera contenerlo y se veía cada vez más cerca de la mano de Tremor.

    «Nooo… no puedo agacharme, tengo que permanecer de pie, si me roza… si me toca con un dedooooh… ¡quiero perder! ¡Quiero tenerte dentro, Tremor, te deseo!» Pensó Valentina. Se horrorizó. Aquello era lo más sincero que la joven había pensado en toda su vida, ¡ella, a quien habían dado el sillón del Cinismo en la Academia a una edad en la que otras brujas todavía piensan en filtros de amor!

    —Tremor, te deseo… —gimió, toda mejillas coloradas y ojos brillantes. El sátiro sonrió, aliviado, y al intentar alzar el brazo un poco más, bajó la intensidad del Deseo— Te deseo la humillación de la derrota, nene.

    Un grito ahogado surgió de la garganta del sátiro, en parte sorpresa y en parte placer. Un placer inenarrable que se cebó en toda la parte inferior de su cuerpo cuando una lengua invisible lo recorrió desde el ano al glande.

    —¡TramposaaaaaAAAAAAAAAAAH…! —Tremor cayó de espaldas, agarrando las hojas del suelo en pleno éxtasis a las vez que sus caderas empujaban el aire. Un espeso chorro de esperma salió de su polla rojiza describiendo un arco que salpicó el pecho del propio sátiro. Aún podía sentir aquella intensa sensación zumbándole en el pene que le goteaba. En su culo que se contraía rítmicamente— Jooooder, sí…

    Valentina jadeaba. No sólo por el esfuerzo. Ahora mismo tenía unas ganas tremendas de llegar a su casa y tocarse hasta gritar. La sensación de deseo por el sátiro había desaparecido igual que el placer, pero no las ganas en sí. La frustración al verse privada de las dulces sensaciones que la habían inundado hasta hacía un segundo le daba ganas de gritar de rabia. Pero había ganado. Su placer arruinado hacía que la victoria le supiese más amarga que su propio sarcasmo, pero había ganado. Aquello era lo único que importaba.

 

 

    —Me está bien empleado por fiarme de una bruja piruja —rezongó Tremor a la vez que le alcanzaba el frasco, lleno ya.

    —En el amor y en la guerra, todo está permitido, corazón. Es una de esas miles de millones de cosas que no sabes. Y ahora mi pago. Mírame a los ojos.

    —¿Por qu…? —los ojos verdes de Valentina mataron la pregunta del sátiro. Este se quedó como embobado mirándolos, viéndose en ellos como reflejado en un espejo. No supo cuanto tiempo fue, si dos segundos o una hora.

    —Ya está —dijo simplemente Valentina.

    —¿Qué está? No he sentido nada.

    —Te dije que no te dolería. Ahora puedes irte y hacer tu vida. Es más, te agradeceré profundamente que lo hagas. En primera, porque así podré iniciar mi experimento. Y en segunda, porque así me veré libre de tu olor. Ya que robas cerveza a los humanos, podrías estirarte un poco más y robarles también jabón.

    Tremor se contentó con hacer una mueca de desprecio a la bruja. Le fastidiaba haber perdido, más aún por haberse confiado. Sin embargo, tenía que reconocer que esas maripositas y esa especie de lametón invisible… habían estado muy bien. Echó a trotar por el bosque, en dirección al camping de nuevo. Valentina le vio marchar con una sonrisa perversa en sus labios rosados.

    La fiesta en el camping estaba en su punto álgido. Quizá porque todo el mundo estaba contento, quizá porque parte de la magia sexual que tanto él como la bruja habían utilizado se había quedado en el ambiente, el caso es que tanto hombres como mujeres bailaban desnudos en torno a la hoguera, abrazándose, besándose… había un par de parejas tiradas en el suelo, de hecho. Vale. Tremor sonrió, aquél era justo el ambiente que a él le gustaba, y si ahora las chicas iban a hacer cola para seducirle, tanto mejor.

    Se fijo en una chica rubia que bailaba con otra mujer de más edad. La joven le miró con una gran sonrisa. Tremor estuvo a punto de acercarse, cuando notó que algo andaba mal. Su corazón se agitaba y daba saltos como una cierva huyendo de un lobo. Las manos le sudaban, las tripas se le retorcían. Sentía… ¿qué era aquello? ¿¿¿Timidez???

    —Hola —la joven se acercó a él y le tendió la mano— ¿Vienes a bailar?

    Tremor intentó asentir. Apenas la joven le rozó la mano con la suya, fue como si le hubieran dado fiebres, ¡no podía dejar de temblar! Fue como un picor rabioso que se extendió por su cuerpo y se alojó en su entrepierna anhelante en un deseo como jamás había sentido. Un ansia que quemaba, hambre viva. La tiritona fue tan intensa que apenas pudo tenerse de pie.

    —¿Estás bien? —preguntó la rubia.

    —Por favor… por favor, fóllame —rogó el sátiro.

    —¿Qué?

    —Te lo ruego, tócame otra vez y luego fóllame, ¡seré tu esclavo, haré lo que tú quieras, pero fóllame, no puedo soportarlo!

    La joven levantó las manos y se alejó un par de pasos. La mujer que había estado bailando con ella se acercó.

    —Este tío es muy raro, ¡vámonos!

    —¡No! ¡Espera, por favor, no te vayas! ¡No me dejes así ahora, tócame de nuevo, fóllame, no me dejes así!

    —¡Déjanos en paz! ¡Lárgate!

    —¡No… esto no es… no! ¡NO! —Sólo entonces comprendió Tremor lo que la bruja había querido decir con que fuese el seducido en lugar del seductor. Ahora todo su poder de seducción, deseo, incluso el toque mágico que hacía temblar ya no emanaba de él, sino que se volcaba en él, le venía reflejado como un rayo de luz en un espejo y le hacía ser tan receptor como siempre habían sido las hembras con él. Horrorizado, clavó la vista en cuanta mujer pudo ver en la fiesta. Se sintió pequeño y tímido. Le dio la sensación de que todas le miraban, le juzgaban y se reían. Sentía como si quemase de dentro afuera, con un miedo a la vez a la que le miraran y a que no lo hicieran, a que le ignorasen. Su corazón iba a mil por hora. Por primera vez en su vida sintió vergüenza y pánico de su propia desnudez, inseguridad ante su cuerpo, su cara e incluso su pene.

    —¿Te encuentras bien?

    —¡AAAAH! —una chica le puso la mano en el hombro para preguntarle y Tremor saltó como si le hubieran pinchado, presa de feroces temblores que le hicieron caer de rodillas.

    —¡Oíd, avisad a alguien! ¡Creo que este hombre tiene epilepsia!

    —¡No, no es nada, no es nada, por favor, no me mires! —El sátiro trastabilló hasta levantarse y echar a correr como un loco. Apenas ganó la zona de árboles, volvió a recuperar su forma de ser mítico. Estaba muy cabreado.

    «Esta me la pagas, bruja maldita, ¡esto no es leal! ¡Es una guarrada, vas a devolverme mi vida o te arrancaré la tuya!»

 

 

    En su casa, mirando su bola de cristal, a través de la cual podía ver todo lo que se le antojara, Valentina no podía parar de reír. Suponía que, cuando hiciera la poción de Omnisciencia para saber qué le sucedía al bosque, las noticias no serían tan buenas, así que mejor que disfrutase la risa mientras pudiera.